Inoportunas

921 Words
Inoportunas… Entré a la casa a buscar a las pequeñas traidoras y me encontré con unas piernas y unas pompas en alto. De inmediato reconocí de quién se trataba porque ese color cobrizo en el cabello solo podía ser de Edna Naara. Sintió el ruido de la puerta y enderezó su cuerpo. —¡Por suerte un hombre! —dijo soltando la alfombra más pesada que había en toda la casa. —¡Hola! Buenas piernas… Digo buenas tardes. —El inconsciente me había traicionado. —Gracias. —respondió, me dio la espalda y aunque yo podría decir que se sonrojó, no tuve tiempo de confirmarlo porque aparecieron las mellizas con todos los elementos para encender la chimenea. —¡Tío querido! ¿Nos corres la alfombra? A Edna le está costando un poco. —Hicieron un gesto de fastidio. Ella era una chica adorable, pero cuando ese par le agarraban idea a alguna persona era difícil hacerles cambiar de parecer. —¡Déjame, yo sacrifico mi columna vertebral por ese par de mocosas! —Al bajar a tomar los extremo de la alfombra no pude evitar checar de cerca las bronceadas piernas. —¡Tío, recuerde que Edna es la mejor amiga de mamá! —resopló Ava. —¿Por qué o qué? —interrogó Edna. —¡Nada! —me apresure a explicar antes que una de ellas soltara el veneno—. ¡Estas chiquitas siempre bromeando! Cada vez que Esther mencionaba que su amiga era inteligente, hermosa y soltera. Ellas sacaban sus tanques de guerra porque decían que ya les había robado el cariño de la mamá y no le permitirían que se acercara a mí. Sin embargo, Edna daba la vida por ellas, pero ese par se encargaba de ahogarle la paciencia. Terminé sudando por mover todo lo que ellas pidieron poner cerca de la chimenea. Encendieron la gran pantalla y empezaron a ver la respectiva película. Yo me había unido, pero con la calentura que me había hecho poner la maestra solo podía observar las piernas de Edna. Serían como las cuatro de la tarde cuando Merceditas trajo un chocolate con malvaviscos. Yo aproveché para irme a la habitación a revisar los negocios pendientes. —Se me fue el día y no hice nada. —murmuré mientras me ponía cómodo en el asiento. Revisé informes, ingresos, liquidaciones. Pagué proveedores, y un enorme bostezo me anuncio que había estado un largo rato concentrado. Tres leves golpes en la puerta me hicieron dirigir la atención a ese lugar. —¡Adelante! —Enseguida apareció el rostro de la chica. —Se durmieron las nenas y aproveché para venir a despedirme. —Se acercó para darme un beso en la mejilla y yo volteé el rostro para que besara mis labios. —¡Ay! Perdón… —Se excusó—. Disculpe mi torpeza. La agarré de una mano antes de que se alejara —¡Solo si me vuelves a besar! —Ella se volteó y encargó una ceja —¿Oí bien? —interrogó —Sí, estoy seguro de que oíste bien. ¡Bésame! —Cerré los ojos para que se acercara y sentía que estaba tardando más de lo normal. —¡Solo uno! —exclamó y yo asentí Posicionó sus labios con suavidad y beso con ternura los míos. Eso era suficiente para mí, solo necesitaba ese indicador para atacarla por primera vez. Metí una de mis manos por debajo de su cuero cabelludo y la cerré sujetando una buena cantidad de cabello. —¡Necesito más! —Ella se mostró complacida y volvió a besarme. Únicamente que ahora fue un beso apasionado, sus labios eran carnosos y perfectos. Llevaba mucho tiempo sin besar a una mujer, porque una condición que tenía era que ninguna de las chicas que me satisfacía sexualmente podía besarme en la boca. Sentía cierta repulsión, imaginar que venían de chupársela a otro hombre y yo recibía algo de esos fluidos. La solté porque no podía avanzar más. Era una mujer diez años menor que yo. —¡Necesito que vengas más seguido a despedirse! —Me dolió la entrepierna y estire un poco el pantalón. Ella bajó su mirada y notó mi erección. —No quise incomodarlo. Pero conozco un remedio muy bueno para eso. —Pasó su rosada lengua alrededor de los labios y yo fruncí mi seño porque la necesidad de placer me empezaba a envolver. —¡No me pongas a sufrir mujer! —Ella empezó a sujetarse el cabello y a morderse el labio inferior. Me saqué la corbata porque la respiración empezaba a faltarme. Si ella quería darme sexo oral, yo se lo aceptaba gustoso. En mi mente ya le había sacado el enterizo y la tenía sentada en el escritorio abierta de piernas mientras introducía mis dedos para untarlos de su humedad y limpiarlos en mi boca. Además, esos pezones que siempre los cargaba erguidos, iba a conocerlos. —¡Siempre me has gustado Tamany! Pero nunca era de tu agrado, hasta que se me hizo el milagrito. ¡Creo que fue el San José que tengo de cabeza! —Sonrió y no podía pensar en otra cosa que en tenerla expuesta mientras yo entraba con tanta rapidez que hacía temblar el escritorio. De pronto una irritante voz nos sacó del trance —¿Usted todavía aquí? —Ava y Leah estaban en la entrada de la puerta con las manos en la cintura y yo sin poder saber ¿Qué tanto habían escuchado?
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