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755 Words
Las luces tenues y el ambiente elegante hacían de su risa un sonido inapropiado, pero Josie no podía evitarlo, cada vez que se encontraba con Manuel, siempre se divertía. Manuel era un joven corpulento, de cabello oscuro y ojos pequeños que tenía la risa más contagiosa que nunca hubiera oído. Lo había conocido en el conservatorio y desde el primer día se habían hecho grandes amigos, junto con Alma se habían vuelto inseparables y aunque aún no habían conseguido hacer despegar sus sueños, ninguno tenía la intención de bajar los brazos. -¡Shh!- dijo Alma colocando su dedo índice sobre sus labios finos mientras se acercaba a los dos con gesto de reproche. -Si se siguen riendo así, nos van a echar.- aseguró en voz baja mientras estiraba sus brazos para entregarle una bandeja repleta de diminutas porciones de algo que parecía rico, pero escaso. -Bueno, bueno, perdón, ya vamos.- dijo Josie recuperando la compostura mientras aflojaba un poco el nudo de esa corbata negra finita que le habían obligado a usar. Solía disfrutar de los disfraces y las ropas excéntricas, imaginaba que formaban parte de un papel, pero en ese lugar, tan arrogante, repleto de personas de demasiados años de edad, con trajes de diseñador y peinados almidonados, ser una simple mesera, no lograba meterla en personaje. Entonces Manuel tomó uno de los canapés y lo introdujo con gracia en su boca para luego comenzar a hacer gestos de desgarrado y contener las náuseas con exageración. -Con razón son tan chiquitos, son horribles.- dijo mientras se quitaba los restos de la boca y los envolvía en una servilleta provocando una nueva risa en sus amigas que debieron contener al ser descubiertas por el jefe de cocina y su mirada de reproche. Entonces los tres se apresuraron a salir al salón, al fin y al cabo, ese era un trabajo y a, decir verdad, necesitaban el dinero. Josie ofreció su comida sin mucho éxito mientras se colaba en las conversaciones como si estuviera nadando en un mar de peces de colores. Le encantaba imaginar escenarios, completar historias, desarmar la realidad para volver a armarla a su gusto. Que Dior tenía una nueva fragancia, que la bolsa de Wall Street había cerrado a la baja, que la nueva empleada era eficiente. Todos comentarios banales, todas conversaciones vacías que tampoco colaboraban con la atmósfera de aquel lugar ostentoso cargado de tensión. Continuó su camino perdiendo la fe en encontrar algo interesante cuando una escena llamó su atención. Una mujer de cabello recogido y traje oscuro tomaba con disimulo el brazo de quien parecía ser su esposo, un hombre canoso, de arrugas alrededor de sus ojos y gesto contrariado. -Vamos, querido, olvídate ya, no es nada que no hayamos superado antes.- le decía la mujer con disimulo, mientras alzaba su vista y mostraba una sonrisa fingida a quien quiera que cruzaba delante. -Esta vez fue demasiado lejos.- le respondió el hombre intentando contener sus deseos de alzar la voz. -Todo lo que toca lo destruye, no puedo confiar en él y ya no puedo controlarlo.- agregó mientras desviaba su vista al celular -Ves, ahí lo tenes, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera perdido millones por su estupidez. - le dijo señalando algo en la pantalla del teléfono con énfasis. -Bueno Lolo, por favor, no arruinemos esta noche, hace mucho que no me acompañas, luego lo resolvemos, vamos a conversar con él.- le respondió la mujer con cariño, pero el hombre continuaba enfadado con su vista en esa pantalla. -No creo que conversar vaya a funcionar, es hora de tomar medidas más drásticas, Manuela, siempre lo hicimos a tu manera, esta vez, se terminó. - dijo el hombre justo cuando alzaba su vista y se encontraba con los ojos curiosos de Josie, quien tuvo que apelar a sus dotes de actuación para fingir que no estaba oyendo su discusión. -¿Desea algo para comer?- le preguntó con una enorme sonrisa y el hombre tardó en responder. Parecía haberse dado cuenta de donde se encontraba y carraspeó para disimular su gesto de enfado. -Gracias, querida.- respondió la mujer interrumpiendo el duelo de miradas y Josie apretó sus labios correspondiendo el gesto para luego disponerse a alejarse. Si bien tenía curiosidad por saber de qué se trataba era consciente de que no era de incumbencia. 
Entonces Alma, se aproximó con prisa disimulada y la tomó del brazo. -Acabamos de ser ascendidas.- le dijo con entusiasmo y olvidándose de aquellos sexagenarios la curiosidad se apoderó de ella
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