Valeria no podía evitar sonreír mientras salía del edificio donde el detective le había entregado el informe, sus dedos acariciaban el sobre que contenía la información que destruiría la vida de Celeste.
La voz de Malakai, como siempre, era un susurro constante en su mente, alimentando sus deseos más oscuros.
—Es perfecta, Valeria —le decía con ese tono seductor que solo ella podía escuchar —Ricardo jamás permitirá que una mujer así esté cerca de su familia, mucho menos de Clara. Solo tienes que mostrar la verdad, y todo caerá por su propio peso.
El camino hacia la mansión Montero le pareció especialmente placentero ese día, cada paso la acercaba más a su victoria.
La investigación sobre Celeste había resultado incluso mejor de lo que esperaba, su trabajo en un bar era realmente un tema escandaloso, y la ausencia de información antes de eso, era precisamente lo que necesitaba para sembrar la duda.
Al llegar a la mansión Montero, se encontró con Elena.
—Buenas tardes, tía —saludó Valeria con fingida dulzura.
Elena levantó la vista de sus flores, sonriendo con esa calidez maternal que la caracterizaba.
—Valeria, querida.
—Tengo que hablar con el tío Ricardo sobre un asunto importante, ¿Está en la biblioteca?
—Sí, como siempre a esta hora —asintió Elena, aunque algo en el tono de Valeria la hizo fruncir ligeramente el ceño. —¿Todo está bien?
—Por supuesto, tía, solo es algo sin importancia —respondió Valeria con una sonrisa fingida.
Mientras se alejaba, podía sentir la mirada preocupada de Elena sobre ella.
Al llegar a la biblioteca, Valeria se tomó un momento para componerse, respiró profundamente, ajustó su expresión a una de preocupación calculada, y golpeó suavemente la puerta.
La voz grave de Ricardo no tardó en responder:
—Adelante.
Ricardo levantó la vista de su libro para ver a Valeria.
—Tío Ricardo —comenzó Valeria —lamento interrumpir tu lectura, pero hay algo importante que debemos discutir, es sobre Celeste.
Ricardo dejó el libro a un lado y se enderezó en su sillón, su rostro mostró una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Qué sucede con ella? —preguntó.
Valeria se sentó frente a él, cruzando las piernas con elegancia mientras sacaba el informe de su bolso.
—Contraté a un detective privado, sé que te preocupaba su cercanía con Alejandro y Clara, así que decidí investigar un poco. Y lo que encontré... bueno, creo que deberías verlo por ti mismo.
Ricardo tomó el sobre, Valeria observaba con satisfacción cómo su rostro iba cambiando de color a medida que leía, primero palideció, luego se tornó rojo de ira.
—¿Qué significa esto? —gruñó, agitando los papeles —¿Un bar? ¿Y nada más antes de eso? ¿Ningún registro, ninguna historia?
—Exacto, tío —susurró Valeria, inclinándose hacia adelante como si compartiera un secreto —es como si hubiera aparecido de la nada. ¿Qué clase de persona no tiene un pasado que mostrar? ¿Qué está ocultando?
Ricardo se levantó de golpe, el informe cayendo sobre la mesa con un ruido sordo. ¡Esto es inaceptable! rugió —¡Mi hijo está ciego! ¡Completamente ciego!
En ese momento, Elena, quien había seguido a Valeria preocupada por su actitud, se detuvo en seco al escuchar los gritos de su esposo.
Sin molestarse en llamar, abrió la puerta de la biblioteca.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirando alternativamente a su esposo y a su sobrina. —Ricardo, ¿por qué estás gritando así?
—¡Lee esto! —exclamó Ricardo, señalando el informe —¡Celeste esa mujer que tanto defiendes, trabajaba en un bar! ¡Y quién sabe qué más está ocultando! ¡No hay registros de ella antes de eso, nada!
Elena tomó el informe con calma, sus ojos recorrieron las páginas mientras Valeria observaba la escena con satisfacción.
—Ricardo —dijo finalmente Elena, con voz tranquila —no podemos juzgar a alguien solo por su pasado, Celeste ha demostrado ser una buena persona, es amable, trabajadora, y hace feliz a nuestro hijo.
—¿Una buena persona? —bufó Ricardo, paseándose por la biblioteca como un león enjaulado. —¡Una mujer sin pasado, sin familia conocida! ¿Qué dirá la gente? ¿Qué dirán nuestros amigos cuando se enteren?
—La gente dirá lo que quiera decir —respondió Elena con firmeza, dejando el informe sobre la mesa. —Lo que realmente importa es la felicidad de nuestro hijo. ¿No has notado cómo sonríe cuando está con ella? No lo veía así desde...
—¡No te atrevas! —interrumpió Ricardo, golpeando la mesa con el puño. —¡No te atrevas a comparar a esta... Esta mujer con Clara!
—Ricardo, por favor —intentó razonar Elena, acercándose a su esposo. —Todos merecemos una segunda oportunidad. Si Alejandro la ha elegido, debemos respet...
Pero Ricardo ya no escuchaba, con paso firme y decidido, salió de la biblioteca, Valeria lo siguió a una distancia prudente, saboreando cada momento de caos que había creado, Elena iba detrás de ellos, con voz suplicante tratando de calmar a su esposo.
—Ricardo, por favor —rogaba mientras caminaban por el pasillo. —No hagas algo de lo que puedas arrepentirte. Piensa en Alejandro, piensa en nuestra familia.
Llegaron al jardín justo en el momento en que Alejandro y Celeste regresaban del hospital.
La escena era casi idílica, él la ayudaba a sentarse en una banca con una gentileza que hizo que el corazón de Elena se encogiera.
—¡Alejandro! —el grito de Ricardo resonó en todo el jardín.
Elena se adelantó rápidamente, intentando poner una mano sobre el brazo de su esposo.
—Ricardo, por favor, cálmate primero, podemos hablar de esto como una familia.
Pero Ricardo se soltó de su agarre con un movimiento brusco, el rostro de Alejandro mostraba confusión ante la escena que se desarrollaba frente a él. Celeste, por su parte, había palidecido visiblemente.
—¿Papá? —preguntó Alejandro con preocupación —¿Qué está pasando?"
—Necesitamos hablar —la voz de Ricardo era como hielo. —Ahora.
Mientras Alejandro seguía a su padre hacia el interior de la casa, Elena se quedó junto a Celeste, quien parecía asustada y confundida. Valeria observaba todo desde las sombras del jardín, con una sonrisa de triunfo en sus labios.
—No te preocupes, querida —dijo Elena, sentándose junto a Celeste y tomando sus manos temblorosas entre las suyas. —Todo se resolverá. Ricardo puede ser... difícil a veces, pero tiene buen corazón.
Dentro del estudio, Ricardo cerró la puerta con tanta fuerza que los cuadros temblaron en las paredes.
—¡No puedo creer que me hayas hecho esto! —gritaba Ricardo. —¡Una mujer que trabajaba en un bar! ¿En qué estabas pensando? ¿Cómo pudiste traer a alguien así a nuestra casa?
—¿De qué estás hablando? —La voz de Alejandro sonaba confundida y molesta. —¿Qué tiene que ver dónde trabajaba Celeste?
—¡Tu querida Celeste! —escupió Ricardo. —¡Contraté un detective y descubrí la verdad sobre ella!
Elena escuchaba los gritos, podía imaginar la expresión de su hijo, esa mezcla de dolor y rabia que siempre ponía cuando su padre intentaba controlar su vida.
—Celeste no tiene que justificarse ante ti —escuchó decir a Alejandro, con ira.
—¡Es una cualquiera! —gritó Ricardo. —¡No puedes ponerla cerca de mi nieta! ¿Has pensado en Clara? ¿Has pensado en lo que dirá la gente?
Elena no pudo contenerse más y abrió la puerta del estudio.
—¡Ricardo, ya basta! —intervino, colocándose entre padre e hijo. —Estás actuando como un tirano. ¿No ves que estás destruyendo a nuestra familia?
—¡No te metas en esto, Elena! —rugió Ricardo, su rostro rojo de ira. —¡Esto es entre mi hijo y yo!
—¡Es nuestro hijo! —corrigió Elena —Y lo estás lastimando con tu terquedad. ¿No ves que por fin está volviendo a ser feliz? ¿No es eso lo que queremos para él?
Alejandro miraba a sus padres, el dolor era evidente en sus ojos, su mandíbula estaba tensa, y sus puños apretados a los costados de su cuerpo revelaban la lucha interna que estaba librando.
—No necesito esto —dijo finalmente, con voz baja —no necesito tu aprobación, papá, no soy un niño, me voy de aquí.
—¡Si sales por esa puerta con ella, no vuelvas! —amenazó Ricardo, señalando hacia la puerta.
—¡Ricardo! —exclamó Elena, horrorizada —no puedes hablarle así a tu hijo. ¡Por Dios, piensa en lo que estás diciendo!
Pero Alejandro ya había salido del estudio, Elena lo siguió hasta el jardín, donde Celeste esperaba nerviosamente, retorciendo sus manos en su regazo.
—Hijo, por favor —rogó Elena, tomando la mano de Alejandro —no te vayas así, tu padre está alterado, pero se le pasará, lo conozco, sabes que cuando se calme...
—No, mamá —respondió Alejandro, con voz firme pero suave mientras miraba a su madre con cariño —no puedo quedarme donde no respetan mis decisiones. No puedo permitir que traten así a Celeste, ya no soy el mismo hombre que se quedaba callado ante las exigencias de papá.
Elena miró a Celeste, quien parecía querer desaparecer en ese momento, sus ojos estaban brillantes por las lágrimas contenidas, y su rostro mostraba una mezcla de culpa y dolor que partió el corazón de Elena.
—Lo siento mucho —murmuró Celeste, con voz apenas audible —no quiero causar problemas entre ustedes, tal vez... tal vez debería irme yo sola.
—Tú no has causado nada, querida —respondió Elena, abrazándola brevemente. —A veces los padres nos equivocamos por querer proteger demasiado a nuestros hijos, y a veces... a veces el orgullo nos ciega.
Alejandro sacó su teléfono del bolsillo para hacer una llamada.
—Carlos —dijo cuando contestaron al otro lado de la línea —necesito una casa amueblada, lo más pronto posible, nos vamos ahora mismo.