Enfrentando a la sociedad

1607 Words
Ricardo abrió el sobre y esparció las fotos sobre el escritorio, Alejandro se inclinó para verlas mejor. — ¿Esto es lo que quieres para ti? — preguntó Ricardo, con desprecio — ¿Una mujer con este tipo de pasado? Alejandro levantó la vista, se sentía irritado por la situación. — Padre, ya te he dicho que sabía que Celeste trabajaba en ese bar. — ¿Y no te preguntas por qué estaba allí en primer lugar? ¿Qué clase de mujer acepta un trabajo así? Alejandro apretó los puños, luchando por mantener la calma. — Una mujer desesperada — respondió, con voz tensa — Una mujer que no tenía otra opción. — Siempre hay opciones, hijo — insistió Ricardo, paseándose por la oficina — Ella eligió ese camino. ¿Quién sabe qué más está ocultando? Alejandro se pasó una mano por el cabello, frustrado. — No puedes juzgarla por su pasado, padre, todos cometemos errores. — Algunos errores son imperdonables — replicó Ricardo, deteniéndose frente a su hijo — Mira esta foto. Le mostró una imagen donde Celeste parecía estar besando a un hombre en un rincón oscuro del bar. — Esto... Esto debe ser un malentendido — murmuró Alejandro. Ricardo soltó una risa amarga. — ¿Un malentendido? Alejandro, abre los ojos, esta mujer no es quien crees que es. Alejandro se quedó mirando la foto, su mente era un torbellino de emociones contradictorias. Quería creer en Celeste, en la conexión que habían formado. Pero la imagen frente a él sembraba dudas que no podía ignorar. — Necesito hablar con ella — dijo finalmente — Necesito escuchar su versión. Ricardo asintió, satisfecho de haber plantado la semilla de la duda. — Hazlo, pero recuerda, Alejandro: la familia es lo primero, siempre. Alejandro salió de la oficina sintiéndose aturdido. La imagen de Celeste donde parecía estar besando a otro hombre daba vueltas en su mente, mezclándose con los recuerdos de la noche anterior. Al llegar a la casa, encontró a Celeste esperándolo en la sala. Su rostro se iluminó al verlo, pero rápidamente se ensombreció al notar su expresión. — ¿Qué pasa, Alejandro? — preguntó, preocupada — ¿Qué te dijo tu padre? Alejandro se acercó lentamente, sacando la fotografía de su bolsillo. — Necesito que me expliques esto — dijo, mostrándole la imagen del beso. Celeste miró la foto, sus ojos se abrieron con sorpresa. — Alejandro, yo... no es lo que parece — balbuceó. — ¿Entonces qué es? — preguntó él, luchando por mantener la calma — Porque lo que parece es que estás besando a ese hombre. — No, no, no es así — respondió Celeste, desesperada, — Ese hombre... él intentó besarme. Yo lo estaba empujando, lo juro, nunca quise que pasara. Alejandro la miró fijamente, buscando la verdad en sus ojos. — ¿Por qué no me lo contaste? Celeste bajó la mirada, avergonzada. — Porque me avergüenza — admitió en un susurro — Todo lo que pasó en ese bar... quería olvidarlo. Alejandro se quedó en silencio por un momento, observando las lágrimas que rodaban por las mejillas de Celeste. Su corazón se debatía entre la duda sembrada por su padre y lo que sentía por ella. La miró fijamente, buscando en sus ojos aquella pureza que siempre había visto en ellos. — Te creo — dijo finalmente, limpiando una lágrima del rostro de Celeste con su pulgar — Perdóname por dudar de ti. — Gracias, Alejandro... gracias por confiar en mí. Los días siguientes transcurrieron con cierta tensión en el ambiente. Ricardo no cesaba en sus intentos por desacreditar a Celeste, pero Alejandro había tomado su decisión: creería en ella por encima de todo. Una mañana, mientras desayunaban, Alejandro se giró hacia Celeste con una sonrisa. — El sábado hay una gala benéfica — comentó casualmente — es para la fundación que creé en honor a Clara. Celeste levantó la vista, sorprendida por la mención de Clara. — Es muy noble de tu parte continuar su labor — respondió con suavidad. — Me gustaría que me acompañaras — dijo él, observando su reacción. — ¿Yo? Pero... ¿Estás seguro? — titubeó ella — Después de todo lo que ha pasado... — Completamente seguro — afirmó — quiero que estés a mi lado esa noche. El sábado por la tarde, Celeste recibió una enorme caja, al abrirla, se quedó sin aliento: dentro había un vestido largo color azul claro. Era ajustado pero elegante, con la espalda descubierta y un diseño que gritaba sofisticación. Junto al vestido había una nota: "Para que combine con tus ojos. Te recogeré a las 8. - A." También había una caja más pequeña que contenía unos zapatos plateados de tacón alto, en otra caja más pequeña había diversos accesorios. El bolso, también en tono plateado, completaba el conjunto perfectamente. Más tarde, Celeste se miraba en el espejo, casi sin reconocerse. Se había recogido el cabello en un moño alto, dejando dos mechones ondulados enmarcando su rostro. El maquillaje era suave pero resaltaba sus rasgos naturales. Todo era perfecto, excepto por un pequeño detalle: los tacones eran imposiblemente altos. — Vamos, Celeste, tú puedes — se animó a sí misma, intentando caminar por la habitación. En ese momento llamaron a su puerta, al abrir, Alejandro estaba allí, impecable en su traje azul oscuro hecho a medida. Los ojos de él brillaron al verla. — Estás... — pareció buscar la palabra adecuada — deslumbrante. Le ofreció su brazo, notando su ligero tambaleo con los tacones, pero decidió no mencionarlo para no incomodarla. La limusina los esperaba abajo. El trayecto fue silencioso, Celeste jugaba inconscientemente con su bolso, mientras Alejandro la observaba discretamente, maravillado por su belleza. Al llegar, el destello de los flashes fotográficos los recibió, Celeste parpadeó, momentáneamente desorientada. Los reporteros se amontonaron alrededor de la limusina apenas el chofer abrió la puerta. Alejandro salió primero, con la elegancia y seguridad que lo caracterizaban. Se giró para ofrecer su mano a Celeste, Al incorporarse, el vestido brilló bajo las luces, arrancando suspiros de admiración entre los presentes. — ¡Señor Montero! ¡Señor Montero! — gritaban los periodistas — ¿Quién es su acompañante? — No bajes la mirada — le susurró él al oído mientras avanzaban por la alfombra roja — Eres la mujer más hermosa de la noche. Los murmullos crecían a su paso, los invitados que llegaban, se giraban para observarlos, sin molestarse en disimular su curiosidad. "¿Quién es esa mujer?" "¡Pero mira qué vestido lleva! Debe costar una fortuna." "Clara lleva poco tiempo de fallecida..." "Es bastante bonita, hay que admitirlo." "¿Han visto cómo la mira? Nunca lo vi mirar así a nadie, ni siquiera a Clara." Celeste sentía que cada paso era un desafío, no solo por los tacones mortales, sino por el peso de todas esas miradas escrutadoras. Una mujer mayor con un vestido verde esmeralda se ajustó los lentes para examinarla mejor, como si fuera un espécimen exótico en exhibición. Al cruzar las enormes puertas del salón, el ambiente cambió, todo era de un gusto excelente. Pero incluso ahí, el efecto de su entrada fue dramático. Ricardo, que conversaba animadamente con un grupo de inversionistas, se quedó petrificado a media frase. Su rostro experimentó una transformación notable: primero sorpresa, luego incredulidad, y finalmente furia, aunque se esforzó por disimular. Vanessa, que se encontraba cerca de Ricardo, con un vestido rojo ceñido y joyas ostentosas, se inclinó hacia él y susurró algo que hizo que su mandíbula se tensara aún más. Celeste apretó suavemente el brazo de Alejandro, ¿Habrían cometido un error al venir juntos? La duda debió reflejarse en su rostro, porque Alejandro cubrió su mano con la suya, dándole un apretón tranquilizador. — Tranquila — murmuró, inclinándose hacia ella —estás donde debes estar: a mi lado. En ese momento, la orquesta retomó la música, y poco a poco las conversaciones volvieron a llenar el ambiente. Un camarero se acercó con una bandeja de champán. Alejandro tomó dos copas, ofreciéndole una a Celeste, ella la aceptó, agradecida por tener algo que hacer con las manos. — ¿Quieres bailar? — preguntó Alejandro, sus ojos brillaron con una mezcla de diversión y ternura al notar su aprehensión con los tacones. Celeste miró hacia la pista de baile, donde algunas parejas ya se movían al ritmo de un vals suave. La idea de intentar bailar con esos tacones la aterrorizaba, además de que no había bailado nunca en su vida, pero la perspectiva de permanecer de pie, expuesta a todas esas miradas y murmullos, era aún peor. — Yo... no sé si puedo con estos zapatos — admitió en un susurro. Alejandro sonrió, era esa sonrisa que reservaba solo para ella, la que hacía que sus ojos se iluminaran. — Confía en mí, dijo, extendiendo su mano —te sostendré. La música envolvía a la pareja mientras bailaban, Alejandro guiaba a Celeste con maestría, haciéndola olvidar momentáneamente su inseguridad con los tacones. Por un instante, el mundo parecía desvanecerse a su alrededor. Hasta que el frío del champán empapó la espalda de Celeste. — ¡Oh, cuánto lo siento! — exclamó una voz femenina con falsa preocupación — Qué torpe soy. Celeste se giró sorprendida, encontrándose con Valeria, la prima de Alejandro, que sostenía su copa ahora vacía con fingida inocencia. — Valeria... — la voz de Alejandro sonó como una advertencia. — Primo querido, fue un accidente — respondió ella con dulzura venenosa, — aunque supongo que está acostumbrada a que le derramen bebidas encima, ¿No? Al fin y al cabo, ese era su trabajo en aquel bar.
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