De todos los escenarios posibles que me imaginé al ver su casa, nunca llegué a imaginar una tan grande.
Mi carro rápidamente estacionó detrás de el de mis padres, mientras mis ojos aún no podían despegarse sorprendidos de semejante lugar al que mi abuela tomaba como hogar.
¿Cómo es que mi madre nunca me trajo a acá?
Un hombre jóven rondando los 25 ó 28 fue el primer indicio de vida que se toparon mis ojos, seguido de dos grandes perros negros que obedientemente se pocisionaron a un costado de el hombre como si éstos también me dieran la bienvenida.
Mi boca estaba ligeramente abierta y una vez bajé de el auto, mi madre giró los ojos al ver mi rostro complemente sorprendido.
— ¿Ya te fuiste Margareth? — preguntó una petulante, aguda y gélida voz desde la entrada.
Adelaida...
Cuando estaba muy pequeña había logrado verla muy pocas veces, y sinceramente en ese entonces nunca habría notado su ostentosa vestimenta y su apariencia que la hacían mostrar como una cuidada señora muy moderna.
— No tengo deseos de quedarme — negó de igual forma mi madre mientras se dirigía rápidamente ante mí para dedicarme un abrazo. — Cuidate mucho Luci, por favor, ya sabes lo que hablamos — soltó con advertencia y pude escuchar a lo lejos el muy exagerado bufido de cansancio de parte de Adelaida.
— por favor, no seas tan básica, Margareth — se quejó y sus tintados labios rojos se arrugaron disgustados al terminar de hablar.
¿En qué rayos me estaba metiendo?
— No seas tan creída, Adelaida.
— prefiero ser creída que una traicionera mala hija que ni siquiera sabe cuidar bien de mi única nieta. — reclamó y mi madre, al igual que como solía sucederme cuando me molestaba demasiado, el bulto de una vena empezó a brotar de su frente. — Maldiga la madre de tuya para que el insulto llegue a mí — añadió burlesca y arrogante viendo con diversión la molestia de mi madre.
— Te juro que cuando mueras.. — comenzó a hablar con rabia mi madre pero ésta fue callada por una muy exagerada risa falsa.
— Te aseguro que cuando lo haga, nada de mi herencia quedará a ti, Margareth. — alardeó.
— Ese es el problema contigo— calló mi madre — siempre piensas que todo es sobre el dinero.
Rápidamente como salió de el auto entró en éste hecha un manojo de rabia, haciéndole compañía a mi padre que se resguardaba desde adentro, y luego de una ligera despedida de manos de su parte, mi cuerpo se mantuvo estático ante aquella imponente figura sin saber cómo reaccionar ante lo que había sucedido.
Y, por obra de magia, aquél rostro duro, apenas se marchó el auto de mi madre, drásticamente cambió a uno excesivamente alegre mientras ésta se acercaba emocionada con sus pantalones ajustados y algo acampandos, hasta a mí.
— ¡pero mira que grande estás! — chilló abrazandome fuertemente y rápidamente inundando mis fosas nasales con un invasivo y fuerte perfume caro demasiado agradable para cualquier olfato. — Un poco desarreglada pero nada que una buena peluquería no pueda arreglar — comentó con entusiasmo comenzando a arrastrarme a dentro. — Jhon, saca sus cosas y traelas — pidió con firmeza al jóven hombre que rápidamente extendió su mano ante mí y yo dudosa y avergonzada entregué mis llaves.
Quería hablar, de verdad quería hacerlo pero ni siquiera llegaba a asimilar todo lo que pasaba. Adelaida caminaba impactando fuerte y prolijamente sus tacones contra el reluciente marmol blanco de el suelo mientras yo me dejaba guiar por ella y sus indicaciones que eran ignoradas por mi distracción al ver mis alrededores. — Ellas son las damas de servicio — siguió hablando y mis ojos al fin le prestaron atención topandome con cuatro chicas de muy diversas edades, con delantal y uniforme, y una enorme sonrisa adornando sus labios. — cualquier cosa que necesites puedes indicarles a ellas — comentó girando a verme y sus labios se cerraron y se curvaron en una arrogante sonrisa al ver mi rostro asombrado — Lo sé, de vivir en aquella simplona casa a vivir aquí es un gran cambio.
— Es muy grande — me limité a decir sorprendida. Incluso aquella casa llegaba a ser un poco más grande que la de Hugo. — Es mucho para que vivan dos personas — comenté algo confundida y el cuidado rostro de Adelaida al instante se arrugó ligeramente.
— ¿Esas ideas de pobres te metió tu madre en la cabeza? — negó — Nunca es mucho si te lo propones, hasta el mundo se convierte pequeño cuando llegas a lograr grandes cosas. — sentenció satisfecha dejándome nuevamente sin palabras — ¿Por qué no me llamaste tú? Dudo que Margareth te dejara venir pero te prohibiera mi número.
— ahmm.. — murmuré apenada.
Realmente mi madre nunca había dejado que me comunicara con Adelaida, y las únicas veces que la había visto, mi madre me quitaba todo método de comunicación con ella, y, a pesar de que quizás si se lo pedía ahora sí me lo daría, yo no tenía un teléfono para marcarle. — yo.. amm.. Extravié mi teléfono — comenté sin dar tantos detalles, sin embargo, como si le hubiese dicho la peor cosa que pudo escuchar, ésta abrió los ojos indignada y giró a ver a Jhon, el cual buscaba una manera de cargar todas las maletas y con un silbido hizo que éste se pusiera alerta.
— cuando termines de llevar las maletas a su habitación, quiero que vayas y compres el último teléfono que se haya lanzado y traigas dos. — pidió a éste confundiendome. El chico rápidamente asintió y se aproximó a un lejano pasillo en donde sorprendentemente un elevador lo esperaba.
¿Un elevador?
— Margareth es una tacaña hasta con su familia — refunfuño haciendo que la mirara nuevamente y mis labios al asimilar lo que decía se abrieron intentando negarme.
— ah.. no, mi madre no es tacaña, solo que nunca llegué a pedirle..
— como sea. — calló a mis intentos de defender a mi madre — quiero que quede claro que en ésta casa, quiero que menciones lo menos posible a Margareth, ella no tiene voz ni lugar aquí — pidió — sé que es tu madre pero estoy segura que ella opina lo mismo en su casa. — respondió y yo me contuve las ganas de asentir a sus palabras.
Era gracioso cómo ambas se odiaban y aún así en ciertos aspectos llegaban a ser idénticas, ya sea en su mal carácter, en el orgullo que las envolvía y en la apariencia que lo único que tenía de diferente entre nosotras eran las edades.
— Sí, abuela. — afirmé y ésta solo sonrió satisfecha.
— bien, acompáñame. — pidió y yo obedientemente seguí a sus órdenes. — como te decía, ésta es la sala principal — indicó señalando el gran salón donde nos encontrabamos.
Éste estaba decorado por muchos adornos negros y algunos detalles en dorado y plateados que hacían ver la sala mucho más moderna y elegante de lo que ya era. — por allá está la cocina — señaló a una puerta plateada que solo constaba de empujarla para poder entrar o salir — no hace falta que entres, si necesitas algo solo pídelo — avisó siguiendo con su camino mientras le restaba importancia a aquél lugar — por aquí está la segunda sala — indicó mostrando un lugar no muy alejado de la cocina con una excesivamente larga mesa negra con un vidrio en el centro. Ésa parte sin duda era mi favorita, puesto que el lugar era iluminado por una gran pared de ventanas que dejaba a la vista parte de el patio trasero de la casa preciosamente cuidado al igual que las flores y árboles que lo adornaban.— aquí es donde se come, y por acá — indicó acercandose a un corto pasillo con una puerta — se sale al patio — indicó pero mientras ésta la abría, yo me había quedado viendo el lugar desde adentro a través de la ventana.
Era sumamente hermoso, tenía una amplia piscina y una gran parte de el lugar tenía una tarima y un salón aparentemente de fiestas puesto que incluso un porta vinos había.
— Ésto es precioso — murmuré y Adelaida me miró con extrañeza.
— mmm.. Planeaba remodelarlo, no me gusta mucho las flores y menos el tamaño de la piscina — se quejó acercandose nuevamente a la sala principal seguida de mis apresurados pasos para lograr alcanzarle — la última vez que invité a una reunión de celebración, mis amigas trajeron a sus hijos y la simple imagen de ver a todos juntandose en el agua — arrugó su nariz — simplemente repugnante. — negó — no entiendo cuál es la necesidad de las madres por tener centenares de hijos, si con uno y no te hace caso. — bufó mientras pasaba por aquél pasillo en el que antes había cruzado Jhon.
Al instante, mis ojos volvieron a fijarse en el lugar y para mí sorpresa, no solo la puerta del elevador estaba, una gran escalera había y debajo de ésta un mueble con una extraña forma cargaban cientos de libros en muy perfectas condiciones, casi parecía que éstos nunca habían sido tocados.
— ¿Cuántos pisos son? — pregunté confundida viendo las puertas plateadas abrirse.
— dos pisos — soltó con simpleza — aunque no lo aparente, Luci, tengo 75 años y me temo que puedo llegar a usar silla de ruedas dentro de poco como tu abuelo, por lo que prefiero prevenir antes que eso pase — comentó presionando el botón de el primer piso.
Ver a Adelaida, sinceramente te intimidaba, hasta incluso llegabas a pensar que aquella señora carecía de sentimientos, y aunque nunca llegué a conocer a mi abuelo, aún cuando habían pasado más de 20 años de su muerte, cuando hablaba de él, en su rostro todavía se notaba la melancolía.
¿Cuándo acaba el luto y el dolor por una persona fallecida?
El elevador subía en silencio y aunque solo habían pasado cortos segundos, el pensar que al igual que Adelaida, viviría el resto de mis días lamentando y recordado la muerte de Hugo, lentamente me consumía.
Justo al abrirse nuevamente las puertas, el chico de traje estaba a escasos segundos de bajar por las escaleras, hasta que al ver a mi abuela se detuvo de insofacto.
— Señora Hall, — llamó usando el apellido de mi abuelo — las maletas ya están en la habitación de la señorita Luci, iré a comprar lo que me ha indicado y llamaré a una de las damas para que venga a desempacar.
Asintió — perfecto. — fue la única y casta palabra necesaria para que Jhon se fuera rápidamente bajando las escaleras.
— No hace falta que desempaquen por mí — negué dejándome guiar por ella — son mis cosas y puedo arreglarlas sola.
— Se que puedes pero por algo les pago. — sentenció caminando por el largo pasillo con solo cuatro puertas en ésta — La puerta de el fondo es mi oficina, si no estoy arriba, estoy allá, y ésta — indicó abriendo la primera puerta que se veía — es tu habitación.
Decir que era hermosa, era quedarse corto de palabras.
Una gran ventana cubierta por una cortina color rosa pastel muy sutil, era una de las paredes de aquella habitación.
La cama matrimonial era adornada con sábanas completamente blancas y pequeños cojines rosa que le daban color al lugar. En una de las paredes, grandes estantes repletos de adornos y uno que otros libros lo adornaba, y a un costado un pequeño mueble de dos personas color crema con una almohada de el mismo color que las de mi cama, adornaban el sitio.
Mis ojos al instante viarajon al otro lado de el cuarto, en donde dos puertas iguales algo alejadas la una de la otras, complementaban la pared como si de cuadros se tratase.
— Es.. hermoso— murmuré una vez más, sorprendida.
— lo sé, — asintió orgullosa — yo lo diseñé — alardeó caminado a una de las puertas — y ésta es la parte que más me fascina — canturreó — éste es tu guarda ropas y la otra puerta te lleva a el baño.
¿Guarda ropas?
Mis ojos querían llorar de solo verlo. No solo por la impresión, aquél lugar constaba de muchos percheros y gavetas que hacían ver aquellas maletas muy escasas de ropa para el lugar. En el centro un mueble circular ya hacía allí y en frente de éste un gran espejo de punta a punta dió el reflejo de ambas paradas en la puerta y mi cara sorprendida.
— Maximus solía estar siempre metido en su guarda ropas — comentó de la nada Adelaida haciendo que girase a verla — Solía tardar mucho más que yo al vestirse — bufó con un ligero humor al recordarlo aún cuando sus ojos comenzaban a brillar más de lo normal. — Se que tu madre ha hablado cosas horribles de mi, Luci — comentó con tristeza — pero no soy un monstruo — negó — creo que todos prefieren simplemente pensar eso de mi y ya — se encogió de hombros y lentamente se acercó al mueble circular para pesadamente sentarse — Realmente no sabes lo feliz que me hace verte — sonrió — tenías 9 años la última vez que te ví y llegué a creer que jamás volvería hacerlo.
Mi corazón se había estrujado enternecido por aquellas palabras y aunque quería abrazarle, mis pies solo se acercaron más a ella sin saber qué hacer.
— Mi madre solía hablarme siempre de mi abuelo — comenté tratando de recordar y haciendo que una ligera sonrisa se asomara en sus labios a pesar de hablar de su gran enemiga. — solía decir que era un completo divo, — negué divertida — que incluso llegó a pensar que sería un gran crítico de la moda.
— Maximus Hall era un viejo terco que creía que su opinión era la correcta siempre — bufó — ¿Sabes qué es lo peor? Que la gran mayoría, ciertamente su opinión era la correcta. — sonrió con tristeza — la única vez que dijo una gran mentira y que no cumplió con sus palabras, fue decirme que si no se había muerto estando conmigo, tampoco lo haría por el cáncer. — asintió lentamente mientras sus labios se convertían en una fina línea tratando de reprimir sus emociones.
Cáncer de colon. Terrible enfermedad para pasar tus últimos días.
— ¿Todavía lo amas? — pregunté con cautela y al ella verme, como si de un espejo se tratase, mi rostro se vio reflejado ante ella.
— Mi amor por tu abuelo fue tan extraño, repentino, y sinceramente agradezco haber aprovechado cada segundo a su lado. — sonrió — El amor es extraño Luci, esos mitos que dicen que solo tienes un verdadero amor en la vida, no es mentira — negó — conocí a muchos hombres pero a ninguno llegué a amarlo con la misma intensidad con la que amaba a Hall. También llegué a detestarlo muchas veces — añadió con si recordara algunos sucesos con ligero disgusto — pero al final, moría de la tristeza al imaginarme un futuro sin él... como ahora.
— Pasaron muchos años..
— lo sé, pero prometí serle fiel hasta la muerte y así voy a cumplirlo. — cortó a mis palabras y una lágrima rebelde bajo por su mejilla siendo limpiada al instante por sus arrugadas manos.
No lo entendía, no entendía cómo ella después de perder a su único amor podía aún estar de pie recordando su muerte como una linda y triste anécdota. No entendía cómo no se había desplomado y cómo había surgido adelante sin ayuda del apoyo ni de su hija, y yo, que tenía el apoyo de todos los que me rodeaban, moría lentamente por dentro y veía a Hugo en cada aspecto de mi vida recordandolo con dolor y culpa.
La confusión en el rostro de Adelaida se hizo presente cuando la que había comenzado a derramar lágrimas había sido yo, y pareciendo analizar la situación sus labios solo se movieron para pronunciar aquella afirmación que ya sabía pero nunca había escuchado de alguien más. — tú también perdiste a tu verdadero amor.