Capitulo 4

2313 Words
La tela se afloja lo suficiente como para que empiece a caerse por su cuerpo cuando termino de abrirle la cremallera. La veo de espaldas, esbelta y delgada, con los músculos tonificados de las animadoras. Cuando termina la cremallera, se da la vuelta con una sonrisa y aparta las manos de la parte delantera del vestido para sujetarlo. El vestido se le resbala y cae al suelo. Se cubre los pechos con las manos antes de que pueda verlos, y solo lleva una tanga de encaje. Se me seca la garganta y la sangre de la cabeza me sube de nuevo a la polla. Gabby me mira con una sonrisa, notando el bulto en la parte delantera de mis pantalones. —Muchas gracias, papá —susurra. Oírla llamarme así me da un escalofrío que casi me hace temblar las rodillas. Quiero oírla repetirlo una y otra vez, gritando mientras mi polla entra y sale de ella. —Solo una persona por puesto —grita un dependiente a través de la cortina, y de inmediato vuelvo a la realidad. Ya no soy un hombre frente a la mujer más sexy que he visto en mi vida. Soy un padrastro que piensa cosas profundamente inapropiadas sobre su hijastra. —¡Perdón, solo me estaba ayudando con una cremallera atascada! —dice Gabby a través de la cortina. Asiento y salgo a toda prisa. Cuando termina y se marcha, estoy listo para irme a casa. Pero quiere pasar por Spencer antes de irse. Necesito llegar a casa y ducharme cuanto antes, pero accedo a entrar. La sigo por los pasillos y me río con ella mientras me señala camisetas ridículas y regalos de broma. Finalmente llegamos a una pared con calcetines y ropa interior, y al principio no le presté mucha atención. Eran sobre todo bóxers con diseños de cultura pop y frases graciosas, pero Gabby se queda sin aliento y coge uno para enseñármelo. Se trata de un par de atrevidas bragas hipster blancas con las palabras "Daddy's Little Slut" escritas en naranja en la parte posterior. —¿No son monísimos? —se ríe Gabby, dedicándome una sonrisa cómplice—. ¿Crees que debería comprármelas, papi? Es sugerente, y ya no hay sutileza. Ella sabe que sé que me está tomando el pelo a propósito. A ambos nos gusta demasiado como para dejarlo ya. Solo puedo imaginarla usándolas debajo de ese vestido azul, así que asiento. Ella va a la caja y paga las bragas mientras yo espero afuera. Cuando termina, volvemos al coche y conducimos en silencio unos minutos. —¿Puedo preguntar por qué me llamaste papá ahí dentro? —pregunto cuando estamos en un semáforo en rojo. Gabby se gira hacia mí con una cálida sonrisa y se encoge de hombros. —Creo que siento que nos hemos acercado más. En ese momento lo sentí natural, pero siempre puedo parar si no te gusta. —Está bien, no me importa —digo, volviendo a conducir cuando el semáforo se pone en verde—. Solo tiene otra connotación que otros podrían... malinterpretar. —Así que no debería llamarte así cuando estés delante de otras personas —dice Gabby, comprendiendo inmediatamente a qué me refiero. —Probablemente no —me río y mantengo la vista fija en la carretera mientras ella se reclina en el asiento del copiloto. Cuando llegamos a casa, Marie está corriendo como loca buscando su uniforme y sus llaves, apresurándose para prepararse para el trabajo. —¡Hola! ¡Ya volvieron! —grita Marie, corriendo hacia nosotros—. Jane tuvo un accidente esquiando en la montaña y me necesitan para cubrir su turno de fin de semana en el hospital. Está de guardia hasta el domingo por la noche. —¿Nochebuena? —pregunto, un poco molesto por perderme el fin de semana con ella—. Este iba a ser tu primer fin de semana libre en meses. —David, lo siento mucho. Es que ya no hay remedio. Me necesitan, soy la única cirujana disponible —dice Marie, acercándose y dándome un beso rápido en los labios. La ayudo a preparar su equipaje para el fin de semana porque el hospital está en lo alto de las montañas y, por lo general, durante los turnos largos se queda en alojamientos del hospital. Aunque quiero pasar la Navidad con mi esposa, una de las principales razones por las que no quiero que se vaya es por lo que podría pasar si no está. Con Gabby y yo aquí todo el fin de semana, no sé si podré resistir la tentación. Gabby y yo acompañamos a Marie hasta el coche y, cuando se va, Gabby se gira hacia mí con una sonrisa. —Supongo que ahora solo quedamos tú y yo, papi. Joder, esto va a ser difícil. Necesito alejarme de ella si puedo, pero es difícil. Vivimos en la misma casa, preparo la cena para los dos, y esconderme en mi habitación es extraño. Todo es normal cuando cenamos. Estaba cansado de ir de compras toda la tarde, así que pedimos pizza y comimos frente al televisor. Cuando terminamos, fui a la cocina a recoger los platos. Mientras lavo los platos, Gabby se sube a la encimera con una paleta en la mano y empieza a lamerla sin decir palabra. Todavía lleva puestas las mallas y la camiseta del centro comercial, y cuanto más lame, más ensucia la paleta. La miro de reojo al principio, pero cuando su lengua recorre el largo del helado, me quedo completamente fascinado. El jugo le gotea por la barbilla y le mancha la camisa, pero ella no le hace caso. Sus ojos se encuentran con los míos mientras su lengua talla valles en el palito y ambos imaginamos claramente que es mi polla. Gime mientras lo come y no hago nada por ocultar mi creciente erección. Después de un minuto, me acerco un paso más, le arrebato el palito de la mano y se lo pongo delante de la boca. Sonríe con suficiencia mientras lo meto y lo saco de su boca. Sus piernas se abren sobre la encimera y lucho contra el impulso de meter la mano entre ellas y sentir el calor en la palma. —Chúpatelo todo como una buena chica —le susurro mientras le meto el helado entero en la boca. Lo toma con facilidad y, cuando lo saco, le gotea más jugo de la barbilla. —¿Lo estoy haciendo bien, papi? —susurra sin aliento mientras envuelve sus labios alrededor de la punta y sorbe el jugo. Ya no aguanto más. Estoy a punto de sacarme la polla de los vaqueros y dejar que me la chupe hasta secarme. La necesito. Necesito su lengua así alrededor de mí, necesito su coñito apretado lleno hasta el borde con mi polla. Pero no puedo hacerlo. Estaría mal. Pienso en Marie y en todas las promesas que le hice. Las rompería todas si hiciera esto. Le saco la paleta de la boca y me alejo. Paso el resto de la noche en mi habitación, evitándola. Cuando intento dormir, no puedo. Solo pienso en esa maldita paleta y en cuánto desearía serlo. Finalmente, decido ir a la sala a ver la tele. Marie siempre ha sido una férrea en contra de los televisores en el dormitorio. Bajo el volumen para que Gabby no oiga y se despierte. Pongo "Monstruos salvajes" en HBO, una película que recuerdo con cariño de mi juventud. Me recuesto en el sofá y me relajo mientras la película suena. Después de un rato, oigo pasos en el pasillo y Gabby se acerca vistiendo nada más que un par de bragas de algodón blanco y una camiseta ajustada lo suficientemente ajustada para que pueda ver que no lleva sostén. Aunque esta película es una de las más sexys de todos los tiempos, mi atención se dirige hacia Gabby. —¿Qué es esto? —pregunta, sentándose a mi lado en el sofá. Solo puedo concentrarme en sus piernas y en cómo se las abriga como si tuviera frío. Le explico de qué película se trata y se acomoda para verla. Después de unos minutos, tirita contra el frío de la habitación y se levanta para coger una manta del armario. Claro, le miro el culo y veo que lleva las bragas de "La Putita de Papá" que compró antes. —Joder —susurro en voz baja. Claro que las llevaba puestas esta noche. Solo quiere provocarme. —¿Qué? —pregunta ella con un esbozo de sonrisa. —Sabes perfectamente de qué iba eso —le digo, señalando sus bragas. Se ríe y asiente antes de sentarse en el sofá a mi lado. Se cubre completamente con la manta, de modo que solo asoma la cabeza. Al menos lo agradezco. Vemos la película en silencio un rato y luego llega la escena. La escena que me volvió loco de joven durante años, donde dos mujeres se besan apasionadamente. No puedo evitar la excitación que me recorre el cuerpo. Mi pene se contrae sin querer y, por supuesto, es lo único que Gabby mira. —Qué calor —susurra tan bajo que casi suena como un gemido. La miro con asombro al ver su mano moverse bajo la manta como si se masajeara el coño. Si antes no tenía la polla dura, ahora me pide a gritos que la toque. —¿Tú también lo crees, eh? No digo nada mientras acorto la distancia entre nosotras y le quito la manta. Como sospechaba, tiene una mano en sus bragas mientras se masajea. Una pequeña mancha húmeda cubre el algodón por fuera y tengo que contenerme para no tocarla. Lo que no esperaba era ver su camiseta levantada por encima de sus pechos y sus pezones, color chicle, duros y puntiagudos. —Vas a ser mi perdición —le digo mientras observo su perfecto cuerpo de adolescente—. Esto tiene que parar. —¿He sido una mala chica, papi? —pregunta mientras saca la mano de su coño y me muestra lo mojada que está. Su mano busca mis pantalones y los baja, liberando al instante mi polla dura y palpitante. Recorre el eje con los dedos, dejando que los restos de sus fluidos la cubran. Sus movimientos son espasmódicos y lentos, como si nunca lo hubiera hecho. Ahora que lo pienso, no sé si lo ha hecho. Es guapísima, pero no recuerdo que tuviera novio y va a una universidad solo para chicas. —Te has portado muy mal —digo, observándola mientras me rodea con la mano y empieza a masajearme lentamente—. Quizás necesites un castigo. Coloco mi mano sobre la suya y la giro como si fuera yo mismo para mostrarle qué hacer. Enseguida capta lo que quiero que haga y yo aparto la mano, saboreando su suave piel acariciándome. —Pero no quiero un castigo, papi. Haré lo que sea necesario para que no me lo den —dice mientras vuelve a cubrir su dedo con sus jugos y me acaricia. —Joder, qué traviesa eres —gimo mientras la toco y siento lo mojada que está a través de las bragas—. ¿Has hecho esto antes? Ella recuesta la cabeza contra el sofá mientras le masajeo el clítoris por encima de las bragas y niega con la cabeza. —No —gime. Sus piernas se abren más para mí y deslizo mi mano dentro para sentir su coño desnudo contra mí. Está resbaladizo por la excitación y cada roce le provoca un escalofrío por todo el cuerpo. —Estás tan mojada para papi —gimo mientras me aprieta la polla con la mano—. ¿Ya te has metido un dedo? Ella vuelve a negar con la cabeza y se sacude la cadera contra mi mano. Ahora todo tiene sentido. Gabby está aquí, a mi lado, lejos de su colegio femenino, excitada y con una curiosidad increíble. —Papá te va a llenar con sus dedos esta noche —le digo, esperando a que asienta. Lo hace con entusiasmo, lamiéndose los labios y gimiendo mientras le rozo el clítoris con el pulgar. Sigue moviendo la mano arriba y abajo de mi polla, pero la aparto para mostrarle exactamente cómo me gusta que me provoquen. Cuando lo vuelve a colocar, juega con mi cabeza y frota mi pre-semen a lo largo de mi eje para empaparlo adecuadamente. —Quítate las bragas, nena —susurro antes de que levante las caderas y las aparte de una patada—. Papi las va a usar cuando quiera follarte. Igual que las que me dejaste en el baño. —Sí —gime justo cuando dejo de frotar su clítoris y coloco mi dedo fuera de su entrada. —Di el nombre de papá cuando vengas, bebé —le digo mientras llevo mis labios a su pecho y paso mi lengua sobre su delicioso pezón rosado, chupándolo en el momento exacto en que deslizo mi dedo medio en su apretado coño. Me agarra la polla con más fuerza mientras la penetra y tengo que contenerme para no correrme en ese instante. Su coño está tan apretado que se aprieta contra mi dedo, palpitando de placer al ser tocado así por primera vez. —Me encanta que ningún hombre te haya tocado antes, nena —le digo, acercándole la cara para besarla—. Voy a follarte y arruinarte para todos los hombres. Nunca volverás a ser follada como te folla papi. Siempre me desearás como yo te deseo. Se estremece y sus músculos se tensan mientras oleadas de placer la invaden. Su lengua se desliza fuera de su boca y llena la mía, arremolinándose alrededor de la mía mientras gime sin control. Me los trago todos, hambriento de la próxima vez que pueda escuchar sus gritos de placer.
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