Me llevo las bragas a la nariz e inhalo profundamente, dejando que mi lengua roce la humedad para saborearla al máximo. Mi polla está a punto de reventar cuando oigo que la música de la habitación de Gabby se apaga.
Pero no puedo contenerme. Siento un frenesí con cada respiración mientras masajeo mi enorme bulto a través de los pantalones. Dejé escapar un gemido hambriento, mucho más fuerte de lo que pretendía.
Se oyen pasos sobre el suelo de madera, deteniéndose fuera de mi oficina. Gabby no llama ni empuja la puerta. Simplemente se queda ahí parada, escuchando mientras me bajo la cremallera de los pantalones y froto la humedad de sus bragas contra mi pene.
—¡Pasa aquí! —grito sin pensarlo mejor.
Ahora mismo, necesito un respiro. Gabby ha causado todo este problema, ahora lo va a arreglar.
La puerta se abre y Gabby entra con una sonrisa nerviosa, mordiéndose el labio mientras observa la escena que tiene ante sí.
—¿Por qué dejaste esto aquí, Gabby? —Empujo la silla hacia atrás para que vea exactamente a qué me refiero.
Abre los ojos como platos al ver mi polla dura y palpitante, y su pecho sube y baja rápidamente.
—Sé que te gustan. Quería hacerte un regalo —susurra Gabby, adentrándose con cautela en la habitación.
Todavía lleva su pijama holgado y su camiseta blanca. Al mirarme, sus pezones se endurecen y es evidente que no lleva sostén.
—¿Ves lo que me haces? —le pregunto, dejándola ver cómo el líquido preseminal se le escurre por las bragas.
Asiente con una sonrisa.
—Eres una provocadora, ¿lo sabes? Te excita torturarme así.
—Quiero que te sientas bien, papá —susurra.
—¿Sí? Entonces ven aquí. —Tomo las bragas y las dejo sobre mi escritorio, abriendo las piernas mientras señalo con la cabeza al suelo—. Tú causaste esto, quiero que lo arregles. Tus acciones tienen consecuencias, Gabby.
No lo duda, se acerca un poco más y se arrodilla frente a mí. Presiona sus suaves manos sobre mis muslos y mira mi pene dolorido con asombro y ojos abiertos.
—No sé qué hacer, papi —dice Gabby mientras se lame los labios.
—Bésala —le digo, agarrándome la polla y apuntándola hacia su cara.
Se acerca más, siento el calor de su aliento en mi polla y un escalofrío me recorre el cuerpo.
Frunce los labios y los aprieta contra la cabeza de mi pene mientras lo rodea con la mano y lo aprieta. Cuando se aparta, veo un fino hilo de mi presemen en sus labios, que lame de inmediato.
—Joder, qué traviesa eres —susurro mientras extiendo la mano y le froto los labios con el pulgar.
Los separo y meto mi polla entre ellos.
—Ahora lámelo, nena. Mójalo bien para mí.
Su delicada lengua rosada sale de su boca y la recorre lentamente alrededor de mi punta con una precisión torturante. Se asegura de que esté completamente empapada. La remueve un par de veces más y echo la cabeza hacia atrás para soltar un gemido gutural que no puedo contener.
Solo ver a mi traviesa hijastra de rodillas con mi polla en su boca me pone al límite, corriéndole sobre su suave lengua. Tengo que apartar la mirada para saborearlo de verdad.
No sé si algún día podré volver a experimentar este éxtasis, tengo que dejar que esto dure.
—¿Está bueno, papi? —pregunta Gabby antes de seguir enredándome la lengua.
—Sí, cariño. Tienes un don natural. Estás hecha para chuparme la polla así —gimo, agachándome para acariciar su mejilla—. Ahora envuélvela con tus labios como una buena chica. Quiero sentir tu boca a mi alrededor.
Gabby hace exactamente lo que le digo, con sus ojos azul celeste mirándome fijamente mientras la punta de mi pene desaparece en su boca. Esto es el cielo. He muerto y estoy en el cielo a punto de que un ángel que se parece a mi hijastra me vacíe los huevos.
—Muévete así —le digo mientras mis dedos se entrelazan con su pelo y la empujo hacia abajo sobre mi polla para que trague más antes de apartarla.
Cuando la suelto, mueve la cabeza como una profesional.
—Súbete la camiseta, nena. Quiero ver tus pechos perfectos rebotar mientras te mueves.
Sus pezónes están erectos y me agacho para acariciarlos, haciéndola gemir con mi polla en la boca. La vibración solo intensifica el placer.
Me duelen las pelotas y se me tensan a medida que me acerco. Gabby no se separa ni una vez, manteniéndose ocupada chupándome la polla mientras me acerco al orgasmo.
—Papá se va a correr en tu garganta —le digo, mirándola fijamente mientras siento que mi polla empieza a palpitar.
Vuelvo a envolver mis dedos en su pelo y la atraigo más hacia mí. Empujo su cabeza hacia abajo, dejando que mi polla penetre completamente su estrecha garganta.
Se atraganta contra mí, con la garganta tan apretada que puede exprimir hasta la última gota de mi semen mientras se lo traga todo. Mi polla palpita mientras hilos de mi semen se deslizan por su garganta. Gime contra mí y, cuando por fin termino, la suelto y retrocede al instante.
Gabby mantiene la boca abierta mientras jadea en busca de aire, su saliva se mezcla con mi semen mientras gotea de su barbilla y cubre sus perfectas tetas.
—¿Te gusta saborear el semen de papá? —le pregunto, sonriendo a la imagen que tengo delante.
Ella asiente.
—Dilo, cariño. Dime cuánto te gusta.
—Me encanta el semen de papá —susurra Gabby, apretando las piernas para excitarse—. Quiero saborearlo todo el tiempo.
Al ver lo desesperada que parece estar por liberarse, me lamo los labios y lucho contra la vocecita en el fondo de mi mente que me dice que no lo haga. ¿Quién necesita razones cuando tienes a una sexy jovencita de 18 años de rodillas frente a ti con tu semen goteando de su boca?
—Levántate —le digo, y ella lo hace.
Le bajo los pantalones para ver su coño ya reluciente. Ya hemos llegado hasta aquí, ahora voy a saborearla.
Le hago un gesto para que se siente en mi escritorio y lo hace. Sus piernas se abren ante mí y dejo que mi boca se estrelle contra ella sin provocarla. Ya está tan mojada que no puedo esperar.
—¡Dios mío, papi! —grita Gabby en mi oficina al sentir el calor de mi boca en su clítoris empapado.
Está tan excitada que no dudo que se correrá en minutos.
Estoy a punto de excitarme con ella cuando suena el teléfono. Planeo ignorarlo y perderme en el coño adolescente perfecto que se extiende ante mí.
—¿Hola? —responde Gabby, mordiéndose el labio con fuerza mientras me mira con una sonrisa traviesa.
Me quedo paralizada un momento, y entonces me doy cuenta de lo que está haciendo. Le paso la lengua suavemente y se queda boquiabierta, pero no emite ningún sonido.
—Oh, hola mamá. Creo que David está nadando ahora mismo. Debe de haberse dejado el teléfono en la oficina.
Estoy a punto de alejarme sabiendo que es Marie la que está al otro lado de la línea. Es demasiado arriesgado, por no decir totalmente incorrecto, estarle comiendo la polla a su hija mientras habla por teléfono.
Antes de que pueda, las piernas de Gabby me envuelven y extiende una mano para pasarla por mi cabello. Podría pedirle que me suelte, podría intentar escabullirme, pero cualquier ruido podría alertar a Marie de que algo está pasando.
Gabby se lleva el teléfono a la oreja y me sonríe mientras la lamo de nuevo. No puedo negar que esto es excitante, aunque eso me convierta en una persona completamente loca. Gabby está hablando por teléfono con su madre, mi esposa, y yo me pierdo en su coñito como si no importara.
Solo me concentro en el sabor de su coño, en lo húmedo que está y en cómo sus jugos empapan mi barba.
—Todo ha ido bien aquí —dice Gabby antes de cerrar la boca y retorcerse contra el escritorio—. David y yo nos llevamos de maravilla. Vamos a ver una película esta noche.
Le chupo el clítoris entre los labios y tiene que taparse la boca con la mano libre para no gritar. Todo su cuerpo tiembla mientras deslizo dos dedos en su estrecho agujero.
Mi polla está dura otra vez y podría ponerme de pie ahora mismo y follármela con ella. Es tentador... muy tentador. No quiero nada más que sentir su coño apretado enredado en mi polla. Pero me quedo donde estos.
Gabby pone el teléfono en altavoz y lo apoya contra su pecho, dejando que la voz de Marie resuene por la habitación. Debería sentirme mal al escucharla. Pero no es así. Solo aviva la pasión de mis movimientos mientras le lleno el coño con los dedos y lamo todos sus jugos.
—El trabajo ha sido muy intenso, muchos turistas han intentado esquiar por primera vez y han fracasado —dice Marie con un suspiro exagerado.
—Ah, sí —dice Gabby, con la voz casi quebrada en un gemido—. ¿Qué pasa con eso?
Ella golpea el teléfono y nos silencia mientras grita y se convulsiona en mi escritorio. Entro y salgo de ella con los dedos a toda velocidad, observando con una sonrisa de satisfacción cómo el placer la invade y se aprieta los pechos.
—¡Joder, sí, papi! ¡Qué bien se siente! —gime, mirándome fijamente mientras Marie habla de fondo sobre un caso que tuvo que atender esta mañana.
Se retuerce contra el escritorio, incapaz de detenerse mientras oleadas de placer la invaden. Escucharla gritar y gemir así es mágico. Me produce un efecto que no puedo explicar. Saber que soy yo quien causó este placer se siente poderoso.
—¿Sigues ahí? —pregunta Marie cuando Gabby por fin baja.
Saco mi dedo de su coño y lamo los jugos, rozando lentamente sus pliegues con la lengua para beber el resto de su placer como agua en el desierto.
—Perdón, debí haber pulsado el botón de silencio —dice Gabby con una risa agotada.
Le rozo el clítoris con la lengua, dejándola sentir las secuelas del placer que le acabo de dar.
Gabby cuelga el teléfono con Marie y yo, a regañadientes, saco la cabeza de entre sus piernas. Me mira con una sonrisa traviesa y pícara.
Puede que haya sido un gran error, pero ahora sé que no hay vuelta atrás. Nos quedan menos de 24 horas juntos antes de que Marie vuelva a casa y la haré mía.