Con mi trabajo en el bufete estos meses he podido mejorar cierta calidad de mi vida. He podido rentar un apartamento para mi sola y, me he comprado un coche. No sabía que esto pasaría, pero fue todo como muy rápido como si hubiera algún detonante en mi vida aquella noche. Solo, estuve con aquel hombre por la situación y luego todas las piezas fueron cayendo una sobre otra.
Yo accedí en su día a ser madre subrogada. Necesitaba el dinero y ellos no podían tener hijos, se suponía que me inseminaría del embrión del padre y les daría al bebé. No era algo fácil de decidir pero tenía necesidad de devolver ese dinero o iría a la cárcel. La vergüenza me impidió pedirlo prestado y era demasiado dinero. No podía saber en ese momento que alguien de la nada daría esa cuenta por saldada y que conseguiría mi maravilloso trabajo. No podría saber que la vida de me solucionaría de la noche a la mañana.
Todavía ni siquiera lo entiendo.
Nunca tuve oportunidad de ver al padre del bebé. Mis encuentros fueron solo con su esposa y ella me pidió la cita para la inseminación con el semen de su marido. Todo esto era un acuerdo que ahora ha fluctuado demasiado y me estoy volviendo loca. He caído en las garras del infame destino. Un maldito karma de mierda que me está jodiendo.
Arranco el coche y me alejo del restaurante, de él y de todo esto. Tengo que ir al trabajo y hoy llega el jefe. El juez dueño del despacho llega hoy después de semanas de baja médica. Finalmente voy a conocer a mi Salvador.
Pasa el resto del tiempo necesario para que llegue al bufete y me siento algo nerviosa. Cuando aparco salgo del coche, arreglo mi vestido tubular hasta debajo de la rodilla, me cuelgo el bolso en el brazo junto con el abrigo y subo al ascensor que me llevará directo a mi piso. Y me ha dicho los compañeros de trabajo que él desea reunirse con todos en privado. Uno por uno y por eso mi cita era ahora, dándome el tiempo de reunirme con la pareja a la que le iba a explicar que ya no habría bebé para ellos pero todo se ha vuelto sal y agua en un segundo.
Suba el pitido del ascensor indicando que estoy en la planta y mientras cito a las chicas para cenar juntas, se abren las puertas y la de recepción me dice que él jefazo ya me espera.
Cruzo los dedos mentalmente, guardo el móvil en mi bolso y llamo al cristal nevado de su oficina antes de entrar. Espero que me indique que pase y cuando lo hago casi me caigo al suelo...ahí está William, parado tan tranquilo con su traje de tres piezas y muchos botones dorados esperándome, con las dos manos metidas en sus bolsillos.
—¿Qué haces aquí? —cierro con urgencia —. ¿Te has vuelto loco? Sal de la oficina de mi jefe. Este es mi trabajo y no puedo hablar contigo ahora. Quedamos en...
—Yo soy tu jefe, Naia —me atraganto —. Este es mi despacho, mi bufete y tú mi fiscal.
Ahora sí no puedo más. Me tengo que sentar o voy a irme al suelo en cualquier momento. Busco un sofá y sin pedir permiso me dejo caer en él tapándome la boca, nerviosa...asustada, jodida.
—¿Por qué de pronto estás en todos lados que voy? —lloriqueo sin mirarlo.
—¿Necesitas algo?¿Agua, café...?
—Necesito que dejes de aparecer por donde quiera que voy hoy.
Se encoje de hombro como si tal cosa y me pasa unos papeles. Los tomo intentando que no me vea temblar. Esto me supera.
Leo detenidamente el contrato que me ofrece, ya lo había firmado, soy suya por dos años como mínimo y siento que en más sentidos de los que creo.Me hace sentir una adolescente inmadura y nerviosa.
—¿Cómo puede ser que seas tan hermosa? —sé que me sonrojo.
Me quita de las manos el contrato y lo deja sobre la mesa para venir a sentarse a mi lado que estoy inclinada con mis codos sobre mis rodillas. Sus ojos se clavan en los míos de pronto y me pongo muy nerviosa, me intimida muchísimo. Es tan guapo y tan arrogante en su forma física que me intimida. Y todo esto es muy extraño. Me siento acorralada.
—No sabes como te he esperado —indica mientras trata de tomarme una mano que rechazo.
—No digas eso —retiro los ojos de los suyos, nerviosa —. Haces que me sienta perseguida. Estás casado, tu hijo está en mi vientre, trabajo para ti y siento que me quieres conquistar en medio de este caos. ¿Es que no te das cuenta de que es de locos lo que nos está pasando? Que se muere tu mujer, William. Por el amor de Dios.
—Te he soñado tanto que puedes decir que llevo mucho persiguiendote. Haberte conocido fue un regalo del azar.
—¿Seguro? —pregunto desconfiada.
—Seguro —repite afirmando seco.
—Deja de decir inconsciencias. Estás cerca de enterrar a tu esposa. ¿Cómo crees que te hace ver ante mi esto que haces?
—Te he dicho que soy honesto —se yergue y vuelve a meter las manos en sus bolsillos. Comienza a darse paseos.
Yo también me levanto para encargarlo pero entonces se me acerca y me toma de la cintura, me da la vuelta y se acomoda detrás de mi espalda, sus manos abrazan mi vientre y trata de acomodar su altura sobre mis hombros pero como eso le impide pegarse a mi, se apoya con la barbilla entonces, en mi coronilla. Es muy intimo para ser casi un desconocido. Él tiene esa seguridad de dominar todo, incluso el tiempo y hacer que parezca que estamos en donde lo hemos hecho toda la vida porque a aquí pertenecemos. Y la realidad es mucho más cruel que todo esto.
—No estás siendo sincero con ella —le reclamo pero no le aparto. No sé que me pasa.
No soy idiota y se puede ver que este tipo es peculiar. Y todavía más extraño es la forma en que me hace sentir. Eso...me preocupa. Mucho más.
—Hace mucho que le miento, ya te lo he dicho. Ahora no voy a herirla pero me produces cosas —responde y miramos afuera, a la vista del cielo —. No lo puedo explicar pero te vi y solo necesité eso para desear hacerte mía, y no solo tu cuerpo.
No puedo decir mucho porque me distrae a besos. Unos besos imposibles de ignorar, unos urgentes que deja caer por mi cuello y me embrujan, son capaces de hacerte vaciar la mente de cualquier cosa que no sean ellos. Me siento en peligro.
—¡William... Para!
Pasea sus manos por mi cuerpo como si fuera suyo. Incendiandolo...dominando cada espacio que conquista. Me ignora y me levanta la falda dejándome pega da a él, inmóvil...jadeante.
Mete los dedos entre mis muslos por delante y finalmente alcanza y entra dentro de mis bragas, luego acaricia mis nalgas con lascivia. Aprieta, palpa...pellizca al tiempo que me quita el aliento con sus besos abrasadores. Estoy borracha de él y esto está mal.
—¿Seguro que quieres que pare? —se le corta de pronto la pregunta y entiendo cómo se siente.
Corre la tela y sus dedos se mojan entre mis pliegues. Eso le ha hecho perder la concentración un segundo.
No quiero que pare, tampoco que siga...no sé lo que quiero porque él me hace perder la perspectiva. Estoy extraviada en su seducción.
—¡Oh, Dios! —sigue con un quejido y hunde un dedo en mi, me muerdo la lengua y pongo una mano en el cristal delante de mi, necesito que algo me sostenga —...extrañé sentir esto en ti, me encanta como eres tan receptiva, tan mía.
—¡Por favor! —gimo sintiendo la dureza de su m*****o a mis espaldas. Me ha movido y ni sé cuando. Estamos contra el cristal los dos. Me da entonces la vuelta y toma mi barbilla en su fuerte mano.
—Por favor, ¿qué?
—No lo sé —farfullo drogada por su lengua atrapando mi pezón sobre la ropa y el sostén. Este hombre sabe ser una distracción.
—¿Dejarás que yo sí lo sepa?
—¡Por favor!
—¡¿Por favor que?! —repite.
–Tómame, haz lo que quieras. No me preguntes más nada.
En este momento no puedo pensar. Sus dedos en mi interior me están lanzando sobre la cresta de una ola en medio del orgasmo y él lo sabe. Me está llevando por donde quiere para hacer conmigo lo que quiere y de repente gira en mi interior y me hace explotar. Me rompe en pedazos alrededor de sus manos.
—Haré exactamente lo que tu quieres que haga.
—¿Se lo dirás también a tu mujer después?
Mi pregunta le toma desprevenido y siento que a mi también. Los dos nos cabreamos de pronto y eso hace que la realidad regreso a mi perdida cordura. Yo no soy una zorra que se vuelve la amante de nadie de la noche a la mañana y me cuesta comportarme así. Él me fascina, me posee incluso sin tocarme y eso asusta. Llevo a su hijo en mi vientre y eso es una palabra mayor pero no quiero que una cosa se confunda con la otra.
Tengo que tratar de protegerme, de cuidar mi corazón y viendo la forma en que mi cuerpo se entrega a él, debo ser cauta, amén de todo lo que me rodea que me desconcierta mucho.
—¿En serio no me deseas? —se aleja dejándome sola. Luce herido de pronto.
—No es eso.
—¿Entonces...?
—No quiero sentirme una fulana, una put...
—¡Por favor no lo digas! —se ve tan enfadado que cierra los ojos con fuerza —. No sigas ni siquera pensándolo, ¿te hago sentir así? —vuelve a mirarme.
—No se lo que me haces sentir —me acerco pero echa un paso atrás. Está rabioso.
Se aparta más todavía y se va, sin decir nada. Y cuando abre la puerta espeto:
—¿Por qué te pones así?¿Dónde vas?
—No quiero hablar más, Naia. Vuelve al trabajo, nos reunimos todo el equipo al mediodía.
Ahora soy yo la que se molesta. No sé quién se cree que es para decidir cuando se habla y cuando no. Sí, me encanta que me toque y que mi cuerpo se rinda al suyo pero tengo derecho a sentir temores y querer hablarlos no es delito y si él no lo respeta es que es un imbécil como ningún otro.
—Eres tan arrogante a veces...
—Disfruto serlo —contraataca —. ¡Adiós!
Mantiene la puerta abierta para mi mientras me echa fuera y es justo cuando siento que yo también tengo que salir de aquí enseguida.
¡¿Quién demonios se cree que es?