SUSAN B.
Es como si por puro automatismo, por alguna extraña taxia, el sentimiento que corroe mis pensamiento al entrar en su mirada me dejara sin fundamentos. No puedo explicar lo que siento al verme envuelta en aquella oscura y singular mirada. Es como si de repente despertara de un sueño y entrara en otro. Es como cuando el sueño te rompe, caes en la cama y al final terminas haciendo cualquier cosa menos a lo que ibas: dormir, o en mi caso, defender.
Al saludo entre el señor Black y yo es leve, nada más que un leve toque entre las puntas de nuestros dedos, y aún así y con todo y lo que a nuestro alrededor nos sujeta, lo que siento con aquello es más que intenso. Todo mi brazo se ha convertido en electricidad, en pequeños brotes de nervios en cada punto de mi cuerpo, inclusive más en aquellas áreas que no quisiera mencionar. Mi corazón se ha detenido un minúsculo nanosegundo y mi respiración es un tanto más insistente que antes.
Trato de apartar mi mirada de la suya. Yo lo odio, pero lo debo defender, ese es mi objetivo, es mi trabajo, y es a todo por lo que he venido. Quiero demostrar que pese a cualquier cosa que de mí se diga, no hay verdad más justa, que he llegado a donde estoy por mis propios méritos, mis conocimientos y la increíble asiduidad con la que trabajo en cada uno de mis casos, o en las responsabilidades que bien ya llevo.
Asimismo, trato de saludar con la mayor seriedad y respeto posible a los demás impolutos de la sala y a la mujer rubia de cabello teñido, pestañas postizas y lágrimas de cocodrilo que está al lado de su abogado, señalando de asesino y psicópata a mi cliente. Sí bien es cierto que quizá es culpable, mi deber es investigarlo, indagar, defenderlo y llevarlo a una revolución favorable. Al menos intentarlo porque, desde donde yo lo veo, no será nada fácil trabajar a su lado.
La sala, que antes estaba en silencio, es de nuevo brutalmente interrumpida por un sujeto alto, fornido, con anteojos oscuros y traje elegante, al cual de inmediato la chica reconoce como Elías. No sé quién es Elías, pero me hago una idea cuando se sienta a su lado y le da un beso en los labios. Desde aquí ya sé que este caso será toda una locura.
—Vaya, se nota lo dolida que estás por la muerte de tu amante, zorra… —Habla el insoportable galán que tengo a la par, ignorando de nuevo mi presencia para concentrarse en la chica y su… ¿amigo?.
—¡Cállate, asesino! Él es mi primo. —Responde molesta, señalando con acusación a mi cliente. —Tú mataste a mi Zachi.
—¿Zachi? Es lo más ridículo que he escuchado…
—¡Acepta que lo mataste por el dinero que tomó prestado!
—¡Qué me robó!
—¡Anoten qué está confesando que lo mató!.
No hay nada más frustrante que ver a dos riquillos discutiendo como idiotas, así que haciendo uso de mis conocimientos me dirijo al abogado de la rubia artificial.
—Licenciado Milkowis, su clienta está haciendo acusaciones falsas…
—Abogada Baxter, no estamos cometiendo ningún delito…
—¡Objeción! —señaló, viendo al juez, quien tiene cara de pocos amigos. —Las pruebas aún no han sido presentadas por lo que la inocencia de mi defendido sigue en debate, las palabras de la señorita pueden ser consideradas como difamación. No hay nada que lo condene y sospechosos hay muchos. Además, en la sala sólo se permite que estén los litigantes, no civiles…
—A lugar. —Dice, viendo al abogado Milkowis. —Calme a su clienta o ella puede ser contrademanda por difamación.
—Lo siento, señor Juez, mi clienta actuó gracias al calor del momento, pero el señor Black también respondió de manera arbitraria…
—¿Arbitraria?
—Y el señor aquí presente. —Señala al tipo recién llegado, quien no ha dicho nada desde que entró y sólo se dedica a verme con demasiada atención. —Es el hermano del señor Kozlov. También es litigante y parte fundamental de esto. Él asegura tener pruebas de los negocios que Zachary hacia y en varios documentos hay firmas del señor Black.
Golpeo la madera con la mano para llamar su atención y extiendo la mano.
—¿Dónde están esas valiosas pruebas? De ser cierto tuvo que haberlas traído y demostrar que la firma y el sello son genuinos…
El abogado mira a Kozlov con interrogación, pero este sonríe y le resta importancia, cruzando sus brazos.
—No los traje porque pensé que se presentarían el día del juicio.
—Entonces no tiene base legal y debería dejar que el ministerio público se encargue de esto. —Sonrío de lado, mirándolo con triunfo. —Mi cliente ha estado detenido dos días sin haber pruebas certeras en su contra, señor juez, así que pido que lo liberen de inmediato. —Miro a su señoría y trago grueso cuando su mirada se dirige al señor Black y luego a mí.
—La siguiente audiencia es en dos semanas, así que para esa fecha espero que ambas partes vengan preparados, se presenten con las pruebas concretas y no me hagan perder el tiempo. —Dice eso mirando al abogado Milkowis. —Se levanta la sesión, los veré en dos semanas.
Todos, o casi todos, nos ponemos de pie para despedir al señor Juez, a excepción de mi cliente, quien solo rueda los ojos y aparta la mirada como si estuviera regañado, había la orilla de la mesa.
—¡Eso es injusto! —Chilla la rubia, mirando con desdén a mi defendido, tomando de la mano a su acompañante.
—Esa perra… —Balbucea Black, mirando con repulsión a la puerta.
—Bueno, me tengo que ir. No quiero que mande a sus amigos policías a sacarme. —Recojo mi libro de leyes y hago un intento de salir, pero el señor Black me detiene.
—Te tengo una propuesta. —Dice de la nada. —Una que te puede gustar…
El calor invade mi cuerpo y no sé por qué…
Esto es raro…