— ¿Estas embarazada?
— ¿Qué?
— Esa es una cara de que algo malo ha pasado... así que... no me imagino nada peor.
— No — me grito Sam ofendida y golpeo dos veces la mesa de la pequeña cocina.
Me reí de su pequeña superstición, pero conocía a Sam, algo le pasaba, ¿Qué puede ser peor que un embarazo?
Pocas cosas...
Muy pocas cosas.
— Soy tu amiga, solo quería asegurarme — dejo mis cosas y me cambio de ropa mientras sigo hablando —, Entonces ¿por qué esa cara de mierda?
— Ha llegado una carta para ti - i — canturreó.
— ¿Para mí? — pregunté extrañada, porque estamos en un campo de casas rodantes y jamás he dado esta dirección para algo, este es el lugar de Sam.
Me entrega el delicado e impoluto sobre, que estoy seguro de que no ha sido tocado por el servicio postal en su vida. Y como pensaba... solo está mi nombre en el papel, y como pensaba... está abierto.
Le doy una mirada reprobatoria a Sam, pero ahora mismo sus uñas son más importantes que la violación a mi privacidad. No es como si no fuera a contarle lo que ponía en cuanto me enterara.
No hay nada de mi vida que ella no sepa. Lo lindo, lo feo, lo vergonzoso, lo humillante... y no me arrepiento de haber compartido todo eso con ella. Porque ahora mismo, y desde hace mucho, Sam es la amiga que me ha mantenido con los pies en la tierra.
Leo lo que hay en su interior. Mi corazón se detiene un por un par de segundo, y luego va a toda prisa.
Lo mato, en verdad lo voy a matar. Sé dónde tengo el arma, y estoy muy tentada a ir por ella.
Está a kilómetros de distancia, pero estoy segura que me sentiría mucho mejor de tener la pistola en la mano mientras miro el estúpido papel.
¿Se han vuelto locos? Porque esto no lo ha hecho él solo, mi fantástica madre biológica ha tenido algo que ver en esto.
— ¿Qué vas a hacer? — pregunto mi amiga, muy enterada de lo que pasaba.
— Nada — respondí tirando la invitación a la basura.
— ¿Pintaste algo cuando estuviste en florida? — pregunta curiosa, sabiendo del periodo de sequía artística que había tenido.
— Una que otra cosa...
— ¿Y dónde están?
— Bueno... en casa de Margaret...
— ¿Osea que van a vender tus pinturas? ¿Y tú vas a dejarlos? — ahora parecía más molesta que yo.
— Ni siquiera están terminadas... no van a vender nada... como mucho si le van a servir de relleno
— ¿Segura? Esta exposición es de lujo, nena, solo la entrada que acabas de botar a la basura vale más de 200 dólares — saco el papel de la basura, como si se tratara de un billete verdadero —. No parece la clase de lugar que necesita relleno.
Ella tenía razón. Cuando Margaret me ofreció el trabajo, a inicios de verano, investigue de las exposiciones anteriores. Duraba un par de días y finalizaba con una subasta de las piezas más valiosas.
La lista de clientes no solo incluía a gente con dinero, sino también muy famosa, cantantes, actores... Ahora que lo pensaba de seguro los amigos de Lucas irían.
Jesús, que vergüenza, todos esos enormes jugadores de futbol, que me agradaban bastante, verían mis cuadros de mierda.
Esos estúpidos cuadros, que tenían mi nombre y su rostro... mierda, su rostro.
¿En qué momento se me ocurrió que sería buena idea pintarlo a él?
¿Quieres que te recuerde como nos sentíamos hacía él cuando los pintamos?
No es necesario, recordaba bastante bien lo celos que sentía cuando pinte uno, o el deseo de que fuera algo más que mi vecino en otro, y cómo podemos olvidar el que pinte después de tener sexo.
¿Ellos diferenciarían como fue evolucionando mis sentimientos?
No. Apenas si lo sabes tú.
Tienes razón, los cuados no eran tan buenos, y ni siquiera los termine.
¿Eso es lo único que te importa? ¿Qué no están terminado?
Los verán, y pensarán que es lo mejor que puedo hacer... y no lo es.
¿A quién le importa eso?
A mí me importa.
Entonces ve y termínalos... o destrúyelos. Al final son tuyos, no pueden exponerlos, ni mucho menos venderlos sin tu permiso.
No puedo.
Claro que sí, sabes cómo quieres que queden los cuadros incluso antes de comenzar a pintarlos.
No es por los cuadros... es por ellos.
No seas una cobarde, mucho menos por ellos.
Y con eso la conversación con mi vocecita se terminó. Últimamente tenía muchas de esas largas conversaciones, y milagrosamente parecía ser que mi vocecita era un poco más amable... o al menos le caía mejor.
Era menos crítica, y me daba algo de ánimo cuando Samy trabajaba y la soledad me inundaba.
No me engañaría a mí misma, intentando auto convencerme que estoy bien, porque estoy hecha un desastre y no hay otra forma de afrontar mis sentimientos.
— ¿Y qué harás? — insistió mi amiga.
— Ya veré, tengo 1 semana antes del inicio de la exposición para pensarlo —confirme leyendo la fecha —, pero esos cuadros no van a ver la luz jamás, eso te lo puedo asegurar.
La traición de ellos ya pasó a segundo plano, me hacían falta y eso no me dejaba tranquila.
Hace 2 semanas que deje a Lucas en ese apartamento, diciendo que no me siguiera, pero rogando que no me dejara ir.
El día a día no era tan terrible, trabajaba, Sam me mantenía distraída y había pintado un montón de cosas, no había terminado ninguna, pero tenía muchas cosas en proceso.
Ya no tenía la presión de terminarlas, esto se había vuelto definitivamente un hobbies. El sueño de toda mi vida, de dedicarme a la pintura quedo enterrada en esa costa de Florida, con todas sus mentiras.
Lo que me tenía mal eran las noches. No lograba dormir bien, los sueños con Lucas de protagonista eran constantes.
Lo peor es que no eran malos sueños, ni pesadillas. Soñaba con lo que pudimos haber sido, con lo que sentíamos el uno por el otro, lo que significo él en mi vida. Soñaba con sus caricias, sus besos, su cuerpo. Soñaba que no tenía que dejarlo ir, que podía amarlo y que él no se iría... Si, soñaba mucho.
Quería escucharlo, era con lo que más soñaba, su voz. Podía ver su rostro cuando quisiera, tenía su imagen con solo entrar a sus r************* , pero su voz... solo tenía un audio que me envió por w******p mientras estaba en St. Peters.
"¿A qué hora llegas a casa, corderito?"
Era todo lo que decía, no duraba más de 2 segundos, sin embargo, decía tanto de lo que quería escuchar.
Lucas llamándome por ese ridículo apodo que solo sonaba bien en sus labios. De algo que estaba segura era que jamás dejaría que alguien me llamara de esa forma. Era su firma, la marca que dejo dentro de mí.
No importaba que, yo siempre sería su corderito... aunque en realidad ya no lo fuera.
Y otra cosa de la que estaba segura, era que yo jamás volvería a casa...
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