3. Afrodita

923 Words
*Saludos. Si te ha interesado esta novela y quieres leerla completa, te invito a mi grupo de f******k: Lectores de Herón. Ahí te estaré dando la información necesaria de cómo hacerlo. * Afrodita "Infunde amor y lujuria en dioses y mortales. Y en todas las criaturas que viven en la tierra y el mar”. Canto de Homero. Eros entró a la oficina privada de la mujer que lo había criado durante todos estos años y la que le enseñó todo lo que sabía acerca de cómo dar placer a una dama. La hermosa mujer se encontraba escribiendo en su computadora, sentada en su lujosa silla frente a un escritorio rectangular de vidrio transparente. Llevaba puesto esos anteojos que solo utilizaba para leer, siendo sostenidos además de sus orejas por su perfecta nariz recta. Los cuales no alcanzan a ocultar los más grandes y preciosos ojos verdes que tanto le fascinaban a Eros, aunque los de él eran de igual color; no había punto de comparación. Detrás de ella se hallaba una estantería de libros, pero lo que más llama la atención era la pintura de la diosa que porta su mismo nombre: Afrodita. En el cuadro se encontraba ilustrada una deidad desnuda, acostada sobre el mar con sus piernas cruzadas, tapando su rostro y sus pechos estaban al descubierto mientras un grupo de niños con alas, parecidos a los ángeles volaban alrededor de la divinidad. «Rose», pensó Eros, pues le recordaba a la muchacha cuando posó para Jack en la película: Titanic. Casi lo hizo llorar la muerte del pintor y estaba seguro que él también cabía en la puerta. —Otra flor complacida —dijo la mujer y levantó la vista hacia su aprendiz. Afrodita se quitó los lentes y acomodó un mechón de su rubio y ondulado cabello largo que parecía encandilar como el oro fundido. —Por supuesto, para eso me has instruido, maestra. Afrodita expresó una sonrisa de sus gruesos y rosados labios, mientras se levantaba de su puesto y se colocaba enfrente del joven, revelando su fino vestido n***o, bastante escotado que dejaba a la imaginación sus grandes y duros pechos. Su cintura angosta se ajustaba de manera esplendida a su atuendo. Su precioso e hipnotizador rostro, no era el único el motivo por la que era una diosa, sino también ese excepcional y maravilloso cuerpo lleno de curvas bastante tonificado. Cualquier mujer mataría o haría un pacto hasta con el mismo demonio para tener solo un poco de su belleza y de sus atributos. No por nada era la diosa del amor y la belleza; era la más hermosa entre las hermosas, la más sensual entre las sensuales, esa era su maestra, la misma divinidad del placer: Afrodita Wertheimer; la que podría hacer que, cualquier hombre joven o adulto cayera de rodillas a sus pies, por su encantadora y agigantada hermosura. En este mundo no había mujer más preciosa que Afrodita, ni en cara ni en silueta. —Haces que suene como si fueras un objeto y no es así. —Llevó sus dos manos a las mejillas del joven, unió su cuerpo y aplastó sus pechos en el torso de él y le dio un apasionado beso—. Tú eres mi niño. No eran madre e hijo, nunca lo fueron. En el cumpleaños donde él se convertiría en mayor de edad, ella fue su regalo. Lo crio, formó y lo convirtió en el hombre que era ahora, justo como ella quería que fuera, así lo moldeó. Afrodita se había convertido en la mujer que más deseaba y anhelaba, cuando estaba con ella, no podía contenerse. Eros sintió como la agitación y la excitación empezó a recorrer cada extensión de su cuerpo. Afrodita era la única que lograba descontrolarlo y colocarlo de esa forma. No había desarrollado más que atracción y deseo por ella. Eros colocó con rudeza sus manos en la cintura de Afrodita y la pegó con fuerza contra el escritorio, haciendo que la mesa se estremeciera con brusquedad, en tanto no dejaban de besarse. —Mi niño, ya sabes someter a tu señora —dijo ella, orgullosa y con suficiencia, separándose de los labios de su protegido—. Ya has crecido bastante. Afrodita recostó su cara en el pecho del joven y Eros percibió la nostalgia en sus últimas palabras. Pero no las de una madre, eso quedó en claro desde el inicio, incluso desde el primer día en que se conocieron y ella lo adoptó. —Escúchame. —La joven Afrodita habló con autoridad y seguridad—. Tú no eres mi hijo y yo no soy tu madre. Afrodita se acercó hasta el niño, se agachó y le dio un beso en la frente. —Y de ahora en adelante pasaras a llamarte: Eros, porque te convertiré en el más completo y perfecto: dios del placer. —¿Qué pasa, Afrodita? —interrogó él, preocupado—. ¿Hay algo que quieras decirme? La hermosa y madura rubia se alejó de él y volvió asentarse en su silla. Eros no entendía la situación; ella era la mujer más directa del mundo y entre ellos no había secretos, eran íntimos en cuerpo, alma y confianza, sin embargo, esta vez ella parecía estar dándole vueltas al asunto. —Hay algo que quiero que hagas y será la forma en que pondré a prueba todos tus talentos y tu entrenamiento. —La rubia de ojos verdes colocó los codos encima del escritorio y cruzó sus manos—. ¿Lo harás?
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