Flamante, Brillante, Elegante Y Bien Cuidado

2047 Words
Capítulo 2 Flamante, Brillante, Elegante Y Bien Cuidado Al fin dieron las 6 de la tarde y podía irme a mi casa, tranquilo y en paz de haber cumplido un día más de trabajo duro, era jueves en la tarde y el ánimo que daba la llegada del día viernes era incomparable solo con la emoción del día de paga, y si era viernes y pagaban, no saben la alegría y la buena energía que se hacía presente en la oficina, las caras bajas ya no se veían más y todos salían por la puerta con ganas de no volvernos a ver, hasta que se daban cuenta de que el sábado igual teníamos que asistir a la oficina temprano en la mañana. Tome mi saco y aliste mi maletín sobre el escritorio, tras de mí, Camilo y otros jóvenes de la oficina hacían planes de salir el viernes en la noche, los escuché mencionar que irían a un lugar que estaba de moda y que en realidad no estaba muy lejos de la oficina, pero no pude memorizar el nombre del lugar, igual tampoco me interesaba mucho. Al otro lado de la oficina estaba Sandra hablando por teléfono con su esposo, ella se notaba furiosa y pensé de inmediato que el esposo no la recogería ese día, un contraste de emociones era lo que se veía tan solo en el cuadrado de la que era mi oficina, ¿A quién engaño? Ese espacio tan pequeño era la oficina de 3 personas, sala de reuniones de contaduría y depósito para archivos que ya nadie recuerda porque estaban ahí, pero era mi lugar de trabajo, al fin y al cabo, solo faltaban 5 meses para que no lo fuera más. Mire la hora en mi reloj y Salí de la oficina despidiéndome amablemente de Camilo y de Sandra, pero en el caso de ella tan solo me contesto con una mirada de fastidio pues seguía hablando por teléfono y lucia bastante enojada con la vida misma, pero no era mi problema, por lo general me preocupaban mis amigos y familiares, pero los compañeros de trabajo, hace mucho deje de preocuparme por ellos, eran tan esclavos como yo y no necesitaban mi ayuda, mucho menos lo haría desde que el pelmazo de Raúl ascendió gracias a mí. Recuerdo ese día con rencor, tan solo éramos Raúl, una más agraciada Sandra que en esos días recién se había casado y yo como líder del equipo, recuerdo también que pasamos días enteros haciendo un fiel informe de la contaduría de más de un año de la empresa, por decir poco, pues fue más de 4 años los que debimos evaluar y hacer demás cosas molestas de oficinistas y de economía que pocos entenderían por qué a mí me gustan tanto, el caso fue que pasamos días enteros trabajando, saliendo de la oficina casi a media noche, pobre Sandra, por poco su esposo la fecha de su propia casa, finalmente terminamos cada uno su parte del trabajo, pero Raúl no lo había hecho bien, tuve yo mismo que ayudarle a entender su propio trabajo, en esos mismos días coincidieron con el aniversario de la muerte de Gloria, ya se imaginaran que mi ánimo estaba por el suelo, sin embargo logre corregir el trabajo de tal pelmazo y entregar todo justo a tiempo, solo que el cansancio y la fatiga cobraron su precio, el día de la entrega tuve que quedarme en casa pues un dolor de espalda, además de un resfriado me dejaron fuera de juego, confié en Raúl para hacer la entrega y el condenado, aunque no tenga y nunca tendrá el valor para admitirlo, presento el informe del equipo como suyo, haciendo que fuera ascendido con tan solo unos pocos meses de haber entrado a la empresa… ¿Cómo no voy a odiarlo…?, si de algo me alegraba el llegar a mi jubilación al fin seria no volverlo a ver siquiera en fotografías, o a todos esos que como él habían llegado a la oficina y llegado a lo más alto dando tumbos, y si es un poco de envidia a decir verdad, pero la razón estaba en que siempre me sentí cómodo en el mismo lugar, nadie nunca me reprocho el llegar más lejos de ese escritorio ni tampoco me interesaba hacerlo pues ese trabajo ya pagaba las cuentas, podría decir que me falto ambición, ¿Pero si yo no soy así…? Me decía a mí mismo resignado. Salía de mi oficina en medio de mis pensamientos de odio y frustración cuando el rey de roma se atravesó en mi camino, mi sonrisa algo sarcástica y la amabilidad de empleado me impidió mirarlo con el fastidio que le tenía, en su lugar le saludé y me despedí al mismo tiempo. —Don Santiago…—me llamo al ver que pase de largo, —¿Tiene un momento para hablar? —me pregunto. No pude evitar en ese momento expresar con la mirada mi descontento, aunque sin coherencia alguno respondió afirmativamente. Lo seguí hasta su oficina, era igual de pequeña que la mía, sin embargo, él no la compartía con nadie, me quedé de pie esperando la señal para huir del lugar, pero él por lo contrario se tomó su tiempo mientras tomaba asiento y daba un sorbo a su vaso con agua. —Diré usted en que puedo ayudar…—le dije intentando darle prisa a la conversación. —No sea impaciente…—me contesto el desgraciado, —como entenderá, su puesto en verdad es de mucha responsabilidad, y ya que usted nos abandonara en unos meses, los jefes decidieron el dar un aire nuevo a la sección de contaduría…— —Si, eso lo entiendo…—respondió esperando una declaración más útil, —Por eso también esta este muchacho… y la señora Sandra son muy buenos trabajando en equipo… espero que no se refiera a cambiarlos a ellos…—le exprese con preocupación. —No, no, por supuesto que no… eso ni pensarlo, yo sé que le debo mucho a ustedes…— Lo mire de nuevo con odio, pero él parecía ser inmune o en su lugar disfrutar del hecho que sabía lo que nos debía en realidad. —Me refiero a que llegara alguien nuevo por estos meses, la idea es que toda su experiencia, su talento, su conocimiento de esta empresa sea aprendió por esta nueva persona… y ya después usted ira a descansar y nosotros lo extrañaremos…—termino de hablar por fin Raúl. “Maldito adulador de tercera…” pensé al tiempo que en mi rostro había una sonrisa fingida, no sabía en ese instante si sentirme honrado o bien como si lo único útil que tenía para dar era lo que por años aprendí, eso era lo que les importaba en realidad y me pareció incluso ridículo que todos los años de mi experiencia los viniera a aprender un recién graduado cualquiera con sus ideas nuevas y trasformadoras, con su música reguetón y trajes de sastres apretados. —Le seré honesto, no tengo mucha paciencia con los empleados nuevos… no sé si usted recuerde…—le dije con doble sentido. —Oh sí, claro que recuerdo, pero no se preocupe… es más hoy fue entrevistada por los jefes y mi persona… le aseguro le irá bien con ella…—me aclaro con una sonrisa en el rostro. —Sería muy difícil enseñarle a alguien que no está a la altura o bien no tiene la experiencia…—le quise dejar claro mi poca paciencia. —Usted descuide, la joven tiene un muy buen perfil y encajará perfectamente, todos quedaremos encantados…— contesto Raúl con un optimismo sospechoso. “La joven”… una señorita sería la que escogida para que ocupara mi lugar o bien perteneciera a mi equipo de trabajo, pensé con algo de reproche que de seguro era una chica recién graduada o que apenas estaba cursando la práctica, inexperta y sobre confiada, que sería todo un caos, pues la única referencia que tenía de los jóvenes de hoy en día era mi hija, y aunque la quisiera obviamente, no era muy de mi agrado su manera de expresarse o de hacer las cosas, sin duda debía llenarme de paciencia y bajar mis expectativas pues lo más seguro era que me decepcionaría. —¿Bueno…? ¿Y cuándo llega esa persona…?, es una señorita… ¿No? — le pregunté insistente. —Según lo planeado… llegará el lunes temprano en la mañana… yo mismo la presentaré al equipo…—dijo el pelmazo de Raúl. Sin más objeciones, aclaraciones o sutiles confesiones de algún delito moral, Sali de la oficina de Raúl y me dirigí sin prestarle atención a nadie hasta el elevador, tuve que esperarlo en medio de otros compañeros de oficina, mire la hora en mi reloj y la conversación con el jefe me habían costado ya 15 minutos de mi tiempo libre, bendita sea la hora de que podría hacer con mi vida algo diferente, al fin descansar. Un flamante, brillante, elegante y bien cuidado Ford fusión rojo, Sport modelo 2021… se había estacionado al lado BMW L6 del 87, quien haya sido lo había dejado tan cerca que estuve tentado a rayarlo cuando abriera la puerta de mi auto, y lo hubiera hecho si tan solo hubiera podido abrir la puerta, tuve que hacer varias acrobacias y entrar por la puerta del copiloto pasando me dé asiento para poder al fin irme, pero el condenado auto no encendió en el primer intento, gire la llave y me quede unos segundos pidiendo a la vida, a Dios, a algún santo de los autos clásicos que iluminara el motor de mi viejo L6 para que encendiera sin problemas, pise el acelerador al girar la llave, acelere a fondo con el cambio en segundo y con el embrague a su máximo, pues era la única manera en que ese cacharro iba a encender. Lo conocía también que por más pintoresca que sea la forma en que funcionaba no me había nunca fallado mi querido L6, el mismo que vio crecer a mi familia y el mismo en el que lleve a Gloria a nuestra luna de miel, “Como extraño a Gloria… dios mío…” pensé en el momento en que metí el cambio de nuevo en primera y listo para salir del sótano de la oficina, el auto se apagó al avanzar un par de metros, la mirada curiosa y hasta burlesca de muchos de mis compañeros no se hizo esperar, pero yo tenía fe en mi auto, aunque de nuevo las oraciones se escucharon dentro de él, hice de nuevo todo el ritual para encenderlo y lo hizo, esta vez todos en el sótano escucharon el rugir de su motor y recuperando un poco la dignidad salí del sótano despidiéndome al fin de la oficina, anduvo sin problemas todo el camino de regreso a mi casa, obvio si debía tener cuidado pues los frenos estaban un poco largos, tenía que acelerarlo cada vez que me detenía, pero con todo y aventuras mi BMW L6 me llevo de nuevo a casa, al girar en la esquina hice sonar el claxon, enseguida y como si fuera ya su trabajo, el joven Jorge abrió de inmediato la puerta del garaje y se hizo a un lado para que yo entrara, por poco y los frenos no funcionan me detuve a contados centímetros de la pared, a la que días atrás y en varias ocasiones ya había chocado suavemente… “mmm tengo que pintar esa pared…” me dije en voz baja al apagar el auto y tomar mi maletín. Como si fuera el jefe de la servidumbre, Jorge me abrió la puerta del auto antes de que yo mismo lo hiciera. —Buenas noches, don Santiago… ¿Cómo le fue hoy…? —me saludo con amabilidad. —Un día más… un día menos… lo entenderás cuando trabajes…—le respondí como de costumbre. —Si se ama lo que se hace no es en realidad un trabajo…—me contesto como siempre. Sonreí de momento pues había algo que yo nunca dejaría de admirar, mi auto y también un muy buen sarcasmo y con el novio de mi hija nunca me faltaba lo segundo.  
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