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Nora
Estupefacta, observo cómo la figura desnuda de Julian entra en el baño. Las heridas hacen que vaya más lento y sus movimientos son más rígidos que de costumbre, aunque aún hay cierta elegancia en su modo de andar. Incluso después de ese sufrimiento horrible, tiene el cuerpo musculoso, duro y atlético. La venda blanca alrededor de las costillas le realza la anchura de los hombros y la tonalidad bronceada de la piel.
«No se ha opuesto a que me tome la píldora», pienso.
Según voy asumiéndolo, noto que me ceden las piernas del alivio y la tensión producida por la adrenalina desaparece con un zumbido repentino. Estaba casi segura de que iba a negarse; su expresión al hablar era indescifrable, ininteligible… tenía una opacidad peligrosa. Me ha calado a pesar de mis excusas sobre mis estudios y sus heridas; el ojo ileso le resplandecía con una fría luz azul que me contraía el estómago de miedo.
Pero no me ha negado la píldora. Al contrario, me ha propuesto que pidiera un nuevo método anticonceptivo al doctor Goldberg.
Me siento casi aturdida por la felicidad. Julian debe de estar de acuerdo con la parte de «no tener hijos», a pesar de su extraña reacción.
Como no quiero poner a prueba mi buena suerte, me doy prisa y salgo de la habitación para alcanzar al doctor. Quiero asegurarme de conseguir lo que necesito antes de irnos de la clínica. Los implantes anticonceptivos no se encuentran con facilidad en nuestra finca en la jungla.