**ADRIANA** Allí estaba Tomás, pero era un Tomás que no reconocía en absoluto; era como si de repente se hubiera transformado en un desconocido, alguien ajeno a mí. La sensación era la de estar frente a una persona totalmente diferente, me sentí casi una completa extraña. El dolor, esa punzada aguda y persistente, ya se había instalado en lo más profundo de mi ser, me había calado hasta los huesos, dejando una huella imborrable. Y justo en el preciso instante en que la vergüenza, una ola caliente y sofocante, comenzaba a invadirme por completo, amenazando con ahogarme en su marea, una voz familiar, un eco conocido que me devolvía a la realidad, rompió de golpe la pesada tensión que se había acumulado en el ambiente. —¿Pasa algo? Felipe. Me giré apenas y ahí estaba él, de pie a unos pas

