Con los ojos cerrados para disfrutar plenamente de las caricias suaves y reconfortantes de Jennifer, Stavros dejó escapar en un susurro: ―No, iremos a diferentes lugares. No tengo un sitio fijo. Jennifer se mostró intrigada ante esta revelación y respondió con interés: ―Ah, entonces conoceré todas tus residencias. Mientras sus dedos trazaban círculos suaves sobre los pequeños pezones de Jennifer, Stavros, con los ojos cerrados, contestó: ―Sí, tengo varias. ¿Tienes hambre?―pellizcó uno de sus pezones. Jennifer asintió con delicadeza, exclamando: ―Sí. Quisiera comer una hamburguesa de pollo. Stavros, aún con los ojos cerrados, propuso: ―Pediré cuatro. Tres para mí y una para ti. Jennifer rió dulcemente y comentó con complicidad: ―Jajaja, ¡Ay, sí que comes, Stav! Eso explica po

