Jennifer se sentó en la cama, con un estremecimiento doloroso recorriendo su cuerpo, como si un camión la hubiera sacudido. La sensación de ardor en sus muslos internos y entre sus piernas, junto con el dolor punzante en sus partes más íntimas, la recordaban vívidamente de las ardientes embestidas de Stavros. Él era un amante salvaje, de pasión desenfrenada que incluso las prostitutas les asustaba Stavros en su primer encuentro. Jennifer, acostumbrada a parejas menos ardientes que Stavros y con dos meses de abstinencia, se sentía destruida. Parecía que el astuto Stavros tenía razón al sugerir que fueran despacio, sabiendo que él no era un hombre común en asuntos de amor.
―¡Ayyy… me duele todo!―exclamó con un gesto de dolor, mientras se aferraba a su espalda baja con las manos temblorosas.
