Capítulo 1, parte 2

2625 Words
(Vicente) Mi hermano y mi futura esposa se abrazaban como si no hubiera un mañana. Parecían mucho más que amigos. Y no eran celos. Para nada. Pero algo de respeto merecía por parte de ambos y no deberían ser tan descarados enfrente de mí. ―¿Por qué no me lo dijiste? ―le reprochó ella con dulzura en su voz. ¿Podía ser dulce esa mujer con lengua viperina? ―¿Y qué sabía yo que tú eras mi cuñada? No me contaste que te ibas a poner de novia con mi hermano. ―Lo supe hoy, además, no sabía que tú pertenecías a esta familia. ―Claro, no tenías cómo, princesa. Se dieron dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importarles ni un ápice que estuviera yo presente. ―Ven, vamos al comedor, no quiero que se te enfríe la comida, ¿qué dirías de nosotros como anfitriones? Porque ya vi que mi hermano tiene cero educación. ¿Hablaba de mí, con mi prometida, como si yo no existiera? ―¿Cómo es que se conocen ustedes? ―inquirí molesto, más por la actitud de mi hermano que por otra cosa. ―Fuimos compañeros de universidad, en carreras diferentes ―explicó Diego―, nos conocimos porque tu novia derramó su leche en mi ropa. ―Macarena se puso roja―. Luego compartimos almuerzos, pasábamos los ratos libres que teníamos, siempre juntos. Como su amiga no iba a la U (universidad), ella estaba sola casi todo el tiempo y Rodrigo estudiaba de noche, así que yo tampoco tenía amigos con quien pasar el rato. ―¿Y aun así no sabías que era mi hermano? ―le recriminé a mi prometida, mirándola directo a los ojos. Mi hermano la abrazó, apartándola de mi visión y largó una risotada. ―Nunca le dije mi apellido, para ella, yo era Diego, simplemente Diego. ―Y en una ocasión me dijiste que eras Huidobro, ¿te acuerdas? ―le dijo ella divertida. ―Sí, me acuerdo, princesa, pero después te dije que era mentira. ―Sí, pero nunca me dijiste tu apellido, me lo dirías cuando nos casáramos ―replicó ella con un brillo especial en sus pupilas. ―Y una vez más, mi hermanito me ganó ―repuso él con una cuota de molestia. La furia se instaló con todo en mi interior. ¿Cómo que se iban a casar? Busqué el rostro de Macarena para que me diera una explicación racional a todo esto, si ella estaba de novia con mi hermano, ¿cómo pudo comprometerse conmigo? ―De todas maneras, nos quedaban casi veinte años ―agregó algo avergonzada ante mi mirada. ―Quiero entender ―espeté enojado ante esta situación―, ¿me voy a casar con mi cuñada? Diego volvió a reír con ganas y empujó a Macarena con suavidad hasta su puesto, como una forma de poner una barrera entre ella y yo. ―Hermanito ―dijo volviéndose a mí sin dejar su buen humor―, Macarena y yo no somos novios, nunca lo fuimos y dudo mucho que lo seamos alguna vez, así que no te preocupes, pero si la lastimas, me comportaré como si lo fuera. Tú no le vas a hacer daño, ¿me oíste? ―terminó con total seriedad. No respondí nada, él la defendía a morir, ¿qué tenía esa chiquilla que todo el mundo la protegía? Hasta René, al encontrarnos en la escalera, me pidió que no la lastimara, que ella no era como las otras chicas a las que yo solía frecuentar. Me senté al lado de mi prometida. Mi padre, que se notaba muy incómodo con toda esta situación, se sentó a la cabecera como siempre, yo a su derecha, Macarena a mi costado. El puesto del frente de mi novia estaba ocupado por Diego y el que estaba entre él y papá, vacío, mi hermana Fernanda aún no llegaba. Desde que había muerto mamá, ella ocupaba su lugar en la mesa. Yo, molesto aún con mi novia y mi hermano, busqué un tema delicado y como yo me caracterizo por no hacer las cosas como la sociedad o la etiqueta lo impone, no me importó hacer sentir mal a Macarena, al contrario, quería hacerlo. ―No te vi en el funeral de mi mamá, tengo entendido que tu familia y la mía tienen tratos desde hace tiempo. ―No pude ir ―respondió lacónica. ¿No me daría ninguna explicación? ―¿No pudiste o no quisiste? ―insistí. ―¡Basta, Vicente! ―me cortó mi padre. ―Estaba en otro lugar ―contestó ella sin amilanarse, aunque parecía más una máscara. ―Mentirosa ―murmuré. ―Vicente, basta, ella no pudo ir, ya te lo dijo, ¿no lo entiendes? ―El supercuñado al rescate. ―No voy a permitir que la trates así ―sentenció mi papá. ―Todavía no es mi esposa ¿y ya está con mentiras y secretos? Vaya mujer que me escogiste, papá. Mi padre, un hombre que parecía en decadencia desde la muerte de su esposa, miró suplicante a Macarena, como rogando su perdón por mi comportamiento. El silencio reinante se podía cortar con cuchilla. ―Así que estabas demasiado ocupada, me alegra saber que esta noche no lo estuvieras tanto ―ironicé, no me quedaría tranquilo hasta saber la verdad, no tanto porque me importara, al fin y al cabo, eso ya había pasado, ya no se podía retroceder el tiempo, pero me dejaba intranquilo el aire de secreto ultra guardado, ellos sabían qué había sucedido, yo no. La curiosidad podía más y quería saber. ―Vicente, hijo, por favor, ya basta ―intentó calmarme mi padre en vano. ―Quiero entender, papá, ¿es tan malo eso? ―No, no es malo que quieras saber, el problema es cómo lo estás averiguando, no es el qué, es el cómo, hermanito. ―No he dicho nada malo. ―Tú atacas a tu novia sin razón, si ella no fue al entierro de nuestra madre y de la abuela ―recalcó―, sus razones tendría y no tienes derecho a cuestionarla. ―´Tú la defiendes y no estuvo contigo cuando más la necesitaste. ―¡Tú no sabes nada! ―casi gritó. ―Ah, claro, se me olvidaba, tú te avergonzabas de tu familia y ella no tenía idea de lo que estaba pasando. Macarena se fue hundiendo en su asiento a medida que discutía con mi hermano, parecía que hasta le costaba respirar y temí que en cualquier momento se desmayaría. Pero eso a mí me daba lo mismo. Quería respuestas. ―¡Basta los dos! ―ordenó mi papá al borde de un ataque de furia―. Macarena no merece este tipo de espectáculos. ―Lo siento ―se disculpó el hermano perfecto. Mi progenitor me miró a mí. ―Está bien ―accedí sin un gramo de culpa en el cuerpo―. Espero que algún día me cuentes ese gran secreto tuyo ―susurré socarrón solo para ella. ―Estaba en el hospital ―respondió en un murmullo. ―No tienes que dar explicaciones, princesa. ―Otra vez mi hermano a la defensa. ―¿Estabas enferma? Miró a mi padre, luego a Diego, ellos lo sabían, yo era el único que había sido dejado fuera de toda jugada... como siempre. ―Creo que es hora de irme ―dijo con voz temblorosa, ¿iba a llorar? Se levantó de la mesa, apenas se sostenía en pie. ―Te escapas. ¿Qué? ¿Me vas a decir que estabas hospitalizada por drogas? ―Me levanté y quedamos muy cerca. Demasiado para mi gusto.   ―¡Basta, Vicente, es una orden! ―me gritó mi padre, pero no era la primera vez que lo hacía y no me acobardaba ante su furia. ―¿Voy a tener una drogadicta por esposa? ―continué, estaba harto que siempre me dejaran fuera de todo. ―No ―contestó con una tristeza que no pudo disimular―. A una s*****a. Quedé de piedra, esperaba cualquier cosa, menos esto. ¿Se había intentado matar? ¿Qué llevaría a una niña a querer hacer eso? ¿Penas de amor? No parecía del tipo. Diego rodeó la mesa antes que yo pudiera reaccionar y la abrazó. ¡Maldita sea! No solía ser así y me comporté como un idiota con ella, descargué toda mi ira en una mujer que no tenía nada qué ver. ―¡No la volverás a ofender! ―me reprendió mi papá caminando hacia mí―. Se acaba el trato y tú te vas derechito a la calle, Macarena no es una de las mujerzuelas que frecuentas, así que a ella, ¡la respetas! ―Tranquila, princesa, estoy seguro que mi hermano no quiso molestarte. Quedé más pasmado todavía. ¿Mi hermano me defendió? ―Macarena, hija ―mi padre se dirigió a ella ahora―, perdónalo y perdóname a mí por traerte, jamás debí pensar que esta era la solución a tus problemas y a los míos. Fue una estupidez de mi parte, discúlpame. ―Está bien, don Carlos, no se preocupe, no es su culpa. ―Claro que no, la culpa era mía―. La culpa es mía ―afirmó para mi sorpresa―, debí decirle lo que sucedió desde un principio, le debía una explicación de porqué no estuve con ustedes en tan horrible tragedia. ―En realidad no me debías nada ―repliqué, ella se volvió evitando mi mirada―. Lo siento, Macarena ―dije su nombre cuando en realidad quería llamarla como a una niña pequeña, era una niñita, varios años menor que yo, esto no estaba bien, mi padre, esta vez, se había equivocado―. Creo que partimos mal, ¿te parece si empezamos de nuevo? ―¿No crees que eso debiste pensarlo antes? ―intervino mi hermano. ―Lo sé y lo siento, me comporté como un imbécil ―me disculpé, cosa muy poco frecuente en mí. Ella se apartó de Diego y se puso de frente a mí. ―Para mí no es fácil esto, Vicente, si no fuera necesario, te juro que no estaría aquí; también sé que para ti tampoco es fácil, es... Esto es totalmente opuesto a tu estilo de vida... No empezamos bien y dudo mucho que terminemos bien así como vamos. Yo sostuve su mirada, hablaba como si las palabras rasparan su garganta, parecía que en cualquier momento se echaría a llorar y, a diferencia del resto de los hombres, me gustaban las mujeres que lloraban. No histéricas, no, tampoco las falsas que usan el llanto como recurso para conseguir cosas, no, eran las otras, esas que lloran con el alma, a las que se puede abrazar y entregar el apoyo que uno pueda darles sin decir nada, solo abrazarlas y dejarlas llorar sintiendo su calor. Eso me gustaba. Nos miramos por unos segundos, esperaba que llorara. No lo hizo. ―Bien, ya te dije que lo sentía, me comporté mal y lo admito, para mí tampoco es fácil, mi estilo de vida, como tú dices, no es compatible con el matrimonio, y mucho menos con uno a la fuerza como el nuestro. ―Por eso es necesario que analicemos bien los términos del contrato ―se adelantó a responder mi padre―. Claro, si tú aceptas ―le consultó a Macarena. Ella asintió con la cabeza y me miró buscando la respuesta que yo pudiera dar. ―Termina de cenar, apenas has comido ―le ordené con suavidad. ―No tengo apetito. Bajé la cabeza, por querer molestar a mi papá, pagó ella los platos rotos, pero bueno, si ella había aceptado esto, debió saber en lo que se estaba metiendo, yo no soy ningún santo, nunca lo he sido, eso es algo que todo el mundo sabe. Porque ella lo sabía... ¿O no? Diego la volvió a abrazar. Hubiese querido quitarle a golpes las manos de encima de mi prometida. Nada de respeto ante mi presencia. Y querían que creyera que entre ellos no había nada. ―Entonces salgamos rápido de eso, al mal paso, darle prisa, decía mi querida abuelita ―repuse sardónico. ―Es verdad. ―Vamos a la sala ―dijo mi papá―, ¿quieres servirte algo, hija? ¿Un té, un café, alguna bebida? ―No, no, gracias, don Carlos, estoy bien ―contestó intentando no encontrarse con mis ojos, en tanto yo solo quería verlos. Diego la llevó del brazo, como todo un caballero victoriano, hasta el salón. Ella de inmediato se acercó a la chimenea. Le acerqué un sitial cercano para que se sentara allí, al parecer tenía frío. ―No soy tan bastardo como crees ―solté ante su mirada asesina. ―Eso es lo que pareces ―replicó. ―Por favor, dejen de discutir ―intervino mi padre―, si siguen así, no creo que lleguemos a ningún acuerdo. Tenemos que discutir algunas cosas, para que las cosas importantes queden muy claras para ambos. ―Está bien ―aceptó ella con timidez. ―Tú dirás ―contesté cansado de esta situación. ―Aquí tengo un bosquejo del contrato. ―Nos extendió un documento que ambos ojeamos a la rápida. Al parecer, a ninguno de los dos nos hacía gracia tener que firmar un dichoso documento pre nupcial. Diego acercó con una silla hasta mi prometida y se sentó junto a ella, yo lo hice frente a ambos, en el sofá y mi papá en su sitio de siempre, el sillón al lado del ventanal. Se miraron, mi hermano y mi novia, y se sonrieron cómplices. ―Lo primero ―se adelantó mi padre en hablar―, es la confidencialidad. Ninguno de los dos podrá hablar a nadie acerca de que este matrimonio es un contrato. Ella hizo un gesto de desagrado que no se me pasó por alto, ¿acaso era una de estas mujeres que andaban contando su vida a todo el mundo? ―Por lo que fuera de las cuatro paredes de la casa, deberán aparentar ser una pareja normal y enamorada, que desde que se conocieron, el amor surgió espontáneo. De ahí que el matrimonio se realice en tan poco tiempo. ―¿Cuánto tiempo? ―consultó mi futura esposa. ―Lo antes posible, pero tenemos ocho meses por delante para realizarlo. Ese es el plazo que nos queda. ―Antes de dos meses, no ―repuse pensando en que yo ya tenía otros planes y no los podría aplazar. ―Tampoco es que vaya a ser de inmediato, hay cosas que preparar, no es llegar y casarse de un día para otro ―afirmó mi hermano. ―De todos modos, creo que debería ser la novia quien decida la fecha, mal que mal ―dije mirándola fijamente―, son ustedes las más jodidas (problemáticas) con el vestido, la fiesta, el peinado y todas esas tonterías. ―No yo ―replicó con un dejo de tristeza que no pude comprender. ―¿No quieres un matrimonio con todo el glamour como todas las chicas normales? Ella clavó sus pupilas en mí como queriendo atravesarme... con un cuchillo. ―No, Vicente, no soy una chica "normal",  no me interesa tener un matrimonio "normal", y el nuestro tampoco será un matrimonio "normal"... ―Pero uno se casa una sola vez en la vida ―ironicé. ―Sí, estoy segura que este será el único matrimonio que tendré... Aunque sea falso. Esas palabras y la forma en que lo dijo me hicieron sentir una daga  que se enterró en mi pecho. Y no entendí por qué...     
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