Orgasmo

1520 Words
Después de ochenta horas de trabajo los  jefes de Mía le pidieron que fuera a casa y se tomara un día o dos, los que ella considerara necesarios, para descansar.  Ellos le habían visto esforzarse por sus proyectos, con sus pacientes mejor que ningún otro trabajador, pero desde la muerte de su madre, aquel afán había aumentado. Necesitaba estar ocupada, sentirse útil, hacer algo, porque estar en un solo lugar le hacía sentir como que moría, le hacía recordar que su madre ya no estaba.  La mujer se hizo una trenza y se duchó en el baño de su oficina, se volvió a vestir con bragas de encaje negras, limpias y se colocó el reloj de cuero que comúnmente llevaba en la mano izquierda, colocó apropiadamente su sostén y luego el vestido del mismo color que su ropa interior, pero de un material distinto, se perfumó y maquilló un poco, antes de salir de la oficina, se aseguró de verse bien. Apagó las luces de la sala pequeña, y fue a hacer una "rápida revisión" a sus pacientes más pequeños, la neonatóloga le vio llegar al piso de recién nacidos y sonrió porque sabía que Mía rezaba en aquel momento porque algo anduviese mal, que alguna madre estuviese a punto de dar a luz o que ella le suplicase quedarse, pero, todos los miembros del área de obstetricia tenían órdenes inmediatas de enviarle a casa sin importar la gravedad del paciente.  Mía cargó a un pequeño y se sentó a observarle y conversar, le revisó  y cuando vio a Emilia, su jefa inmediata con el ceño fruncido y los brazos cruzados tomó sus cosas y salió de lugar.  Mía condujo a un bar "El bar de siempre"  y pidió un sándwich especial con doble queso y carne asada; mientras preparaban su pedido se sentó en la barra, con un vaso de agua fría, y leyó el periódico. —¿Le invito a una copa? —Escuchó la voz proveniente del joven en el asiento a su lado.  La mujer bajó un poco su periódico y le dio una ojeada al hombre, le pareció muy apuesto, pero el anillo en su mano izquierda le recordó que nada de eso era para ella. —Vino tinto, por favor. Los dos compartieron una rápida mirada y ella no pudo evitar sentirse seducida ante aquellos enormes ojos azules.  —¿Se le ha muerto un ser querido? —Algo así. —mintió y chocó copas con el hombre. —Lo lamento. —¿Va a intentar llevarme a la cama preguntando si algún familiar murió? — Se burló.  —Pensé en dejarla ir por ello... Realmente Logan lo había estado pensando, pero la pierna de aquella mujer, con aquel brillo y aquella suavidad,le pedían, rogaban a gritos que se arrastrara un poco, por otro lado, estaba el anillo sobre el dedo anular izquierdo de la mujer que también gritaba, este decía: >, pero con suerte hasta eran swingers. —Esfuércese más. —pidió la mujer con una coqueta sonrisa, Logan también sonrío. —Tendré que advertirle que soy sexólogo. —¿Hijo del dios del sexo o algo así? —preguntó y el hombre le sonrió de medio lado. Mía no podía negar que estaba guapísimo, incluso, su voz le hacía vibrar «un romance, un amante» esa voz que la perseguía insistió con esas palabras, que realmente creía necesitar. El joven hizo un ademán con la mano y se sentó al lado de la chica, con las sillas más pegadas de lo necesario. —No. —se atrevió a responder después de unos minutos de analizar la probable intencionalidad de su pregunta. —¡Lo que me temía!—Respondió con sarcasmo y una pícara sonrisa. —No es hijo de Eros, no tiene usted un pene gigante y una lengua vibrante. El hombre negó con la cabeza y ella se limitó a posar su mirada sobre él, lo analizó por unos segundos; alto, ojos azules, vestía excelente y tenía sobre todo un cuerpo varonil, tal como le gustaban los hombres.  Tan solo con pasar su mirada sobre él le causaba mil y una sensaciones, pero, la que más le asustaba era la que recorría su entrepierna, estaba casada y el estar con un hombre como ese era un abismo al pecado. Mía le vio sonreír y ponerse en pie, no tardó en tomarle la mano. El elegante hombre se uso en pie, se le acercó y extendió su mano para llevarle a la pista de baile, la mujer intentó reusarse pero ya en medio de la pista se dejó guiar en cada paso por el hombre. La fascinante mirada azul le penetraba  fielmente la mirada y la coqueta sonrisa en sus labios le hacía estremecer. Mía decidió posar su atención en el  cabello del hombre y hasta aquello era perfecto, hebras que se veían sedosas, pero igual no eliminaba toda la tentación que sentía. —Lástima que sea solo un hombre. — Dijo al escuchar el final de la canción acercarse. Él la observó intrigado y se detuvo. —¿Es seguidora de Sao de Lesbos? La mujer soltó una carcajada. —No, me equivoqué y seguí a Himeneo. Ella acomodó su vestido y agitó su mano izquierda antes de salir de la pista y del lugar, pagó rápidamente dejando unos billetes sobre la barra y caminó sin detenerse hacia su auto. Cuando estaba sacando su auto del parqueo sintió unas enormes ganas de volver a aquellos brazos  y entregarse al placer como hace mucho no hacía, sin duda su diversión sería enorme. Todo el camino se lo llevó pensando en todas las posibles formas de placer que pudo haber encontrado con él y las pocas aventuras que tendría con el hombre en casa. Entró a su departamento y todo estaba a oscuras, su marido estaba viendo una película con una ridícula pijama y unas pantuflas con dibujos de dinosaurios sobre su cama King Size, no era la escena que esperaba pero sin importar se acercó a saludarle con un corto beso, él le regaló una caricia y le pidió que le permitiera ver al sujeto en la pantalla. «Sí genio, desperdiciaste a un Dios del sexo por el Dios del aburrimiento marital.» —¿Te gustan mis pantuflas? — Preguntó moviéndonos como un niño inquieto. —Se ven cómodas. —respondió y fue a ponerse una bata. Luego le quitó el libro que estaba sobre el abdomen de su esposo y se acostó sobre él. —¿Quieres... ya sabes? —preguntó él, luego le acarició lentamente. Ella se quitó la bata y le ayudó con su polera mientras él dejaba besos y mordiscos a lo largo del cuerpo de su esposa, ella insistió en quitarle el pantalón y cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que no traía bóxer y esbozó una sonrisa al tocar el m*****o de su esposo, el detalle lo encontró al darse cuenta de lo excesivamente  dormido y flácido que se encontraba  el falo de su esposo. «Un pene flácido entre tus dedos. Querida, ¡Qué afortunada!» Eso definitivamente acabó con su alegría. Ella estaba deseosa y desvestida sobre la cama con un hombre que estaba sexualmente apagado. Mía pensó  en que había llegado un poco tarde y de sorpresa por lo que su marido pudo haber disipado su excitación con sus manos. — ¿Te habías estado masturbando? — preguntó ella. —Tal vez, pero solo tienes que frotarlo. La mujer fingió una sonrisa y él volvió a besarle y acariciarle, pero la decepción y el disgusto no se podía disipar tan fácilmente, pasaron alrededor de una hora tocándose como adolescentes de catorce años porque hasta los de dieciséis estaban más activos que ellos.  Cuando finalmente la penetró con su semiflácido juguete, cuando la mirada de Mía se cruzó con la de su esposo, no sintió ningún calor, ningún ardor o alguna palpitación en su cuerpo, la mujer fingió un orgasmo unos seis minutos más tarde, pero su esposo siguió toqueteándola  jugando con su v****a como si se tratase de cualquier cosa. El disgusto y aburrimiento de la mujer era enorme y latente en su rostro. «Haz que se detenga depósito de semen, esta flácida y se mueve como un cordero» La mujer llevó su mano entre sus cuerpos y se acarició el clítoris, su esposo le retiró la manos y le besos sus nudillos de la manera más sensual que se le ocurrió y le acarició torpemente el botón por lo que decidió seguir mirando hacia el reloj. —No quiero que te corras dentro de mí. —Ah, ah, —Siguió soltando jadeos y gruñidos en el oído de su esposa. — ¿Por qué... Nena? —¿No traes condón? —Él le mordió el lóbulo de la oreja. —Llevas treinta y cinco minutos, ¿Crees estar cerca? —Oh, ya casi. Los peores treinta y cinco minutos sexuales de su vida, se hubiese sentido más satisfecha con el palo de escoba. —¡Gracias a Dios! —ella le empujó y él siguió tocándose para llegar a su orgasmo.
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