S e p a r a r

2128 Words
Todos los matrimonios pasan por ¨ese momento¨ en el que ambos saben que no funciona, hay parejas que se plantean trabajar por ello, hay personas que están más comprometidas con el matrimonio o la idea de estar casados, Pablo es una de ellas. Mía había sido la esposa de ensueño para alguien que no sabe qué quiere de la vida, le da una casa de lujo, un auto, dinero a cambio de sexo semanal y muy mediocre. Su prenupcial lo estipulaba, tenían que hacer 500 horas de terapia, si querían si quiera pensar en divorciarse.  Mía y Pablo se sentaron en la sala de espera de un renombrado terapeuta s****l, porque si iban a seguir las reglas mía no iría a contarle sus emociones a un psicólogo, el problema para ella era que marido le esperaba e pantuflas y le costaba eyacular por lo que convertía el sexo en una pesadilla para ella.   Dentro de  una pequeña oficina, la mujer cruzó la pierna y acomodó su ropa, le dio una repasada a su esposo y solo pudo pensar en lo soso que era. Mía  tomó una revista y vio unas imágenes medio calentonas, sorprendida por el contenido  la volvió a poner en su lugar y besó el brazo de su esposo, quizá había presionado de más a Pablo para intentar salvar su matrimonio  ¿Se podía salvar algo que ya estaba muerto? Bueno, a eso se dedicaba a pelear hasta la última batalla y creía que con su matrimonio no podía darse por vencida antes.  — En unos minutos pueden ingresar. —Les informó la secretaria, ambos asintieron, pero Mía vio la necesidad de evacuar su duda: — Yo soy médico—Dijo Mía y su esposo de una vez cambió la cara a una seria y agotada. — y tengo que operar en una hora y cuarenta minutos ¿cree que nos atiendan antes? — Su esposo rodó los ojos ante la insistencia de su mujer por evadir compromisos personales a cambio de huir al trabajo, Mía ignoró a su esposo, centró en la mirada de la secretaria. — Siempre se trata de su carrera. — Ya va a terminar. —Aseguró la secretaria.  Mía le regaló una sonrisa a la mujer y continuó viendo su teléfono para distraerse, esa vez alejada del cuerpo de su esposo, Pablo se mantuvo en silencio como un niño ene espera del director y sus padres viendo hacia la pared. La mujer les llamó y dirigió a la oficina de su jefe.  Logan había tenido problemas para dormir la noche anterior, su compañera de turno era fantástica en la cama, pero una pésima acompañante, roncaba terriblemente y terminó tomando una siesta antes de su cita de las 9:10 de la mañana puesto que los pacientes anteriores no se dignaron a aparecer, el hombre se terminó de vestir antes de pasar a la pareja y acabó su taza de café. Abrió la puerta y se encontró con una pareja algo peculiar, todas las medidas de la mujer de piel morena en la sala de afuera eran pequeñas y delgadas, se veía delicada, pero su vestimenta... algo no terminaba de convencerlo, aquella mujer traía mucho n***o encima, a su lado se encontraba un hombre no muy fornido, con lentes y bastante entretenido con una de las entrevista porno que dejaba en el estante para ver la reacción de sus pacientes, el señor traía un jersey con rombos cafés, verdes y rojos, pantalones blancos y zapatos cafés. La mujer le dio una repasada a su esposo y se quedó observando el paquete de su marido, luego le vio al rostro y posó su mano sobre la entrepierna del hombre, este se removió incómodo y le retiró la mano, ella la volvió a posar en el mismo lugar y lo acarició con precisión, él parecía no inmutarse si quiera pero Logan no podía imaginar cuán dichoso se sentiría de saber que su mujer estaría encantada de tocarle de esa manera en público. — ¿Los Caswell?—Dijo al notar que su amiguito estaba algo contento. Cuando vio pasar de cerca a la mujer le recordó y encontró todo chiste sobre ella, un trasero parado y unos ojos espectaculares color margarita, las avellanas no tenían nada que ver con el hermoso color de esos ojos. —Ocho años de casados, no hijos, ella médico, él periodista, tienen un ático en el centro de la cuidad y... Tampoco mascotas. Mía se sorprendió al ver al médico, muy alto, ojos azules, una perfecta sonrisa y una piel bronceada con cabello entre cobrizo y castaño muy corto. > Eso también, el chico del bar. — ¿Cuál es su problema?—Las últimas palabras del hombre le sacaron del trance en el que estaba, ver tantas v*****s a diario le hacían enloquecer al estar cerca de un pene. — Alguien no tiene tiempo para tener sexo. Mía posó su mirada cargada de fuego sobre Pablo, sí que tenía tiempo solo no tenía un buen amante, uno como el que tenía enfrente esperando el contraataque. Quería, necesitaba y le gustaba el sexo lo que no iba a soportar era tener que esperar horas para que su marido se bajara de su cuerpo y poder masturbarse mientras pensaba en alguien más, estaba molesta, mucho, pero no lo expresó de esa manera.  — Sí, tengo tiempo, pero tiene que ser rápido y bueno. — Respondió la mujer. — Nos cronometras. — ¿Cómo haces eso? —preguntó Logan interesado. — Soy ginecóloga, la única en el Pieth Health, no tengo tiempo para una jornada s****l de 10 horas. —Aunque le encantaría, pero, no con el inútil a su lado si no con el que tenía en frente, el ardiente macho de enfrente. Se dio cuenta de que no tenía anillo en ese dedo tan grande y largo.《 ¡Oh sí! Todo lo que te harían esos dedos cariño.》—Cuando llegue a casa no quiero seducir a mi marido durante una hora y media antes de que decida tocarme. —Terminó de explicar. — ¿Quieres que te espere desnudo?—preguntó el médico. —Si eso lo excita para que se le pare... sí. — Pablo miró molesto a su esposa y ella se terminó de acostar en el respaldo. — Tú tienes 32 años ¿tienes disfunción eréctil? — El hombre negó con la cabeza y ella asintió. En cuánto su esposo le volteó a ver fingió observar sus uñas. — No tiene nada de malo. — Intervino Logan. El medico estaba recreándose con las sensuales piernas de la mujer, mantenía un debate mental entre sus piernas largas y firmes, contra esos manos delicadas y preciosas uñas cómo le dejará la espalda mientras grita.  — ¿Usted cuantos años tiene?—Preguntó Mía con una amplia sonrisa. — 37 años. —¿Cuánto tarda en erectarse su pene? — Soy el médico aquí. —Respondió para no admitir que "nada". — Claro. Quiero establecer que es una cuestión de segundos. Logan percibió la insistencia que tenía Mía en humillar a su esposo,  negó con la cabeza, le dio una mirada con reprimenda incluida para que se detuviera y ella volvió a juguetear con sus uñas, como una inmadura adolescente.  — Eres rígida y aburrida en la cama. No se me para porque es todo un castigo tener que meterle el pene a alguien quien busca su placer únicamente. — La mujer sacó su cajetilla de cigarros y se la extendió al médico, él tomó uno también y le pasó el encendedor.  Logan posó su mano sobre la de la chica para ayudarle a encenderlo y ella disfrutó del tacto y su mirada, pero más, de aquella sensación que él desataba. Entendió por un par de segundos que habían cosas que no se podían arreglar y por mucho que odiase a su padre por haberse divorciado de su madre y perseguido su propia felicidad a veces toca, ella estaba sentada al lado de su marido en el papel, pero deseando a otro hombre y aquello no era justo para nadie.  — Estás casado ¿Y hasta ahora te diste cuenta de ello? Llevan 8 años juntos y hasta ahora crees que es rígida y aburrida en la cama. — Necesito un amante, uno bueno. — La mujer se puso en pie. — Tienes cita mañana, llama a establecer la hora. —Mi turno acaba a las once. — Dijo y él asintió.  La mujer le dio una calada a su cigarro y se agachó dejándole al médico una excelente vista de su trasero, y a su esposo el humo en el rostro..  —Ve a comprarme bragas nuevas, y mis batas, paga extra para que les quiten bien la sangre, si no están lo suficiente limpias compra nuevas. Pablo recuerda que me gustan negras, nada de colores similares, no blanco, no azul. n***o y sin estampados. — Dijo antes de salir del consultorio.  Cuando Mía llegó al hospital se encontró con varias ansiosas mujeres porque revisara sus v*****s o parir. Ella escuchó a sus residentes, a las enfermeras y revisó con paciencia a cada una de las pacientes que tenía que atender, ella recetó, atendió luego hizo una cesárea de emergencia, tanto la pequeña como su madre sobrevivieron, ella terminó caminando en dirección a la oficina. — Doctora, dejaron flores para usted. — ¿Qué color?—preguntó sin ninguna intención de verlas.  — Rojas.  La mujer sonrió y asintió. Al ingresar a la habitación las observó, era un muy buen ramo《caro》con olor masculino en la tarjeta, observó su reloj y decidió usar el juguete que había comprado antes de su anterior consulta. Su tarde estuvo plagada de partos y 10 minutos antes de salir se encontró con sus jefes. — Necesito alguien que haga consulta para que yo solo vea su v****a cuando el niño esté por salir. — Dijo y se puso su abrigo. — Te presentamos al nuevo médico. — Dijo Emilia. —Logan Pieth, Mía Caswell. — La mujer asintió y extendió su mano —Es urólogo y ginecólogo al igual que tú. — Agregó Alex. — Sí, lo sé, tiene una consulta de sexología. — ¿Se conocen? —preguntó la mujer sorprendida. — Tengo un esposo. — Y una cita conmigo.  Los Pieth se despidieron y le recordaron a Mía que ella seguía siendo la jefa de departamento, confiaban plenamente en ella y sus capacidades como médico y jefe, sin embargo, estaban seguros que una mano extra le caería genial, sus jefes le habían visitó desde su tercer año de medicina y le habían contratado rápidamente al graduarse, la joven había hecho su residencia y por más que adorasen a su nieto no planeaban darle el espacio que ella tanto haba trabajado y eso lo apreciaba.  Ellos quedaron en la recepción de pie, uno al lado del otro. — No quiero ir a casa. Te ayudo. — Él soltó una pequeña carcajada. — Pablo dijo lo mismo, que no querías hacerlo ni volver a casa.  El hombre intentó hablarle de su matrimonio y los problemas que su marido le había mencionado durante su ausencia, sine embargo, Mía no parecía interesada en descubrir quién era el problema de su relación.  Incluso hicieron una cesárea porque el niño venía enredado en el cordón y el doctor que hacía babear a las enfermeras le causaba cierto dolor de cabeza. Cuando acabaron y todos salieron, ella se quedó sentada en un banquillo, luego fue a lavar sus manos con el simpático hombre. — Hace tres días estaba debajo de mi marido el cual usaba medias, medias... no medias, pantuflas con dibujos mientras teníamos sexo. Él, estaba penetrándome y yo esperaba a que se detuviera. Solo eso quería, que se detuviera y él no acababa; tardó 36 minutos, después de mi fingido orgasmo y gruñó hasta abrumarme. Soy inteligente, joven, sexy y tengo una buena carrera. Estoy casada con un hombre de 32 años, que le cuesta tener una erección, el mismo hombre que no tiene un trabajo estable, gana al mes lo que yo en una hora. Esta mujer inteligente y exitosa mantiene a un hombre. Uno muy vago. Pago todo, así que lo único que ese hombre puede hacer si quiere conducir el Maserati que compré es complacer a la rígida mujer. —El hombre se quedó en silencio ante semejante confesión.—No quiero atender a un hombre, mucho menos a uno que mantengo y quiero sexo. — Dijo. — Si él no puede lograr darme sexo o pagar sus cuentas, pídele el divorcio de mi parte. No voy a seguir huyendo de mi casa, mis deseos o mis logros por él.  
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