Y con más pena que gloria el viernes llegó. Con una lentitud odiosa. Con una parsimonia insoportable los días transcurrieron hasta ponerme delante el fin de semana de desarrollo incierto. Gracias a la rutina ajetreada, lo que podrían haber sido horas interminables, simplemente se redujeron a lapsos de tiempo dónde cuantiosas tareas me ayudaron a evadir la amarga sensación de que algo estaba faltándome. Es que en cierto modo, lo sabía a la perfección. Lo supe apenas él lo dijo. Cuál astuto brujo, aquello que afirmó, acabaría carcomiéndome las entrañas, finalmente se hizo real: lo extrañaba enormidades. Jamás creí posible el añorar tanto a una persona, como me ocurrió con Niko. No verle el rostro., escuchar su risa., deleitarme en esa tenacidad de constantemente perseguirme., la

