Capítulo 7

1491 Words
Renzo El puerto estaba desierto a esta hora, excepto por los guardias de turno que hacían rondas. No importaba cuántas veces viniera aquí, siempre sentía que el puerto tenía vida propia. Me estacioné cerca de la oficina, apagando el motor del coche. Miré mi teléfono una última vez. Gabriella había mandado un mensaje corto hace una hora: "Me quedo en casa de Bianca esta noche con los niños. No te mueras trabajando." Resoplé mientras salía del auto. No podía prometerle eso. Sabía que había problemas en el puerto, y como capo principal, tenía que estar aquí. Lo que no esperaba era encontrarme con un Nicola gruñoncito. —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dije, cerrando la puerta detrás de mí. Lorenzo levantó la vista con su expresión habitual: serio, calculador, sin mostrar emoción. Nicola, por su parte, me miró por un segundo, su ceño fruncido como si mi sola presencia lo molestara. Nada nuevo. —¿Qué haces aquí? —gruñó. —¿Qué qué hago aquí? —repetí, dejando caer las llaves sobre la mesa y sentándome en una silla. —Eso es lo que yo debería preguntar. Pensé que Lorenzo estaba trabajando, no bebiendo contigo. —Necesito un trago para soportar esto —respondió Lorenzo, levantando su copa antes de darle un sorbo. —¿Esto? —pregunté, señalando la mesa. —¿El cargamento perdido o el humor de Nicola? Lorenzo resopló sin responder. Yo agarré la botella de whisky que estaba entre ellos. —Parece que alguien tuvo un mal día —comenté mientras me servía un poco. —Mal mes, querrás decir —murmuró Lorenzo, cruzando los brazos—. Pero respondiendo a tu pregunta. Sí, el cargamento perdido. —Seguimos interrogando al que no maté —añadió Nicola. Me reí entre dientes y apoyé la copa en la mesa. —Eso explica el mal humor. Aunque, si necesitas sacarte el estrés, siempre puedes llamar a uno de tus guardias. Seguro alguno estaría encantado de ayudarte a... rela... La daga salió de la mano de Nicola antes de que pudiera terminar la frase. Se clavó en la pared, a pocos centímetros de mi cabeza. —¡Hey! —protesté, levantando las manos con una sonrisa amplia. —Eso fue innecesario. —No —respondió con voz baja, casi como un gruñido. —Lo que es innecesario es tu presencia aquí. Me miró con esa expresión, esa mezcla de fastidio y peligro que hacía que hasta los hombres más duros se lo pensaran dos veces antes de provocarlo. Yo, en cambio, me eché a reír. —Por lo menos apunta mejor la próxima vez —dije, señalando la daga en la pared. —O tal vez la abstinencia está afectando tu puntería. Lorenzo negó con la cabeza, aunque había una ligera curva en sus labios que delataba que encontraba todo esto divertido. —En serio, Nicola. No puedes estar tan de mal humor solo por la pérdida del cargamento —dije, recostándome en la silla mientras lo miraba con atención. —¿O es que Valentina ya descubrió tu pequeño secreto? Nicola se tensó de inmediato; sus hombros rígidos y me dirigió una mirada fulminante, advirtiéndome que me estaba pasando de la raya. —No —respondió con frialdad. —Si lo supiera,ya me habría cortado en pedacitos. —¿Entonces qué te tiene así? —pregunté, alzando una ceja. Él soltó un suspiro pesado y tomó otro trago de whisky antes de responder. —Estoy por ir a revisión, pero el maldito doctor no ha confirmado la cita. —¿Revisión? ¿Qué revisión? Nicola me lanzó una mirada que habría matado a cualquiera, pero yo la ignoré, disfrutando del momento. —No es nada que te importe. Lorenzo arqueó una ceja, interesado por primera vez en la conversación. —¿Una revisión médica? Nicola apretó la mandíbula y volvió a tomar su copa, claramente queriendo evitar el tema. No pude resistirme. —Ah, ya entiendo —dije, con una sonrisa de satisfacción. —¿Es sobre la vasectomía? Lorenzo casi escupió su whisky, sorprendido, mientras Nicola me fulminaba con la mirada. —Renzo, cállate. —Vamos, Nicola —insistí, apoyando los codos sobre la mesa. —No puedes culparme. Yo solo te di la idea. Lorenzo frunció el ceño y miró a Nicola. —¿Te hiciste una vasectomía? Nicola suspiró, dejando la copa sobre la mesa con un golpe seco. —Gabriella dijo que sería peligroso para Valentina tener otro embarazo. Así que tomé las medidas necesarias. —Ah, el hombre es razonable, por fin —comenté, divertido—. Aunque, claro, no lo hiciste por ella. Eres un maldito egoísta que lo hizo porque no quieres perder a tú mujer. Nicola se levantó y caminó hacia mí con la mirada fija en cada una de mis reacciones. Obviamente no moví ni un músculo, no le daría esa satisfacción. Pensé que iba a golpearme, pero él solo se detuvo frente a mí, cruzándose de brazos. —Y tú, ¿por qué lo hiciste? —preguntó, su tono ácido. Me encogí de hombros, tratando de no reírme. —Porque cuando me enteré de que tendría mellizos, me di cuenta de que no necesitaba tentar al destino. Dos son más que suficientes. Nicola negó con la cabeza, apoyándose en la mesa. —Solo espero que Valentina nunca lo descubra. —Oh, créeme —dije con una sonrisa burlona—. Si lo hace, tendrás suerte si sale de esa casa con todas sus extremidades intactas. Mi amiga, mi casi hermana, no era cualquier mujer. Era un arma letal, algo que el macho alfa del Don italiano parecía ignorar. Lo que Nicola no entendía era que ella jamás había dejado de lado sus habilidades. Nunca fue solo una ama de casa, como él creía. Valentina ahora era aún más peligrosa que hace nueve años. Sus técnicas de combate y manejo de armas habían mejorado considerablemente. Sin temor a equivocarme, podía decir que incluso superaba al Don el arte de engañar. Lorenzo se frotó el puente de la nariz, evidentemente cansado de nuestra conversación. —¿Podemos volver al tema importante? —Sí, sí, el cargamento —respondí, levantando mi copa. —Pero admitámoslo: nada en el puerto es tan interesante como Nicola intentando ocultarle algo a la Pantera. Nicola apretó los puños, pero no dijo nada. Yo, por supuesto, disfruté cada segundo de su incomodidad. —No. Lo importante es la fiesta en dos días —dijo mi hermano, cortando la conversación de golpe. Lo miré, confundido, y levanté una ceja. —¿Qué fiesta? Lorenzo soltó un suspiro como si no pudiera creer que yo no supiera de qué hablaba. —La del colegio. La invitación llegó hace una semana. Es para las familias. —Oh, claro. Eso. Qué manera de asustarme. Nicola se inclinó hacia adelante, su mirada fija en la mía. —Esa fiesta no es opcional. Pero necesito mover a los hombres para que estemos cubiertos mientras no estamos. Dejé la copa en la mesa y lo miré con curiosidad. —Yo me encargo de los soldados. —Bien —dijo, agitando su vaso antes de seguir hablando—. Todos los hombres que no tengan hijos en el colegio estarán libres ese día. —¿Desde cuándo tenemos un día libre por una fiesta escolar? —lo provoqué. —Desde que abrí ese colegio —respondió Nicola, su tono bajo pero cargado de determinación. —Ese lugar no es solo un colegio para nuestros hijos. Es una promesa para nuestras familias, para nuestros hombres. Si nosotros no estamos ahí, ¿cómo esperamos que ellos confíen en lo que hacemos? Él tenía razón, y aunque no lo admitiera en voz alta, yo ya había decidido ir. Gabriella me había mostrado la invitación hace días, y aunque no se lo había dicho, sabía que no me perdería algo tan importante para mis hijos. —No se preocupen —dije, alzando mi copa. —Estaré ahí. No voy a dejar que mis gemelos piensen que no me importa. Nicola me miró buscando en mi rostro alguna señal de si estaba jugando o no, al final asintió. —Me alegra escuchar eso. —Bueno, muchachos, será mejor que se preparen. Porque en dos días, tendremos que fingir que somos padres normales en un colegio lleno de maestros y niños gritones. Nicola rodó los ojos, pero no dijo nada. Lorenzo dejó escapar una risa leve, algo raro en él. —Es un sacrificio que podemos hacer —dijo, casi en broma. —Por nuestros hijos —añadió Nicola, levantando su copa. —Por ellos —respondí, chocando mi copa contra las suyas. Sabíamos que el verdadero poder no estaba en lo que construíamos aquí, sino en lo que dejábamos para ellos. Ellos serán los herederos del imperio Moretti, lo que me hacía pensar en que tendría que empezar el entrenamiento con mis pequeños en cualquier momento.
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