**GABRIEL** Llegué a la casa de mi madre, sintiendo el estómago revuelto, pero no por el vino de anoche, sino por la bomba que Sienna me había soltado en la cafetería. El camino en el coche fue un borrón. Mi mente estaba en blanco, excepto por una sola idea: “Soy libre”. Una idea que se había desmoronado en cuestión de segundos. Entré en la casa y el ambiente era el mismo de siempre. Mi madre, mi padre y Sofía estaban en la sala, riéndose de alguna anécdota. Se veían tan tranquilos, tan ajenos a mi tormento, que casi me dio rabia. Sofía me miró y me sonrió. Una sonrisa dulce, una sonrisa familiar. Una sonrisa que no me afectaba en lo más mínimo. —Gabriel, mi amor, llegaste —dijo mi madre, levantándose para darme un abrazo. —Creí que no vendrías. ¿Cómo estás? ¿Te divertiste anoche? —

