EXQUISITA
**SIENNA**
No sé qué más me molestaba, el día que había tenido en la oficina o el hecho de que el cine estuviera lleno justo cuando necesitaba un respiro. Entré al lobby con paso firme, ignorando las miradas curiosas. Me acerqué al mostrador y pedí una entrada para la sala VIP.
—Lo siento, señorita —dijo el joven detrás del mostrador—. Para esta película, la sala VIP ya está ocupada.
Fruncí el ceño. —¿Y si pago el doble?
—No podemos hacer eso. Tendría que esperar la próxima tanda.
No tenía tiempo para esperar. No tenía paciencia. Ni quería seguir reglas ridículas. —Está bien —dije con una sonrisa falsa—. Esperaré.
Me alejé del mostrador, pero en lugar de dirigirme a la cafetería o a los baños, tomé el pasillo que llevaba a la sala VIP. Caminé con decisión, como si tuviera todo el derecho del mundo. Nadie me detuvo.
Abrí la puerta sin hacer ruido y entré. La sala estaba en penumbra, iluminada solo por la pantalla. Y ahí estaba él. Sentado en la última fila, con una postura relajada y los ojos fijos en la película. No sabía quién era, pero algo en su presencia me hizo detenerme.
Me acerqué lentamente y me senté junto a él, sin pedir permiso. Sentí su mirada girarse hacia mí, inquisitiva, firme.
—Ese asiento está apartado —dijo con voz grave—. Lo reservé para mí.
Lo miré de reojo, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas. —¿Quieres una noche inolvidable?
Sus ojos se clavaron en los míos. No dijo nada, pero el silencio entre nosotros se volvió eléctrico.
No sabía que esa noche cambiaría mi vida para siempre.
—Estas de acuerdo. —lo mire, sus ojos se abrieron, no se si asombro o miedo.
—¡Estas loca! —sus ojos me decian que le gustaba lo que miraba.
—Sin compromiso ni remordimientos. —Añadí.
Sonrió, y eso me gustó. Me levanté y me senté a horcajadas sobre él. Conectamos casi al instante; anhelaba sentir a un hombre en mi vida. Comencé besando su nuez de Adán, rodeando su cuello con besos. Su aroma era exquisito y excitante. Me estremecí cuando sus manos se movieron hacia mi cintura, apretándome contra él. Desabroché los primeros botones de su camisa, ansiosa por sentir su piel contra la mía.
Sus besos se volvieron más intensos, más demandantes, y yo respondí con la misma pasión. No existían reflexiones, únicamente emociones, solo el anhelo de estar más próximos, de fusionarnos mutuamente. Sus manos encontraron el dobladillo de mi camiseta y la levantaron, rozando mi piel con suavidad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras la arrojaba al suelo.
Él me miró a los ojos, y vi un deseo profundo, una necesidad que reflejaba la mía. Me besó de nuevo, y esta vez no fue una promesa, fue una entrega total. Sabía que este momento cambiaría algo dentro de mí, que ya nada volvería a ser igual.
Deslicé mis dedos por su pecho, sintiendo el calor que irradiaba su piel. Sus músculos se tensaron bajo mi tacto, y un gemido escapó de sus labios. Mordisqueé suavemente su cuello, disfrutando de su reacción. Él me abrazó con fuerza, pegándome aún más a su cuerpo. La necesidad crecía con cada segundo que pasaba, una urgencia que nos consumía por completo.
Mis manos se aventuraron hacia el cinturón de su pantalón, desabrochándolo con movimientos torpes y apresurados. Él me ayudó, deshaciéndose también de la prenda. Nos miramos, con los ojos llenos de deseo, y supe que no había vuelta atrás. Era el momento de entregarnos por completo, de dejar que la pasión nos guiara.
Sus manos volvieron a mi cintura, atrayéndome hacia él hasta que no quedó espacio entre nosotros. Sentí su calor, su fuerza, su necesidad. Me besó con desesperación, como si temiera que este momento pudiera desaparecer. Yo le devolví el beso con la misma intensidad, aferrándome a él como si fuera mi salvación.
Lentamente, nos recostamos en el sillón reclinable del cine, sin romper el contacto visual. Él acarició mi rostro con ternura, como si quisiera grabarme en su memoria. Yo cerré los ojos, disfrutando de su tacto, sintiendo cómo cada célula de mi cuerpo vibraba con anticipación. Sabía que lo que estábamos a punto de hacer era algo especial, algo que marcaría un antes y un después en mi vida. Abrí los ojos y le sonreí, una sonrisa llena de deseo y de entrega. Él me devolvió la sonrisa, y en ese instante supe que estaba lista para todo.
A medida que la película romántica avanzaba, creando una atmósfera cargada de emoción y expectativa, nuestro encuentro continuó desarrollándose de manera íntima y apasionada. El clímax de la película se acercaba, al igual que nuestra propia conexión física y emocional se intensificaba con cada minuto que pasaba. Finalmente, en un momento de total entrega y sincronía, nuestra experiencia llegó a su punto culminante con un orgasmo y un llenado total en mi interior, profundo e intenso que marcó el final perfecto para una noche inolvidable.
—Exquisita experiencia. —murmuré para mí misma.
—Me gustó. —expreso él. En ese momento caí en sí. ¿Qué demonios hice?
Me vestí en silencio, con los latidos aún desbocados y la piel ardiendo por el recuerdo de sus caricias. Recogí mi bolso del suelo, mis tacones, y me aseguré de que nada quedara atrás.
No lo miré. No dije nada. Solo me giré hacia la puerta, con el corazón palpitando en mi garganta. ¿Qué demonios acababa de hacer?
Salí de la sala VIP con paso rápido, casi tropezando con la alfombra. El pasillo estaba vacío, pero sentía que todos podían ver en mi rostro lo que había pasado. Fui atrevida. Impulsiva. ¿En qué estaba pensando? No lo conocía. Ni siquiera sabía su nombre.
Pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí viva. Me detuve frente al espejo del baño. Me miré. El maquillaje había desaparecido, el cabello hecho un nido de pájaros. Mis ojos… estos ojos no mentían. Había cruzado una línea. Y no había vuelta atrás. Respiré hondo, me arreglé la blusa y salí del cine sin mirar atrás.
Llegué a casa con el abrigo apretado contra el cuerpo, como si pudiera esconderme del mundo, de esa realidad que parecía ahogarme con cada día que pasaba. La puerta principal estaba entreabierta, como siempre, porque en esta casa nadie parecía entender qué significaba la privacidad. La familiaridad de ese acto me hizo sentir aún más atrapada, una especie de rutina que me mantenía en un limbo entre la invisibilidad y la presencia.
Entré en silencio, intentando que mis pasos no rompieran la tensa atmósfera que impregnaba el hogar. Pero el murmullo de voces me recibió como una bofetada; un recordatorio constante de que aquí, en esta casa, nadie parecía preocuparse por lo que sentía. Mi hermana, con su panza de siete meses, estaba sentada en el sofá, con una expresión que mezclaba alivio y ansiedad, mientras su marido jugaba videojuegos con una indiferencia que parecía ignorar por completo las responsabilidades que se avecinaban.
La risa de mi hermano menor resonaba desde la cocina, donde su novia preparaba algo que, por el olor a quemado, parecía estar a punto de convertirse en un desastre, simbolizando también el caos en nuestras vidas.
Suspiré, un acto que contenía el peso de semanas de frustración acumulada.
—¿Dónde estabas? —la voz de mi madre salió del comedor, afilada y dura, como una navaja que corta.
Era un recordatorio silencioso de que en esta casa, el control lo llevaba ella. Sus ojos estaban llenos de reproche, y su tono dejaba claro que no aceptaba ninguna respuesta que no fuera la que ella esperaba.
—En el cine —respondí con la misma calma forzada, sin mirarla. Ya había agotado mis fuerzas para discutir, y sabía que no valía la pena.
—¿A estas horas? ¿Y sola? —continuó ella, cruzando los brazos, como si quisiera sellar su incredulidad y su desdén en esa postura rígida. —¿Qué clase de mujer anda por la calle de noche como si fuera una adolescente?