EN SUS MANOS

1334 Words
**SIENNA** No respondí. Me quité lentamente los tacones, dejando que cayeran junto a la puerta, sintiendo cómo un pequeño peso se aligeraba en mis pies. A veces, esas pequeñas decisiones me daban una sensación de libertad, por mínima que fuera. —Nadie se va a fijar en ti si sigues así —continuó ella, con un tono que pretendía ser despreciativo, pero que en realidad estaba lleno de miedo y preocupación no expresada. —Ya tienes treinta años, Sienna. ¿No te da vergüenza? En ese momento, mordí mi lengua, intentando contener las lágrimas que amenazaban con brotar. No quería desmoronarme frente a ella, no aquí, en este escenario de control y conformismo. No quería llorar, ni pelear, ni exigir lo que sentía que me merecía. Subí las escaleras con paso firme, esquivando los juguetes del bebé que aún no nacía, los platos sucios que nadie recogía, y el desorden caótico que parecía multiplicarse cada día, reflejando el desorden emocional en que vivía. Cada peluche, cada camiseta olvidada, era un recordatorio de todo lo que no podía cambiar aún. Mi habitación era el único rincón que me pertenecía por completo, mi refugio, mi santuario donde podía respirar, pensar y respirar nuevamente. Cerré la puerta tras de mí y me dejé caer en la cama, sintiendo cómo el peso del día y de mis pensamientos se acumulaba en mis hombros. Me giré hacia la ventana, mirando hacia afuera, donde la noche extendía su manto oscuro, esperando quizás que en algún lugar allí fuera, en esa vastedad silenciosa, hubiera un lugar para mí. Afuera, la noche seguía su curso, implacable y tranquila, como si me invitara a abandonar esa lucha sin sentido. ¿En qué demonios estaba pensando en el momento en que decidí tener sexo con ese completo desconocido? Es una pregunta que me hago una y otra vez. Aunque, a pesar de la incertidumbre inicial, tengo que admitir que me siento bien, incluso feliz. Una sensación extraña me invade al recordar. Me encantó cada segundo de lo que hicimos juntos, fue una experiencia intensa y placentera. Aún puedo sentir sus besos grabados en mi memoria, un recuerdo que persiste y me hace sonreír. La suavidad de sus labios, la pasión en cada contacto, todo sigue presente como si hubiera sido lo que siempre soñé. Tal vez merecía algo más. Algo que no dependiera del juicio, de las expectativas o de las reglas que me imponían. Tal vez en que, por una vez, quería sentir que la vida era mía, que podía tomar sus riendas y decidir qué camino seguir. Y aunque la mayoría en esta casa parecía no entenderlo, esta noche había sido solo el comienzo de una transformación silenciosa, una promesa que me hacía a mí misma. Pues merecía ser feliz, que podía cambiar mi destino, aunque tuviera que romper cadenas y desafiar las normas que otros habían impuesto. Pensé en los sueños que había guardado en un rincón de mi corazón, olvidados por el peso de las responsabilidades cotidianas. Vista desde esa ventana, veía una oportunidad de renacer, de luchar por esa vida que siempre había sentido que me pertenecía, pero que había dejado escapar por miedo. ¿Quién eres? No creo volverte a ver. **GABRIEL**  No pensé que mi primera noche de regreso a Vancouver terminaría así. Había llegado al país apenas unas horas antes, con la cabeza llena de planes, estrategias, y la presión de asumir el mando de la empresa familiar. Lo último que esperaba era terminar en una sala VIP de cine, envuelto en una locura que ni siquiera podría explicar. La ciudad parecía seguir su propio ritmo, ajena a mis pensamientos, pero esa noche, todo cambió. Ella apareció como un huracán. No pidió permiso, no dudó. Se sentó a mi lado sin invitación, con una confianza que rozaba la osadía, y me lanzó una propuesta que habría hecho temblar a cualquier hombre cuerdo. Pero yo no estaba cuerdo. No esa noche. Su presencia era magnética, y en un instante, todo en mi mundo se desvió del curso planeado. La chispa en sus ojos, la manera en que sus labios dibujaban una sonrisa desafiante, me desconcertaron por completo. Propuso algo que no podía ignorar, algo que desafiaba mis propias reglas y mis límites. Era peligrosa, seductora, y la tentación era demasiado fuerte para resistirse. Cuando ella se levantó para irse, lo hizo con la misma intensidad con la que llegó. Se arregló la ropa con movimientos rápidos, como si quisiera borrar lo que acababa de pasar, como si esa noche nunca hubiera existido. Y entonces, lo vi. Algo cayó al suelo. Me incliné y lo recogí lentamente, mis dedos tocando el objeto con cautela. Era un gafete. Su gafete de trabajo. «Sienna Caldwell. Asistente de Gerencia. Vancouver Heavy Machinery.» La vista de esas palabras me golpeó con fuerza: no solo era una desconocida, sino que estaba trabajando en la empresa que yo había llegado a tomar en mis manos, la misma que me había despertado el interés, pero también los temores secretos que guardaba sobre mi futuro en Vancouver. Me quedé allí, en silencio, sosteniendo ese pequeño trozo de papel, mientras mi mente daba vueltas y vueltas. ¿Cuánto sabía ella sobre mí? ¿Qué secretos guardaba tras esa apariencia de asistente sencilla? ¿Estaba involucrada en algo más grande de lo que aparentaba? La noche acababa de volverse mucho más interesante, y en ese momento, supe que aquel encuentro solamente fue un error. La sala permaneció en silencio, solo roto por el eco de mi respiración. La pantalla aún emitía una película de fondo, pero mis pensamientos estaban atrapados en ella, en la mujer que acababa de irrumpir en mi vida sin aviso, y en cómo esa pequeña chispa podría incendiar todo lo que había construido. ¿Estaré dispuesto a arriesgarlo todo por una sola noche, o esa noche sería solo el principio de algo mucho más grande? La respuesta, por ahora, permanecía oculta en la penumbra, esperando ser descubierta. De lo que estaba seguro es que fui el primer hombre en esa mujer astuta. El apartamento de lujo en el que había decidido refugiarme temporalmente era un refugio en una ciudad que nunca dormía. Confortable, con un diseño contemporáneo y minimalista, sus ventanales panorámicos proporcionaban una vista espectacular de las luces intermitentes de la ciudad iluminada. Aunque aún no me entregaban mi casa definitiva, este lugar era suficiente para instalarme, para pensar, para planear. Era un santuario temporal donde podía contener la tormenta de pensamientos que bullía en mi interior. Me quité el abrigo y lo colgué en el respaldo del sofá, dejando que el peso de la jornada se disipara en ese sencillo acto. Tomé un vaso, sirviéndome un whisky, y lo llevé a mis labios con calma, buscando esa chispa de claridad en el ardor del alcohol. Necesitaba procesar lo ocurrido, entender cómo había llegado a ese punto, qué significaba aquello que ahora ocupaba mi mente: ella. Encendí la laptop y, con un clic, ingresé al sistema interno de la empresa. Quería revisar los registros, sumergirme en los datos, en los detalles que me proporcionaran una visión clara de quién era ella realmente: sus actividades, sus logros, sus movimientos. La sala se llenó de una cabina de luz fría, la pantalla iluminando lentamente mi rostro mientras navegaba por los archivos. Y ahí la encontré. Sienna Caldwell. Su nombre, inscrito en registros que reflejaban una trayectoria sólida y en ascenso. Comenzó en ventas hace exactamente siete años. Con determinación, superando obstáculos, enfrentándose a un entorno predominantemente masculino, había escalado posiciones con una tenacidad admirable. Ahora, ocupaba el cargo de Asistente de Gerencia, una posición que pocos alcanzan en tan poco tiempo, pero que ella había conseguido con esfuerzo y pura audacia. Soltera, treinta años. La descripción oficial apenas rozaba su verdadera esencia. La mayoría se centraba en sus datos, pero en sus logros y en su presencia, en la seguridad que irradiaba, residía un carácter que no podía pasar desapercibido. ¡Estas en mis manos!
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