**SIENNA** Valentina, a su lado, las observaba de reojo antes de seguir su ejemplo, pero noté una fracción de segundo de duda. Ella no había nacido en este mundo, había sido absorbida por él. La diferencia era sutil, pero estaba ahí. Todas las miradas convergieron hacia mí. No de manera obvia —estas mujeres eran demasiado refinadas para eso— sino de forma periférica, velada, esperando. Esperando a que cometiera un error. Esperando a que tomara el cuchillo equivocado, la cuchara incorrecta, que derramara vino en el mantel de lino italiano, que masticara con la boca abierta, que hablara con la boca llena. Cualquier cosa que confirmara lo que ya habían decidido sobre mí: que era una advenediza, una chica de barrio que no sabía distinguir un tenedor de pescado de uno de postre. Y me daban

