**GABRIEL** Me encerré en la habitación, como si pudiera contener el desastre que me consume entre cuatro paredes. Pero no hay cerrojo que detenga esta rabia, este torrente de emociones que amenaza con desbordarse. Golpeo la pared con el puño cerrado, una, dos, tres veces, hasta que el dolor me obliga a parar. No sé si es mi piel o el yeso lo que se ha roto primero, y en el fondo, no me importa. Lanzar la lámpara contra el suelo se convierte en un acto desesperado, un intento inútil de liberar la tormenta que llevo dentro. El estruendo del vidrio al estallar llena la habitación, y por un breve instante, me ofrece un falso alivio, como si al romperla pudiera arrancar de mí la culpa que me consume. Pateo la silla, el escritorio, el espejo, cualquier objeto a mi alcance, cualquier cosa que

