**GABRIEL**
Augusto me detiene antes de salir, colocando una mano firme sobre mi brazo. Sus ojos se clavan en los míos y estudia en silencio durante varios segundos, como si estuviera buscando algo que no logra encontrar. Finalmente, su expresión se suaviza apenas, mostrando un leve destello que podría confundirse con preocupación genuina, aunque su postura rígida aún lo delata.
—Gabriel, no quiero verte destruido —su voz es más baja ahora, casi paternal—. Eres como el hijo que nunca tuve. Te he visto crecer, convertirte en un hombre excepcional. Y precisamente por eso no puedo quedarme callado mientras te lanzas por un precipicio.
—Puedo cuidarme solo. Eso te lo aseguro, si no hubiera sido así, mi padre no hubiera dejado todo en mis manos.
—¿Cómo se cuidó Fátima? ¿Cómo se cuidaron tod
