**SIENNA** Llegué a mi escritorio —mi pequeño reino de productividad y logros— y me senté en mi silla ergonómica como si fuera mi trono. Encendí la computadora y abrí mis aplicaciones usuales: correo electrónico, hojas de cálculo, plataformas de análisis digital. Fingí que no había escuchado nada, que no me había dado cuenta de las miradas de desprecio y compasión fingida, que los susurros no habían penetrado mi armadura profesional. Pero en el fondo, mi corazón se encogía como una flor marchitándose. Ya no era Sienna, la profesional respetada, la trabajadora incansable que había revolucionado con su ejemplo como empleada. Ahora era simplemente «la mujer que se había metido con el jefe», reducida a un chisme de oficina, a un escándalo que alimentaría las conversaciones durante semanas

