**GABRIEL**
Un golpe seco reverberó desde el interior de la suite cuando el ascensor se detuvo en el piso 10, seguido inmediatamente por algo que me heló la sangre: un grito ahogado, primitivo, lleno de desesperación.
No lo pensé dos veces. Deslicé la tarjeta en la cerradura electrónica y empujé la puerta con tanta fuerza que se estrelló contra la pared interior, el sonido resonando como un disparo en el aire tenso de la tarde barcelonesa. Y lo que vi me dejó completamente petrificado. En el centro de la sala de estar —decorada con ese lujo discreto que caracterizaba a los hoteles de cinco estrellas— estaba Sienna. Sentada en un sofá de terciopelo color crema, con las piernas cruzadas elegantemente, sosteniendo una copa de vino tinto que reflejaba la luz dorada que se filtraba por los ve
