Blake se escurrió entre sus brazos el tiempo suficiente para
levantarse del sofá. Una vez en pie, la tomó en brazos y se dirigió
hacia el dormitorio.
Samantha miró hacia el suelo horrorizada.
—Blake, la ropa.
Él se rió e, ignorando sus palabras, la llevó al piso de arriba,
hasta el dormitorio, donde hizo efectivas sus amenazas.
Cuando Samantha bajó de la habitación, ya era casi mediodía.
La ropa había desaparecido, al igual que los platos de la cena. Solo
una fotografía de los dos haciendo el amor habría sido un mensaje
más claro de lo sucedido la noche anterior, teniendo en cuenta las
cosas que el personal había encontrado a primera hora. Estaba tan avergonzada que no podía evitar sonrojarse de vez en cuando, y cada
vez que se cruzaba con Mary o con Louise bajaba la mirada. Ambas
fueron increíblemente educadas, hasta tal punto que habría preferido
que le tirasen de la manga y le enseñaran el pulgar en señal de
aprobación a que actuaran como si limpiar los restos de los
encuentros de Blake con sus amantes fuese una tarea fija todas las
semanas.
De hecho, Samantha le sacó el tema de sus antiguas novias
mientras hacían las maletas.
—Entonces, Blake —empezó, haciéndose la inocente—, dime:
¿encontraré recuerdos de tus amantes anteriores en alguno de los
cajones?
Él dejó lo que estaba haciendo y se incorporó para mirarla, pero
ella continuó con lo suyo como si nada. Después de todo, era ella la
que tenía que preparar su ropa. Blake contaba con todo lo que
necesitaba en ambos continentes.
—No sé si te sigo.
—Ya sabes. ¿Vanessa tenía aquí un cajón para ella, o
Jacqueline?
Sintió que los ojos de Blake se clavaban en su espalda, pero
evitó mirarlo a la cara. No debería importarle, pero quería saber si
invitaba a sus amantes a menudo a su casa.
—Nunca he encontrado a nadie que se merezca un cajón para
ella sola —respondió Blake.
Vaya, no estaba nada mal.
—¿Ni siquiera para unas braguitas olvidadas por accidente?
—continuó, sin dejar de meter ropa en la maleta y evitando mirar hacia
donde estaba su esposo. «Soy patética.»
—¿Samantha? —preguntó Blake, que se había acercado y
estaba detrás de ella. La cogió por los hombros y la obligó a darse la
vuelta. Sus hermosos ojos grises se clavaron en los de ella—. Solo
hace cuatro años que tengo esta casa. Eres la única mujer que ha
dormido en mi cama.
Una sonrisa floreció en el interior del pecho de Samantha. No
quería que Blake supiera cuánto significaban aquellas palabras para
ella, de modo que asintió, concentrada en evitar que la sonrisa
alcanzara sus labios. Él la besó dulcemente en la boca.
—¿Te habría molestado encontrarte un cajón lleno de ropa de
mujer?
No debería. Hacía apenas tres semanas ni siquiera se conocían.
—Bueno, supongo que no... —«Pues claro que sí.»
—¿Samantha? —Blake pronunció su nombre con la parsimonia
de quien sabe que algo no es cierto.
—Vale, sí —confesó ella—. Porque... —Se devanó los sesos en
busca de una excusa convincente. No le costó mucho encontrarla—.
El personal pensará mejor de mí, o de nosotros... como pareja si no
me ven como un número más.
«Patético.» No debería intentar ser algo más que un número,
sino que haría mejor construyendo barreras alrededor de su corazón,
de sus sentimientos, y evitando cualquier tipo de relación afectiva con
el hombre que no apartaba la mirada de la suya.
—No eres un número, Samantha. Si alguna vez sientes que el
personal de aquí, o el de Europa, te trata como tal, solo tienes que
decírmelo.
Ella sacudió la cabeza.
—Todo el mundo se ha portado fenomenal conmigo.
Blake entornó los ojos un instante, como si intentara resolver un
enigma, y acto seguido dio media vuelta y se dispuso a terminar su
minúscula maleta.
Cuando Samantha continuó con la suya, se permitió el lujo de
sonreír casi imperceptiblemente. Se equivocaba al tratar de encontrar
un lado romántico en lo que estaba pasando entre ellos. Solo
compartían una relación s****l satisfactoria para ambos, con la
peculiaridad de que además estaban casados. Tampoco era para
tanto.
—¿Y tú qué, Samantha? —empezó Blake, apartándola de sus
pensamientos.
—¿Sí?
—¿Has tenido algún hombre en tu vida que se mereciera un
cajón?
La mano de Samantha se detuvo en pleno movimiento.
—No —fue la breve respuesta a su escasa vida personal.
Siguieron preparando las maletas.
—¿Algún novio reciente que pueda presentarse en la puerta de
casa?
Samantha echó un vistazo por encima del hombro. Blake estaba
de espaldas a ella mientras manipulaba algo que tenía entre las
manos. Muy bien, su marido sentía curiosidad por su pasado. La vida
privada de Samantha nunca había aparecido en las portadas de las
revistas como la de él.
—El dique de los novios lleva seco bastante tiempo —respondió.
—¿Cómo de seco? —preguntó Blake antes de que ella
terminara la frase.
Samantha se dio la vuelta y esperó a que Blake sintiera el peso
de su mirada y se la devolviera.
—Cuando mi padre entró en la cárcel, impedí que nadie se me
acercara.
—Tenías veintiún años cuando tu padre ingresó en prisión.
—Así es.
—No ha habido nadie desde...
—Nadie.
Blake consideró sus palabras durante un minuto, desviando la
mirada hacia el techo.
—Eso significa que...
—He estado con dos personas además de ti —dijo ella,
consciente de por dónde iba la conversación. Era raro saber de
antemano las preguntas—. Uno en el instituto, porque todo el mundo
va al baile de graduación, y otro en la universidad. —Este último le
rompió el corazón y terminó con su fe en los hombres.
La expresión de su cara debió de cambiar, porque Blake dejó de
preguntar y se acercó nuevamente a ella.
—Supongo que es típico de los hombres, pero me gusta saber
que formo parte de una lista muy exclusiva.
Era difícil ignorar los recuerdos de sus años de universidad, de
tanta confusión y tanto dolor.
—Si una chica no puede acostarse con su marido, ¿con quién va
a hacerlo? —se burló ella, forzando una sonrisa en sus labios.
Blake entornó los ojos.
—Cierto.
Se disponía a darse la vuelta, pero entre ellos se había abierto
una brecha.
—¿Blake?
—Dime.
—Me gusta saber que soy la única que ha estado aquí.
Se hizo el silencio en el dormitorio. Se miraron el uno al otro sin
decir nada. Cuando Blake regresó a su tarea, Samantha terminó con
la suya.
Las ventajas de tener un avión privado eran aún más agradables
con una mujer al lado. Hicieron el amor y luego durmieron unas horas,
lo cual debería haber sido suficiente para relajarse y llegar a Gran
Bretaña descansados. Sin embargo, mientras el avión descendía,
Blake percibió el nerviosismo de Samantha e hizo todo lo que estaba
en su mano para distraerla.
Había reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto.
Allí pasarían la noche, y se reunirían con su familia al día siguiente en
Albany. Sin embargo, su familia tenía otro plan en mente.
Tomaron tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellos
seguía siendo última hora de la tarde. Por la forma en que Sam movía
las manos, Blake sabía que su esposa tenía los nervios a flor de piel.
Bajaron del avión, él rodeándola con un brazo. Siguiendo su
consejo, Samantha se había cambiado de ropa y llevaba unos
vaqueros gastados y una camiseta de manga larga. «No hace falta
que te pongas guapa para el chófer», le había dicho, asegurándole
que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse
adecuadamente antes de acometer algo importante.
Sin embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo
junto al avión y se abrió la puerta trasera, Blake y Samantha se
quedaron petrificados al ver uno de los tacones de la madre de él
apoyándose en el suelo.
—Me dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto
—murmuró Samantha entre dientes.
—Y así es.
Era evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento
trasero de la limusina era su madre. El chófer sostenía un paraguas en
alto encima de ella para evitar que las gotas de lluvia que caían sobre
la pista le arruinaran el peinado que sin duda un peluquero había
tardado horas en crear.
A pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Linda
Harrison aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad.
Tenía el pelo de color ocre y lo llevaba recogido bajo un elegante
sombrero. Vestía un abrigo largo y gris sobre, y de eso Blake estaba
seguro, una falda estrecha y una blusa. Su madre siempre iba vestida
al detalle. A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa capa de nubes, la madre de Blake llevaba unas enormes gafas de sol,
bajo las que ocultaba sus ojos y los sentimientos que estos pudieran
revelar.
—Entonces, ¿quién es esa?
Blake tragó saliva. Si algo había aprendido de su mujer era su
tendencia a la inseguridad. Tras la actitud guerrera de Samantha se
escondía un poderoso deseo de ser aceptada.
Estaba seguro de que la idea de sugerirle que se quitara el traje
de seda y se pusiera cómoda acabaría explotándole
irremediablemente en la cara.
—Es mi madre.
Sam vaciló, pero Blake la ayudó a seguir adelante poniendo una
mano sobre su espalda y empujándola con firmeza.
—Pero...
—¿Mamá? —Blake retiró la mano de la espalda de Samantha el
tiempo justo para darle dos besos a su madre—. No te esperábamos.
—Parecía despreocupado, pero confiaba en que su voz transmitiera el
descontento que sentía en aquel momento.
—No podía permitir que tu esposa y tú aterrizarais sin una
bienvenida.
Blake volvió al lado de Samantha y la empujó para que diera un
paso al frente.
—Samantha, mi madre, Linda. Mamá, esta es mi esposa,
Samantha.
La madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.
—Un placer —dijo, ofreciéndole la mano a su nuera.
—He oído hablar mucho de usted.
—¿Es eso cierto? Yo prácticamente no sé nada de ti.
Samantha se puso tensa y Blake tuvo que interponerse entre las
dos mujeres.
—Estamos aquí para remediarlo —le dijo a su madre—. No
deberías haber venido. Ya sabes lo largos que son los viajes desde
Estados Unidos.
Linda palmeó el hombro de su hijo.
—Estoy segura de que habéis tenido tiempo suficiente para
descansar durante el vuelo.
—Llevamos unos días muy ocupados, como puedes imaginarte.
Nos apetecería dormir unas horas.
La madre miró al chófer que sostenía el paraguas sobre su
cabeza y luego el coche.
—En ese caso, será mejor que partamos cuanto antes.
Blake sintió que empezaba a perder el control. Lo peor fue que
Samantha no dijo absolutamente nada. Se limitó a mirarlos, primero a
uno, luego al otro, con los labios sellados.
—He reservado habitación en el Plaza.
—Eso es una estupid...
—¡Madre! —Blake ya había tenido más que suficiente.
—Linda. No te importa que te tutee, ¿verdad? —preguntó
Samantha, que por fin había recuperado la voz.
—Por supuesto que no, querida.
—Bien. Como puedes ver, necesito darme una ducha
desesperadamente y recuperar unas horas de sueño. Espero que
seas tan amable de aguardar en Albany hasta nuestra llegada, hasta
que Blake y yo nos hayamos quitado de encima al menos parte de
este horrible jet lag. —Samantha escogió un tono y unas palabras muy
formales, tanto que Blake no la había oído hablar así hasta entonces.
—Supongo que tienes razón.
Samantha tomó el brazo de Blake y se apoyó en él.
—Te agradezco que hayas venido hasta aquí solo para
recibirme. No sabes cuánto significa para mí.
Blake se había quedado nuevamente sin palabras. Ayudó a su
esposa y a su madre a montarse en la parte trasera del coche y luego
se unió a ellas. En cuanto la puerta se hubo cerrado, Samantha se
acurrucó contra su marido.
—Llevas un abrigo precioso —le dijo Sam a su suegra.
—Gra... gracias.
—Espero que me digas dónde te lo has comprado. Me temo que
no tengo nada parecido y, por el aspecto del cielo, creo que voy a
necesitar uno mientras dure mi estancia.
—Por supuesto, querida. Tendremos tiempo de sobra para ir de
compras.
La preocupación de Blake por la inesperada aparición de su
madre empezó a desvanecerse.
—Mi mujer y mi madre de compras. ¿Debería preocuparme?
—se burló.
—Depende —respondió Samantha.
—¿De?
—De si tu hermana se nos une. Tres mujeres y una tarjeta de
crédito sin límite son un auténtico peligro.
Todos rieron. Y a pesar de las diferencias más que evidentes entre su madre y su esposa, a Blake no le preocupaba la posibilidad
de que no se llevaran bien. Samantha había prestado atención a la
descripción de los hábitos de su madre en cuanto al dinero, y la estaba
utilizando para ganarse su afecto. Para cuando llegaron al Plaza,
Blake estaba seguro de que su madre ni siquiera se había percatado
de los vaqueros de centro comercial y de los zapatos sin marca que
llevaba Samantha, del mismo modo que sabía que en cuanto pudiera
su esposa le prendería fuego a todo el atuendo.
Afortunadamente, su madre se despidió de ellos en la puerta y
no los siguió al interior del hotel. Todavía estaba amaneciendo y la
recepción estaba vacía. El botones los acompañó rápidamente hasta
la habitación. Blake le dio una propina y cerró la puerta tras él.
Por fin estaban solos. Sam se quitó los zapatos y se dejó caer en
el sofá.
—Puede que acabe gustándome tu madre, aunque antes tendré
que superar el hecho de que nos tendiera una emboscada en el
aeropuerto.
—Le pedí que nos esperara en Albany.
—Es tu madre. Tiene curiosidad.
—Aun así, debería haber esperado. —Y así se lo haría saber en
cuanto tuviera una oportunidad.
—Necesitaba comprobar con sus propios ojos que no estoy
embarazada de cinco meses.
Blake acababa de colocar su maleta sobre la cama cuando
comprendió las palabras de Samantha.
—¿Embarazada?
—Por favor, ¿no te has dado cuenta de que no dejaba de
mirarme la barriga?
No, ni siquiera se le había ocurrido.
—No lo dices en serio.
—Muy en serio. Era una misión de reconocimiento. Primero para
saber si tiene un nieto de camino y segundo para asegurarse de que
no soy un desastre sin clase.
Blake se apoyó en la estructura de la cama y se preguntó si
Samantha tendría razón.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Las mujeres son criaturas emocionales. Todo está en sus ojos.
Cuando tu madre se ha quitado las gafas, he podido leer cada mirada,
cada movimiento.
Blake se encogió de hombros.
—Creo que te llevaré conmigo al próximo consejo de
administración. Parece que se te da bien el espionaje.
—Cursé psicología como segunda especialidad.
—Podrías haber hecho carrera en la justicia.
—No lo creo. Por los cargos de mi padre y todo eso.
Samantha se levantó del sofá y puso punto final a la
conversación. Había dolor en su mirada. Sacó algunas cosas de la
maleta y se dirigió al lavabo. Su padre la había marcado de por vida.
Desgraciadamente, Blake no sabía cuán profundas eran las heridas.
Tendría que descubrirlo.
Samantha apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza en la
almohada cuando Blake la despertó. Se dio una ducha larga con agua
muy caliente y tomó un pequeño refrigerio —la comida le provocaba
náuseas— antes de partir hacia Albany. La idea de que la familia de
Blake observara cada uno de sus movimientos le ponía la piel de
gallina. Era consciente de que se había librado del primer
interrogatorio de la madre de Blake, pero no sabía si sería capaz de
repetirlo ahora que Linda estaría en su terreno.
Estaba preparada para conocer a la familia al completo. Había
escogido para la ocasión un traje de chaqueta con falda color óxido.
Blake no se había molestado en preguntarle por qué se había dejado
los vaqueros y la camiseta en el hotel, dentro de la papelera de la
habitación para ser más concretos. Simplemente se había reído al
verlos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nunca debería haber llevado esa
ropa consigo y mucho menos habérsela puesto el día en el que Linda
había decidido hacer su aparición. Si volvían a sorprenderla, sería
vestida con sus mejores galas. Para ello se aseguró de que toda la
ropa que llevaba consigo fuera acorde con el gusto de la anterior
duquesa de Albany, quizá unas décadas más joven en cuanto al estilo
pero siempre digna de la mujer que caminase del brazo de Blake.
De camino a Albany Hall dejó de llover. Londres se desvaneció
lentamente y el paisaje se llenó de verdes colinas. Samantha intentó
relajarse en el asiento junto a su marido mientras este hablaba de su
hermana, que tenía aproximadamente la misma edad que ella.
—Gwen siempre ha querido que yo sentara la cabeza.
Sam sintió que se le revolvía el estómago al escuchar aquellas
palabras.
—¿No te preocupa...? —Dejó que la pregunta quedara
suspendida en el aire y sus ojos se posaron en el chófer. Quería preguntarle si le preocupaba que su hermana le cogiera cariño a su
nueva cuñada en el poco tiempo que duraría su matrimonio.
Blake permaneció en silencio unos segundos y su rostro se
cubrió de incertidumbre.
—Gwen y tú os llevaréis bien. Es muy agradable. Tal vez un
poco consentida, pero no tiene mala intención.
Samantha aparcó aquella conversación para otro momento más
apropiado, cuando ambos pudieran hablar a solas. Empezaba a
preocuparle la posibilidad de decepcionar a toda la gente que estaba a
punto de conocer. De pronto se acordó de su padre, de los días
previos a que le pusieran las esposas.
Como licenciada en empresariales, Samantha pasaba muchas
horas fuera de clase discutiendo con los profesores sobre el éxito de
su padre. Incluso Dan, su novio de entonces, quería saberlo todo de
Harris Elliot y su pequeño imperio económico e inmobiliario.
Dan era encantador, carismático y más astuto que un zorro
esperando junto a una madriguera a que el conejo asomara su
pequeña y peluda cabeza.
Sam era el conejo que no sabía que estaban jugando con ella.
Y pensar que se había acostado con el hombre que acabó
metiendo a su padre entre rejas... Qué estúpida era. Habían estado
saliendo, quedando para estudiar, o eso creía ella, y deshaciendo un
buen número de camas. Mientras tanto, Dan grababa todas las
conversaciones, en las que le hacía preguntas en apariencia inocentes
pero que habían resultado cruciales para construir las acusaciones
contra su padre.
Incluso ahora, años más tarde y sentada junto al que iba a ser su
marido durante un breve espacio de tiempo, Samantha se ponía
enferma al recordarlo. Entonces no había sido consciente de estar
revelando pruebas cruciales contra su padre, pero los pecados del
viejo eran una bola de nieve cada vez más grande que acabó por
matar a su madre y arruinar la vida de Jordan.
Samantha recordaba el día en que Dan le había contado la
verdad sobre su identidad, cómo había permanecido impasible
mientras un agente federal la amenazaba con la encarcelación de su
madre si no colaboraba en la investigación. Le hablaron sobre los
agujeros en las prácticas empresariales de su padre y le revelaron que
habían instalado micrófonos por toda la casa.
—Tenemos razones para creer que su madre sabe más de lo
que aparenta sobre los delitos de su padre. Si usted no nos demuestra lo contrario, ambos acabarán entre rejas.
Samantha sabía que su madre no estaba enterada de los
negocios de su padre, pero estaba demasiado desconcertada para
preguntar por qué un federal querría obligar a una hija a probar la
inocencia de su madre. Al final, Dan y sus amigos solo la utilizaron
para cargarse a su padre. Sabían que su madre, Martha, no tenía
nada que ver con los planes de su padre.
Samantha reflexionó sobre muchas de las cosas que su padre
había hecho a lo largo de los años. Tenía socios, o eso decía él, pero
Samantha nunca los había conocido. No fue hasta su primer año de
universidad, cuando uno de sus profesores le preguntó por la
profesión de su padre, que empezó a sospechar. No pudo darle una
respuesta concreta sobre qué hacía para ganar dinero, solo que lo
ganaba, y mucho.
En cuanto a su madre, era la esposa de un hombre rico. Comía
con la élite del barrio, nunca fregaba los platos y miraba hacia otro
lado cuando su padre tenía una aventura. Siempre iba perfectamente
vestida y no permitía que Jordan o ella salieran de casa con ropa que
pudiera parecer gastada o barata.
El primer año de universidad le abrió los ojos sobre cómo
funcionaba el mundo. Sus compañeras de la hermandad, que
desaparecieron como cucarachas cuando su padre ingresó en la
cárcel, le enseñaron a administrar el dinero. Dos de ellas provenían de
matrimonios rotos y tenían una habilidad especial para separar el
dinero de papá de los gastos de cada día y así poder irse de
vacaciones en primavera con el resto de las chicas de la hermandad.
La llevaron a centros comerciales y grandes superficies donde no
tenía por qué dejarse una pequeña fortuna en las compras habituales.
Samantha le había contado a su madre con orgullo cómo estaba
administrando el dinero para reducir a la mitad el presupuesto que le
había asignado su padre.
Martha echó un vistazo a los vaqueros de Sam y se negó a
seguir escuchando.
—Ninguna hija mía va por ahí vestida así.
Ofendida pero decidida a que la estrechez de miras de su madre
no le impidiera seguir aprendiendo sobre las finanzas del mundo real,
Samantha continuó ingresando cada mes casi la mitad de la
asignación de su padre en una cuenta aparte. Esa cuenta le salvó el
pellejo cuando los federales confiscaron todo el dinero de la familia.
Ahora que Samantha había recuperado el estilo de vida de antaño, le preocupaba enormemente decepcionar a Linda, a Gwen y a
toda la familia cuando, en menos de un año, les llegara la noticia de su
separación.
Blake cubrió las manos de Samantha con una de las suyas,
llamando su atención sobre el incesante modo de retorcerlas sobre su
regazo. Sam buscó sus hermosos ojos grises y en ellos encontró
compasión. «Probablemente cree que estoy nerviosa por conocer a su
familia.»
No tenía la menor idea de que sus preocupaciones eran mucho
más profundas.
Por primera vez desde que llevaba alianza, Samantha empezaba
a cuestionarse sus decisiones.
¿Y si decía o hacía algo que lo estropeara todo y la madre y la
hermana de Blake se quedaban sin nada? ¿Sería Linda capaz de
soportarlo?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
¿Y si Linda seguía los pasos de su madre?
Sam sacudió la cabeza y desterró los recuerdos del entierro de
su madre.
—Todo va a salir bien.
De repente, Samantha ya no estaba tan segura de ello. Albany
Hall se materializó ante sus ojos mientras la limusina recorría el
camino que llevaba a la casa.
—Oh, Dios mío —masculló entre dientes.
El hogar en el que Blake había pasado su infancia tenía el
tamaño de un castillo pequeño. Dos alas sobresalían de una
estructura central. Samantha contó tres plantas pero no descartó la
posibilidad de que hubiese un sótano enorme bajo tierra. Según Blake,
la casa tenía treinta y cinco dormitorios, sin contar los del servicio.
También había un salón de baile y un conservatorio, una biblioteca
con más libros de los que nadie pudiera leer en su vida y varios
salones, bautizados según el color de la decoración.
—El salón azul está junto a la entrada y el rojo al lado.
Al bajarse de la limusina y entrar en el mundo de su marido,
Samantha se sintió un poco como Cenicienta la noche del baile, solo
que en su versión del cuento el reloj no marcaría las doce de la noche
hasta al cabo de un año. Eso debería ser suficiente para que se
sintiera más segura, al menos durante un tiempo, pero no dejaba de
imaginarse calabazas, ratones corriendo entre sus pies, zapatos de
cristal y reproches.
—¿Lista? —preguntó Blake antes de guiarla hacia el interior de
la casa.
Si Gwen Harrison albergaba alguna duda sobre la presencia de
Samantha junto a su hermano, lo disimulaba increíblemente bien. En
cuanto Sam hizo su aparición en la enorme mansión de la familia,
Gwen se cogió del brazo de su recién estrenada cuñada y no la volvió
a soltar. Era joven, guapa, llena de vida y sin duda alguna muy
consentida. Linda la recibió con una sonrisa y le presentó a una tía por
parte materna, al tío de Blake y a dos primos que la observaron
detenidamente.
El personal de la casa esperaba a un lado, listo para recoger las
maletas, servir el té y fundirse con el entorno.
—No sabes la ilusión que me hace tener a alguien de mi edad
por aquí —le dijo Gwen a Samantha. Su hermano disimulaba el acento
británico, pero en su hermana era especialmente marcado.
—Nunca te ha faltado compañía —le recordó Linda a su hija.
—Compañía sí, pero con la familia siempre es diferente. ¿No
crees, Samantha? Nunca he tenido una hermana en quien poder
confiar.
Gwen sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos, y por
un instante Sam se sintió culpable. A pesar de que ella sí tenía una
hermana, Jordan no estaba en condiciones de relacionarse con ella de
la forma a la que se refería Gwen.
Era como si alguien le diese una segunda oportunidad a través
de Blake para que pudiera disfrutar de una hermana, aunque el tictac
de la bomba que era aquella relación no dejaba de sonar.
—Supongo que sí —dijo Samantha.
—Hay té preparado en el salón rojo, Blake. ¿Por qué no nos
sentamos cómodamente y nos lo explicas todo sobre tu inesperado
noviazgo y matrimonio?
Blake consiguió colocarse junto a Samantha y tomarla del brazo.
El calor que desprendía su cuerpo era un consuelo frente a los
pensamientos que la atormentaban. Se inclinó hacia ella y le susurró
al oído:
—¿Cómo lo llevas?
Samantha se dio cuenta de que Howard, el primo de Blake, los
observaba con los ojos entornados y los labios prietos. Cogió una
mano de Blake y le besó los nudillos. La luz que iluminó el rostro de su
esposo borró por un momento los oscuros presagios que les aguardaban en el futuro.
«Bien», respondió en silencio, formando la palabra con los
labios, y Blake le apretó la mano.
Linda los guió hasta una estancia roja con el techo abovedado y
las paredes empapeladas de rojo, gris y blanco. El estampado era muy
sutil a pesar de la elección de colores. Las cortinas de seda y varios
cuadros de temática floral le otorgaban a la estancia un toque
femenino, reforzado por el precioso centro de flores que descansaba
sobre la repisa de la chimenea.
Los hombres se sirvieron pastas y sándwiches de una mesita
antes de tomar el té.
—¿Habías estado alguna vez en Europa? —preguntó Linda
mientras servía té oscuro en unas tazas diminutas.
—En el instituto.
—Entonces estarás familiarizada con la hora del té —intervino
Gwen.
—No es más que una excusa para picar a media tarde —repuso
Blake.
Gwen desaprobó las palabras de su hermano con un gesto de la
mano.
—No le escuches. Es alérgico a cualquier cosa que sea
remotamente británica. Creo que ninguno de nosotros se sorprendió al
escuchar que se había casado con una americana.
—¡Gwen! —le riñó su madre.
—Es verdad.
Samantha apenas podía aguantarse la risa.
—No es culpa mía que las europeas no me llamaran la atención
—se defendió Blake como pudo.
—Entonces —intervino Howard, dejando de comer un segundo
para preguntar— ¿Samantha y tú os conocéis hace mucho tiempo?
Los dos habían acordado que fuera él quien respondiera a las
preguntas más básicas sobre su relación. De esa manera, ninguno de
los dos contradiría las palabras del otro.
—Yo no diría eso.
—¿Qué dirías entonces? —preguntó Mary, la tía de Blake.
—Nos conocimos el mes pasado.
—¿El mes pasado? —Gwen no daba crédito a lo que acababa
de escuchar—. ¿Cómo puedes casarte con alguien a quien apenas
conoces?
Blake dejó la taza sobre la mesa y cogió la mano de Samantha.
—Me habría casado con Samantha el mismo día en que nos
conocimos si ella me hubiera dicho que sí. Hay veces en la vida en las
que simplemente sabes que estás haciendo lo correcto.
Paul, el tío de Blake, se incorporó en su silla.
—Lo correcto, dices. ¿Nos estás ocultando algo?
La mandíbula de Blake se tensó de repente.
—¿Qué me estás preguntando exactamente?
Las mujeres permanecieron en silencio sin apartar la mirada de
Samantha.