—¿Tu mujer está embarazada?
Blake parecía incómodo.
—Mi mujer tiene un nombre e insisto en que empieces a utilizarlo
en lugar de actuar como si no estuviera presente. —La frialdad con la
que se dirigió a su tío heló la sangre de Samantha. Aquella era una
faceta de él que apenas había visto hasta entonces y que esperaba no
sufrir en sus propias carnes.
Paul sonrió con malicia, pero antes de que pudiera decir algo,
Samantha respondió por su marido.
—No estoy embarazada.
A pesar de que las mujeres presentes en el salón no dijeron
nada, se oyó un suspiro de alivio tras su declaración.
—Entonces os habéis casado por el testamento —intervino
Adam, el primo más joven, que estaba sentado junto a Howard, quien
hasta entonces no había intervenido en la conversación.
Blake se puso en pie de un salto con los puños cerrados.
Samantha se apresuró a dejar su taza de té a un lado y sujetar las
manos de su esposo.
—Cariño, sabíamos que pondrían en duda nuestras
motivaciones. —A continuación, como si hubiera nacido para mentir,
añadió—: ¿Cómo van a entender la chispa que se produjo entre
nosotros el día en que nos conocimos, o entender los motivos que nos
han llevado a estar juntos y casarnos sin pasar por un noviazgo largo?
Por fin Linda se decidió a hablar, serenando los ánimos de los
presentes.
—Haces que parezca muy romántico, Samantha.
Sam obligó a Blake a sentarse de nuevo y no le soltó la mano
para evitar que estrangulase a la parte masculina de su familia.
—Estoy segura de que no quieres saber todos los detalles, pero
tu hijo es muy romántico.
—Yo sí quiero saber los detalles —intervino Gwen, mordiéndose el labio mientras hablaba.
Blake miró a su hermana con los ojos entornados. Los de
Samantha, por su parte, no dejaron de observar a Howard, que había
presenciado la escena sin pronunciar una sola palabra. Su silencio
parecía indicar que no le había convencido. Su mirada, fría y
calculadora, se detuvo en Blake, y Samantha no pudo más que
preguntarse hasta dónde estaba dispuesto a llegar para echarle la
mano a la herencia de Blake.
El mayor de los Parker, de Parker y Parker, estaba sentado
frente a Blake, preparado para discutir los detalles de la última
voluntad y del testamento de su padre. Blake recordaba haber
escuchado las proclamas del viejo duque desde el más allá
exigiéndole que se casara si quería heredar el grueso de su fortuna,
pero había algunos detalles que no le habían quedado claros. De
hecho, el día de la lectura del testamento, Blake había interrumpido al
abogado antes de que pudiera terminar. Al fin y al cabo, acababa de
cumplir los treinta; los treinta y seis le parecían algo muy lejano.
Armado con poco más que un traje, una corbata y una expresión
estoica en la cara, Mark Parker abrió su maletín y sacó un taco de
papeles de al menos cinco centímetros de grueso.
—Veo que no ha tardado mucho en procurarse una esposa
—dijo el abogado.
El último encuentro entre ambos había tenido lugar un par de
meses atrás. Mark le recordó a Blake la fecha máxima que Edmund
había estipulado en su testamento, pero lo hizo solo porque estaba
obligado. Si Blake no se hubiera ajustado a los plazos, Parker y Parker
habrían ganado el veinticinco por ciento del total, la madre y la
hermana habrían recibido una pequeña suma, insuficiente para
mantener su actual ritmo de vida, y el resto se habría repartido entre
Howard y algunas obras benéficas.
—Samantha y yo somos muy felices —respondió Blake,
negándose a disculparse.
—¿Es eso cierto?
—Podrá comprobarlo usted mismo durante el fin de semana.
Hacía tiempo que no me apetecía volver a casa después del trabajo.
Qué extraño, no sonaba a mentira. De hecho, le apetecía ver el
rostro de su esposa cada noche y cada mañana desde que habían
empezado a compartir la cama.
Mark apretó los labios y las marcas de expresión de su cara se volvieron más definidas.
—Convencer al bufete de que su matrimonio no es de
conveniencia depende únicamente de usted y de su señora esposa.
—Soy consciente de las cláusulas que Edmund incluyó en el
testamento. Estamos aquí para determinar exactamente qué necesita
su bufete de mí en los próximos doce meses.
Mark se rascó la barbilla.
—Su padre estaba decidido a impedir que usted falseara la
situación para superar favorablemente sus demandas.
Su padre era un imbécil, pero Blake no necesitaba compartir con
Mark sus opiniones sobre el viejo.
—Eso ya lo sabemos.
—Pasó una cantidad considerable de tiempo en nuestras
oficinas redactando las contingencias legales.
Algo en la forma en que Mark estaba sentado, en el destello que
desprendían sus ojos, le ponía el vello de punta.
—Ya hemos repasado esas contingencias.
Mark abrió la boca y dibujó una «O» silenciosa con los labios
antes de inclinar la cabeza a un lado y continuar.
—La mayoría. Hemos hablado de casi todas.
El suelo empezó a temblar bajo los pies de Blake. En lugar de
mostrarse inseguro ante el astuto abogado, el duque se apoyó en el
respaldo de la silla y esperó a que le expusiera los detalles.
—Estoy convencido de que en el momento de la lectura del
testamento de Edmund, usted estaba demasiado triste para prestar
atención a algunas de las cláusulas adicionales. Por citar una, la que
establece que, una vez casado, se leyera y aplicara el codicilo incluido
en el testamento. —Mark sonreía abiertamente, como un zorro
mirando a un ratón desde las alturas.
—Estoy intrigado —respondió Blake—. ¿Qué otra cosa podría
pedirme mi padre?
—Aquí tengo una adenda sellada que debía abrirse una vez
estuviera casado. —Tras apartar un montón de papeles de la pila,
empezó a leer.
Bien hecho, Blake, hijo mío, parece que al final no he educado a
un completo inútil. A estas alturas, estoy seguro de que ya formo parte
de tu lista de seres más abyectos que jamás hayan pisado la tierra. Te
aseguro que solo me mueve la intención de demostrarte lo importante
que debería ser para ti la familia. Te burlaste de mí durante toda tu vida adulta, hiciste lo posible para alterar la mía. Supongo que un
hombre mejor que yo habría dejado una buena cantidad de dinero a
sus hijos y a su mujer y habría muerto plácidamente con la conciencia
tranquila, en lugar de obligar a su heredero a obedecer los dictados de
un testamento. Los dos sabemos que nunca he sido ese hombre. Así
pues, hijo mío, te dejo una última tarea antes de que la herencia pase
a ser tuya. Confío en que habrás contraído matrimonio justo antes de
tu trigésimo quinto cumpleaños, lo que significa que tienes un año para
tu próximo encargo.
Blake sintió que la sangre empezaba a hervirle en las venas.
Sabía perfectamente hacia dónde iba su padre y aun así fue incapaz
de impedir que las palabras salieran de la boca de Mark Parker.
Si realmente has sentado la cabeza y estás listo para seguir con
la saga familiar, tendrás que demostrarlo trayendo un heredero al
mundo.
Mark hizo una pausa para comprobar su reacción. Blake se
concentró para no apretar los dientes y dobló las manos sobre su
regazo, con la imagen de las manos de Samantha flotando en su
cabeza.
¿Qué iba a hacer ahora?
Estas cosas llevan su tiempo, pero tienes un año para encarrilar
tu futura paternidad.
Al igual que la vez anterior, Blake dejó de prestar atención
cuando Mark entró en detalles: el sexo del niño era indiferente, pero
tenía que nacer antes de que Blake cumpliera treinta y seis años. Mark
terminó de hablar y carraspeó.
—Parece que su padre pensó en todo.
—¿Y si mi esposa y yo queremos esperar para formar una
familia?
Mark disimuló una sonrisa.
—Su padre le dará millones de razones para que acelere sus
planes. Claro que si no pensaba formar una familia o seguir casado
con...
Blake interrumpió las palabras del abogado con un gesto.
—Acabamos de casarnos, Mark. O quizá no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle.
—Me doy cuenta de todo lo que usted hace. Hombres más
grandes que usted se han casado para conseguir sumas millonarias
con la intención de divorciarse en cuanto el dinero estuviera ingresado
en sus cuentas. —Mark parecía furioso, pronunciando cada palabra
con su acento almidonado.
—Ese anexo estaba sellado, pero usted lo sabía desde el
principio, ¿verdad?
Mark se puso cómodo en su silla y cruzó los brazos sobre el
pecho, respondiendo con una leve medio sonrisa. Blake sintió el deseo
poco habitual en él de hacer que Mark, y su falta de sensibilidad, se
revolviera en su asiento.
—En realidad, me gusta la idea de ser padre —dijo Blake,
dejando que el acento de su infancia tiñera sus palabras.
A Mark se le borró la sonrisa de la cara.
—Samantha será una madre maravillosa. —Lo pensaba
realmente, pero aun así puso cara de póquer.
—Va a necesitar más que palabras para convencernos.
—De eso no me cabe la menor duda.
Mark recogió sus papeles y se levantó de la mesa, listo para irse.
—Estaremos en contacto.
Blake se puso en pie y le ofreció la mano.
—Nos vemos este fin de semana en la recepción.
—Cierto.
Cuando el abogado se disponía a irse, Blake lo detuvo.
—Ah, Mark, asegúrese de que sus abogados me hagan llegar
una copia del testamento de mi padre.
Mark asintió y se dirigió hacia la puerta del despacho.
Blake dio media vuelta y se acercó a la ventana para observar
las calles bajo la espesa lluvia.
Un niño.
Maldijo a su padre y todo lo que simbolizaba. Una parte de él
quería escapar de todo, decirle a Samantha que habían descubierto el
engaño. Sabía perfectamente que ella se negaría a traer un hijo al
mundo por dinero. Los engaños de su propia familia ya le habían
causado demasiado daño. No querría engañar a un niño. j***r, si casi
podía sentir cómo se le revolvía todo por dentro cada vez que Gwen
empezaba a hablar sobre planes de futuro.
Blake había dado por hecho que los abogados de Parker y
Parker intentarían obligarlos a permanecer juntos durante todo el año siguiente. Pensaba que Mark había acudido a su despacho para
decirle algo tipo: «Blake, usted y su esposa no pueden estar
separados más de dos semanas seguidas si quieren que nos creamos
que están felizmente casados».
No, los abogados de su padre habían hecho algo mucho más
difícil de conseguir.
Pero ¿y si Samantha se quedaba embarazada? ¿Tan malo sería
eso? Una sensación de calor empezó a ascenderle por el pecho. La
idea de ver cómo sus curvas se volvían más pronunciadas, cómo sus
pechos le llenaban las manos aún más, cómo sostenía entre sus
brazos un hijo que también era el suyo...
Blake apartó las imágenes, que no eran especialmente difíciles
de imaginar, de su mente.
Quizá su equipo de abogados podría encontrar alguna ilegalidad
en el testamento de su padre. Había asignado el caso a los mejores
para ver qué podían hacer.
Por el momento, mantendría aquel último giro de los
acontecimientos en secreto.
Samantha no conseguía librarse del jet lag y ya llevaban casi
una semana en Europa. Además, vivir en una mentira le resultaba
agotador. Incluso Blake empezaba a resentirse.
La recepción tendría lugar al día siguiente y ya estaba todo
preparado. Samantha necesitaba alejarse un rato de su familia
política, que podía llegar a ser extenuante. Cuando Blake la encontró,
se había escabullido a la biblioteca en busca de una distracción.
—Estás aquí.
Con un pantalón informal y un jersey que enfatizaba la amplitud
de sus hombros, Blake estaba para comérselo.
—Creía que habías ido a la oficina.
Él negó con la cabeza.
—Hoy no podía dejarte sola.
—¿Qué tiene hoy de especial? —preguntó Samantha, un tanto
confundida.
Él se llevó una mano al pecho y fingió una herida mortal.
—No puedo creer que te hayas olvidado.
A Samantha se le escapó la risa.
—Nunca dejes el trabajo para ser actor —se burló.
—No sabes qué día es hoy, ¿verdad?
No era festivo, ni allí ni en Estados Unidos, el cumpleaños de él
ya había pasado y para el de ella todavía faltaban unos meses.
—No, no tengo ni idea.
Blake la cogió de las manos y las apoyó sobre su pecho.
—Llevamos un mes casados.
Dios, era verdad. Y que él hubiera pensado en ello y le diera
tanta importancia demostraba que el apuesto duque era en el fondo un
sentimental.
—Vaya, ya ha pasado un mes. —Aunque parecía mucho menos
tiempo.
—Sé cómo podemos celebrarlo.
—¿Quieres celebrar nuestro primer mes de casados?
Samantha miró por encima del hombro de su marido para
comprobar si había alguien escuchando. No podía ver más allá de la
puerta, de modo que decidió preguntarle en otro momento a qué venía
tanto revuelo.
Blake le guiñó un ojo y entrelazó los dedos con los suyos.
—Vamos.
Salieron de la biblioteca, atravesaron el enorme recibidor y se
dirigieron hacia la puerta principal.
—¿Adónde vamos? —Le gustaba aquel Blake despreocupado
que afloraba en los escasos momentos en que se podía relajar.
—A un sitio.
—¿Ahora te haces el enigmático? —le preguntó ella—.
¿Adónde?
—Ya lo verás.
En lugar de llevarla hasta el coche, caminaron hacia los
establos.
—Dijiste que sabías montar, ¿verdad?
Habían estado hablando de caballos poco después de llegar a
Albany.
—Sí, pero hace mucho tiempo que no lo hago.
—Tranquila, que no iremos muy lejos.
El sol había hecho acto de presencia por primera vez en días. El
aire cálido y los pájaros volando a su alrededor aliviaban parte del
estrés que Samantha cargaba sobre los hombros. En el establo,
encontraron dos caballos ensillados y listos para el paseo. Blake le dio
las gracias al chico que había preparado las monturas y luego le
susurró algo al oído que Samantha no pudo oír. El chico se sonrojó,
miró a Samantha un momento y dio media vuelta.
—Sí, señor —le dijo a Blake.
—¿Necesitas ayuda para montar? —le preguntó su marido.
La yegua castaña miró a Samantha con recelo mientras esta se
le acercaba. Tras un par de caricias, resopló como si quisiera decir
«qué remedio».
—Quizá necesite que me eches una mano.
Blake entrelazó las manos para que Samantha pudiera apoyarse
en ellas. Tras un par de intentos, consiguió subir a lomos de la yegua y
cogió las riendas.
Blake montó con un movimiento impecable de jinete
experimentado, manteniendo la espalda recta mientras dirigía su
caballo fuera del establo.
—¿Y cómo se llama este caballo? —preguntó Samantha cuando
dirigían las monturas hacia la explanada que se extendía detrás de
Albany Hall.
—Creo que Maggie.
—¿Y el tuyo?
—Blaze.
Samantha echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Maggie suena lenta y Blaze rápido.
Blake le guiñó un ojo.
—Exacto.
—Te dije que sabía montar. No hacía falta que escogieras a la
abuela del establo para mí. —Maggie cabeceó y los dos se rieron a
carcajadas.
—Creo que no le ha gustado lo que has dicho —bromeó
Blake—. Me dijiste que llevabas tiempo sin montar. No quería sentirme
responsable si acabas en el suelo con un hueso roto.
Sam se inclinó sobre el cuello de la yegua y le dio unas
palmadas bajo las orejas.
—No me vas a tirar, ¿verdad?
—No se atrevería.
Samantha consideró la posibilidad de llevar el caballo a un trote
más rápido pero no tenía ni idea de adónde se dirigían.
—¿Cuándo fue la última vez que montaste? —preguntó Blake.
—Antes... —Samantha dejó la frase a medias. Como si él
supiera cómo seguía. Durante muchos años, cada detalle de su vida
era antes o después de la caída en desgracia de su familia—. Antes
de que mi padre ingresara en prisión —continuó, cuando vio que Blake
la observaba pacientemente—. Antes de la muerte de mi madre. Antes
de Dan. Antes del intento de s******o de Jordan. Mi hermana y yo
solíamos montar juntas muy a menudo. —La imagen de Jordan sobre
un caballo le arrancó una sonrisa nostálgica.
—¿Quién es Dan?
¿Había dicho su nombre en voz alta?
—Dan es el cerdo con el que estuve saliendo en la universidad.
—Ahí hay una historia.
Blake no la presionó en busca de respuestas. Quizá por eso a
Samantha no le costó sincerarse.
—Dan salía conmigo para averiguar cosas de mi padre.
Trabajaba para los federales.
Blake se quedó petrificado.
—¿Se acostó contigo para llegar a tu padre?
La rabia que desprendía su voz la hizo sonreír. Era agradable
que alguien lo viera así.
—Se acostó conmigo. Me dijo que me quería. Las mujeres no son las únicas que mienten para conseguir lo que quieren.
—Lo debiste de pasar muy mal
Samantha aún recordaba aquellos días, el dolor, la decepción.
—Supongo que ya sabes por qué me cuesta confiar en la gente.
—Me halaga que confíes en mí.
—Y haces bien —dijo Sam, y le guiñó el ojo. No pensaba
desperdiciar aquel día tan bonito haciendo un repaso de su pasado.
Blake acercó su caballo al de Samantha, le cogió la mano y,
acercándosela a los labios, le dio un beso en el dorso.
Sam sintió que el corazón le daba un vuelco y a continuación se
abría como el c*****o de una flor. Por mucho que lo intentara, no podía
evitar comparar lo que sentía por él con lo que había creído sentir por
Dan. Parecía imposible que fueran del mismo planeta.
—¿Adónde me llevas? —preguntó, cambiando de tema.
Blake miró por encima del hombro con una sonrisa pícara en los
labios.
—No te gustan las sorpresas, ¿verdad?
—Sí me gustan. Es que... Vale, tienes razón, no me gustan.
¿Adónde vamos?
Blake señaló hacia una extensión de árboles a un kilómetro y
medio de allí.
—Hay un arroyo y, junto a este, una cabaña. He pensado que
podríamos comer tranquilamente, los dos solos.
Samantha relajó los hombros y sonrió como una tonta.
—Qué tierno.
—Ese soy yo, el señor Tierno.
Estaba siendo sarcástico, pero Samantha pensó que el nombre
le hacía justicia.
—Detrás de aquellos árboles, ¿no?
—Sí.
Blake mantuvo el paso lento de su caballo, sujetándose con los
muslos a los flancos del animal. Samantha no pudo evitar volver a
admirar la perfección de su perfil y la anchura de sus hombros, que se
estrechaban hasta terminar en una retaguardia perfecta. Se le hacía la
boca agua. De pronto no podía pensar en nada que no fuese la
cabaña y la privacidad que tendrían allí.
—¿Cuánto tardaremos en llegar?
—Media hora como mucho.
—Mmm. —Y de pronto, sin previo aviso, Samantha clavó los
talones en los flancos de Maggie y agarró las riendas con fuerza al tiempo que el caballo echaba a correr.
—¿Sam? —la llamó Blake a lo lejos.
Ella pegó las rodillas a la yegua y se sujetó bien hasta que
Maggie encontró un ritmo cómodo para correr.
Bastaron unos segundos para que Blake la alcanzara. Tenía el
ceño fruncido, pero se tranquilizó al ver que Samantha sonreía. En
lugar de detener los dos caballos, dejó que Blaze tomara la delantera,
con Maggie siguiéndole de cerca.
La brisa, fresca tras varios días de lluvia, azotó el pelo de
Samantha hasta liberarlo del clip con el que lo llevaba recogido. El
paisaje era una mancha borrosa, aunque no lo suficiente como para
no percibir el aroma de la lavanda en flor y de la hierba fresca bajo los
cascos de los animales. Podría acostumbrarse fácilmente a todo
aquello: a la libertad de alejarse de los problemas a lomos de un
caballo, a los kilómetros de campo abierto en los que perderse.
Llegaron al límite del espacio abierto en cinco minutos y, una vez
allí, redujeron la marcha de sus monturas para abrirse paso entre los
árboles. Además, Maggie y Samantha tenían que recuperar el aliento.
—Ha sido genial.
Blake miró a Samantha fijamente a los ojos. Por primera vez en
días, parecía relajado, casi feliz. Samantha creyó que le iba a decir
algo, pero él bajó la mirada y tiró de las riendas para dirigir a Blaze
hacia el corazón del bosque.
—Esto es tan bonito. Y tan tranquilo.
—Cuando era niño, solía venir a caballo hasta aquí para escapar
de mi padre.
—¿Tan malo era? —Al parecer, la relación entre ambos había
sido horrible, pero Blake nunca le había explicado nada.
—Yo no era como él.
—¿Y eso era lo que quería? ¿Una miniatura de sí mismo?
Blake asintió.
Samantha quería hacer más preguntas, pero cuando el camino
empezó a estrecharse, Blake se situó delante de ella. Pronto oyeron el
rumor del agua por encima del ruido de los caballos.
Cuando los árboles se abrieron y apareció el arroyo, Samantha
comprendió por qué Blake había escogido aquel lugar para refugiarse.
El agua cristalina saltaba sobre las piedras formando una pequeña
cascada y acariciaba las ramas y los troncos de los árboles. La hierba
y el musgo crecían en ambas orillas. Era imposible no imaginar a
Blake de pequeño sentado junto al arroyo tirando piedras.
—¿Esto está dentro de la propiedad?
—Sí. En total son unas doscientas hectáreas, pero este es el
lugar más bonito de toda la finca.
—Es precioso, Blake.
El camino terminaba en un pequeño prado con una cabaña en
un extremo. En cuanto salieron de la protección de los árboles, Blake
se bajó del caballo.
—Les dejaremos beber antes de atarlos.
Samantha descendió de su montura. Le temblaban las piernas,
pero la sensación resultaba refrescante.
—¿Usáis la cabaña muy a menudo? —preguntó mientras los
caballos bebían del arroyo.
—La verdad es que no. Durante mucho tiempo yo fui el único
que venía. Creo que cuando me marché, Gwen cogió el relevo.
—Se lo preguntaré.
Blake guió los caballos hasta un poste y los ató, dejándoles
suficiente cuerda para que pudieran pastar a sus anchas por el prado.
—Ven, que te enseñaré el interior.
Samantha se cogió de su mano y, deleitándose en la calidez que
desprendían sus dedos alrededor de los de ella, le siguió hasta el
porche de la cabaña.
La puerta se abrió con un pequeño empujón.
—¿No la cerráis?
—No hace falta.
Al entrar, Samantha se quedó sin aliento.
En el centro de la estancia había una mesa lista para dos
personas: servilletas de lino, platos de porcelana y copas de cristal;
junto a la mesa, una cubitera con una botella de vino enfriándose en
su interior; encima de ella, bandejas de plata repletas de comida.
—Oh, Blake, esto es increíble.
—¿Te gusta?
Se volvió hacia él y le pasó un brazo alrededor de la cintura.
Levantó la mirada, sonrió y acercó los labios a los de su esposo.
—Me encanta.
Blake aceptó el ofrecimiento con un beso corto, pero cuando ella
se disponía a retirarse, la sujetó contra su cuerpo e inclinó la cabeza.
Lo que había empezado como una señal de gratitud pronto se
convirtió en algo más serio.
La sensación que despertaban las manos de Blake acariciándole
la espalda le arrancó un gemido desde lo más profundo de su ser. Allí donde sus cuerpos entraban en contacto, la temperatura subía al
instante. Cuando hacían el amor, era como si nunca pudieran tocarse
lo suficiente. Blake le mordió el labio mientras con una mano buscaba
sus pechos.
—Soy una mala persona —le dijo entre besos.
Ella echó la cabeza hacia atrás, sin acabar de entender sus
palabras.
—¿Por qué lo dices?
La empujó suavemente hacia el interior de la cabaña y cerró la
puerta tras él.
—Ni siquiera hemos comido y ya me he abalanzado sobre ti.
Entre risas, Samantha se quitó los zapatos y le ayudó a
deshacerse del jersey.
—¿Me estás diciendo que la idea era solo comer?
Blake le desabrochó la falda y la lanzó al otro lado de la
habitación.
—Primero comer, luego hacer el amor. Ese era el plan.
Samantha trazó la línea de la mandíbula de Blake con la lengua
y luego siguió bajando hacia uno de sus pezones erectos.
—Hacer el amor, comer... —murmuró, abriéndose paso hacia el
otro pezón entre risas—. Y hacer el amor otra vez.
Sin dejar de quitarle la ropa, Blake la fue empujando lejos de la
comida hacia el único dormitorio de la cabaña. A Samantha apenas le
dio tiempo a admirar la delicadeza de las cortinas de encaje que
enmarcaban las ventanas o la colcha cosida a mano que cubría la
cama. Cuando reparó en ellas, ya tenía a Blake encima.
—Me encanta sentir tu peso sobre mi cuerpo —le dijo.
—Sí, te encanta.
Con gran habilidad, Blake consiguió desabrocharle el sujetador y
lo lanzó al otro lado de la habitación en cuestión de segundos. Luego
le lamió un pezón, describió un círculo alrededor de la punta y lo
chupó.
—Sabes a primavera —murmuró, antes de prestarle atención al
otro pecho.
Esta vez se tomó su tiempo para cubrirla de lametones lentos y
acompasados, arrancándole un escalofrío de placer con cada nuevo
movimiento. Luego fue bajando por su firme vientre, le quitó las
medias y dibujó con la boca un sendero por encima de la cadera y
muslo abajo.
Cada vez que hacían el amor, no tardaban en entregarse a la urgencia de la penetración. Sin embargo, esta vez Samantha
presentía que sería diferente, más pausado pero igualmente
placentero. Blake deslizó la yema del pulgar por el muslo de su esposa
y, sujetando las braguitas con un dedo, le acarició la zona más
sensible de la cadera.
—Creo que mi sustento —dijo, rozando la carne con una
bocanada de su cálido aliento— será antes y después de que nos
comamos lo que hay sobre la mesa.
De repente, Samantha se sintió vulnerable. Por muy cómoda que
estuviera encima de una cama con él, ningún hombre la había besado
jamás entre las piernas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Blake, entornando los ojos
preocupado y con la barbilla peligrosamente cerca de sus braguitas
empapadas.
—No he... —No era virgen, pero en aquello en concreto podía
decirse que sí—. Nadie me ha... —Bajó la mirada hasta su monte de
venus y luego la volvió a levantar.
Un destello de comprensión iluminó los ojos de Blake y en sus
labios apareció una sonrisa amable.
—¿Nunca?
Ella respondió que no con la cabeza.
Blake acercó los labios y le besó la piel que se extendía bajo el
ombligo sin apartar los ojos de los suyos.
—Me gusta.
Con aquellas dos palabras, Samantha se olvidó de la vergüenza
y se dejó llevar entre los brazos experimentados de su marido. Blake
apartó la tela de las braguitas y buscó la cálida carne con la lengua. La
besó una y otra vez, rodeando su sexo con la boca abierta hasta que
ella separó los muslos y le dejó espacio para poder maniobrar. Besó,
lamió y gimió hasta casi doblegar la voluntad de Samantha e incitarla a
pedir más. Cuando rozó con los labios el punto más sensible de todo
su cuerpo, ella estuvo a punto de levantarse de la cama de un salto.
Blake la retuvo describiendo círculos con la lengua, provocándola y
arrancando pequeños espasmos de lo más profundo de su cuerpo. La
intensidad del orgasmo que se estaba formando en su interior no se
parecía a nada que Samantha hubiese experimentado. Blake la llevó
al límite para luego obligarla a retroceder, con las uñas clavadas en
sus hombros.
Era una tentación, un profesor que le enseñaba a ansiar lo que
aún estaba por llegar, y lo único que podía hacer ella era suplicar más.
—Por favor.
Con un lametón rápido y una ligera presión, Samantha sintió que
se abrían las compuertas y gritó. Todo su cuerpo tembló mientras ella
disfrutaba de aquella sensación tan intensa hasta el final.
Cuando por fin se atrevió a abrir los ojos, lo primero que vio fue
la sonrisa de Blake a escasos centímetros de su cara. No había
dejado de acariciarla ni un segundo para que tuviera tiempo de
recuperarse.
—Eres malvado —murmuró Samantha con voz grave.
Él la besó suavemente en los labios.
—Y tú muy sexy. Ahora que ya sé a qué sabes, te aviso que
querré más.
Samantha le acarició la cintura y se sorprendió al descubrir que
se había quitado la ropa. Recibir y no dar a cambio era algo que no iba
con ella, de modo que sonrió y le empujó de espaldas sobre la cama
para tomar el relevo. Siguiendo su ejemplo, trazó la línea de su cadera
primero con los dedos y luego con la lengua.