El sabor entre el almizcle
y la sal de la piel de su marido le estimuló las papilas gustativas hasta
que no pudo evitar que se le hiciera la boca agua.
—¿Debería preocuparme? —susurró Blake cuando Samantha
rozó su erección con la mejilla.
—¿Qué? —preguntó ella, haciéndose la inocente—. Lo he visto
en las películas. —No era cierto, pero quería que Blake lo creyera. En
eso sí que tenía algo de experiencia. Además se explicaba en algunos
de los libros que leía de vez en cuando. Al parecer, muchos autores se
conocían la mecánica al dedillo.
—Pero...
Samantha lo atrajo a las profundidades de la cálida caverna que
era su boca.
—Santo Dios. —Blake gimió y levantó un poco la cadera,
suplicando más.
Samantha sonrió sin apartarse, sin dejar de lamer y saborear, y
deseando darle placer casi tanto como a sí misma. El olor a almizcle y
a sexo le embargaba los sentidos mientras lo llevaba al límite del
placer para retirarse un segundo antes. Habría continuado gustosa,
pero Blake la apartó suavemente.
—Demasiado.
—¿No te gusta? —preguntó ella para provocarlo, consciente de
que le encantaba lo que le estaba haciendo. Quería llegar hasta el
final, al igual que lo había hecho él con ella.
—En otro momento —respondió Blake antes de coger la cartera
de los pantalones y sacar un preservativo.
Samantha le ayudó a ponerse la fina capa de látex y se subió
encima de él. Cuando se besaron, el sabor de sus salivas se hizo uno.
Blake se abrió paso entre sus piernas, llenando hasta el último
centímetro, dilatando la carne con su impaciencia. Empujó para que
sus cuerpos se encontraran, se retiró y volvió a empujar. Tenía los
dedos hundidos en la melena de Samantha y la sujetaba con fuerza
mientras el cuerpo de ella respondía con una pasión y un deseo
renovados.
Samantha nunca tenía suficiente. Sus pechos acariciaron el
suave vello del torso de Blake. Él sentía que el corazón se le
estrellaba contra las costillas con cada latido, como si quisiera saltar al
pecho de su amante. Por mucho que Samantha se dijera a sí misma
una y otra vez que el tiempo que pasaban juntos solo era una forma
de aliviar sus necesidades mutuas, de satisfacer sexualmente al otro,
no podía evitar que trocitos diminutos de su corazón se fundieran con
el de su marido.
Se movían al unísono, tensos como las cuerdas de un violín,
hasta que ella no pudo más y se dejó arrastrar por la corriente. Blake
la sujetó contra su cuerpo y le gimió al oído mientras se alejaba río
abajo con ella.
El mundo dejó de dar vueltas a su alrededor. Blake le susurró
palabras dulces al oído y de repente Samantha supo que se había
metido en un buen lío. Enamorarse de su marido no formaba parte de
los planes. Y a pesar de la sinceridad que se habían demostrado hasta
entonces, a Samantha no le pareció conveniente hablar de sus
preocupaciones en voz alta.
Se apartó de sus brazos enseguida. Todavía no había
recuperado el aliento y el calor que habían desprendido sus cuerpos, y
que aún flotaba en el ambiente, empezaba a afectarle. Pero justo
entonces oyó el sonido de sus tripas: la escapatoria perfecta.
—Me muero de hambre.
Albany Hall se llenó de gente, todos deseosos de ver a la nueva
duquesa, la mujer con la que Blake finalmente se había casado. La
gente murmuraría a sus espaldas, de eso él no tenía la menor duda,
pero nadie se atrevería a mostrar nada que no fuera respeto hacia él y
hacia su esposa.
Sorprendió a Samantha al fondo de la sala, hablando con Gwen y con una pareja. Su mujer había escogido un vestido de noche
increíble de color marfil con un escote que le caía hasta el final de la
espalda. Blake le había regalado un collar con una esmeralda en el
centro y unos pendientes a juego. Los zapatos, montados sobre unos
tacones de diez centímetros, asomaban por una abertura en la seda
que le llegaba hasta el muslo. Aquella mujer era increíble. Tenía esa
elegancia que no se puede aprender y una belleza nada superficial.
Blake estaba orgulloso de poder gritar a los cuatro vientos que aquella
era su esposa.
Carter, que había viajado a Reino Unido para la ocasión, estaba
junto a él.
—No doy crédito a la transformación que ha sufrido tu mujer —le
susurró al oído para que solo su amigo lo escuchara.
—Es preciosa.
Lo extraño era que a él no le habían sorprendido los cambios.
Era como si Samantha estuviera floreciendo ante sus ojos, cada día
con un poco más de luz y de seguridad en la forma de andar.
—Es más que eso. —La mirada de Carter se clavó en uno de los
abogados de Parker y Parker que estaba al otro lado del salón—.
¿Cómo te va?
Blake no tenía intención de comentar los detalles del testamento
en un lugar lleno de oídos indiscretos.
—Perfecto. En unos días volvemos a Estados Unidos. Gwen
quería venirse con nosotros, pero al final he conseguido convencerla
para que entienda que Samantha y yo necesitamos pasar tiempo a
solas antes de empezar a invitar a la familia.
Carter se rió.
—¿Y te ha funcionado?
—Por supuesto.
¿Por qué no? Más de la mitad de la familia los había visto llegar
el día anterior, después de la escapada a la cabaña. Tras hacer el
amor, comer y encontrar un lugar soleado sobre la hierba para hacer
el amor por segunda vez, llevaban la ropa y el pelo hecho un auténtico
desastre. Era imposible no deducir lo que había pasado.
—Cuidado, Blake.
Blake levantó la copa y miró a su amigo por encima del borde.
—¿Cuidado con qué?
—Hay algo distinto en ti. Ve con cuidado.
Blake se cuadró.
—Siempre lo hago.
Samantha se dirigía hacia ellos con una sonrisa en los labios.
Blake bajó la copa y deslizó un brazo alrededor de su cintura.
—¿Recuerdas a Carter?
—¿Y quién no? —Samantha se inclinó hacia el amigo de su
esposo y este la besó en la mejilla. A pesar de que su mejor amigo no
suponía una amenaza para él, a Blake no le gustó ver cómo se
iluminaban los ojos de su esposa al mirar a Carter—. ¿Ya te han
llamado de Hollywood?
Carter soltó una carcajada. Samantha bromeaba con su
apariencia, tan propia de Hollywood que, si alguna vez se cansaba de
intentar labrarse una carrera en la política, podría conseguir fácilmente
un papel en una película.
—Aún no. Supongo que sigo a la espera.
El brazo de Blake que rodeaba la cintura de su esposa se puso
tenso.
—Tu madre sugiere que nos traslademos al salón de baile para
empezar. Parece que nadie tiene intención de salir a la pista hasta que
tú y yo hayamos bailado un par de compases.
La idea de tener a Samantha tan cerca de su cuerpo era
suficiente para inspirar sus dotes como bailarín.
—Si nos disculpas.
Carter asintió mientras la pareja se alejaba.
—¿Te he dicho lo guapa que estás esta noche? —le susurró
Blake al oído.
—Sí, lo has hecho. Tú tampoco estás nada mal.
Blake sonrió alagado. Al final se había decantado por el
esmoquin. ¿Por qué no? No habían tenido la oportunidad de ponerse
elegantes para la boda y aquello era una buena manera de
compensarlo.
Hicieron su entrada en el salón de baile. En una esquina, un
cuarteto de cuerda amenizaba la velada. Cuando los músicos se
percataron de su presencia, terminaron la canción que estaban
tocando y pasaron a la siguiente.
En cuanto la música empezó a sonar, Blake guió a Samantha
hacia el centro del salón y abrió los brazos para recibirla. Ella apoyó
las manos en sus hombros y ambos empezaron a moverse al ritmo de
la música.
—La gente nos mira —susurró Samantha, con las mejillas
coloradas de la vergüenza.
Blake deslizó la mano por el borde del vestido hacia la curva de su espalda y la atrajo más cerca.
—Es lo que se suele hacer cuando los recién casados bailan.
Además —bromeó al sentir que se ponía aún más tensa—, seguro
que están esperando a que tropiece —. Y la hizo girar sobre sí misma,
pegados el uno con el otro.
—Pues van a esperar un buen rato, porque se nota que sabes lo
que estás haciendo.
Blake cogió la mano con la que su esposa le rodeaba el cuello y
juntos dibujaron una nueva figura.
—He bailado un par de veces.
—O tres o cuatro.
Samantha se dejó llevar entre los brazos de Blake. Cuando sonó
la última nota, se estaban mirando a los ojos. Blake se inclinó hacia
ella y la besó.
El salón se llenó con el destello de los flashes y varias personas
aplaudieron antes de que el cuarteto tocara la siguiente canción. Esta
vez la pista se llenó rápidamente.
—¿El beso era para las cámaras? —le susurró Samantha al
oído, poniéndose de puntillas.
—Ese beso era para ti —respondió él con una sonrisa—. Pero
este otro... —Rodeó a Samantha con un brazo, la obligó a echarse
hacia atrás y la besó de nuevo en los labios—. Este sí es para las
cámaras.
Samantha se mordió el labio y sonrió.
—Jesús, y yo que creía que a los ingleses no os gustaban las
muestras de afecto en público.
Blake soltó una carcajada.
—Y los dos sabemos cuánto me enorgullezco de ser inglés.
Siguieron girando al ritmo de la música, sin dejar de reír, hasta
que Blake notó una mano en el hombro. Miró hacia atrás y vio a su
amigo Carter sonriendo.
—¿Os importa si interrumpo?
Estuvo a punto de mandarle a paseo, pero al final asintió y le
dejó que bailara con su esposa.
Los siguió con la mirada mientras daban vueltas por la pista,
preguntándose qué le estaría diciendo Carter para que ella se riera
tanto.
—Tranquilo, hermanito —se burló Gwen, que había aparecido a
su lado—. Solo están bailando.
—¿Qué? —Blake parpadeó y miró a su hermana.
—Que solo están bailando. Y esperaba que tú bailaras conmigo
—dijo, tirando de la mano de su hermano hasta que este accedió—.
¿Sabes? Me cae muy bien.
Blake tuvo que girar con Gwen entre los brazos para no perder a
Samantha de vista.
—Tú también le caes bien.
—Es mucho más agradable que cualquiera de las chicas con las
que has salido antes. Sé muy bien por qué te has casado con ella. Y
eso sin tener en cuenta que además es americana, lo cual hubiera
cabreado a papá.
Al oír aquellas palabras, Blake centró toda su atención en Gwen.
—No me he casado con ella para llevarle la contraria a nuestro
difunto padre. —No, se había casado con ella por su culpa.
—Pero tampoco está de más saber que él no lo habría
aprobado.
¿Tan transparente era que incluso su hermana era consciente
de sus traumas? ¿Y si todo el esfuerzo, todas las mentiras, tenían
como único objetivo disgustar a un hombre muerto? ¿Qué pasaría
cuando Blake se liberara de toda la animosidad y el dolor del pasado?
—No frunzas el ceño, Blake. La gente creerá que estamos
discutiendo.
Blake hizo girar a su hermana y se obligó a sonreír.
—Y tú, Gwendolyn, ¿nunca pensaste en llevarle la contraria a
papá?
—No —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Mamá me
necesitaba a su lado. ¿Te imaginas quedarte aquí a solas con él?
Blake parpadeó al oír las palabras de su hermana.
—No me lo imagino, pero dudo que mamá quisiera que sus hijos
renunciaran a vivir su vida por ella.
Gwen le dio unas palmadas en el brazo.
—Lo sé. Hemos hablado de viajes, de ver el mundo sin tenerla
siempre a mi lado. Supongo que ahora que has sentado cabeza,
madre se centrará más en ti y en tu familia.
—Solo somos Samantha y yo.
—Por favor, que no estoy ciega. No tardaréis mucho en
aumentar la familia.
La canción llegaba a su fin y, por suerte, daría por concluido el
baile con su hermana.
—Ni siquiera hemos partido el pastel de bodas, Gwen. No
empecemos a pensar en futuros pasteles de cumpleaños.
Pero su mente ya lo hacía desde que Mark había contaminado
sus planes y sus intenciones con un obstáculo más.
Los hermanos se separaron. Blake buscó a Samantha con la
mirada, pero por desgracia, su tía lo acorraló para que bailara con ella,
y Samantha cayó en los brazos de uno de sus retorcidos primos.
La fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada. Los
invitados que habían acudido de lejos pasaron el resto de la noche en
alguna de las numerosas habitaciones de la mansión, mientras que los
que vivían por la zona regresaron a sus casas.
Una vez en el dormitorio, Samantha se quitó los zapatos junto a
la puerta y hundió los dedos de los pies en el suave tejido de la
alfombra.
—Ah, qué gustito.
—Empezaba a creer que algunos de los invitados no pensaban
irse nunca.
—¿Irse? Un grupo de hombres se ha retirado al salón azul a
fumar y jugar a cartas. Por su forma de hablar, cualquiera diría que
son caballeros ingleses del siglo XVIII.
Blake se quitó la corbata y los zapatos.
—¿A qué te refieres?
—Uno de ellos, creo que se llamaba Gilbert...
—Gilabert —la corrigió Blake, visualizando la imagen del
hombre—. Dinero viejo como su padre y costumbres talladas en
piedra.
—Un nombre de lo más exótico, pero da igual. La esposa de uno
de sus compañeros de póquer ha preguntado si podía unirse y el tal
Gilabert la ha rechazado. «De ninguna manera. No está permitida la
entrada a mujeres.» —Samantha había bajado la voz e imitaba la
forma de hablar del hombre fingiendo un dejo británico en la
pronunciación.
—Muy propio de él.
—Si me lo hubiese dicho a mí, me habría sentado a su diestra
solo para molestarle.
A Blake le habría encantado estar presente para verlo.
—Multiplícalo por diez y tendrás a mi padre.
Samantha abrió los ojos como platos, horrorizada.
—Lo siento mucho, Blake.
—Yo también.
Samantha entró en el vestidor sacudiendo la cabeza y Blake
empezó a sacarse la camisa de los pantalones.
—Somos un desastre, los dos —dijo ella desde la otra estancia.
—¿En serio? ¿Por qué lo dices?
—Nuestros padres nos la jugaron bien jugada. El tuyo se niega a
resignarse a su tumba y sigue tomando decisiones a diestro y
siniestro, y el mío me obliga a cuestionarme la sinceridad de cada
hombre que pasa por mi vida.
Blake dejó la camisa sobre el respaldo de una silla antes de
desabrocharse los pantalones.
—No parece que te cuestiones la mía.
—Pero lo hice, al principio. Esos días ya son agua pasada. Me
he acostumbrado a ti.
—¿En serio? —preguntó Blake, sonriendo.
—Has sido sincero conmigo desde el principio. Y te admiro por
ello.
De pronto el duque no supo qué decir. Debería aprovechar la
ocasión, contarle el nuevo e insignificante problema que el abogado se
había sacado de la chistera, pero tenía la boca más seca que el
desierto.
—Me he sorprendido cuando algunos de tus colegas me han
contado que eres implacable en los negocios. Supongo que es un
aspecto de ti que no conozco.
Era implacable y mucho más. Blake Harrison nunca perdía. Sus
ojos no se apartaban ni un segundo del objetivo que se hubiera
marcado.
—¿Alguien te ha hablado mal de mí?
—Por favor, Blake, sabes que no lo habría permitido. No, nada
de críticas, solo información. Ha sido un poco extraño. Incluso el
abogado... ¿Cómo se llama?
Blake sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Mark Parker?
—El mismo.
Tenía que sentarse cuanto antes. Menos mal que tenía la cama
detrás.
—Me ha dicho que tu padre y tú sois tal para cual cuando se
trata de ser despiadados para conseguir lo que queréis. No he podido
evitar reírme. He recordado la cena en el restaurante en Malibú, tú
sentado frente a mí diciéndome que todo el mundo tiene un precio. Por
un momento me ha parecido que Mark quería añadir algo, pero yo no
paraba de reírme. Creo que cuando se ha ido estaba molesto
conmigo.
Blake suspiró aliviado. Mark había mantenido la boca cerrada.
Gracias a Dios.
No es que tuviera intención de ocultarle indefinidamente la nueva
cláusula a su esposa, solo necesitaba más tiempo para encontrar un
camino alternativo, algo a lo que agarrarse para poder quedarse con la
herencia sin tener que renunciar a Samantha.
Bueno, al menos durante un año.
Menos de doce meses.
Samantha carraspeó desde el otro lado de la habitación, desde
donde lo observaba apoyada en el marco de la puerta.
Se había puesto un salto de cama de encaje blanco con unas
braguitas minúsculas a juego que apenas tapaban nada. La melena,
que durante toda la velada había llevado recogida en un moño alto,
caía ahora sobre sus hombros como una hermosa cascada de reflejos
cobrizos. En la mano sostenía una caja vacía de condones.
—Por favor, dime que tienes más de estos —le dijo, haciendo
girar la caja entre dos dedos.
—Y yo que suponía que esta noche estarías demasiado
cansada. —Y él también. Sin embargo, su cuerpo cobró vida cuando
ella se acercó cruzando la estancia y moviendo las caderas al ritmo
del latido de su corazón.
Blake ya se había quitado la ropa interior y Samantha no pudo
evitar bajar la mirada.
—Parece que tú no estás cansado.
Samantha deslizó una mano por el pecho de Blake y él respiró
profundamente, embriagándose del aroma de su piel. Trescientos
sesenta y cinco días no parecían suficientes.
—Además —le susurró Samantha al oído con su voz más grave
y sensual—, no hemos celebrado nuestra noche de bodas como Dios
manda. Propongo que recuperemos el tiempo perdido. —Golpeó la
caja contra el pecho de Blake—. Pero necesitamos más de estos.
Cuando volvamos a Estados Unidos, iré al ginecólogo, pero hasta
entonces tenemos que ir con cuidado.
—En mi maleta —dijo él—. Yo los cojo. —No quería sentirse
tentado de tomar lo que ella no parecía dispuesta a darle, así que se
dirigió al vestidor y encontró una caja medio vacía de preservativos.
Cuando volvió a la cama, Samantha ya se había estirado sobre
las sábanas, con una rodilla en alto a modo de ofrecimiento. Blake
desterró todo pensamiento sobre abogados, sobre el mañana o sobre
el año que le esperaba, y le hizo el amor a su mujer.
Al llegar a Estados Unidos, lo primero que hizo Samantha fue
dirigirse al centro Moonlight a ver a Jordan. Por una parte, se sentía
culpable de habérselo pasado bien en Gran Bretaña con Gwen, la
hermana de Blake; por otra, estaba emocionada por su nueva vida
junto a Blake. Entró en la habitación de Jordan con un nudo en el
estómago. Su hermana llevaba el pelo recogido en una coleta y una
camiseta rosa manchada donde iba a parar parte de su comida.
—Eh, cariño —saludó Samantha a su hermana, y se sentó en la
silla opuesta a la que ocupaba Jordan, desde donde podía mirar por la
ventana.
Jordan le regaló una media sonrisa, lo único que le quedaba
desde que tuvo el derrame. Sus ojos se iluminaron al reconocer a su
hermana y levantó su brazo bueno, que Samantha sujetó con fuerza.
—Te... te he echado de menos —le dijo Jordan, arrastrando las
palabras.
—Yo también te he echado de menos. —Solo se había saltado
una visita, pero sabía que para su hermana eran muy importantes. Al
fin y al cabo, no había muchas cosas en su vida que la animaran a
levantarse de la cama cada mañana—. ¿Has comido bien estos días?
—Sí —dijo Jordan con la boca, pero su cabeza hizo un gesto
negativo.
Una de las cosas que Samantha había aprendido a hacer había
sido leer el lenguaje corporal de Jordan más que sus palabras. Los
gestos y las expresiones faciales eran la clave para entenderla.
—¿Me quieres echar una mano con esta ternera al estilo
mongol? Es del Wok Dorado, tu restaurante favorito.
Jordan sonrió.
—Me gusta.
—Lo sé. A mí también.
Samantha abrió la caja de comida para llevar y el olor de la
ternera con especias inundó la habitación al instante. Colocó una
mesilla con ruedas delante de su hermana, le sirvió un plato pequeño
y la obligó a coger el tenedor con la mano. Jordan aborrecía que le
dieran de comer. A pesar de que su hermana se esforzaba para
meterle la comida en la boca, Jordan no era feliz si no lo hacía ella
sola.
—He-he visto... mmm... he visto... —Jordan se esforzó en buscar
las palabras.
—¿A quién has visto?
Samantha se dio cuenta de que llevaba todo el día sin comer.
Blake y ella habían llegado a última hora de la tarde del día anterior y
se habían metido directamente en la cama. Poco antes de la hora del
almuerzo, los dos habían tomado direcciones opuestas, Blake a su
oficina y Samantha a ver a Jordan. Ni siquiera había pensado en la
comida. El sabor de la ternera le explotó en la boca y el estómago
rugió en señal de protesta.
—Mamá.
Samantha detuvo el tenedor a medio recorrido.
Jordan asintió y Samantha dejó los cubiertos sobre la bandeja.
—Cariño, mamá hace tiempo que se marchó.
Jordan frunció el ceño como si intentara recordar algo.
—Por la noche. La he visto por la noche.
—¿En un sueño?
—Sí —respondió Jordan, asintiendo con la cabeza—. Por la
noche.
Samantha no entendía nada. ¿Habría visto su hermana a
alguien que se pareciera a su madre? ¿Quizá una auxiliar nueva del
centro? ¿O había soñado con ella y la señal se había confundido con
otra en su cerebro?
—A veces yo también me acuerdo de ella.
—La hecho de menos.
Samantha acarició la rodilla de Jordan.
—Yo también la echo de menos.
—Tengo que volar a Nueva York —le dijo Blake a Samantha casi
una semana más tarde.
—Me preguntaba cuándo retomarías los viajes.
Sabía perfectamente que su marido pasaba más horas a bordo
de su avión que en cualquiera de las casas que tenía por todo el
mundo. Compartir cama con él durante casi un mes era un lujo que
sabía que algún día tenía que terminar.
—Podrías venir conmigo.
Estaban tomando café en la terraza con vistas al mar, una rutina
de la que ambos disfrutaban desde que volvieron de Europa. Una
parte de Samantha quería saltar de alegría ante aquella invitación,
pero su lado más práctico se negaba a hacerlo. Tenía un reloj dentro de su cabeza que marcaba la cuenta atrás del tiempo que le quedaba
como esposa de Blake, y las manetas cada vez hacían más ruido.
Cuanto más intentaba ignorar el tictac, peores eran los efectos de este
sobre su alma. Había momentos, como aquel, cuando Blake le sonreía
y la invitaba a viajar con él, en los que de repente su matrimonio
parecía ser algo más que un simple trozo de papel, más que un acto
propio de mercenarios que hubieran llegado a un acuerdo. La forma
en que le hacía el amor o la abrazaba, incluso cuando ambos estaban
demasiado cansados para moverse, se filtraba lentamente en su
corazón día tras día.
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué no?
—He descuidado a Jordan. No ha comido bien mientras yo no
estaba y tiene problemas para dormir.
Blake la cogió de la mano.
—No tienes que sentirte culpable por tener una vida, Samantha.
—Lo sé, pero es duro. Soy todo lo que le queda.
—Siempre puedes traerla aquí. Podríamos contratar a una
cuidadora a tiempo completo.
Era la segunda vez que Blake le ofrecía recolocar a su hermana.
Y si su matrimonio con él no fuera temporal, habría aceptado la oferta
sin pensárselo.
—Ya lo hemos hablado. No sería justo traerla aquí para luego...
No lo entendería. Esa clase de estrés puede provocar enfermedades y
retrocesos en la evolución.
—Pero...
—Por favor, no sigas. Sé que tus intenciones son buenas, pero
tengo que ocuparme de su bienestar a largo plazo.
Blake apuró el café y decidió aparcar el tema.
—Solo voy a estar en Nueva York un fin de semana. El senador
Longhill celebra una pequeña cena para recaudar dinero y debería ir.
—Ese es el que quiere reducir los impuestos sobre las
exportaciones, ¿verdad?
—Veo que has estado atenta.
Samantha se echó el pelo hacia atrás y arqueó una ceja.
—Toda esta belleza acompañada de un gran cerebro. ¿No es
increíble?
—Es agradable poder hablar con una mujer fuera del dormitorio.
—Vaya, au.
—Supongo que no he sido justo.
—Espero que no. De lo contrario, no me dejarías más remedio
que dibujar una línea entre tus palabras y la imagen que yo tengo de la
personalidad de tu padre.
Blake se llevó una mano al pecho.
—¡Dios, esa ha dolido!
—La sinceridad es nuestro código de honor, mi querido duque.
Estoy segura de que no todas las mujeres han sido tan terribles.
—«Todas las mujeres.» Lo dices como si hubiera tenido un
harén.
—Has tenido muchas más mujeres tú que hombres yo, eso
seguro.
Él se rió.
—Lo cual no es difícil, mi querida duquesa.
—Aun así...
—Quizá sí podía hablar con las mujeres que han pasado por mi
vida, pero no confiaba en ninguna como confío en ti. —Blake entornó
los ojos, como si se sorprendiera al escuchar su propia confesión.
Eso demostraba algo, ¿no? Blake debía de sentir más por ella
que por cualquiera de las mujeres con las que había pasado el rato.
—Así que tienes que darle conversación al senador. Asegurarte
de que se quede en tu lado de la valla.
—Exacto.
—¿Cuándo te vas?
—El viernes por la mañana.
Samantha dejó la taza de café frío sobre la mesa y apretó la
mano de su esposo.
—Te echaré de menos.
Blake buscó los ojos de Samantha y se llevó su mano a los
labios para besarla con ternura.
Pero no repitió sus palabras.
A Blake siempre le había gustado asistir a cócteles. Eran el lugar
ideal para encontrar a alguien con quien pasar la noche, o incluso
tener una aventura algo más duradera. Esta vez, sin embargo,
mientras paseaba por la estancia, repleta de mujeres hermosas, solo
podía pensar en su esposa, en tenerla a su lado para confundirse
ambos entre la multitud, y beber y hablar de las distintas
personalidades presentes.
Era evidente que Samantha se sentía culpable por su hermana.
El mismo día en que regresaron de Europa, tras volver de visitarla en el centro Moonlight, tenía los ojos llenos de lágrimas. Jordan lo
significaba todo para ella, y Blake se sentía incapaz de aliviar el estrés
que le suponía ocuparse de su cuidado.
Estaba claro que Jordan no entendería nada cuando llegara el
momento de la separación, pero el año que tenían por delante seguro
que valía la pena. No sin cierto esfuerzo, Sam y él habían conseguido
sacarla de las instalaciones del Moonlight para llevarla de visita al zoo.
Jordan había sonreído tantas veces a lo largo del día que Blake quería
hacerse el héroe y conseguir que los tres pudieran pasar más tiempo
juntos.
Los constantes viajes al centro agotaban a Samantha, hasta tal
punto que había empezado a saltarse el ejercicio de la mañana. A
Blake no le parecía mal porque eso significaba que podía pasar más
tiempo con ella antes de ir a trabajar.
—Daría lo que fuera por saber en qué estás pensando —dijo una
voz conocida y no grata, despertándolo de sus ensoñaciones.
Blake irguió los hombros y se preparó para enfrentarse a una
mujer despechada.
—Vanessa.
Era mucho más alta que Samantha, tanto que montada en unos
tacones casi podía mirarle directamente a los ojos. Como siempre,
estaba impecable desde lo alto de su rubia cabeza hasta los dedos de
los pies, que asomaban por la punta de unos zapatos de tacón
cubiertos de pedrería.
Lucía en los labios la sonrisa dulce que hasta entonces siempre
le había funcionado, pero esta vez Blake solo podía pensar en la
palabra que Samantha había utilizado para describirla. «Víbora.»
—Eres muy amable al recordar mi nombre.
En el fondo, se lo merecía. No había tenido la oportunidad de
cortar con ella antes de decidirse a escoger esposa de la lista de
candidatas de Samantha.
—No seas ridícula —le dijo, obligándose a sonreír y
manteniendo un tono de voz tranquilo.