Capítulo 7

4990 Words
—Claro que no —respondió, y de pronto le miró con una expresión extraña en los ojos—. ¿Quieres venir conmigo? ¿Quieres ver adónde va a parar todo tu dinero? Blake tenía una docena de cosas pendientes, cosas que debería estar haciendo en aquel preciso instante en lugar de perder la tarde hablando del pasado con su esposa, pero no le apetecía ocuparse de ellas. —Me encantaría conocer a tu hermana. —Este sitio es alucinante. —Eliza dio una vuelta completa sobre sí misma desde el centro del salón principal de la casa de Blake—. No me puedo creer que no te mudaras en cuanto llegasteis de Las Vegas. —No me parecía lo correcto. —¿Y ahora sí? ¿Qué ha cambiado? —Eliza se dejó caer en uno de los mullidos sofás de la estancia y cruzó las piernas. Samantha bajó la voz a pesar de que la cocinera estaba ocupada preparándoles la comida y la sirvienta estaba en el piso de arriba haciendo Dios sabe qué. Blake tenía que pasar el día en la oficina, lo cual dejaba a Sam con poco o nada que hacer. —Supongo que cada vez estamos más cómodos juntos. Además, no contaría con la seguridad que hay aquí si me hubiera quedado en Tarzana. —Estás en tu derecho. Si quieres saber mi opinión, ese tal Neil da un poco de miedo. —Eliza había esquivado al corpulento guardaespaldas de Blake cuando este había salido a recibirla a su llegada. —No habla mucho. —A mí no me ha dicho ni una sola palabra. Me ha mirado fijamente. —Blake insiste en que es inofensivo con quienes no se meten con él. —Samantha estaba sentada frente a su amiga en una de las sillas estilo Reina Ana de la casa. Llevaba un traje de seda informal tan suave que era como si no llevara nada. Ahora que por fin tenía tiempo libre, tardaba más en vestirse por las mañanas y le dedicaba más atención a su aspecto. Blake la había acompañado al centro Moonlight y allí Samantha había descubierto lo que significaba estar casada con un hombre tan rico y atractivo como su esposo. Se ganó al personal y le arrancó más de una sonrisa a su hermana. Desde el día en que sufrió el derrame, Jordan tenía dificultades para expresar sus necesidades. «Afasia expresiva», así era como lo llamaban los médicos. Para que su hermana no se pusiera nerviosa ni se sintiera frustrada, Sam a menudo terminaba las frases por ella. Blake comprendió la situación enseguida y se esforzó para hacer preguntas que pudieran responderse con un sí o un no, y evitó temas que pudieran provocarle estrés. Cuando ya se iban, Blake encontró a unos de los administradores del centro y, como si alguien hubiese pulsado un interruptor, su encanto se desvaneció y en su lugar apareció el hombre de negocios. Quería saber qué tipo de seguridad tenía el centro, cómo evitaban que un desconocido se colara en la habitación de Jordan y quién estaba con ella fuera de los horarios de las comidas. Disparó una rápida sucesión de preguntas que podría haberle hecho a ella y que fueron contestadas por el administrador del centro antes de que ella pudiera interrumpirlos. Parecía tan sincero, tan preocupado por el cuidado de su hermana, que Sam no pudo enfadarse con él por ignorarla. Sin embargo, cuando se montaron en el coche y él empezó a poner en duda la capacidad del centro para cuidar adecuadamente de Jordan, Samantha se puso a la defensiva. —Es el mejor centro para gente como ella. La mayoría de los sitios están pensados para ancianos o para enfermos de alzheimer. Moonlight se especializa en pacientes más jóvenes con problemas de desarrollo. —¿Y por qué no cuidar de ella en casa? Obviamente eso sería lo ideal, pero Samantha no podía permitirse ese tipo de atención las veinticuatro horas del día. —No puedo. Ya lo había intentado antes ella sola y había fracasado. Finalmente Blake se dio cuenta de cuánto le afectaba aquella conversación y tuvo la sensatez suficiente para dejar el tema. —Me alegro de que Neil esté de tu parte. No me gustaría tenerlo como enemigo —dijo Eliza, despertando a Samantha de sus pensamientos—. ¿Y qué vamos a hacer con Alliance? Sam le había dedicado mucho tiempo a pensar qué podía hacer con su empresa. A partir de entonces, hacer de esposa de Blake Harrison ocuparía la mayor parte de su tiempo, y además tendría que viajar constantemente por todo el planeta. De hecho, su pasaporte había llegado a primera hora del lunes y Blake y ella ya estaban organizando los preparativos para salir el miércoles por la mañana. —Tengo una proposición que hacerte. —Sam esperó a que Eliza la mirara antes de continuar—. He trabajado muy duro para ahora echar a perder el tiempo y el esfuerzo invertidos en Alliance, pero lo que está claro es que los próximos meses no estaré disponible. —Pensaba que ibais a vivir en continentes distintos. Sam negó con la cabeza. —El plan original no va a funcionar como esperábamos. Después de lo de los micrófonos y las cámaras, creemos que lo mejor es permanecer juntos. Samantha recordó la propuesta de Blake. No había insistido en que se acostara con él desde el día del lavabo, pero a veces la desnudaba con la mirada o le hacía comentarios subidos de tono para que no se olvidara de que todavía la quería en su cama. De hecho, Samantha dormía en la habitación contigua a la de su marido. La explicación que le habían dado al servicio era que no se encontraba bien. La excusa era ridícula, pero nadie dijo nada al respecto. —¿Y en qué situación deja eso a Alliance? —¿Qué te parecería convertirte en mi socia? Eliza abrió los ojos como platos y en sus labios se dibujó una sonrisa. —¿Cómo sería? —Tendrías que hacer parte del trabajo de campo. Ambas sabían lo que eso significaba: Eliza tendría que frecuentar reuniones y fiestas a las que las mujeres acudían en busca de un marido rico, eventos de alto nivel en los que se movía la gente con dinero. Socializar era la mejor manera de captar nuevos clientes. El boca oreja funcionaba mejor que cualquier anuncio en el periódico. —Karen está de acuerdo —añadió Sam—. Te presentará a viejos amigos para que puedas empezar. —Karen es la dueña de Moonlight, ¿verdad? La rubia impresionante en la que Blake ni siquiera había reparado. Sam asintió. —Cuando consigas un nuevo contacto, envíame la información por fax y yo me ocuparé de comprobar su pasado. Eso es algo que puedo hacer desde cualquier lugar del mundo. Lo que no puedo hacer es reunirme con nadie, no hasta que recupere el control sobre mi tiempo. —¿Y cuándo esperas que ocurra eso? —Dentro de unos meses. Quizá antes. Eliza parecía estar dándole vueltas a la proposición. —Supongo que no sería buena idea hablar de matrimonios temporales después de tu boda con Blake en Las Vegas. La gente podría hacer preguntas. —No, no lo sería. Lo pondré todo a tu nombre para que yo parezca tu empleada. —Porque de todas formas cualquier abogado mínimamente capaz acabaría descubriéndolo todo. —¿Harías eso? —Confío en ti. Y cuando te he ofrecido que seas mi socia, lo he dicho en serio. Si las cosas se te complican mientras yo estoy fuera, buscaremos a una secretaria a tiempo parcial. Si el negocio empieza a funcionar, la contrataremos a tiempo completo. Nos repartiremos los beneficios al cincuenta por ciento, y mientras yo esté jugando a las duquesas me haré cargo de los gastos. A Eliza se le iluminó la mirada. —¿Te refieres a vestidos bonitos y cenas con clientes? A Samantha se le escapó la risa. —Estoy convencida de que podemos establecer un presupuesto razonable. —No sé qué decir. —Di que sí. —Pero esta empresa es obra tuya. Has trabajado muy duro para levantarla y yo solo soy una recién llegada. Samantha descruzó las piernas, se inclinó hacia Eliza y cubrió una de sus manos con la suya. —Me has ayudado en los momentos más difíciles y nunca te has quejado cuando escaseaba el dinero. —Me ofreciste una habitación en tu casa. ¿Cómo iba a quejarme cuando me dejaste vivir contigo a cambio de nada? Sam le quitó importancia a las palabras de su amiga. —Quizá yo pusiera la primera piedra del negocio, pero entre las dos lo hemos llevado hasta donde está hoy día. No confío en nadie más, Eliza. El lento movimiento de la cabeza de Eliza acabó convirtiéndose en un gesto afirmativo y una sonrisa de oreja a oreja. —¿Cómo decir no a algo así? —Bien. —¿Señora Harrison? —preguntó la cocinera desde la entrada de la sala de estar. —¿Sí, Mary? —La comida está lista. ¿Quiere que la traiga aquí o prefiere que la sirva en el comedor? Por la sonrisa pícara de Eliza, era evidente que estaba impresionada. —Iremos al comedor. Y espero que se una a nosotros. Mary abrió los ojos como platos, alarmada. —Oh, no, no puedo hacer eso. Samantha y Eliza se levantaron de sus asientos y fueron hacia Mary. —Por supuesto que puede —le dijo Sam entre risas—. Cómo voy a esperar que prepare usted la comida y luego coma sola. —Pero... —Además, el cumpleaños de Blake es en menos de una semana y, si le soy sincera, no tengo ni la menor idea de qué comprarle. Quizá usted pueda ayudarme. Los labios de Mary dibujaron una «O» perfecta. Dejó de discutir y siguió a Sam y a su nueva socia hasta el comedor de la casa. Durante la comida, Samantha se dio cuenta de la rapidez con la que había vuelto a adoptar el papel de mujer con dinero. Se entretuvo con cada bocado, recordando la velocidad con la que todo podía desvanecerse. En su caso, sería así. El trato entre Blake y ella era temporal, con fecha de inicio y de caducidad. Tendría que hacer desaparecer esos pensamientos durante el siguiente año si no quería arriesgarse a que alguien descubriera lo efímero de su matrimonio con solo mirarla. Y para hacerlos desaparecer, tenía que empezar a actuar como una mujer casada, se dijo. Una mujer felizmente casada. Blake atravesó la verja de su casa de Malibú dos horas más tarde de lo que le había prometido a Samantha. Con la tensión en Oriente Medio, algunas de las rutas de transporte tenían que ser modificadas para evitar la inestabilidad internacional. Le hubiera sido mucho más fácil solucionar la crisis por la que pasaba su empresa desde Europa, pero Blake se había acostumbrado a manejar sus asuntos a caballo entre los dos continentes. Ahora que Samantha formaba parte de su vida, tenía una razón aún más poderosa para decantar la balanza del trabajo hacia Estados Unidos. Había llamado a las cinco y media para avisar de que llegaría tarde. Samantha parecía decepcionada. Precisamente esa misma decepción lo había animado a él a moverse más rápido para disponer de un rato libre que pasar con ella antes de retirarse a dormir. Sentía el deseo sincero de conocer mejor a Samantha. No se trataba de ningún juego extraño. La sinceridad de su mujer, clara y directa hasta el punto de haber afirmado que quería acostarse con él, era algo nuevo para Blake. Cada vez que recordaba a Samantha poniéndose su camisa y quitándose los vaqueros, no podía evitar tener una erección. Sentía una necesidad irresistible de compartir la cama con su esposa. Le había prometido tiempo para pensar en su oferta, cierto, pero eso no significaba que no intentara seducirla para conseguir lo que quería. Maldita sea, si ella también lo deseaba tanto como él. Lo sabía por cómo lo miraba de soslayo cuando creía que él no la veía, y por su forma de humedecerse los labios sin apartar los ojos de los de él. Blake había evitado besarla desde el día de la mudanza. Sin embargo, cada vez que se tocaban, cada vez que la ayudaba a bajar del coche o apoyaba una mano en la curva de su espalda para guiarla a través de una puerta, su vida se convertía en una dulce agonía. Se moría de ganas de explorar aquella atracción volátil que sentían ambos y ver hasta dónde podía llegar la onda expansiva. Al entrar en casa, tuvo que reprimir el impulso de gritar «Hola, cariño, ya he llegado». Sonrió al imaginar la escena y atravesó las estancias vacías hasta que la suave luz de unas velas en el comedor llamó su atención. Samantha estaba sentada a la mesa, vestida únicamente con un delicado vestido de seda color rubí y una sonrisa en los labios. Su hermosa melena le caía como una cascada sobre los hombros. Al verlo entrar en la estancia, sus ojos se iluminaron de pronto. Fue entonces cuando el delicioso olor de la ternera inundó sus sentidos y le recordó que llevaba todo el día sin comer. Samantha alzó una copa de vino tinto y se levantó de la silla para dirigirse hacia él. —¿Qué es todo esto? —preguntó Blake, mientras sus ojos recorrían las suaves líneas de su cuerpo. Los pechos de Samantha asomaban por encima del escote, dejando al descubierto una hermosa piel blanquecina. Podía verle las piernas a través de una abertura en el vestido, las mismas piernas de las que ella siempre se quejaba por ser demasiado cortas y que, montadas sobre unos tacones de diez centímetros, mostraban unas pantorrillas espectaculares. Blake decidió que le gustaban los zapatos de mujer. Un segundo armario era un precio pequeño a pagar a cambio de disfrutar de semejantes vistas. —He pensado que estaría bien cenar los dos solos mientras podamos. Tu casa en Europa parece muy... llena de gente. Blake cogió la copa que Samantha le ofrecía y escuchó atentamente en busca de algún ruido que le confirmara que Mary estaba en la cocina o Louise en el recibidor, pero solo se oía el lejano sonido del mar a través de una ventana abierta. —¿Estamos solos? —Les he dado la noche libre. Le gustaba cómo sonaba aquello. La sensual mirada de Samantha, resguardada bajo una espesa capa de pestañas, despertó un montón de preguntas, que se quedaron en la punta de la lengua. Decidió posponerlas y seguir sus instrucciones. Si Samantha había decidido aceptar la proposición y convertirse, además de esposa, en amante, seguro que lo descubriría en breve. —Seguro que no se han resistido. Samantha apartó una silla de la mesa y lo invitó a sentarse en ella. —Solo me han preguntado a qué hora deben estar aquí mañana por la mañana. —¿Por la mañana? Si viven aquí. Samantha levantó la tapa que cubría el primer plato y una nube de vapor ascendió hacia el techo: asado con guarnición de patatas en forma de concha y puntas de espárrago. —Louise tiene un novio que está encantado de acogerla por esta noche. —No sabía que tenía novio. —Y Mary ha aprovechado para ir a visitar a su hija y a su nieto. Samantha terminó de servir los platos, se sentó junto a él y cogió el tenedor. Blake no podía concentrarse en la comida por culpa del aroma a lavanda que desprendía la piel de su esposa. —¿Y Neil? —Está en la caseta. Le he pedido que nos dejara un poco de intimidad. Blake sintió que le rugía el estómago y al mismo tiempo le subía la temperatura. —¿Para qué necesitamos privacidad, Samantha? —Le dedicó una mirada pícara de soslayo y cogió su tenedor de encima de la mesa. —He pensado que estaría bien para variar. Pinchó la verdura con el tenedor y se la llevó a la lengua para probar su sabor. Cuando los espárragos desaparecieron en la caverna que era su boca y sus ojos se encontraron con los de él, cualquier duda acerca de dónde acabaría la velada se desvaneció en cuestión de segundos. La cuestión era: ¿comerían antes... o después? Blake gruñó de satisfacción al ver cómo Samantha se llevaba el tenedor de nuevo a la boca y empezaba a masticar lentamente. De pronto tenía la boca seca. Cogió la botella de vino, sin apartar los ojos de ella ni un solo segundo. Se concentró en pinchar la comida del plato y llevársela a la boca. Mientras ella todavía masticaba el primer bocado, él ya iba por el segundo. Samantha cogió la copa de vino, pasó la lengua por el borde, y a continuación le hizo una pregunta de lo más inocente. —¿Qué tal ha ido el día? —Bien. —¿Aquella era su voz? Ella sonrió, consciente del efecto que provocaba en él. Tomó un sorbo de vino y un segundo bocado de comida. Sus labios se movían lentamente, reduciendo el cerebro de Blake a un montón de escombros. Cenar nunca había sido tan seductor. Decidió que lo mejor sería acabar con la comida cuanto antes. Cuando ya era incapaz de comer más, Blake apuró la copa de un trago y la dejó sobre la mesa con un golpe seco. La sonrisa inocente y la fingida sorpresa de Samantha no hicieron más que aumentar la tensión s****l entre ambos. —¿Va todo bien? Blake se puso en pie, empujando la silla sin demasiada ceremonia. —Por supuesto, todo va genial. Samantha se dispuso a coger su copa, pero él interceptó el movimiento y la obligó a levantarse. Sus labios buscaron los de ella sin ofrecerle otra escapatoria. Los dos por igual aceptaron la lengua del otro con avidez y ofrecieron la suya. Samantha sabía a vino y olía a primavera. Blake inclinó la cabeza y el beso se hizo más profundo. Las manos de su esposa, que lo sujetaban firmemente por la camisa, se fueron relajando hasta abrirse por completo. Las apoyó en su pecho y luego le rodeó la espalda con ellas. Samantha gimió de placer y se deshizo entre sus brazos. Cada caricia de aquella mujer era real y estaba cargada de deseo. Estaban hechos el uno para el otro. Los esfuerzos, por parte de Sam, para hacerse con el control incluso en aquel momento resultaban nuevos y excitantes. Nadie había mandado jamás en las relaciones de Blake. Nunca entregaba las riendas. Sin embargo, con Samantha podía dejarse llevar y confiar en que era capaz de llevarlos a ambos a aguas seguras. Samantha le quitó la chaqueta por los hombros, momento que él aprovechó para apartar los labios de su boca, respirar y permitirse mirar los ojos verdes y apasionados de la mujer que tenía entre sus brazos. —Eres preciosa. A diferencia de las otras veces en que le había regalado un cumplido, esta vez sintió que le creía. Mientras ella se peleaba con el nudo de la corbata, Blake la empujó hacia el otro extremo de la mesa, lejos de los platos y de la comida. Cuando la corbata cayó finalmente al suelo, Samantha se inclinó sobre él y dibujó una senda de besos y de caricias por toda la barbilla y el cuello. Su voz, tan sensual, tan de alcoba, no dejaba de hablar entre mordisco y mordisco. —He estado pensando en tu propuesta. Había hecho algo más que pensar. Deslizando una mano por su hombro, Blake apartó uno de los tirantes del vestido y posó los labios sobre la carne entre el hombro y el cuello. Era tan dulce... —¿Y has llegado a alguna conclusión? —le preguntó, dispuesto a jugar según sus reglas pero sabiéndose ganador de antemano. Le mordió suavemente el lóbulo de la oreja y el cuerpo de Samantha respondió estremeciéndose. Blake tomó nota en su cabeza: bastaba con acariciar aquel punto de su cuerpo para provocar una descarga de placer, y tenía toda la noche para descubrir más lugares clave. —He... he decidido que soy una mercenaria y no una masoquista. Blake le lamió la parte trasera de la oreja. —Oh, Dios, hazlo otra vez. Él sonrió pegado a su cuello e hizo lo que ella le pedía. Las piernas de Samantha rozaban las suyas, su cadera se movía delicadamente en busca de contacto. Todos los músculos del cuerpo de Blake se tensaron, ansiando sentir la caricia de su piel. ¿Alguna vez había sentido aquella atracción hacia una mujer? Incluso con la mente dominada por el sexo, quería estar absolutamente seguro de que Samantha buscaba lo mismo que él. Hundió las manos en la melena de su esposa y la obligó a mirarle a los ojos. —¿Estás segura de esto, Samantha? Ella clavó los ojos en los suyos. —Sí —susurró. Blake sintió que el corazón le daba un vuelco. —Te estoy pidiendo más de una noche. Ella se inclinó hacia atrás y le acarició la mejilla. —Mejor. Una noche no será suficiente. Quiero un año entero. Blake clavó la mirada en las profundidades de los hermosos ojos verdes de su esposa y selló aquel nuevo pacto, aquella nueva locura, con un beso lento y abrasador. La sentó sobre la mesa sujetándola por la cadera antes de colocarse entre sus piernas. Encontró la carne desnuda de las rodillas y se abrió paso con las manos sobre la suave piel de los muslos. Quería besar cada punto que tocaba con las manos, sentir la respuesta de Samantha. Ella le mordió el labio inferior y la mente de Blake imaginó otra escena distinta en la que la boca de su esposa recorría partes mucho más placenteras de su anatomía. Samantha se peleó con la camisa hasta que hubo desabrochado hasta el último botón y las manos pudieron desplegarse sobre su pecho. Le acarició los pezones y luego apartó la boca de la de él y se inclinó para saborearlos. Mientras ella jugaba con su cuerpo, Blake sintió que se le nublaba el entendimiento. Samantha tenía las piernas alrededor de su cintura y el calor que emanaba de entre ellas no hacía más que empeorar la erección. Respiró profundamente y se emborrachó del olor que desprendía su cuerpo. Empezó a bajarle la cremallera del vestido. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que aún estaban sobre la dura superficie de la mesa. No quería que su primera vez fuera rodeados de platos sucios. Mientras Samantha lo lamía y lo besaba, Blake la levantó de la mesa sin el menor esfuerzo. Ella se rió y cerró las piernas con más fuerza alrededor de su cintura, y se agarró a sus hombros. El camino hasta el sofá más cercano fue mucho más erótico de lo que Blake había imaginado. Con cada paso, el calor que desprendía el cuerpo de Samantha se deslizaba contra su piel, enviando una descarga de placer que lo animaba a seguir adelante. La casa era demasiado grande. Necesitó mucho tiempo para colocarla sobre uno de los sofás y cubrir su cuerpo con el suyo. La camisa salió volando en una dirección, el vestido de ella, en otra. Blake admiró la curva de sus pechos generosos, prisioneros bajo un sujetador de encaje n***o. —Eres hermosa. Jugó con ellos a través de la tela hasta que el pezón se endureció animado por sus caricias. Dudó un momento antes de descubrirlo y acto seguido se inclinó para saborearlo por primera vez. Samantha arqueó el cuerpo, empujando todavía más el pecho dentro de la boca. —Por favor, Blake —suplicó, y levantó aún más la cadera, buscándolo. Blake quería aprenderse el cuerpo de ella para dar con todos los puntos sensibles y venerarlo como se merecía, pero Samantha le había bajado la cremallera de los pantalones y ya tenía la mano dentro. Y cuando los dedos se cerraron alrededor de la erección palpitante que se elevaba orgullosa entre sus piernas, Blake se quedó sin respiración. Se olvidó de los pechos, de que ella todavía llevaba las braguitas puestas, y tan solo podía pensar en adentrarse en las profundidades de su sexo. La suave textura de la mano de Samantha lo sujetaba con firmeza, mientras sus labios le acariciaban el cuello. —Te necesito —le susurró al oído con aquella voz tan profunda y sensual. —Y me tendrás —le prometió Blake. Se apartó de ella el tiempo justo para quitarse los pantalones y deshacerse de los zapatos y de los bóxers, momento que ella también aprovechó para ladear la cadera y quitarse las braguitas de encaje. Blake sacó un condón de la cartera y se lo puso en un suspiro. Cuando se volvió nuevamente hacia ella, Samantha había doblado una rodilla y tenía la pierna apoyada en el respaldo del sofá. Lo cogió de la mano y tiró de él hasta tenerlo encima de nuevo. Él se abrió paso entre los muslos de su esposa y buscó sus labios para besarla de nuevo. Esta vez fue Samantha la que se entregó por completo, utilizando la lengua con más esmero y dejándole casi sin respiración. Blake había vislumbrado la pasión que hervía en su interior, había fantaseado con tenerla en su cama desde el día en que se conocieron, pero aquello era más de lo que podría haber deseado jamás. Hambriento de ella, apoyó la punta del m*****o contra los pliegues del húmedo sexo de Samantha. Ella pasó las piernas alrededor de su cintura, dándole el acceso que necesitaba para satisfacer a ambos, y él se deslizó en su interior. Samantha ronroneó como una gata en celo. Blake apenas podía contener tanto ego en su interior. —Qué bien —dijo ella tras separar los labios de los de él. Su respiración se aceleraba por momentos y había empezado a mover la cadera siguiendo el ritmo. Mejor que bien. Estar entre sus brazos era lo más cercano a la perfección. Blake quería volverla loca de placer, entregarse a ella por completo, así que se obligó a no pensar en su propia liberación. —Estás muy firme —le dijo. Sus miradas se encontraron. Samantha tenía los labios húmedos de pasión, el corazón le latía con fuerza en el cuello. —Es la ventaja de ser pequeña. Pero era más que eso. Más tarde, cuando ambos hubieran saciado sus instintos más básicos, le preguntaría por su pasado, por los hombres que se habían cruzado en su camino. Por el momento, todo se reducía a acariciarla, a darle placer. Samantha hundió los dedos en sus hombros y luego en sus nalgas. Su respiración se había acelerado y Blake supo que había encontrado el ritmo que ella necesitaba. —Sí —gimió Samantha—. Así, justo ahí. Sin dejar de mover las caderas, Blake aguantó cuanto pudo, esperando el momento en que ella se despeñara por el precipicio. Cuando finalmente llegó, Samantha gritó su nombre y se sujetó a su cuerpo con fuerza, latiendo alrededor de su sexo como un c*****o protector. Fue entonces cuando Blake se dejó llevar y la siguió hasta el firmamento. El peso del cuerpo de Blake presionaba el suyo contra el sofá y la respiración de él parecía tan entrecortada como la suya. Estiró una pierna y acarició con ella la de su marido. No podía dejar de sonreír. Incluso cuando los temblores del placer se convirtieron en pequeños espasmos, siguió sujetándolo con fuerza entre sus brazos. ¿Cómo podía negarse a aquello? Y pensar que tendría acceso al maravilloso cuerpo de Blake y a sus habilidades amatorias durante todo un año. Se detuvo un instante al pensar en el fin de la relación, pero rápidamente apartó las imágenes de su mente y se concentró en el olor y el tacto del hombre que seguía enterrado en lo más profundo de su cuerpo. —Ha sido... —Increíble —dijo él, terminando la frase por ella. ¿Era por él? Blake había tenido muchas más amantes que ella, eso seguro. Podía contar los hombres con los que había estado con una mano y le sobraban tres dedos. Blake, en cambio, seguro que tenía una hoja Excel para comparar resultados. A Samantha le hubiese gustado preguntarle la cifra exacta, pero las inseguridades que llevaba arrastrando toda su vida se lo impedían. —¿A qué viene esa cara? —preguntó Blake, mirándola a los ojos. —¿Qué cara? —Esa de duda, la misma que pones cada vez que dices que eres muy bajita o alguna tontería por el estilo. La suya era una relación basada en la confianza, pero ¿hasta dónde podía preguntar sin quedar como una tonta sentimental y necesitada? —¿En serio? ¿También crees que ha sido increíble? —Samantha —dijo él en un suspiro. Acercó una mano a la cara de su esposa y le acarició la barbilla con el reverso del dedo. Su cadera seguía firmemente apoyada sobre la de ella—. ¿No te das cuenta de lo bien que se acopla tu cuerpo al mío? Sus pechos seguían aplastados contra el torso de él, las piernas alrededor de la cadera. Sus labios estaban tan cerca que todavía podía saborearlos. —Sí. —Eres perfecta. Más apasionada de lo que jamás hubiera imaginado. Y aunque ahora mismo estoy más que satisfecho, la noche es larga y no creo que haya acabado contigo. Esto —continuó, besándola suavemente mientras hablaba— es el comienzo de algo maravilloso. No se le podía negar la habilidad para arrancarle una sonrisa a una mujer incluso después de llevarla al orgasmo.
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