—¡Madre mía, Emma…! —dijo Jess en voz baja. Había terminado de limpiar el suelo y me había puesto una bata para cubrirme. Aunque las dos chicas me habían hecho llegar al orgasmo, seguir sentado desnudo junto a ellas, completamente vestidas, me resultaba incómodo. Por no mencionar que me acomplejaba un poco el pequeño tamaño de mi pene, ahora flácido. No hacía falta que se lo enseñara a la chica que acababa de conocer.
En ese momento, estábamos todos sentados en el sofá; Emma en el medio, Jess y yo a cada lado. Jess puso su mano en la espalda de Emma.
—¿Sabes que fuiste violada, verdad?
Emma se encogió de hombros, con la mirada baja.
—Sí, supongo. No tenía por qué acostarme con él. Podría haberlo mordido, como dije, o gritado, hecho algo. Pero no lo hice. Y estoy segura de que en parte fue porque me dijo que era linda. Y eso fue hace mucho tiempo —dijo. Pensé que un par de años no parecían mucho tiempo, pero me callé.
—Además —continuó—, básicamente le hicimos lo mismo a tu marido, lo agredimos mientras estaba atado.
Ella se dirigió a Jess, que empezó a hablar, pero la interrumpí respondiendo primero.
—¡Vaya! ¡No, en absoluto! —Probablemente fui un poco demasiado enérgico en mi protesta porque hizo que Emma diera un respingo.
Continué: —No pienses ni por un segundo que lo que ocurre aquí no es totalmente consensuado. Si hubiera querido, podría haber usado mi palabra de seguridad y Jess se habría detenido al instante. Todavía no he tenido que hacerlo; Jess sabe muy bien lo que me gusta y lo que puedo soportar, pero no me cabe la menor duda de que se detendría si yo quisiera. Francamente, no creo que tenga que usarla nunca.
Hubo un minuto entero de silencio antes de que Jess lo rompiera.
—Mierda. ¿Fue... fue esa tu única experiencia s****l? ¿Antes de hoy, quiero decir?
—No, también había un chico en el instituto...
**Capítulo 5**
(Nota: la historia se relata nuevamente tal como la contó Emma)
Salimos un par de veces durante un mes, más o menos. Era muy guapo y parecía que le gustaba. Una noche, después de ver una película, estábamos en su habitación.
Estábamos besándonos apasionadamente sentados al borde de su cama; ya sabes, besos, caricias, lo típico de instituto. Luego se puso más cariñoso.
Me desabrochó los pantalones y metió la mano dentro de mis bragas. Durante varios minutos, me acarició mientras nos besábamos. Era bastante torpe, aunque supongo que no más que cualquier otro chico de instituto. Su dedo me excitó muchísimo.
Mi mano rozó su entrepierna y sentí el bulto duro; me preguntó si estaba «lista». No me explicó qué significaba «lista», pero yo lo sabía perfectamente y lo estaba. Bueno, eso creía.
Me levanté y me bajé los pantalones y las bragas al suelo. Él se levantó y también se bajó los pantalones y la ropa interior.
Me rodeó los hombros con los brazos y me tumbó en su cama. Dejé que se colocara encima de mí. Se puso a horcajadas sobre mí, con su erección apuntando a mi vientre.
Mientras intentaba tocarme, apoyó ambas manos en el cabecero sobre mi cabeza. Su pecho se elevó sobre mí, bloqueando la única luz del techo que había justo encima de la cama. Me invadió la sensación de estar atrapada, igual que con mis primas, y me asusté muchísimo.
Comencé a gritar: —¡Espera, no, para! —mientras lo empujaba con fuerza en el pecho para alejarlo de mí.
Hay que reconocer que se detuvo en seco y volvió a ponerse de pie sobre los talones. Retrocedí a toda prisa, apoyando la espalda contra el cabecero, y me abracé las rodillas contra el pecho. El corazón me latía con fuerza y tuve que respirar hondo y despacio para calmarme.
Después de unos minutos, le dije: —Lo siento, creo que al final no estoy lista.
—Está bien, lo entiendo —dijo, pero no se esforzó mucho por ocultar su disgusto. Evidentemente, no estaba bien.
Me sentí mal; ni siquiera sé por qué, pero me sentí así, así que me ofrecí a hacerle una felación. Él dijo: —Vale, claro.
Me giré hacia delante, me puse de rodillas en la cama y le hice una felación. Creo que lo hice mejor esta vez y se corrió enseguida. Esta vez me lo tragué todo, con un poco de arcadas por el sabor asqueroso. Antes estaba igual de asqueroso, pero no quería enfadarlo escupiéndolo. Ahora me doy cuenta de que me daba igual.
Cuando terminó, yo seguía arrodillada allí, desnuda de cintura para abajo, con la v****a húmeda porque él la había tocado antes. Me limpié los restos de su semen de la boca con el dorso de la mano.
Le pregunté si me haría una felación. Me dijo, textualmente: —¡Ni de coña! —Ni hablar de que le comiera el coño a «una gorda que no se deja». Había oído que las gordas estaban deseosas de complacer.
Se vistió y se sentó al borde de la cama para usar su teléfono.
Me levanté, me volví a poner los pantalones y me fui. Eso fue todo.