Hace unos años, fui con mi madre a visitar a mi tía. La tía Lucy tenía dos hijos mellizos, Eric y Andy. Todos teníamos dieciocho años por aquel entonces.
Ellos vivían en una granja y nosotros pasábamos el rato en un granero en la parte trasera de la propiedad.
Estaba sentada en una paca de heno, moviendo los pies mientras charlábamos. Hablamos de cosas como música, películas, el colegio, lo típico. De repente, la conversación derivó hacia las chicas de su colegio.
—Oye, ¿viste a Chelsea hoy en el gimnasio? —le preguntó Eric a Andy.
—¡Sí! ¡Joder, qué tetas más grandes le han crecido este año! —respondió Andy.
Me sonrojé ante el cambio de tema, pero guardé silencio.
—¿Qué tamaño crees que tienen? —preguntó Andy.
—Oh, copa D seguro —respondió Eric. Estoy segura de que Eric no tenía ni idea de lo que significaba copa D. Pero continuó—. ¡Es la capitana de las animadoras y oí que les enseñó las tetas a todo el equipo después de que ganaran un partido!
Eso sonaba a pura mentira, pero aun así me quedé callada.
—¡Maldita sea! —exclamó Andy—. ¡Me hubiera encantado ver eso!
—¡Y encima oí que les hizo felaciones a un montón de tíos! —dijo Eric. Eso sonaba aún más a pura mentira.
—¡Ay, hombre, qué guapa está! —dijo Andy.
—Tú también eres muy guapo, Emma —dijo Eric, incluyéndome de repente en la conversación. Su comentario me pilló desprevenida. Nadie me había dicho nunca que era guapa; bueno, aparte de mi madre, claro.
Me pilló desprevenida por segunda vez cuando me sonrió y se inclinó para apartarme el pelo de la cara. Fue entonces cuando la situación se volvió incómoda.
Andy se bajó de su fardo de heno y se acercó al mío, sentándose a mi lado. Me puso una mano en la espalda. Me tensé, pero no me aparté. Fue entonces cuando Eric se movió al otro lado y quedé atrapada entre ellos.
Eric me puso la mano en el estómago y la deslizó hasta mis pechos. Intenté apartarme mientras me los manoseaba, pero Eric tenía otros planes.
—¡Andy, sujétala! —le dijo a su hermano. Andy movió la mano que tenía en la espalda hasta rodearme la cintura, sujetándome con fuerza.
—¡Oye! ¿Qué estás haciendo? —grité. Eric ignoró mi pregunta y siguió tocándome.
Tras unos cuantos pellizcos desagradables en los pechos a través de la tela, bajó la mano hasta el borde de mi blusa y la agarró. Abrí los ojos de par en par al darme cuenta de lo que iba a suceder.
Volví a forcejear, pero no sirvió de nada para impedir que me subiera la camiseta hasta las axilas y por encima del pecho, dejando al descubierto mi sujetador.
Tengo los pechos bastante grandes, como seguro que te has dado cuenta. Eric me miró el sujetador antes de coger la parte inferior de cada copa y subirla por encima de mis pechos, dejándolos al descubierto ante los dos chicos.
—¡Para! —le grité. Volví a forcejear, pero Andy me sujetó con más fuerza, inmovilizándome los brazos contra el cuerpo.
—Tienes unos pechos preciosos, Emma —dijo Andy, admirándolos mientras la luz del sol se filtraba por el granero. Su cumplido me desarmó. Sabía que me estaban atacando, pero ¡le gustaba! Bueno, supongo que le gustaban mis pechos, aunque en ese momento me daba igual. Dejé de forcejear mientras los dos chicos se quedaban boquiabiertos mirando mi torso desnudo.
Era verano y la brisa cálida acariciaba mis pechos. Eric los sostuvo entre sus manos, sintiendo su peso. Luego, con los pulgares, jugueteó con mis pezones, observando, asombrado, cómo se endurecían bajo su tacto.
Mis pezones sobresalían como pequeñas gomas de borrar. Él tiró de ellos a modo de prueba y yo grité.
—¡Ay! ¡Eso duele! —grité.
—Lo siento —murmuró, sin mucha sinceridad. Me acarició los pechos durante un minuto más.
—Me pones cachondo aquí abajo —dijo, frotándose la entrepierna. No era precisamente la frase más romántica, y seguramente Hallmark no la autorizaría para una tarjeta de felicitación, pero yo era ingenua y un chico me había dicho que le ponía cachondo. Me da vergüenza admitirlo; a pesar de todo, me gustó un poco.
—¿Harás algo por mí? —preguntó. No esperó respuesta. Se levantó y se desabrochó los pantalones. Se los tiró al suelo, junto con la ropa interior, dejándome al descubierto su pene.
No estaba preparada para ello. Nunca había visto uno y me quedé hipnotizada; esa es la única excusa que tengo para no haber luchado con más fuerza ni haber gritado pidiendo ayuda.
Él me superaba en altura; su pene apuntaba a mi cara, a tan solo unos centímetros de ella.
—¿Te lo vas a meter en la boca? —preguntó. Me quedé confundida un momento antes de comprender lo que quería que hiciera.
—¿Qué? ¡Uf, qué asco, ni hablar! —dije y volví a forcejear, pero Andy reanudó su fuerte agarre sobre mí.
—Vamos… las chicas guapas de mi escuela lo hacen todo el tiempo con los chicos que les gustan. Creo que eres guapa. ¿No te gusto? —preguntó.
—¿Qué? No lo sé. Supongo. ¡Pero eres mi primo! —dije.
—Y eres una chica guapa; una chica muy guapa que me ha puesto cachondo —dijo, frotándose la erección para enseñármela. Supongo que de alguna manera pretendía que yo también la deseara.
—Mételo en tu boca un segundo, para que pueda ver qué se siente —dijo.
—Yo... no... —tartamudeé.
Dio un paso adelante, acercándose hasta que su m*****o adolescente quedó justo frente a mis labios, pero yo mantuve la boca bien cerrada.
Fue entonces cuando sacó su teléfono y me tomó una foto de mis tetas desnudas.
—Si no lo haces, publicaremos esta foto en internet. Quizás incluso la comparta con mis amigos para que la difundan —amenazó.
Debería haber pensado que se habría metido en un lío tremendo si lo hubiera hecho de verdad, pero no lo hice. En vez de eso, me quedé allí sentada, paralizada.
—Vale, Andy, vámonos. Olvídala. Vamos a mandar esta foto al grupo —dijo, señalándome. Andy me soltó bruscamente y se levantó. Eric se subió los pantalones y fue a abotonárselos.
Entré en pánico.
—¡Espera! ¡Por favor, no le envíes esa foto a nadie! ¡Lo haré yo! —grité.
Eric sonrió y se bajó los pantalones de nuevo. A regañadientes, le abrí la boca. Sin perder tiempo, empujó sus caderas hacia adelante, introduciendo su pene en mi boca. Su cuerpo bloqueaba toda la luz que entraba por las puertas del granero; solo podía ver su abdomen. Me sentía atrapada y claustrofóbica, pero no podía hacer nada. Al menos, así me sentí en ese momento.
Me la metió en la boca y chilló cuando mis dientes rozaron su piel sensible, pero no la sacó. Se quedó ahí unos segundos, supongo que disfrutando de la sensación de mi boca caliente sobre su m*****o. No tardó en aburrirse.
—Eres tan guapa, Emma. ¿Me la chupas un poquito? —preguntó, con un tono lo suficientemente amable como para hacerme olvidar que estaba siendo agredida sexualmente y chantajeada.
Debí haberle dado una buena mamada, pero no lo hice. No podía pensar en nada más que en él encima de mí, así que empecé a chupársela como me pidió. Probablemente fue la peor mamada de la historia, pero a él no pareció importarle. Creo que no tenía ninguna otra con la que compararla. En cualquier caso, no se quejó.
Al cabo de apenas un minuto o dos, cerró los ojos, empezó a respirar agitadamente y gruñó al eyacular en mi boca.
Fue bastante desagradable sentir el líquido caliente en la garganta. Casi vomité al llenarme la boca, pero logré apartar la cabeza y lo escupí al suelo. Él seguía eyaculando al mismo tiempo que yo, y dos chorros más me dieron en la cara. Uno en la frente, el otro en la mejilla.
Eric tenía los ojos cerrados y sonreía de oreja a oreja. Los abrió y se dio cuenta de que ya no estaba en mi boca.
—¿Andy, quieres que te toque? —dijo por encima de mi hombro. Andy había estado detrás de mí mientras le hacía una mamada a Eric. Lo miré y vi que se había puesto pálido. Supongo que la idea de meterme su polla en la boca finalmente fue demasiado para él.
—N-No, no, gracias, estoy b-bien —dijo tartamudeando.
—Haz lo que quieras, zorra —dijo Eric, poniendo los ojos en blanco. Toda la cortesía que había mostrado al intentar convencerme de que le hiciera una mamada había desaparecido. Se inclinó y me bajó la camiseta, sin siquiera molestarse en volver a ponerme el sujetador.
Mientras estaba sentada en el heno, podía sentir cómo su semen seguía corriendo por mi mejilla.
—Vale, vámonos —le dijo a Andy. Y se marcharon, dejándome allí sola en el granero.
Limpié el resto de su desorden lo mejor que pude, frotándome la cara con la mano sobre el heno. Me levanté, me acomodé el sujetador y me fui. No les hablé a ninguno de los dos en todo el día y no he vuelto allí desde entonces. Nunca se lo conté a nadie. Hasta ahora.