Capítulo 32: Juego de tres

680 Words
**Punto de vista de Alice** La arena blanca de Miami Beach quemaba como la mierda bajo mis pies, pero yo me sentía reina: bikini n***o que apenas tapaba lo justo, pareo transparente ondeando con la brisa, cabello rubio suelto y salvaje por el viento salado. El sol me pegaba en la piel como un amante posesivo, y el mar brillaba como si me estuviera guiñando el ojo. Estaba tirada en la tumbona VIP, gafas de sol puestas, sorbiendo un cóctel de piña colada que sabía a gloria, y Dere a dos metros, de pie como un puto poste n***o, traje completo bajo este calor de cojones, brazos cruzados, cara de piedra mirando al horizonte como si esperara un ataque nuclear en vez de a Cristina. — Cristina está tardando, carajo… —murmuré, sacudiendo la arena de mis manos, mirándolo de reojo para ver si mordía el anzuelo. Él ni se inmutó, voz seca como siempre. — O quizá nos tendieron una trampa. Rodé los ojos tan fuerte que casi me duelen. — ¿Trampa? ¿En serio, grandote? Estamos en South Beach, no en una zona de guerra. Relájate un poco, que pareces un robot con la batería baja. Él me miró por fin, ojos oscuros clavados en mí un segundo antes de volver al mar. — Mi trabajo no es relajarme. Es asegurarme de que no termines en portada por algo más que tu culo en bikini. Sonreí malcriada, quitándome las gafas para que viera mis ojos. — ¿Mi culo? ¿Entonces sí lo miras, Ferrel? Porque pensé que eras ciego además de aburrido. Él apretó la mandíbula, pero antes de que pudiera soltarme una de sus frases frías, una voz masculina y engreída cortó el aire como un cuchillo. — ¿Alice Salvaterra? ¿Será posible que esta belleza haya venido hasta Miami solo para encontrarme? Giré la cabeza y ahí estaba el muy cabrón: Julián Lombardi, camisa blanca abierta hasta el pecho mostrando abdominales de gimnasio, gafas oscuras, sonrisa de ganador que sabía que volvía locas a las mujeres. Caminaba como si la playa fuera suya, y yo sentí el pulso acelerarse un poco —no por él, sino porque sabía que Dere lo estaba viendo todo. Corrí hacia él como una idiota, lanzándome a sus brazos, riendo fuerte para que sonara real. — ¡Julián! ¡Dios, qué sorpresa! Él me levantó fácil, girándome en el aire como si pesara nada, manos en mi cintura apretándome contra su cuerpo duro. — Dios, te extrañé, mi amor —me dijo al oído, besándome la frente y luego bajando la mirada hacia Dere con cara de “te jodí”—. Veo que sigues con tu niñera tatuada. Me encogí de hombros, sonrisa provocadora, sintiendo la mirada de Dere quemándome la espalda. — Mi padre insiste. Pero vamos, no hablemos de él. Julián pasó un brazo por mi cintura, atrayéndome contra su pecho, voz bajita pero alta para que Dere oyera. — Voy a llevarte a cenar esta noche. Reservé en un restaurante privado con vista al océano. Solo tú y yo. Sin perros guardianes. Sentí la mirada de Dere como un latigazo, pero no me giré. Sonreí a Julián, coqueta. — Me encantaría. Él sonrió triunfante, inclinándose para besarme la mejilla —demasiado cerca de la boca, el muy cabrón—, mirándome a los ojos y luego lanzando una mirada rápida a Dere, disfrutando cada segundo. — Perfecto. Te recojo a las ocho, reina. Y se fue caminando lento, sabiendo que lo mirábamos. Me giré hacia Dere con sonrisa maliciosa. — ¿Algo que decir, Ferrel? Él me miró fijo un momento, voz fría como hielo. — Sí. No llegues tarde. Y se giró, empezando a caminar de regreso a la mansión, espalda ancha tensa bajo la camiseta. Lo observé irse, mordiéndome el labio con frustración y algo más que me quemaba por dentro. ¿Cuánto más iba a tardar en romperse ese hijo de puta? Porque yo ya no podía más con este juego. Y si no reaccionaba pronto… iba a obligarlo yo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD