Capítulo 31: No eres su dueño, Ferrel

1028 Words
**Punto de vista de Alice** El restaurante era puro puto lujo: paredes de vidrio con vista al océano n***o, luces tenues que bailaban como fuego lento, mesas separadas para que los ricos se sintieran más ricos. Yo iba de n***o total: vestido ceñido con espalda descubierta que me hacía sentir diosa, labios rojo escarlata como una promesa de pecado. Sabía que estaba para comerme, y Julián no paraba de mirarme como si ya me tuviera servida en bandeja. Él se inclinó sobre la mesa, sirviéndome más vino, sonrisa de ganador. — Sabes que podríamos ser la pareja del año, ¿verdad? —dijo con esa arrogancia que antes me ponía loca y ahora solo me irritaba—. La modelo y el futbolista. Glamour, éxito, portadas de revistas… todos nos envidiarían, princesa. Rodé los ojos, bebiendo despacio. — ¿Sigues con esa mierda? ¿Crees que necesito un noviecito famoso para brillar? Yo brillo sola, Julián. Él rió, pero sus ojos me escanearon con hambre. — No es broma, Alice. Piénsalo. Tú y yo en la cima. Viajes, fiestas, noches que nadie olvidaría… —se acercó más, voz bajando—. Noches como antes, cuando te tenía gritando mi nombre. Sentí su mano rozando mi rodilla bajo la mesa, y me tensé. No era deseo. Era asco disfrazado. — Si tanto te gusta la idea, tal vez deberías salir contigo mismo —le solté, apartando la pierna. Él entrecerró los ojos, pero sonrió como si no le importara. — Te gusta jugar, ¿verdad? Me encanta cuando te haces la difícil. No respondí. Solo le lancé una mirada que decía “vete a la mierda”. Pero Julián no pillaba indirectas. Siguió hablando de sus goles, sus contratos, sus “planes” para nosotros. Y yo bebía, fingiendo interés, pero mi cabeza estaba en otro lado. En Dere. Que estaba a unos metros, de pie junto a la barra, traje n***o impecable, brazos cruzados, cara de piedra. Mirándome. Siempre mirándome. La tensión me estaba comiendo viva. — Baño. Ya vuelvo —dije de repente, levantándome. Mientras me alejaba, sentí mi teléfono vibrar. Lo saqué y vi el mensaje. FERREL: Tienes diez minutos para terminar esa cena. Bufé, cabreada. — Idiota… —susurré, pero sonreí como una cabrona. Cuando regresé, Julián ya había pedido más vino. Me sirvió una copa llena hasta el borde. — Relájate, princesa —dijo, sonrisa ladeada—. Es nuestra noche. — Creo que ya bebí suficiente —contesté, voz firme. Él entrecerró los ojos, dejando la copa con un golpe seco. — ¿Sigues con esa actitud distante? ¿Qué te pasa, Alice? Antes no eras así. — Antes tampoco tenía un guardaespaldas pegado al culo —le solté, voz bajando. Julián se inclinó, voz endureciéndose. — Mira, Alice. He estado esperándote. Me fui a España, volví, y sigues con el maldito guardaespaldas pegado a ti como un perro. ¿Qué mierda pasa? Sentí la piel erizarse. — Mi padre lo puso ahí. — Por Dios, Alice —gruñó, agarrándome la mano sobre la mesa, apretando fuerte—. Ese tipo no es más que un perro guardián. ¿O acaso hay algo entre ustedes? ¿Te lo estás follando a mis espaldas? El corazón me latió fuerte, pero mantuve la cara de póker. — No digas tonterías. Él rió seco, pero su agarre se hizo más fuerte. — ¿Tonterías? Cada vez que estamos juntos, sientes la necesidad de provocarlo. Lo veo, Alice. Lo veo en cómo lo miras. Intenté soltar la mano, pero no me dejó. — Julián, suéltame. — Vamos a mi hotel —susurró, sonrisa torcida—. Vamos. No seas fría conmigo. Su tono ya no era juguetón. Era posesivo. Cabrón. — Te dije que no —repetí, voz helada. — Alice —apretó más—. Sabes que me quieres. Déjate de juegos. Antes de que pudiera soltarle una burrada, una sombra enorme apareció detrás de mí. Un agarre firme envolvió la muñeca de Julián y la apartó de mí como si quemara. — Ella ya dijo que no. Dere. Su voz era pura furia contenida, ojos oscuros ardiendo, mandíbula tensa como acero. Julián se levantó de golpe, rojo de rabia. — ¿Qué diablos haces aquí, Ferrel? ¡Esto es privado! Dere lo miró como si fuera basura. — Mi trabajo es protegerla. Y ahora mismo, mi trabajo es sacarla de aquí antes de que te parta la cara. Julián rió burlón, pero nervioso. — Vete al diablo, hombre. No puedes venir a dar órdenes aquí. Alice está conmigo. Dere se inclinó, quedando a la misma altura, voz baja y letal. — Alice. Dile al niño rico que se largue antes de que lo saque a la fuerza. El corazón me latió como loco. La tensión era eléctrica, el restaurante entero mirando disimulado. Julián me miró, voz autoritaria. — Alice. Dime que me quede. Lo miré. Luego a Dere. Y tomé mi bolso. — Me voy con él. Julián se quedó helado. — ¿Qué? — Escuchaste. Pasé junto a Dere, sintiendo su calor, y salí del restaurante sin mirar atrás. Julián gritó algo, pero no oí. Solo sentí la mano de Dere en mi cintura baja, guiándome al SUV. Subí, temblando de rabia y algo más. Él cerró la puerta, rodeó el carro y se montó al volante. El trayecto fue silencio puro, pero cargado. Yo mirando por la ventana, él con las manos apretando el volante. Cuando llegamos a la mansión, salí rápido, caminando hacia la entrada sin esperar. — Alice. Su voz me detuvo en seco. Me giré, corazón latiendo fuerte. Él estaba ahí, a dos pasos, ojos oscuros brillando bajo la luz de la luna. — No vuelvas a hacer algo así —dijo bajo, pero con esa furia que me ponía loca. Crucé los brazos, voz temblando de cabreo y deseo. — ¿Por qué? ¿Te preocupa lo que pueda hacerme o lo que pueda hacerte sentir? Él dio un paso, tan cerca que sentí su aliento. — Ambas. Y el mundo se detuvo. Porque por primera vez, Dere Ferrel había dejado caer la máscara. Y yo quería más.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD