**Punto de vista de Alice**
La tarde en la mansión Salvaterra se había puesto tranquila, casi demasiado cabrona para ser verdad. Yo caminaba por los jardines con el sol pegándome en la nuca, el vestido corto de algodón blanco pegado al cuerpo por el sudor, los pies descalzos pisando la hierba como si pudiera borrar el puto nudo que tenía en el estómago desde que Julián apareció otra vez. El aire olía a jazmines y a piscina, pero en mi cabeza solo daban vueltas los recuerdos de él besándome en la playa hace años y los ojos oscuros de Dere clavados en mí como si me odiara y me quisiera al mismo tiempo.
De repente, el rugido de ese Lamborghini n***o rompió el silencio como un trueno. Julián otra vez. Frenó en seco, bajó del carro con esa camisa blanca abierta hasta el pecho y esa sonrisa de hijo de puta que sabía que me desarmaba.
— Alice, mi reina, ¿me extrañaste o qué? —dijo bajando las gafas de sol, mirándome de arriba abajo como si todavía tuviera derecho—. Hoy no vengo a rogar. Vengo a llevarte. Reservé la mesa VIP en Eclipse, el club nuevo en South Beach. Tú y yo, como antes. Bailamos, tomamos, y después… lo que surja. ¿O me vas a decir que no?
Me quedé parada en la entrada, cruzando los brazos para que no viera cómo se me aceleraba el pulso. Quería decirle que se fuera a la mierda, pero la idea de salir, de hacer algo que no fuera estar encerrada como una princesa en torre, me picó justo donde dolía.
— ¿Eclipse? ¿En serio, Julián? ¿Crees que con una reservita VIP ya me tienes en el bolsillo otra vez? —le solté, voz fría pero con esa sonrisa juguetona que sabía que lo volvía loco—. Voy a pensarlo. Pero si voy, voy porque yo quiero, no porque tú mandes.
Él se acercó un paso, oliendo a colonia cara y a testosterona pura, bajando la voz hasta que sonó como un secreto sucio.
— Piénsalo rápido, mi amor. Porque si no sales conmigo hoy, me voy a otro club y me olvido de ti… aunque los dos sabemos que no puedo. Tú eres mi vicio, Alice. Siempre lo fuiste.
Me mordí el labio, sintiendo el calor subirme por el cuello. Al final, cedí. Pero no sola. Fui directo a mamá, que estaba en su habitación revisando planos del hotel, todavía con la pierna vendada pero ya mandando como siempre.
— Mamá, Julián me invitó a salir. Eclipse. ¿Puedo? —pregunté, intentando sonar casual, aunque sabía que iba a salir el sermón.
Ella levantó la vista, ojos verdes clavados en mí como si me leyera el alma.
— ¿Con Julián? Ay, Alice, ese muchacho es puro problema envuelto en billetes. Eres adulta, sí, pero después del atentado… no sales sola. Llévate a Dere. Punto. Es su trabajo, y así estoy tranquila.
— ¡Mamá, por Dios! ¿Dere? ¿En serio? ¡Va a ser un muermo total! —protesté, voz saliendo caprichosa y malcriada, pateando el aire como una niña—. ¡Es un club, no una misión militar!
— Dere o nada, Alice. No me hagas repetirlo —dijo con ese tono que no admitía réplica, y ya está.
Acepté a regañadientes, pero por dentro sonreí como una cabrona. Si Dere venía, perfecto. Le iba a dar un espectáculo que no se olvidaría nunca.
La noche cayó como un telón n***o. Me puse el vestido rojo que me hacía ver como el pecado en persona —ajustado, escote justo para volver loco a cualquiera, espalda descubierta, tacones altos que me hacían caminar como si el mundo fuera mío. Julián llegó puntual, silbando cuando me vio bajar las escaleras.
— Joder, Alice… estás para comerte entera y repetir postre —dijo, abriendo la puerta del Lamborghini, mano rozando mi cintura más de lo necesario.
Subí al asiento del copiloto, el cuero quemándome los muslos, y detrás de nosotros arrancó el SUV n***o de seguridad. Dere al volante, cara de piedra, pero yo sabía que estaba hirviendo.
El club Eclipse era puro exceso: luces neón, bajo que te vibraba en el pecho, gente sudada bailando como si el mundo se acabara mañana. Julián me agarró la mano en cuanto entramos, llevándome directo a la VIP.
— ¿Ves? Esto es vida, mi reina —me gritó al oído por encima de la música, su aliento caliente en mi cuello—. Olvídate del guardaespaldas, del atentado, de todo. Solo tú y yo.
Yo reí, dejando que me guiara a la pista, pero mis ojos buscaron a Dere. Ahí estaba, en una esquina oscura, brazos cruzados, camiseta negra ceñida, tatuajes asomando como advertencias. Me miraba fijo. Perfecto.
Julián me pegó a él, manos en mi cintura, moviéndose al ritmo como si nunca nos hubiéramos separado.
— ¿Te acuerdas cuando bailábamos así en Ibiza? —me susurró al oído, labios rozándome la oreja—. Tú borracha de mojitos, yo loco por meterte mano en la playa… Quiero eso otra vez, Alice. Quiero todo.
Sonreí coqueta, pero mi mente estaba en otro lado. Lo vi: Dere tenso, mandíbula apretada, puños cerrados. Era el momento.
Me giré hacia Julián, puse las manos en su cuello y lo besé. Fuerte. Con lengua. Con todo el veneno y la provocación que llevaba dentro. Él se quedó tieso un segundo y después me devolvió el beso como un animal, agarrándome el culo sin disimulo.
— Joder, Alice… sí —gruñó contra mi boca.
Yo abrí un ojo mientras lo besaba y miré directo a Dere. Él no se movió, pero vi cómo su pecho subía y bajaba rápido, los ojos oscuros ardiendo como carbones. Le había dado en el centro.
Julián me apretó más, lengua en mi cuello.
— Vámonos de aquí, mi amor. Mi penthouse está a diez minutos. Quiero follarte hasta que grites mi nombre como antes.
Lo empujé un poco, riendo falsa, limpiándome la boca con el dorso de la mano.
— Tranquilo, campeón. La noche es joven.
Él me miró confundido, pero yo ya estaba caminando hacia la salida, tacones resonando, el corazón latiéndome como loco. Dere me interceptó en la puerta, voz ronca y peligrosa, tan cerca que sentí su aliento en mi cara.
— ¿Terminamos el show, princesa? ¿O necesitas más público?
Lo miré fijo, labios hinchados del beso, voz saliendo cruda y desafiante.
— ¿Celoso, grandote? Porque si lo estás, dilo. O sigue mirando desde tu esquina como el buen perrito que eres.
Él me agarró el brazo —no fuerte, pero firme—, ojos oscuros quemándome.
— No soy celoso, Alice. Soy profesional. Pero si ese hijo de puta te toca otra vez delante de mí, lo parto en dos. ¿Entendido?
Solté una risa amarga, sintiendo su mano como fuego en mi piel.
— ¿Partirlo? ¿O es que no soportas verme con otro porque tú también quieres probar?
Él se acercó más, voz tan baja que solo yo la oí.
— Prueba y verás lo que pasa cuando me canso de mirar.
Y me soltó, abriendo la puerta del SUV. Subí temblando, no de miedo… sino de algo mucho más jodido.
La noche había terminado, pero el juego apenas empezaba. Y yo ya no sabía si quería ganar o quemarme viva con él.