Capítulo 19: Silencios que gritan

1246 Words
**Punto de vista de Alice** El avión volaba tranquilo sobre el puto Atlántico, pero dentro de mí la tormenta era de la hostia. Estaba sentada en primera clase, con las piernas cruzadas, mirando por la ventanilla como si las nubes fueran a darme respuestas. El sol se reflejaba en ellas como en un espejo roto, y yo solo podía pensar en lo jodida que estaba. Dere a mi lado, brazos cruzados, cara de piedra, mirando la pantalla como si la película de mierda le importara un carajo. El silencio entre nosotros era tan pesado que casi se podía cortar con cuchillo, y yo odiaba eso. Odiaba que después de todo lo que había pasado en Río —las miradas, las pullas, las manos que casi se tocan— ahora estuviéramos aquí como dos desconocidos. No aguanté más. Fingí revisar el teléfono y solté sin mirarlo, voz despreocupada pero con el filo de siempre. — ¿Te la pasaste bien en Brasil, guardaespaldas? ¿O todo el viaje fue una mierda porque tenías que seguirme el culo? Él tardó en responder, como siempre, haciéndose el duro. — No fui de vacaciones, Alice. Estaba trabajando. Me giré hacia él, bajando las gafas de sol hasta la punta de la nariz, mirándolo fijo con esa sonrisa burlona que sabía que lo sacaba de quicio. — ¡Oh, por favor, Dere! No me vengas con esa mierda de “trabajo”. Te vi en la playa, te vi en la fiesta, te vi mirándome cuando creías que no me daba cuenta. ¿De verdad no disfrutaste ni un poquito? ¿O es que te jode admitir que te gustó verme en bikini moviendo el culo para ti? Él giró la cabeza lento, ojos oscuros clavados en los míos como si quisiera quemarme viva. — Mi trabajo es protegerte. Nada más. Punto. Sentí un nudo en el estómago, cabreo puro, porque esa respuesta fría me dolía más de lo que quería admitir. Fruncí los labios y desvié la mirada a la ventana otra vez. — Si tú lo dices… —murmuré bajito, pero lo suficientemente alto para que oyera—. Qué fácil es esconderse detrás del “trabajo”, ¿no? Como si no sintieras nada. Como si fueras de hielo. Él se movió en el asiento, el cuero crujiendo, y sentí su mirada pesada en mi perfil. — ¿Y qué quieres que sienta, Alice? ¿Que me ponga a babear como los idiotas de Río que se te acercaban? No soy así. No voy a ser tu juguete. Me giré de golpe, voz saliendo más fuerte de lo que quería, malcriada y cruda. — ¿Juguete? ¿Eso es lo que crees que quiero? ¿Otro Julián que me lama los pies y me regale diamantes? ¡No, Dere! Contigo es diferente y lo sabes. Me jodes porque no cedes, porque no me das lo que quiero con una sonrisa de mierda. Me jodes porque me miras como si me odiaras y me quisieras follar al mismo tiempo. ¡Dime algo de una puta vez! ¿Qué sientes cuando me ves? ¿Nada? ¿O te pones duro y después te vas a pajear pensando en mí como un adolescente reprimido? El silencio cayó como plomo. Él apretó la mandíbula tan fuerte que vi la vena saltar en su cuello. — ¿Qué siento? —su voz salió baja, ronca, peligrosa—. Siento que eres un puto dolor de cabeza con piernas. Siento que cada vez que abres esa boca quiero callártela de la única forma que sé. Siento que me estás volviendo loco y no puedo hacer una mierda porque tu papá me paga para protegerte, no para follarte. ¿Eso quieres oír, Alice? ¿Que me pones como una piedra cada vez que te mueves, que hablas, que respiras? Porque sí, carajo. Sí. Pero no voy a tocarte. No mientras sea tu guardaespaldas. Así que deja de joderme o te juro que un día exploto y nos jodemos los dos. Me quedé sin aire, el corazón latiéndome como loco, el coño palpitando solo con sus palabras. Quería gritarle, quería besarlo, quería que me follara ahí mismo en el asiento. — ¿Exploto? —repetí bajito, voz temblando de rabia y deseo—. Pues explota ya, Dere. Porque yo también estoy harta de este juego. Harta de provocarte y que te hagas el duro. Harta de desearte y que me dejes con las ganas como una idiota. Él me miró fijo, ojos ardiendo. — Cuando explote, Alice, no va a haber vuelta atrás. Y tú vas a rogar. Y se giró otra vez a la pantalla, dejándome temblando, mojada, con ganas de gritar o de montarme encima de él ahí mismo. **Punto de vista de Dere** Joder. Esa mujer me estaba matando lento. El avión volaba tranquilo, pero dentro de mí era un puto huracán. Alice a mi lado, con ese vestido corto que se le subía por los muslos cada vez que se movía, mirando por la ventana como si el mundo le debiera algo. Y yo fingiendo ver la película, cuando lo único que veía era ella. Su perfil perfecto, su boca que me provocaba todo el tiempo, su olor que me tenía loco desde Río. Y entonces soltó esa mierda. — ¿Te la pasaste bien en Brasil, guardaespaldas? Tuve que contenerme para no girarme y besarla ahí mismo. — No fui de vacaciones, Alice. Estaba trabajando. Ella sonrió con esa burla que me ponía la polla dura. — Oh, por favor. No me digas que no disfrutaste ni un poco. Y ahí empezó otra vez. Me miró fijo, bajando las gafas, y sentí que me quemaba vivo. — Mi trabajo es protegerte. Nada más. Pero por dentro me estaba comiendo vivo. Porque no era “nada más”. Era todo. Era verla en bikini, era sentir sus manos cuando me untaba bronceador, era oírla gemir bajito cuando la rozaba “sin querer”. Era desearla tanto que dolía. Ella murmuró algo, y no aguanté más. — ¿Qué siento? —le solté, voz ronca, cabreado conmigo mismo—. Siento que eres un puto dolor de cabeza con piernas. Siento que cada vez que abres esa boca quiero callártela de la única forma que sé. Siento que me estás volviendo loco y no puedo hacer una mierda porque tu papá me paga para protegerte, no para follarte. ¿Eso quieres oír, Alice? ¿Que me pones como una piedra cada vez que te mueves, que hablas, que respiras? Porque sí, carajo. Sí. Pero no voy a tocarte. No mientras sea tu guardaespaldas. Así que deja de joderme o te juro que un día exploto y nos jodemos los dos. Ella me miró, ojos galanos brillando, y sentí que me rompía. — ¿Exploto? Pues explota ya, Dere. Porque yo también estoy harta de este juego. Harta de provocarte y que te hagas el duro. Harta de desearte y que me dejes con las ganas como una idiota. Joder. Quise agarrarla ahí mismo, abrirle las piernas en el asiento y follarla hasta que gritara mi nombre para todo el avión. Pero me contuve. Apenas. — Cuando explote, Alice, no va a haber vuelta atrás. Y tú vas a rogar. Y me giré, dejando que el silencio gritara por los dos. Porque ya no era cuestión de si. Era cuándo. Y el cuándo estaba cada vez más cerca.
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