12- Directo al punto principal

1759 Words
Jazmín La tienda todavía está oscura cuando entro al estacionamiento. Abro las puertas, enciendo las luces, doy la vuelta al letrero y abro la tienda. Reviso la caja registradora, aunque sé que hay suficiente cambio en el cajón, ya que solo tuvimos un cliente ayer, y cuento el dinero al cerrar. Ha pasado tiempo desde que acumulamos suficiente efectivo para guardarlo en la caja fuerte de la oficina. La puerta tintinea y, sin molestarme en levantar la vista de mi escaso puñado de billetes, grito. —Buenos días, Giana— —Hola, Jazmín— responde. Si, sabía que era ella. Las probabilidades de que entre un cliente son prácticamente nulas en cualquier momento, y mucho menos a primera hora de la mañana. Pero ese hecho no me deprime tanto como de costumbre. Supongo que mi rayo de sol matutino aún no se ha disipado. Giana se una a mi detrás del mostrador. —Pareces estar de buen humor hoy— comenta con demasiada inocencia. —¿Ha pasado algo bueno? — Levanto una ceja ligeramente. —¿Qué se supone que significa eso? — —Nada— dice con un tono que sugiere que lo dice en serio. Devuelvo el dinero en el cajón de la caja registradora y lo vuelvo a meter con un tintineo. —¿De verdad es así de inusual que este de buen humor? — Abre la boca, la cierra y luego la vuelve a abrir. —Bueno…eh, sin ofender, pero en realidad lo es— cuando la miro parpadeando, se apresura a explicar. —No me malinterpretes, no me quejo, solo…— Me rio. —Está bien, no me ofendo. Solo me sorprendió— Suelta una risita tímida. —Lo que quería decir es que me parece que siempre estas tan estresada, preocupada por la tienda y todo. Así que es bueno verte feliz por una vez— —Que dulce. Gracias— le sonrió. —Si quieres saberlo, anoche…— Bajo la mirada por un momento, todavía sonriendo de una manera poco tonta. —Tuve una cita. Mas o menos— Con lo cual quiero decir que un Dios del sexo viviente voló del cielo y me folló de siete maneras diferentes. La cara de Giana esboza una enorme sonrisa. —¡Lo sabía! ¡Vaya, eso es todo, chica! — Entonces frunce el ceño. —Espera, ¿Qué quieres decir con más o menos? — Me encojo de hombros con impotencia. —Es complicado— La subestimación del siglo. —¿Por qué? ¿Está casado o algo así? — —Oh, vamos— digo con un bufido. —Sé que no harías eso. Solo tengo curiosidad— Jugueteo con mi bolígrafo. —Supongo que es lo contrario, en realidad, no puede complicarse— Giana me mira con los ojos entrecerrados. —¿Eh? — —No tengo espacio en mi vida para una relación ahora mismo. Mis objetivos son quedarme embarazada y sacar esta tienda de la tumba, nada más— La comprensión se dibuja en su rostro. —Oh, Ohhh, Oh— Ups. Dije la palabra que empieza con E. Puede que haya sido un poco más de información de la que quería dejar escapar. Bueno, ya es demasiado tarde. Giana ya sabe que quiero tener un bebé de todos modos. Así que me encojo de hombros y lo dejo en un —Si— —Entonces, estás…bien, ahora lo entiendo. Es algo sin ataduras— Mira a un lado por un momento. —Lo siento. No quería entrometerme— Agito la mano. —No, está bien. Relájate— Hace cinco meses, Giana me dijo que finalmente había logrado echar a su malvada compañera de piso, y mi respuesta fue invitarla a tomar tragos de tequila. Aparte de firmar sus cheques, nuestra relación es mas de amigos que la dinámica estándar de jefe-empleado. —¿En serio? En ese caso…— la sonrisa regresa. —¿Te gusta? ¿Es guapo? ¿Es agradable? Debería estar un poco avergonzada de estar chillando por los chicos como si estuviéramos en una pijamada de la preparatoria. En cambio, me río. —Si a todo, hasta ahora— Me sigue a mi oficina en la parte trasera de la tienda. —Entonces, ¿Por qué no te quedas con él? — —Gia…— suspiro mientras me siento en mi escritorio. Levanta las manos, todavía sin entender, pero aceptando. —Bueno, pase lo que pase, me alegro de que hayas conocido a alguien. Y espero que siga actuando como un buen chico, porque me gusta verte así— —Gracias, pero solo se quedará hasta que me quede embarazada. No sé más que un trueque, una especie de intercambios de bienes por servicios— Giana se ríe. —Si tú lo dices— Enciendo la computadora de nuestra tienda, abro su correo electrónico y mi actitud positiva se desvanece en llamas. Justo en la parte superior de mi bandeja de entrada de entrada, como un sapo feo, hay otro email de oferta de Librerías Baxter —Dios— murmuro. Giana se inclina hacia adelante para leer por encima de mi hombro y gruñe consternada ante la cifra visible en la vista previa del correo electrónico. —Estos imbéciles ni siquiera pueden ofrecer un precio decente— resopla. —¡Ofrecen centavos por dólar! Que groseros tienen unas agallas tan grandes al proponer una cifra tan baja. Si creen que no valemos lo suficiente ¿Por qué han estado arrastrándose por nuestro trasero constantemente durante meses? — Borro el correo electrónico y, si hubiera hecho clic con más fuerza, habría roto el pobre ratón. —Incluso si ofrecieran diez veces mis costos iniciales, seguiría sin vender. Esos imbéciles de Baxter no tienen ni idea de lo que hacemos aquí. No entienden el valor de los libros antiguos. Estamos tratando de preservar y celebrar el arte real, la historia viva de la literatura, pero lo único que les importa son las ganancias— Niego con la cabeza con frustración. —Uf, son simplemente desalmados. Robots corporativos. Destrozarían este lugar. Lo convertirían en otra mega cadena, una gran tienda mausoleo— puntúo cada palabra señalando con el dedo la pantalla de la computadora. —Y arruinar todo lo que representa— Giana asiente enfáticamente. —Maldita sea. Tal vez deberías escribir este discurso y enviárselo— —No, no quiero dignificar esta basura con una respuesta— Empujo mi silla y me levanto. —Aunque fuera realmente satisfacción. Vamos, terminemos de abrir este lugar— Antes de que pueda seguir a Giana a la sala de ventas, mi teléfono suena y lo saco de mi bolso para recordar un mensaje de texto de Declan. Declan: No puedo esperar para tenerte en mi cama esta noche. De repente, mi estado de ánimo es un poco mejor. A medida que avanza el día, mi buen humor se reaviva. En parte porque recibimos una cantidad sin precedentes de tres clientes…pero, sobre todo, me doy cuenta, por la perspectiva de volver a ver a Declan esta noche. A las cuatro y media, me sorprendo tamborileando con los dedos sobre el escritorio. A las cinco en punto, me vuelvo a aplicar el lápiz labial, le doy la vuelta al cartel y cierro la puerta con llave, y luego salgo disparada. Mi corazón late más rápido mientras conduzco hacia la dirección que me dió antes. ¿Por qué estoy tan emocionada? ¿Estoy nerviosa? No puedo estar nerviosa. Ya ha visto cada centímetro de mi cuerpo desnudo y retorciéndose; ahora es un momento extraño para ponerse tímido de repente. ¿O simplemente estoy tan emocionada por follarlo de nuevo? Nunca pensé que fuera tan cachonda, pero incluso después de tres orgasmos devastadores hace menos de veinticuatro horas, sigo ansioso por más. Encuentro un lugar en el estacionamiento debajo del edificio y tomo el ascensor hasta la suite del pent-house. Declan abre la puerta a mi primer golpe. Me dedica una de sus sonrisas característica y mi estómago da un pequeño vuelco. —Hola, estoy aquí— digo, incapaz de pensar en nada más ingenioso. —Me alegro— su mirada se detiene en mi boca y veo el atisbo de una sonrisa en sus labios. —Pasa— Declan me guía a través del recibidor hasta la sala principal. Intento no quedarme boquiabierta, pero maldita sea, este lugar es increíble. Pisos de parqué con estampados intrincados, ventanales con una vista impresionante del horizonte de la ciudad, amueblado con estilo moderno y elegante. Las habitaciones son tan cavernosas, los techos tan baltos, que el clic de mis tacones sobre la madera dura realmente resuena. De repente me siento un poco intimidada. Se detiene frente a un elegante sofá de cuero blanco y n***o que parece haber costado más que mi primer coche. —¿Quieres ir a cenar primero? — Mira a través de la sala hacia la cocina. —No creo que tenga nada para comer aquí, pero hay algunos restaurantes increíbles cerca. casi todo tipo de cocina bajo el sol— Niego con la cabeza. incluso si mi estómago no estuviera saltando como loco, no quiero familiarizarme demasiado con él. Ya hemos tenido dos citas, y son dos más de las necesarias. —No, gracias, no tengo hambre ahora mismo. puedo comer algo de camino a casa— Una línea aparece entre sus cejas. Parece que quiere discutir, pero en lugar de eso solo dice: —Si insistes. Entonces, por favor, siéntete como en casa— Todo parece tan caro que casi me da miedo tocarlo. Pero obedezco y me siento en el sofá, pasando mis dedos sobre el cuero suave como la mantequilla en señal de agradecimiento. Se sienta a mi lado, apenas a un paso, y apoya su mano sobre la mía. —¿Puedo ofrecerte algo de beber? — Puedo sentir el calor de su cuerpo. Mi boca se ha secado y una bebida no es lo que quiero. —No, gracias— repito. Lo deseo a él. Hay un ligero ceño fruncido en su rostro. Pero su disgusto se evapora cuando cierro la distancia entre nosotros, presionando mis labios contra los suyos. Dejo que el beso se prolongue, con la boca abierta, tentador. Una invitación, una promesa. —Ya veo— murmura. —Quieres ir directo al punto principal— —¿Está bien? — respondo, mis labios rozando los suyos. —Puedo aceptarlo— me devuelve el beso, fuerte y hambriento. Luego toma mi mano y me lleva por el pasillo hasta el dormitorio principal.
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