II

3131 Words
Me sentí mareado de un momento a otro, sentía el corazón en la garganta, había sido descubierto y no tenía escapatoria.   -        Tiene semanas viviendo aquí, en distintos salones, Profe…   La voz del vigilante en tono acusador no me era favorable. Al encender la luz la situación no mejoró mucho, pude ver a la profesora de histología en primer plano con su mejor cara de tragedia, el imponente cuerpo del profesor de deportes detrás de ella examinando el daño que le había hecho a la puerta al golpearla para abrirla y tras ellos el profesor de anatomía, cuya cara era indescifrable para mí.   -        Gracias Carlos, nosotros nos encargamos desde aquí. – dijo. Ni siquiera vi sus labios moverse.     Yo era un desastre, no tenía escapatoria, ponerme a inventar excusas sería una estupidez. Allí estaba yo en mi mejor elemento, tirado en el piso, con libros y envases de comida a mi alrededor, el uniforme tirado a un lado, mi mochila abierta y mi celular a un lado. Las palabras sobraban, las lágrimas comenzaron a salir, inevitablemente.    -        Arismendi, cálmese – la profesora de histología caminó hacia mi.   Se sentó sobre el escritorio a mi lado mientras yo intentaba respirar y no quebrarme más de lo que ya estaba.   -        Cuéntame un poco del por qué estás aquí…   Su voz era dulce, contrastando con lo que conocía de ella en lo que llevábamos de semestre, todo pasaba muy rápido, el vigilante ya no estaba y el profesor de deportes me tendió su mano para levantarme del piso. Como pude me puse en pie y me senté en una de las sillas próximas. Me solté a llorar, dejé fluir mis pensamientos y poco a poco conté lo que ocurría. Intenté a propósito no ser dramático, restarle importancia a lo que ocurría y hacerlo ver cómo algo divertido, una aventura tras otra, para que por lo mínimo me dejaran seguir viviendo allí, era mi única esperanza en ese momento.   -        … Por nada del mundo quiero dejar de estudiar, no es tan malo, un poco de sacrificio… - concluí. -        Recoge tus cosas, hoy te quedas en mi casa.   La frase era de compresión básica, pero yo no entendía bien lo que aquello significaba, miré al punto de donde provenía aquella voz ya conocida para mí, el profesor de anatomía, seguía parado en el mismo sitio de hace unos minutos, sus ojos miraban con desesperación todo mi desorden, me sentí escaneado más allá de la superficie, avergonzado por mi situación y que ellos tres me hayan visto en ese momento. Sin embargo, no fui capaz de entender su frase y menos de obedecerla.   Siempre retraído y de pocas palabras, el profesor Jannier Baptiste, desde que lo había conocido en la primera clase de anatomía I, me había parecido la persona más cerrada y enigmática, correcto en cada movimiento, siempre seguro de sí mismo, y parecía no equivocarse nunca. Caminó al interior del aula saliendo a la luz, y tomó mi mochila del piso a su paso entregándomela. Hablaba igual que en sus clases, serio, distante y autoritario.   -        Ya es tarde, mañana resolveremos esta situación y planificaremos mejor… mientras más rápido comiences, mejor. – me miró directo a los ojos, por un momento no hubo más nada para mí que mirar, vi un destello de ternura en su mirada por encima de los cristales de sus gafas – démosle un poco de privacidad al muchacho, Merlina, hablemos un momento afuera mientras Pablo recoge sus cosas. ¡Andiamo Flavio! – concluyó mirando al profesor de deportes.   Merlin Figueredo, así era el nombre de mi profesora de histología, pero me causó algo de comedia oírlo decir Merlina, y más verlo hablarle en italiano al profesor de deportes, ignoraba que este lo fuera. Los sacó del aula y yo di un suspiro largo, ya mis lágrimas no eran un problema, sino, reorganizar mi mente para una nueva aventura. Mientras doblaba con cuidado mis cosas y las iba acomodando dentro de la mochila, solo pensaba en la manera de convencer a mis profesores de que me dejasen seguir en mi clandestino emprendimiento. Como un cordero preparado para su sacrificio, me quedé esperando que volviesen a entrar.   Se despidieron del vigilante en el estacionamiento, la profesora de histología y el de deportes se fueron juntos en uno de los carros y yo me vi casi obligado a subir a la camioneta del profesor de anatomía. Tomó mi mochila y la lanzó con cuidado en el puesto de atrás y subió para por fin arrancar.   -        El cinturón. – me dijo al notar que en mis nervios estaba petrificado sentado a su lado. – Pablo, abróchate el cinturón de seguridad.   Obedecí sin chistar. No tenía palabras, moría de vergüenza, no tenía nada de qué hablar y de verdad no sabia ni siquiera que movimientos hacer, se me había olvidado respirar, parpadear y hablar.   -        El viaje es corto – me dijo – la autopista está sola a esta hora… ¿Tienes hambre? -        Un.. Un poco… - tartamudeé aún tímido, en realidad moría de hambre. -        No te preocupes, ya llegaremos a casa.   Sujetaba el volante con fuerza, su vista no se apartaba de la carretera ¿estaba molesto? ¿Incomodo? Yo intentaba actuar natural pero no se me daba bien, aún estaba paralizado por lo que estaba sucediendo, veía la ciudad a través de la ventana pasar ante mí mientras rodábamos por la autopista, bordeando parte de ella, subiendo hacia el sector donde vivía, un lugar desconocido para mí, nunca había estado en esa parte de la ciudad. Pocas palabras fueron dichas durante todo el trayecto de unos 15 minutos, solo el peculiar “bienvenido” cuando esperábamos a que el portón eléctrico del edificio abriera por completo para entrar, así supe que habíamos llegado a donde vivía.   Sin más protocolos que los necesarios salimos de la camioneta y subimos por el ascensor interno al octavo piso, sacó sus llaves y abrió. Un apartamento pequeño, tipo estudio, minimalista en todo, un par de cuadros adornaban las paredes, una lámpara al fondo, un juego de dos poltronas y un sofá conformaban la pequeña sala, dos mesas redondas a cada lado con lámparas de luz violeta, eso fue lo que mi vista alcanzo a ver en un primer momento mientras entrábamos, olía a incienso y al encender la luz, las paredes de añil y marfil aclararon más mi visión, el profesor vivía solo.   Puse mi mochila y mis libros en donde mejor me pareció mientras el soltaba sus cosas sobre la mesa.   -        Aquello es el estudio, allí está el baño, este es el estar, la sala pues, la cocina y el comedor, y esa de allí es mi habitación. Al fondo, el balcón, el lavadero…   Como un maestro de escena, él, parado al centro de la sala me había mostrado su apartamento con esas pocas palabras. Sus manos puestas en la cintura esperando una palabra mía que nunca salió, quizás notó mi imposibilidad para hablar pues rápidamente reaccionó.   -        Hoy dormirás aquí, en el sofá, es lo que puedo ofrecerte por ahora, no es un sofá cama, pero debe ser por lo mínimo, más cómodo el piso de la facultad. – rió ante su propio chiste – pero primero, comida… Tienes hambre.   Se movió rápidamente hacia la cocina y rodeó el comedor en tres pasos, algo había ocurrido al entrar al apartamento con el profesor distante y circunspecto. Era conductualmente distinto, agradable, amigable, ameno.   -        Profe – le dije distrayéndolo de su tarea principal, abrir y cerrar gabinetes – ¿podría darme un baño antes?   Se paralizó ante mis palabras, por una fracción de minuto bajó su mirada como recordando que hacía yo allí, sonrío como quien entiende un chiste y me miró; la imagen debía ser todo un drama novelístico para él. Yo, parado en el mismo sitio donde me había plantado hacía unos minutos, con la mochila a mis pies, y todo un entorno nuevo para mí, nada encajaba de mi ser allí, me daba incomodidad moverme y pensar que podía ensuciar algo, tenía una semana sin darme un baño respetable, no olía mal, no tenía mal aspecto, pero necesitaba urgentemente una ducha respetable.   -        Absolutamente…   Me buscó una toalla limpia que sacó de un estante del lavadero y me la entregó, entré rápidamente al baño y me desvestí… Lloré un poco, no lo niego, estaba sometido a un estrés poco usual y necesitaba que el agua que caía sobre mi cuerpo se llevará un poco de ese estrés con toda la suciedad de mi cuerpo.   -        Por lo menos tengo donde dormir hoy…   Me vestí con la ultima tanda de ropa limpia que me quedaba y salí del baño, renovado y fresco. El ambiente estaba impregnado con un aroma delicioso, la comida recién hecha estaba siendo servida para cenar, tenía meses comiendo los desastres del comedor y la comida chatarra que conseguía a buen precio. Inevitablemente mi estomago rigió ante aquellos olores. Paño de cocina al hombro como el mejor chef, el Profe puso los platos sobre la mesa, sirvió dos vasos de coca-cola y me sonrió.   -        ¡bon apettit!   Mientras comíamos la charla fue hasta agradable, notaba un intento algo forzado por brindarme hospitalidad, donde yo mismo me recalcaba lo distinto que era aquel profesor dentro de aquellas paredes, se notaba fresco, amigable, comunicativo. No tocamos el tema de mi situación y él se esmeró por no enfocarse en eso. La comida estaba deliciosa, el ambiente era cálido y acogedor, y para qué negarlo, la compañía del Profe era interesante, tener alguien con quien hablar, perfecto.   Se levanto de la mesa, recogió los platos y los tiró en el fregadero. Entró a su habitación y salió al instante. Dos almohadas y dos cobijas, las puso sobre el sofá y ocurrió algo que me dejó sin palabras: tomo mis cosas y las llevó a su cuarto como si fuesen de él. Al salir sonriente como producto de una travesura y comenzando por fin a desabrochar su camisa, hasta ahora impecablemente abotonada.   K -        Esta noche no estudias, debes descansar, ya mañana nos ponemos al día en resolver. -        ¿Por eso se llevó mis cosas? Necesito mi cargador, mi cepillo de dientes… -        Ok. Solo eso… Sin libros, sin libretas… Pablo, debes dormir…   Volvió a entrar y me supervisó mientras sacaba lo que necesitaba.   -        Ponte cómodo, estas en tu casa, intenta por favor descansar. Si necesitas algo, toca a mi puerta. -        Gracias Profe. -        Hasta mañana... Pablo.   Dicho esto entró a su habitación y cerró la puerta. Organicé esta vez el sofá que era bastante cómodo para dormir, las cobijas eran acolchadas y suaves, las almohadas súper cómodas. Quité los cojines y extendí una de las cobijas, conecté el cargador a mi celular y apagué la luz, contesté algunos mensajes que tenía pendientes y como un niño travieso usé mi celular para estudiar algún documento o artículo que tuviese pendiente.     Desperté…     Qué buena manera de descansar. Todo estaba en silencio y sentía que descansaba sobre una nube, me sentía lleno de energía y descansado en su totalidad. Me quedé mirando el techo un momento analizando todo lo que había ocurrido la noche anterior desde el momento en que el profesor de deporte había abierto de un golpe la puerta del salón donde me escondía hasta ese justo momento, despierto sin dolores y con mis fuerzas renovadas. Ahora debía explicarle al Profe que debía ir a la residencia de Álvaro, debía lavar mi ropa, comenzar con los pendientes de las asignaturas – incluyendo el dibujo que el mismo había encomendado – así que mientras más temprano comenzará con mi rutina, más tiempo ahorraría. Un día más para sobrevivir.   ¡11:00 am!   ¡Por Cristo clavado a su cruz! ¿Cómo dormí tanto? ¿En qué momento corrió tanto el tiempo?   Mis ojos luchaban por no salirse de sus órbitas al momento que me sentaba como impactado por un rayo, producto de mi sorpresa me paralicé nuevamente, había perdido toda la mañana en un abrir y cerrar de ojos. El apartamento seguía en silencio, el Profe seguramente estaba en su habitación. Tomé mis cosas y corrí al baño, lave mis dientes, me aseé y salí nuevamente al estar. Vi una nota sobre la mesa.   “Buen día Pablo. Espero hayas descansado...   Salí temprano, No quise despertarte, es bueno que descanses… Sobre la cocina está tu desayuno, por favor come. Y en refri está tu almuerzo, sobre el escritorio del estudio están tus libros por si deseas comenzar a estudiar. No sé a qué hora regrese y pues, aún no tengo tu numero de celular, por eso esta nota. Hablamos al regresar, estás en tu casa.   Jannier Caleb Baptiste.”     Obedecí, había un Sandwich tapado con dos platos sobre la cocina, y café caliente en la cafetera eléctrica. Abrí el refrigerador y había un envase con una nota que con la misma caligrafía de la anterior pude leer “almuerzo para Pablo”. Una preocupación menos, mi celular comenzó a sonar mientras comía el Sandwich y organizaba en el estudio que hacer primero.   -        Amiguito ¿por qué no has llegado? Por fin contestas. – Álvaro me llamaba desde temprano aún extrañado por mi ausencia ese sábado. -        Complicaciones de último momento. -        ¿No vendrás hoy? -        Aún no lo se amigo, pero te estaré avisando. Gracias por preocuparte. -        Estaremos aquí reunidos estudiando, Kelly dijo que vendría. -        Qué bueno, salúdalo de mi parte… Tengo que colgar. Te escribo ante cualquier novedad.   Cuando volví a ver el reloj eran ya casi las 4:00 pm. Pero había adelantado más que en toda la semana junta, mi mente se concentró lo suficiente y me permitió terminar bastantes cosas de cúmulo pendiente. Me sentí orgulloso de mi logro y reí satisfecho mientras me desperezaba, ya solo me faltaba colorear el dibujo de los músculos y un resumen de embriología que dejé de ultimo porque el contenido era abrumadoramente extenso.   Justo en ese momento sentí la puerta sonar al abrirse, había llegado el Profe a su casa, vestido bastante deportivo, fue una novedad verlo así, siempre acostumbrado a verlo en camisa y jeans, ahora se veía mucho más joven. ¿Qué edad tendrá? Me saludó aún cerrando la puerta y luchando con los paquetes que traía.     -        Salvador… Salvador… ¿Como pasaste el día Salvador? -        Le ayudo Profe – me apresuré en llegar a él. -        Gracias Salvador, gracias… Veo que descansaste, tienes muy buena cara… -        Si Profe, gracias a usted, aunque perdí toda la mañana sin darme cuenta. -        Mi culpa, mi culpa… No quise despertarte.   Miro su reloj, miró a la cocina y fue directo al refrigerador. Que supiera mi nombre no era un problema, pero que me llamara con total confianza por mi segundo nombre, ya era más que inusual.   -        ¡no has comido, Salvador! -        Iba a eso justo cuando llegó, me distraje estudiando. -        Debes comer…   Volvió a mirar su reloj… Sacó en envase y lo lanzó al microondas.   -        Mientras comes… Hablemos… Mejor dicho, actualicemos… todo está resuelto ¿Terminaste las tareas? -        Solo lo urgente, me falta terminar un resumen de embriología… -        Ok. Ayer dijiste que los sábados ibas a tu antigua residencia a lavar tu ropa y hoy no fuiste. Iremos después que comas. Tengo un plan…   Vertió el contenido del envase en un plato y tomó un cubierto. Lo colocó en la mesa y me hizo un gesto para que me acercara.   -        Me gustaría que te quedaras a vivir aquí. Solo tengo el sofá para que duermas y el estante del lavadero para que guardes tus cosas, es lo único que puedo ofrecerte. El sofá y la comida. -        No me gustaría incomodarle Profe. – inevitablemente mis ojos se humedecieron. -        Come y no digas bobadas… - sonrió – es la única solución que se me ocurre para ayudarle, hablé con Flavio y Merlina, y les dije que bajo mi responsabilidad, te daría hospedaje, no diremos nada en la universidad para no causarte problemas. -        ¿Problemas? No Profe… No quiero causarle ninguno… -        Solo debemos poner algunas reglas… ¿Aceptas?   Entre bocados de comida y mi imposibilidad de hablar debió notar que yo estaba paralizado.   -        Por la comida no deberías preocuparte al menos – intentó sonar nuevamente amigable – lo que te envían tus padres úsalo para los gastos en la universidad, copias, pasajes… No tendrás que pagar alquiler ¿dime… aceptas?   Mi mente era un hervidero de emociones, y como era habitual en mi ante momentos de ansiedad quería seguir comiendo hasta sentír que en cualquier momento vomitaría, en realidad no era una pregunta muy difícil de contestar, el Profe me estaba brindando un techo estable y un sofá para dormir, eso era más de lo que yo pedía, más de lo que yo aspiraba, me estaba resolviendo la vida un poquito, quizás para él. Para mí era el mundo entero…   -        Esta bien Profe… Pero le ayudaré en lo que pueda… -        Entonces termina de comer para que vayamos por tus cosas… Antes que se haga más tarde.   Hablaba tan calmado, lleno de una emoción inexplicable para mí. Yo no cabía en mi gratitud, ese hombre, el Profe, me estaba brindando una protección más allá de lo que yo podía imaginar.   -        Lo importante es que no descuides tus estudios.     Terminé de comer, lavé mis dientes y salimos para ir a la residencia de Álvaro. Le avisé que estaba en camino y le indiqué la dirección al profesor mientras el encendía la camioneta.   -        Tu cinturón… - me dijo. -        En seguida. – sonreí, realmente me distraigo fácilmente.   En pocas historias más que tuve que inventar a Álvaro y a Kelly que entre tragos me invitaban a quedarme un rato más, relativamente mintiendo les dije que estaba en plena mudanza, debía instalarme en mi nueva residencia, pero con seguridad lo celebraríamos pronto. Me despedí rápido, el profesor me esperaba debajo del edificio, tuve que decirles que andaba en taxi, no me pareció correcto decirles que andaba con nuestro profesor de anatomía.   -        Nos vemos el lunes en la facultad… En serio me gustaría quedarme pero ya saben, el deber me llama.   Regresamos sin apuro y comencé a organizar las cosas más necesarias en el estante. Por suerte el profesor tenía lavadora y secadora así que lavar mi ropa sería un paseo. Haciendo uso de toda su docencia me enseñó paso a paso cómo usarla.   -        Aquí pones el jabón, aquí recargas el suavizante, aquí enciendes y listo… Solo esperas que suene. -        Entendido Profe. -        Mientras hablaremos de las reglas. -        Lo escucho. -        Nadie puede enterarse que vivimos juntos, que vives aquí...  No por mi, sino por ti.  
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