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"y así fue como conocí al principito..."

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Blurb

Un estudiante se muda de su pueblo, olvidandose de su atraso socio cultural para llegar a una nueva vida de ciudad y comenzar a estudiar su tan preciada carrera: medicina, allí comienza con buen pie, pronto las dificultades económicas le han una mala pasada al verse sin apoyo y con la fuerte convicción de no abandonar sus estudios, así pues el único que decide ayudarlo por un accidente afortunado es su profesor de anatomía, quién poco a poco comienza a desarrollar sentimientos por el chico.

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I
Yo... Vivía en un pueblo, un pueblo olvidado de Dios, donde incluso el internet es un lujo, un pueblo tan pequeño que ni siquiera cuenta con transporte público para trasladarse internamente, donde todo se hacía a pie, donde la tecnología era siempre una novedad para comentar, sin embargo, encantador. Un pueblo donde la delincuencia era casi nula, donde las muertes repentinas se debían a una enfermedad de base. Y si por algún momento ocurría una muerte trágica por accidente o s******o, se convertía en noticia por una semana entre dimes y diretes, con historias alrededor que se entramaban para solo justificar que nos encantaba la noticia, convertida en chisme.         En este escenario me desenvolvía bien, siendo aún un joven gay, lleno de estigmas sociales y ocultando hasta donde me fuese posible mi sexualidad solo por no causar rabietas y regaños que solo me amargarían la existencia. La fobia social se convirtió en mi mejor arma, en el colegio, siempre fui el chico solitario, el que no encajaba en ningún grupo, al que le aterraba contar con un poco de atención, así que estar y mantenerme en un perfil bajo, casi invisible para el mundo era mi mejor arma. Odiaba mi cuerpo por no sentirme atractivo, acostumbrado a ver los estero tipos de belleza, ser flaco para mí era toda una maldición con la que debía vivir cada día, ocultar mi cuerpo era inconscientemente algo que realizaba a diario, solo usaba ropa de mangas largas y ancha y pantalones. Nunca, nunca me verías en un short o con una flanelilla sin mangas.        Como todo joven solo vivía para mis estudios, esforzándome el doble para, algún día, salir de aquel nefasto pueblo y no saber más nada de su atraso sociocultural, además de negarme a ser “un maricon más” en un pueblo donde ser gay significaba ser la burla de todos, andar de boca en boca y obviamente terminar siendo el peluquero de turno. No, yo no estaba dispuesto a encasillarme en eso, soñaba con ser grande, con aportar algo a la sociedad, con ser reconocido y tener un nombre que inspire respeto, para eso necesitaba estudiar y salir de allí. Por eso al recibir la mejor noticia de mi vida, mi cupo de estudios en medicina, en otra ciudad, en otro entorno y en una buena universidad, fue la puerta de salida perfecta para iniciar así mi meta. No me detuve, con la voluntad de la juventud, sin pensar en gastos adicionales, sin mirar consecuencias futuras, me inscribí en la universidad, en la carrera que soñaba, medicina, y con mi maleta de sueños dejé todo atrás, era el momento de comenzar una nueva vida. El curso introductorio me daría todas las armas necesarias para afrontar mi nueva meta, sin contar que era yo, realmente yo en mi mejor elemento, en una ciudad, en un ambiente totalmente desconocido y que me pedía a gritos descubrirlo, con un entorno lleno de desconocidos, donde no importaba quién era yo, de donde venía o que hacía antes de llegar allí, sin supervisión de padres o conocidos que pudieran comentar que estaba haciendo o cómo me comportaba.         No había necesidad de ser el chico raro, allí todos tenían un grupo donde encajar, hasta el grupo de los que no encajan en ninguno. Busque una buena residencia que estuviese cerca de la universidad y me dispuse a salir bien en todas mis asignaturas a la par que me enfrentaba a todo lo nuevo, a veces me deslumbraba, pero yo mismo ponía mis límites, lo primero era estudiar, luego todo lo demás. Era nuevo en la ciudad, pero eso no importaba, todos éramos nuevos, o por lo menos todos los que acabábamos de ingresar, los estudiantes de semestres superiores existían y parecían ni siquiera notar nuestra presencia, los veía de un lado a otro con su montón de libros siempre, así que ahí fue donde puse mis ojos… Mi meta principal, graduarme.        Esos tres meses de estudio y del curso introductorio pasaron volando, para solo ser 5 materias las aprobé bastante fácil, sin complicaciones de ningún tipo. Hice mi propia rutina que había resultado hasta el final y por fin estaba de vacaciones, la mala noticia, tenía que regresar al pueblo para ese periodo. A volver a ser cuestionado, regresar a ser callado y retraído, sin la libertad que sentía al estar alejado de todo aquello. A enfrentar nuevamente a una sociedad que sentía era inferior a mis metas. Por suerte sólo serían dos semanas antes de iniciar en nuevo semestre.         Volví a armar mi maleta esta vez mucho más cargada porque me enfrentaría a las clases reales, a la carera en sí misma. Mis compañeros de residencia, tres en total, me recibieron como si hubiesen pasado años desde que nos habíamos despedido, incluso organizamos una comida especial por la reunión de los cuatro. Adoré mi horario copado de clases y actividades en la mañana y en la tarde, cada día de clases estaba abarrotado de teorías y prácticas que realmente resultaba agobiante solo de pensarlo. Esta nueva etapa fue inclusive mejor, ya me defendía solo en la universidad con mayor desenvoltura y ya no tenía esa cara de perdido en el espacio siempre incluso ¡hice amigos! Solo era cuestión de tiempo, el compartir diario en la residencia hizo ganarme la confianza de dos de mis compañeros, y pues en él aula siempre se crean afinidades, complicidades, compañerismo, se me hacía fácil compartir mis apuntes siempre organizados y me llenaba de alegría saber que podía ser útil a mis compañeros de clases, ya no había necesidad de mantenerme en las sombras, de echo me encantaba contar con un poco de atención, estaba bastante enfrascado en lo que a mi vida s****l y sentimental se refiere. Parece absurdo, pero eso pasó a segundo plano cuando mi meta principal se convirtió en estudiar, no voy a negar que había unos hombres hermosos en la ciudad y estudiantes que me dejaban sin habla al verlos en el pasillo de la universidad, pero yo no había ido a eso, además, quien en sus cabales se fijaría en mi, un flaco desconocido al que le aterraba desnudarse frente a alguien, acercarme a cualquier hombre era realmente imposible, mucho menos cortejarlo, eso me dejaría en ridiculo.         Estaba próximo a cumplir mis 19 años y estaba casi a la mitad del primer de semestre de la carrera cuando sucedió lo impensable… Me quedé sin dinero para llevar el ritmo estudiantil que llevaba hasta el momento, sin apoyo de mis padres. Bueno, en realidad nunca conté con mucho de ese apoyo, mis madre dependía en su totalidad de lo que mis hermanos mayores le dieran para vivir, puesto que eran los que trabajaban y aportaban económicamente en el hogar, mi padre, lo desconozco. Nos abandonó cuando yo tenía poca edad así que realmente solo conservó su apellido como un recordatorio de que existió.         Intenté conseguir un trabajo a medio tiempo pero no lo logré, no podía abandonar las clases y trabajar de noche si que sería complicado, debía cuanto antes pensar en un una estrategia rápida que me permitiera reducir gastos, y poder seguir estudiando. Pagar el alquiler la residencia era lo más costoso, pero necesitaba un lugar para vivir, así que la mejor solución era reducir los gastos en comida. Depender enteramente del comedor de la universidad, la comida no es que era la mejor pero llenaba el estómago y era lo importante en ese momento. Comencé a desayunar y almorzar en la universidad y a veces hasta cenar, solo debía esperar un rato más después de mi última clase y listo. Esa nueva organización solo me duró dos semanas pues no daba mucho resultado, entre los gastos de la universidad y el arriendo pasaba más tiempo con hambre que dedicado a mis estudios, debía levantarme más temprano para caminar hasta la universidad, comencé a copiar de los libros de la biblioteca para no tener que gastar en fotocopias y eso me consumía horas de resumen y de copiado que al final dejaban mi mano agotada de tanto escribir. Realmente estaba en un caos y si eso continuaba así, el segundo semestre sería un total desastre.         No se lo dije nada a nadie, no era bueno pidiendo ayuda y ademas me daba un poco de vergüenza tener que pedirle a algún desconocido, todos éramos estudiantes, todos dependíamos de nuestras familias, todos luchábamos por un sueño. Era mi responsabilidad seguir adelante, vencer todos los obstáculos, no iba a darme por vencido por un simple percance… Debía haber una forma de solucionar todo aquello, sin abandonar mi carrera. No pude completar el dinero del arriendo de la habitación en la residencia, así que tuve que improvisar, improvisar sobre la marcha.         Cumplí mis 19 años en la soledad, con una carga académica bastante pesada sobre mis hombros y un sueño por seguir… Yo, Un simple mortal llamado Pablo Salvador Arismendi, decidí a cuenta y riesgo no abandonar mis clases y vivir casi en la indigencia. Así pues, encargué a Álvaro, mi amigo más cercano de residencia que guardara mis pertenencias en su habitación, pues me mudaría a una residencia más pequeña y no tan privada y me daba miedo perder mis cosas, él aceptó y acordamos que al menos una vez a la semana iría a visitarlo para lavar juntos – como acostumbrábamos – y a recambiar la ropa y los uniformes. Lo de la residencia nueva era mentira, realmente busque algo más modesto y económico pero la primera noche terminé en el piso de la universidad, durmiendo sobre mi toalla y con mi mochila de almohada, e igualmente ocurrió la segunda y la tercera noche, me bañaba en los lavabos, bien temprano y como pudiera, comía de lo que me abastecía en el comedor, incluso de lo que dejaban mis compañeros, a mí me servía para reponer fuerzas cuando a mitad de la noche por llevar tiempo estudiando, me atacaba él hambre.         Funcionó…        Día a día me fui adaptando a eso al punto en que no noté la diferencia. Vivía en la universidad a escondidas, solo debía tener cuidado con los vigilantes y quedarme bien callado cuando los oyera acercarse para cerrar las aulas. A primera hora, cuando ya oía los portones abrir y comenzaban a llegar los trabajadores, recogía mi improvisada cama, que constaba de dos toallas, mi almohada que era mi mochila, y mis libros que al quedarme dormido quedaban a un lado, a veces quedaba algún envoltorio de comida, lápices, mi celular y su infaltable cargador. Terminaba de recoger todo eso, y corría a los lavabos, me aseaba dentro de la poca privacidad que me lo permitía y me cambiaba de ropa. Estaba listo para otro día de estudio y aventura extrema en mi enorme casa de estudios – nunca antes mejor dicho – que me cubría con su manto protector. La meta estaba clara, el fin justifica los medios, debía aguantar todo lo que se me pusiera al frente hasta que lograse por lo menos conseguir un poco más de estabilidad, dinero o que mi horario fuese un poco más flexible. A veces me dolía el cuerpo por dormir en el piso, a veces debía inventarme excusas ante alguna sorpresa no planificada, como ser el primero en ser visto en los pasillos.  - Arismendi, se cayó de la cama hoy… ¿Qué hace por aquí tan temprano?         Mi profesora de histología me distrajo de la lectura que fingía hacer cuando la vi aproximarse a mi. Me había sentado fuera de la biblioteca a esperar que abrieran para comenzar con mis apuntes. - Buen día, profesora. Pues, hoy me dieron el aventón hasta acá – conteste improvisando. - Bastante rápido para no haberle dado ni tiempo de secarse bien el cabello. – me contestó ajustando sus anteojos – buen día Arismendi.         Continuó su camino por el pasillo, mientras yo instintivamente pasaba la mano por mi cuello, aún húmedo por el destilar del agua de mi cabello. Un pequeño error, no calculado.         Sabía que estaba tentando a la suerte cada día, sobre todo los fines de semana, que a pesar de tener un poco de paz y de poder dormir hasta un poco más tarde, debía organizarme y tentar a la suerte. Los sábados la universidad estaba abierta solo hasta media tarde, y solo para áreas deportivas y biblioteca, así que debía ir a la residencia, donde mi amigo Álvaro tenía mis cosas, lavar lo que podía en tiempo récord, conversar un rato con él y aprovechar de sus suculentos almuerzos, preparar la mochila para toda la semana, comprar comida para dos días en el supermercado - mayormente panes, cereal y gaseosas – usar el uniforme de deportes, y entrar a la universidad una hora antes de que cerrasen las puertas para poder ubicar algún aula abierta o inevitablemente tendría que dormir en un pasillo abierto usualmente cercano a la morgue.         Sin poder evitarlo mis notas bajaron un poco, no estudiaba con el mismo ritmo de antes ni descansaba lo suficiente para estar en las óptimas condiciones. Me esmeraba todo lo posible, no podía fallar. ¿Difícil? Si, lo era, mucho, pero mi fuerza de convicción lo era más, sobre la marcha me iba adaptando a todo lo que me tocase vivir, si oía al vigilante quejarse por una luz encendida en el aula, a la noche siguiente me tocaba cambiar de aula y usar mi celular como lampara para estudiar algo antes de dormirme. Fui adaptándome a cambiar de piso, de aula y de edificio para no levantar sospechas. A veces era inevitable no llamar la atención por mis ojeras o por quedarme dormido en clases pero todos lo asumían con comedia insinuando que andaba de fiesta, no los desmentía, los hacía creer que eso era cierto… - Pablo – el profesor de anatomía gritaba desde el escritorio. Me hizo brincar del susto y salir de mi ensueño.  - Disculpe Profe – me apresuré a decir mientras todos reían.  - Espero tome nota de esto. Ya hoy es viernes, así que para la clase del lunes deben traer todos el mapa de toda la musculatura superficial del m*****o superior, en una lámina de 30cm por 30cm. Quien no lo entregue a tiempo deberá hacer la práctica con su memoria pues la misma servirá de apoyo el próximo lunes.          Tomé mis apuntes al respecto mientras pensaba en lo que debía comprar para pasar todo el fin de semana en la realización de ese dibujo. Al terminar la clase comenzamos a salir del aula para dirigirnos a los laboratorios para la práctica de histología, no era mi favorita, realmente estar viendo por el microscopio cosas que debía imaginar, no era lo mío.  - Pablo – el profesor nuevamente llamaba mi atención.  - ¿Si?  - Acércate – me dijo, terminé de cerrar mi mochila, tomé mi libreta y caminé hacia él.          El profesor de anatomía era de los más jóvenes entre todas las materias, siempre comenzaba la clase con una frase de “el principito” y nos daba muy buenos consejos, a pesar de eso, era el menos comunicativo, el más circunspecto, callado y milimétrico en todo.  - Profe, discúlpeme por la dormida, anoche no dormí muy bien… - Más allá de eso, Pablo… ¿Estas bien? Te he notado distraído las últimas semanas, creo que hasta has perdido peso.  - Eh… Si Profe… Nada de qué preocuparse… - ¿Estas seguro? Tus notas… He visto que has bajado un poco… - Si Profe… Todo está bien… Me disculpa… Pero llego tarde a histo... Gracias por su preocupación…         Salí huyendo, no sirvo para mentir por mucho rato, me ataca un poco el pánico y me entran ataques de risa espontánea… Realmente entré en pánico innecesariamente, llegué corriendo al laboratorio y con tiempo suficiente para recuperar el aliento.  - Pablito, estás pálido… ¿Tan feo fue el regaño del Profe?        Kelly, mi compañero y amigo desde que inició el semestre, se sentó a mi lado para indagar más acerca del “llamado de atención” del profesor.  - No fue nada – contesté apretando mis ojos, inexplicablemente me ardían – me recomendó dejar un poco las fiestas y estudiar más.  - Ya te lo he dicho yo varias veces… Andas con tu súper mochila a todos lados creyéndote súper cool, y terminas agotado… - La vida es una y hay que vivirla – concluí siguiéndole el juego. – Hola Sam…         Samyra era una de las estudiantes más brillantes que conocí desde que llegué a la universidad, siempre ha sido mi compañera de laboratorio en histología por lo que compartimos microscopio y nos ayudamos mutuamente, sus padres son de la India, así que su cultura me encanta y su educación religiosa siempre me ha atraído mucho. Disfruto mucho con ella.  - Hola Pablito, por tu cara, no estudiaste mucho anoche.  - Solo un poco – le contesté.          La profesora de histología era de las más estrictas y correctas, todo debía estar pulcro, correcto y en su lugar, tan rigurosa para corregir que si faltaba una coma en la redacción, te bajaba calificación. Entró al aula, dio los buenos días y comenzó a escribir en el tablero.  - Por suerte ya solo nos queda deporte, para terminar el día. – con esa frase Kelly se dirigía a su lugar. - Para cerrar con broche de oro – concluí.          Deportes no sé me daba mal, pero no me gustaba mucho, estar en pleno medio día, a la luz del sol, pegando carreras y brincos de un lado a otro y luego jugar volley se me hacía tan monótono como poco entretenido. Estaba un poco nervioso porque se aproximaban los exámenes finales del semestre y de por sí estaba algo atrasado en apuntes, debía repasar y estudiar todo el contenido para no quedar tan mal en las calificaciones. En todos las conversaciones de los estudiantes de primer semestre, solo se hablaba de eso.         No había descanso posible, el contenido acumulado, las asignaciones pendientes y sin contar que se me estaban agotando las excusas para evadir invitaciones, salidas y reuniones con mis compañeros y amigos, incluso Álvaro ya estaba dudando de la veracidad de mis andanzas. Ese viernes después de la clase de deportes el plan del grupo era salir a tomar unas cervezas en un club cercano a la universidad, para pasar el calor y compartir un rato – imposible para mí – y además el plan era inmediato. Tuve que evadir como pude, usar todas las mentiras unidas, y prometer un centenar de veces que llegaría al club para compartir. Pero que necesitaba urgentemente un baño para poder salir.          Subí al tercer piso y ubiqué el ultimo salón del ala oeste, me encantaba ese en particular porque hacía muy buena brisa a través de las ventanas y era un aula pequeña, la más alejada. Sería un fin de semana largo entre estudio y deberes que cumplir. Aseguré la puerta y arme mi campamento, comencé a escribir apuntes y a resumir un texto eterno de embriología, apagué mi celular pues no dejaba de sonar entre llamadas y mensajes de mis amigos preguntándome dónde estaba, me desconcentraba, así que preferí apagarlo y dedicarme a lo mío… Estudiar. Caí rendido, me dormí…         Desperté de un brinco.          Un ruido seco me hizo reaccionar y mirar directamente a la fuente de dicho ruido. La puerta estaba abierta, estaba oscuro pero la luz proveniente del exterior me hizo reconocer figuras paradas en ella, mi visión borrosa por la ensoñación, pero no era bobo, sabía que pasaba…         Me habían descubierto. 

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