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1230 Words
Después de salir de casa de mis padres, Demetri condujo hasta el la mansión de los suyos. Cuando llegamos, su madre, Saiddy, se giró hacia mí con una sonrisa que denotaba su felicidad. —Regina, me alegra saber que mi hijo está en buenas manos —me dijo con ese orgullo que solo una madre feliz puede tener. —No se preocupe, señora Saiddy, prometo cuidar bien de él —respondí con una sonrisa que me salió más sincera de lo que esperaba. Antonella, que es muy alegre, se echó una risita divertida. —Eso espero, porque él es más terco de lo que parece —dijo antes de abrir la puerta del auto. La miré y no pude evitarme reírme. —Lo confirmo— Le respondí. Ambas se despidieron con un “buenas noches” lleno de entusiasmo y bajaron del vehículo. Apenas cerraron la puerta, Demetri encendió el auto y lo puso en marcha sin decir una sola palabra. Hubo un silencio necesario, Yano me estaba riendo, ahora estaba un poco más seria. Pero pasaron unos minutos y eso cambió por completo. Empecé a reírme como si estuvieran haciéndome cosquillas. Demetri me miró de reojo, con una ceja levantada. —¿De qué te ríes? —De todo esto —respondí, riendo aún más. —¡De que todo salió perfecto! Nuestros padres están convencidos de que nos casaremos de verdad. Él también comenzó a reírse, esa risa era muy contagiosa. —Jamás pensé que sería tan buen actor —dijo entre risas. —Y yo ni sabía que era tan buena fingiendo —le contesté, cruzando los brazos con fingido orgullo. —Creo que podríamos ganar un premio por esto. —Totalmente —dijo él, todavía sonriendo. —Aunque si hubiera un premio a la mejor pareja falsa, lo ganaríamos sin competencia. No podía dejar de reírme, me sentía tan bien a su lado, podía ser yo en muchos aspectos de mi vida. Pasaron unos veinte minutos y finalmente llegamos a mi departamento. Miré desde adentro del auto y todo se veía tan tranquilo, Incluso aunque no dije nada, pensé en aquella noche en la que estuve en los brazos de él. —Gracias por traerme a casa —le dije mientras desabrochaba el cinturón. —No fue nada —respondió con tono juguetón. —Es lo menos que podía hacer por mi falsa casi esposa. Lo miré con un brillo de diversión, la verdad es que esto, me hacía olvidar de mi ex, Yeison. —Tranquilo, pronto se acabará esta farsa y cada uno seguirá con su vida normal —dije, aunque por dentro una parte de mí no estaba tan segura de querer que todo terminara. Salí del auto y subí unos pequeños escalones hasta la entrada. Antes de cerrar la puerta, me giré un momento para mirar. No sé por qué lo hice, solo lo hice. Al entrar, me asomé por la ventana y ahí estaba él, todavía estacionado frente a mi departamento. Parecía estar revisando algo en el tablero, pero justo en ese instante levantó la vista y me pilló mirándolo. Levantó la mano y me saludó con una sonrisa que se reflejaba incluso en la distancia. Yo, nerviosa, respondí con un gesto torpe y una sonrisa que aunque no se notara, era de nervios. Después de eso, encendió el auto y se marchó, dejándome sola frente a la ventana con la sensación de que, tal vez, aquella “farsa” no era tan simple como yo quería creer. A la mañana siguiente, llegué a la oficina un poco cansada, y con una taza de café que calentaba mi estómago levemente, la noche anterior ni había podido pegar un ojo del todo. Pero apenas crucé la puerta, noté algo raro. Todos me miraban y no entendía la razón. No era una mirada casual, no, eran esas miradas que te escanean de arriba abajo, como si tuvieras un cartel pegado en la frente que dijera: “Observación obligatoria”. —¿Qué pasa aquí? —pregunté para mí misma, ajustándome la blusa con cierta incomodidad. Martina, mi mejor amiga y compañera de trabajo, se acercó con esa expresión de emoción que solía poner cuando había un chisme fresco. —Amiga… —dijo, tomándome del brazo. —Todo el mundo está hablando de ti. —¿De mí? —pregunté con el corazón en la garganta.— ¿Qué dicen ahora? No he hecho nada malo para que hablen de mí. —Dicen que… te vas a casar con Demetri —soltó finalmente la bomba. —¿Qué? —grité tan fuerte que un par de ojos se voltearon a verme. —¿Cómo pasó eso? ¿Cómo se enteraron? —Probablemente Antonella lo comentó al llegar. Está aquí, en la oficina con su hermano —explicó Martina, alzando las cejas como si ya estuviera lista para la segunda parte del drama. —No puede ser cierto… —dije llevándome una mano a la frente. —Esto complica todo. —Bueno, puedes decir que es mentira —sugirió ella con naturalidad. —No, no puedo decir eso —le respondí enseguida. —Sería peor. Imagínate el escándalo, eso llegaría a oídos de mis padres y a a oídos de la madre de Demetri. Martina se quedó mirándome en silencio, como si en su cabeza donde rondaban tantas cosas, surgiera una idea brillante. Pero yo ya tenía un plan, o al menos eso creía. Tomé mi tableta de apuntes y fui directo a la oficina de Demetri. Ni siquiera toqué la puerta, simplemente entré. —Buenos días —dije con la mejor sonrisa que pude improvisar. Demetri levantó la vista del escritorio y me sonrió, como si no estuviera enterado de nada. Antonella estaba sentada frente a él, revisando unos papeles. Sin perder el ritmo del teatro, me acerqué a Demetri y le di un beso tierno, de esos que parecen sacados de una comedia romántica de bajo presupuesto. Antonella soltó un suspiro feliz. —Ya les conté a todos que se van a casar —anunció, con un tono tan alegre que me dieron ganas de llorar. —¿Qué hiciste qué? —preguntó Demetri, abriendo los ojos. —Ay, hermano, no te enojes. Estoy tan feliz por ustedes que no pude guardármelo. Por cierto, deben buscar un lugar bien grande para la boda, porque habrá muchos invitados —dijo, completamente emocionada, y se marchó sin esperar respuesta. La puerta se cerró y el silencio se hizo tan espeso que casi podía cortarse con una regla. —Esto complica nuestros planes —dije al fin, cruzándome de brazos. —Ahora todos lo saben. —Jamás pensé que mi hermana iría corriendo a decírselo a todo el mundo —respondió Demetri, negando con la cabeza. —Pues ahora tendremos que fingir bien para no ser descubiertos —añadí con un suspiro resignado. —Hasta ahora lo hemos hecho bien —me dijo con calma. —En eso tienes razón —admití—. Pero no quiero que me descubran, Demetri. No ahora. Él asintió, pensativo, y luego me miró con una sonrisa ladeada. —Para hablar más sobre eso, te invito a cenar esta noche. —Me parece bien —respondí sin dudar. Salí de la oficina sin decir nada más, sintiendo que el día apenas comenzaba… y ya parecía un episodio completo de telenovela.
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