7

1148 Words
Cuando por fin llegó la hora de salida, ya no podía ni mirar la pantalla. Había leído el mismo correo tres veces y seguía sin saber qué decía. Estaba tan metida en mi mundo que no escuché cuando la puerta del despacho de Demetri se abrió. —¿Lista para irnos? —preguntó él, apareciendo junto a mi escritorio con esa sonrisa tan tranquila que parecía ensayada frente al espejo. Levanté la vista y asentí, dejando la tableta sobre la mesa. —Siempre estoy lista para una buena cena —respondí con entusiasmo. Él se rió. —Al menos siempre tienes buena cara en todas las situaciones. —No resuelvo nada poniendo una cara toda triste y arrugada —dije con una sonrisa coqueta. —En eso tienes razón —contestó, aún riéndose. Salimos juntos de la oficina, y después de unos veinte minutos de trayecto, llegamos a un restaurante elegante, de esos con meseros que parecen jueces y platos que dan miedo tocarlos por miedo a romperlos. —Se ve bonito —dije mirando alrededor—, pero… no sé, se me antoja otro tipo de comida. Demetri me miró divertido. —Entonces vamos a donde tú quieras. —¿En serio? —pregunté, sorprendida. —Claro —respondió con naturalidad. —Entonces… vayamos al centro de la ciudad. Diez minutos después estábamos en el corazón del bullicio, donde las luces, los olores y la gente parecían mezclarse en una sola canción. Bajé del auto, y él se acomodó en su silla de ruedas con la misma destreza de siempre. —Me gusta comer al aire libre —dije respirando el aroma a comida frita que flotaba en el aire. —A mí también —respondió él—, aunque nunca había venido a este lugar. —Pues te va a gustar —le aseguré—. El pollo frito con papas que hacen aquí es de otro mundo. Nos acercamos a una mesa bajo un toldo color rojo, y una mesera sonriente nos tomó la orden. Pedimos dos porciones de pollo con papas y dos refrescos. —Espero que no te sientas incómodo por no estar en un restaurante de estrella Michelin —le dije, mientras apoyaba los codos sobre la mesa. Demetri soltó una carcajada. —Tienes ocurrencias únicas. Jamás me molestaría por estar en un lugar como este. —Me alegra saber eso —dije sonriendo. —¿Y por qué te alegra tanto? —preguntó, intrigado. —Porque eso te hace aún más encantador —contesté sin pensarlo mucho. Él me miró, visiblemente sorprendido, y luego sonrió. —Y tú también eres encantadora, Regina. No tuve tiempo de responder, porque de repente alguien se acercó a nuestra mesa. —Vaya, no esperaba verte después de lo sucedido en mi cumpleaños —dijo una voz familiar. Levanté la vista, y ahí estaba Yeison. Genial. El premio al peor momento del día era para mí. —Y yo tampoco pensaba volver a verte después de descubrir que en realidad eras un idiota… como decía mi madre —le respondí con una sonrisa tan falsa que dolía. Yeison se rio. —Supongo que me lo tenía merecido. —Claro que sí —repliqué—. Pero de todos modos, vas a pagar lo que hiciste. Su sonrisa se borró, y miró a Demetri con descaro. —¿Y ahora te dedicas a salir con discapacitados? Me levanté de inmediato, con el corazón ardiendo. —Jamás vuelvas a decirle “discapacitado” a Demetri. —¿Ah, no? —dijo riendo—. ¿Y así es que se llama? Demetri, con su habitual calma, lo miró directamente. —Será mejor que te retires. —¿Y si no lo hago? ¿Qué vas a hacer? —replicó Yeison con tono desafiante. —Mejor vete, porque no fuiste invitado —respondió Demetri con firmeza. —¿Vas a llorar porque no puedes levantarte de esa silla para darme un puñetazo? —soltó Yeison, riéndose. —Él no —dije con rabia contenida—. Pero yo sí. Y antes de pensarlo dos veces, mi puño ya había impactado en su nariz. —¡Ay! —grité inmediatamente después—. ¡Me duele la mano! Yeison retrocedió llevándose las manos al rostro. Sangraba por la nariz y me miraba con furia. —¿Te has vuelto loca? —El loco eres tú —le espeté—. ¡Y ahora vete de mi vista! Yeison masculló algo entre dientes y se marchó tambaleando. Yo me volví a sentar, tratando de disimular el dolor en los nudillos. Demetri me miraba entre divertido y preocupado. —Gracias por defenderme, pero en una próxima, no lo hagas. Estoy acostumbrado a que personas como ese tal Yeison se burlen de mí. —Podrán burlarse de ti —le respondí—, pero no en mi presencia. Él sonrió levemente. —Te lo agradezco. Y supongo que ese es tu ex novio, ¿verdad? —Sí, el descarado de mi ex —admití, rodando los ojos—. Pero él ya quedó en el pasado. Mejor hablemos del presente. —Tienes razón —dijo él. —Solo que estoy preocupada —añadí—. Ahora todos creen que realmente nos casaremos. —He pensado en algo —respondió con aire misterioso. —¿En qué has pensado? —pregunté, arqueando una ceja. —En que llevaremos la boda a cabo. —¿Qué? —exclamé—. No entiendo nada. —Prepararemos una boda normal —explicó con serenidad—, pero luego tú no llegarás al altar. —Eso sería un caos innecesario —dije, negando con la cabeza. —No te preocupes, yo me encargo de todo —aseguró con una sonrisa confiada. —¿Y qué crees que dirá la gente? Me odiarán por dejar plantado a un hombre en silla de ruedas. —No te odiarán —dijo divertido—. Probablemente, me odien a mí. —Entonces tu plan es mucho peor de lo que pensaba —respondí. —No, escucha —continuó—. Tú irás a la boda, pero dirás que no habrá matrimonio porque descubriste que te engañé con otra. Así justificamos todo. —¿Estás seguro de hacer eso? —pregunté, aún sin entender su nivel de locura. —Cien por ciento seguro. Ese será el plan. Delante de todos seremos la pareja perfecta y, el día de la boda, tú tiras la bomba. —No me convence —admití—. No quiero que quedes mal solo por hacerme quedar bien a mí. Demetri tomó mi mano con suavidad. —No te preocupes, Regina. Ya está decidido. Antes de poder responder, la mesera llegó con nuestros platos de pollo frito y papas, interrumpiendo el momento con un delicioso olor que, por unos segundos, me hizo olvidar el desastre que acabábamos de planear.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD