Después de dos horas de viaje, finalmente llegamos a la casa de campo. Cuando bajé del auto, tuve que admitirlo: el lugar era un verdadero paraíso. Todo estaba rodeado de árboles altos, flores de colores y un aire tan puro que casi me sentí culpable por haber vivido tanto tiempo respirando humo de ciudad.
—Qué lugar tan hermoso —dije, mientras observaba los jardines perfectamente cuidados.
Saidy sonrió con ese toque de serenidad que siempre la caracterizaba.
—Lo mejor de todo es que está apartado del bullicio de la ciudad —comentó.
—Tiene toda la razón —respondí, aspirando profundamente el aire fresco.
Demetri se acercó desde su silla de ruedas, deteniéndose justo frente a mí.
—Estoy seguro de que te encantará este lugar —dijo con esa seguridad tan suya.
Entramos a la casa y de inmediato nos recibieron varios empleados. Todo era tan elegante, pero a la vez acogedor, que me sentí como en una película.
—Iré a mi habitación de siempre —dijo Saiddy con calma, y uno de los empleados asintió enseguida.
—Yo me encargo de su maleta, señora —respondió el hombre, llevándosela.
Antonella, con esa curiosidad que no la abandonaba nunca, giró hacia nosotros con una sonrisa traviesa.
—Y ustedes, ¿dormirán juntos en la misma habitación?
—¡Antonella! —repliqué riendo, aunque me atraganté un poco con el aire—. No, todavía no estamos casados.
—Ay, por favor, ya los tiempos están muy avanzados —dijo, alzando una ceja.
Demetri intervino antes de que siguiera con sus bromas.
—Antonella, no preguntes esas cosas. Ya ordené que prepararan una habitación para Regina.
—Está bien, está bien, no te enojes. Solo estaba bromeando —respondió, alzando las manos.
—Pues déjate de bromas —dijo él, medio serio, medio divertido.
Antonella rodó los ojos.
—Voy a descansar un rato. Dejaré tu maleta en la habitación que usarás, Regina.
—Gracias, Antonella —le respondí con una sonrisa.
Cuando finalmente se alejó, quedamos solos en medio del pasillo.
—Ven, te mostraré la casa —dijo Demetri, girando su silla hacia el corredor principal.
Lo seguí mientras recorríamos distintos rincones: la enorme sala con chimenea, una biblioteca con olor a madera antigua, y un comedor tan grande que podría albergar una boda falsa… bueno, literalmente.
—La casa está espectacular —comenté, realmente impresionada.
—Sabía que te iba a gustar —respondió, con un tono satisfecho.
Seguimos hasta el jardín, donde el aire era todavía más fresco. Tomé asiento en uno de los bancos de piedra, y Demetri se colocó a mi lado. Todo era tan tranquilo, tan perfecto, que terminé bromeando:
—Solo faltan unos niños corriendo y gritando para que esto parezca una postal familiar.
Él soltó una risa ligera.
—Posiblemente tengas razón. Todo se ve demasiado tranquilo.
—¿Te gustaría tener hijos? —pregunté, más por curiosidad que por otra cosa.
Demetri se encogió de hombros.
—La verdad, no. Por mi condición… no podría ser un padre común y corriente.
No pude evitar soltar una carcajada.
—Eso es una tontería. Serías un excelente padre. Una silla de ruedas no te limita, Demetri, y si alguien piensa lo contrario, está ciego.
Él me miró sorprendido y luego sonrió.
—Con tus claras palabras, me convenciste. Creo que sí me gustaría ser padre.
—Bueno, una vez que todo esto de la boda falsa termine, podrás buscar a alguien para tener un bebé de verdad —dije, intentando sonar despreocupada.
Demetri me miró de reojo.
—No con cualquier mujer se puede tener un hijo.
—En eso tienes razón —dije, cruzando las piernas—. Yo también quiero ser madre algún día, pero tendría que elegir muy bien al padre.
—Totalmente de acuerdo —dijo él con una sonrisa serena.
Me quedé un momento en silencio, mirándolo. Fue entonces cuando, sin pensarlo, dije en tono casi travieso:
—Aunque si lo pensamos bien… si tú y yo hubiésemos estado juntos de verdad, no nos cuidamos esa noche.
Demetri abrió los ojos más de lo normal.
—Eso sería casi imposible… ¿no crees?
—Espero que sí —respondí, intentando contener la risa.
—Bueno, si llegaras a quedar embarazada, al menos habríamos hecho una buena elección —bromeó él.
—En eso estoy completamente de acuerdo —contesté, sin poder evitar sonreír.
Demetri miró su reloj.
—Creo que iré a descansar un poco. Nos vemos a la hora del almuerzo.
—Está bien, nos vemos más tarde —dije, levantándome.
Y sin esperar respuesta, me retiré del jardín, con una sonrisa que no supe si era de nervios… o de pura costumbre.
Apenas entré a la habitación, me quedé maravillada. Era enorme, luminosa y con una vista tan hermosa que me dieron ganas de mudarme ahí de forma permanente. Tenía un sofá blanco frente a un ventanal y una cama que parecía sacada de una película romántica.
Me paré frente al espejo y me quedé mirándome fijamente.
—¿A qué estás jugando, Regina? —me pregunté en voz baja—. Esto ya se está saliendo de control.
Debería parar todo esto, sí… debería, pero no sé cómo hacerlo.
Me dejé caer en el sofá y me quedé mirando el techo, pensativa, como si ahí estuviera escrita la respuesta que tanto me hacía falta.
Al mediodía bajé al comedor. El aroma a comida me hizo olvidar por un momento mis dilemas existenciales. Al llegar, vi que Saiddy, Demetri y Antonella ya estaban sentados.
—Lamento mucho haberlos hecho esperar —dije, un poco avergonzada.
—Tranquila, querida —respondió Saiddy con una sonrisa—, nosotras también acabamos de sentarnos.
Tomé asiento junto a Demetri, quien me dedicó una sonrisa.
—Espero que te guste la comida —dijo amablemente.
Pero antes de que pudiera responder, una voz femenina, suave y segura, interrumpió:
—La mejor comida se come aquí, créeme.
Todos volteamos al mismo tiempo. Una mujer preciosa estaba de pie en la entrada del comedor. De esas que parecen saber que son hermosas y lo usan a su favor.
Se acercó primero a Antonella, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
—Estás cada día más hermosa, querida.
Luego fue hacia Saiddy y le sonrió.
—Y tú, como siempre, radiante.
Finalmente, caminó hasta donde estaba Demetri. Se agachó un poco hasta su altura y, con una sonrisa que parecía ensayada frente al espejo, dijo:
—Te extrañé muchísimo.
Y le dio un beso en la mejilla.
Yo, mientras tanto, seguía ahí, invisible, como un mueble decorativo más del comedor.
Después de ese despliegue de confianza, la mujer tomó asiento sin siquiera mirarme.
Demetri aclaró la garganta.
—Regina, ella es Lorena, la encargada de que todo marche bien en la casa.
—Un gusto conocerte —le dije, sonriendo con toda la cortesía que pude reunir—. Todo está muy bonito.
—Gracias —respondió con una sonrisa de esas que parecen cuchillos—. Los gustos de ella son únicos.
—En eso tienes toda la razón —le dije con ironía, mirándola directamente a los ojos.
Lorena se giró hacia Demetri.
—Estoy tan feliz de verte nuevamente. La última vez que te vi, me dejaste con más deseos de estar contigo.
Yo abrí los ojos como platos, y él simplemente respondió:
—Creo que este no es el momento para hablar de cosas pasadas, Lorena.
El silencio que siguió fue incómodo. Nadie decía nada, solo el sonido de los cubiertos chocando con los platos rompía la tensión.
Cuando terminó el almuerzo, Lorena, como si nada hubiera pasado, dijo con tono profesional:
—Demetri, quiero hablar contigo sobre algunos asuntos de la casa.
—Perfecto, hablemos en la oficina —respondió él.
Para mi sorpresa, me tomó de la mano y me llevó con él. Lorena nos siguió, visiblemente molesta.
Al entrar, la puerta se cerró detrás de nosotros. Lorena cruzó los brazos.
—Ella no tiene nada que hacer aquí —dijo, refiriéndose a mí como si fuera un intruso.
—Ella se llama Regina —contestó Demetri con calma—, y es mi prometida.
Lorena se quedó pasmada, y luego soltó una carcajada mientras se dejaba caer sobre el sofá.
—Eso no puede ser cierto —dijo, entre risas—. La única mujer que tú has amado es Verónica, y después de ella, solo podrías amarme a mí.
Yo di un paso al frente.
—Verónica es pasado —respondí, sonriendo con suficiencia—. Ahora Demetri y yo nos casaremos.
—No creo que eso sea cierto —replicó Lorena con una sonrisa altiva—. Demetri y yo tenemos una relación muy cercana.
Lo miré, buscando una respuesta.
—No hay nada entre nosotros —dijo él firme, mirándola a los ojos.
Lorena se levantó y se acercó a él con descaro.
—Eso no es lo que dices cada vez que vienes a la casa y dormimos juntos.
Yo respiré hondo, intentando no perder la compostura.
—Bueno, pues ya no lo dirá más —contesté—, porque ahora solo me pertenece a mí.
Demetri me miró con una sonrisa de orgullo. Luego tomó mi mano con suavidad y, mirándome directamente a los ojos, dijo con voz firme:
—Tienes razón, Regina. Ahora solo te pertenezco a ti y a nadie más… y así será siempre.
Lorena no respondió. Solo apretó los labios y salió de la oficina furiosa, cerrando la puerta con tanta fuerza que temí que la bisagra no sobreviviera.
Apenas se escuchó el golpe de la puerta, no pude evitar reírme.
—No puedo creer que estés rodeado de gente como ella —dije, todavía entre risas—. Y mucho menos entiendo cómo podías acostarte con una mujer así.
Demetri deslizó su silla de ruedas hacia mí, sonriendo con un dejo de picardía.
—Es bonita —comentó, como si eso justificara todo.
—Bonita, sí —le respondí—. Pero lo que tiene de bonita lo tiene de orgullosa y altanera.
Él soltó una pequeña carcajada.
—Si no supiera que lo nuestro es un simple juego para calmar a nuestros padres, pensaría que estás celosa de Lorena.
Me reí también, levantando una ceja.
—¿Celosa yo? No, para nada. Solo digo lo que pienso.
—Y lo sé —respondió con una sonrisa que me dejó un poco descolocada.
Me levanté del asiento, intentando recuperar la compostura.
—Voy a mi habitación, nos vemos más tarde.
—Está bien —respondió—. Me quedaré revisando algunas cosas.
Salí de la oficina sintiendo que el aire por fin volvía a moverse. Caminé hacia las escaleras, pero antes de subir, alguien me tomó del brazo con fuerza. Me giré bruscamente y ahí estaba Lorena, con la mirada encendida.
—Si crees que te vas a quedar con Demetri, estás muy equivocada —dijo entre dientes—. Él es mío, solo mío.
Me crucé de brazos y sonreí.
—Lo siento, querida, pero Demetri no es de nadie, y mucho menos tuyo.
Ella soltó una risita burlona.
—Aún recuerdo todas las noches de pasión que vivimos en cada rincón de esta casa.
—Pues felicidades por tus recuerdos —le respondí con una sonrisa fingida—, pero a mí solo me importa el aquí y el ahora… y mi futuro esposo.
Subí un escalón más, dispuesta a ignorarla, pero Lorena corrió detrás de mí. Me volvió a tomar del brazo y, en su intento de detenerme, perdió el equilibrio. Solo escuché un grito y luego el ruido seco de su cuerpo rodando por los escalones.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó ella, dramatizando como si hubiera sido arrollada por un camión.
En segundos, todos aparecieron. Saiddy fue la primera en hablar.
—¿Qué pasó aquí?
Lorena, con cara de víctima, señaló hacia mí.
—¡Ella me empujó!
Demetri me miró desde abajo, serio, mientras yo seguía parada en el mismo escalón donde todo comenzó.
Antonella corrió hacia Lorena y la ayudó a levantarse.
—Tranquila, siéntate un momento —le dijo, con tono preocupado.
—¡Ella me tomó del brazo y me empujó! —repitió Lorena con dramatismo digno de una telenovela.
Bajé despacio los escalones y me acerqué, sin apartar la vista de ella.
—Eso es mentira. En ningún momento te toqué, y mucho menos te empujé.
Lorena bufó indignada.
—¡Claro que lo hiciste! Me empujaste porque te dije que Demetri y yo tuvimos muchas noches de pasión en esta casa.
Demetri levantó la voz.
—¡Basta, Lorena! No pienso desconfiar de Regina. Si ella dice que no te empujó, entonces así fue.
Me quedé mirándolo, sorprendida. Y, sin poder evitarlo, sonreí.
—No es justo que digas eso —replicó Lorena.
—Lo que no es justo —dijo él con tono firme—, es que le levantes calumnias a Regina.
Entonces tomó mi mano.
—Vamos, te llevo a tu habitación.
Nos dirigimos al pequeño ascensor que conducía al segundo nivel. Apenas se cerraron las puertas, sentí que mi corazón seguía acelerado.
Al llegar a su habitación, Demetri me miró con calma.
—Lamento mucho lo sucedido.
—Yo lo lamento más —respondí sinceramente—. Te juro que jamás la toqué. Ella me jaló del brazo y, al parecer, perdió el equilibrio.
Él sonrió suavemente.
—No tienes que explicarme nada. Te creo, Regina.
Sin pensarlo demasiado, me senté sobre sus piernas y lo abracé con fuerza.
—Gracias por creer en mí —susurré.
—Gracias a ti por estar en mi vida —respondió, rodeándome con sus brazos.
Nos quedamos mirándonos. No sé cuánto tiempo pasó, solo recuerdo que nuestros rostros se acercaron hasta que finalmente nuestros labios se encontraron. Fue un beso tierno, lento… uno de esos que no planeas pero que el cuerpo simplemente decide dar.
Y justo después, como si me hubieran despertado de un sueño, me levanté de golpe y salí corriendo de la habitación, sintiéndome avergonzada.
Al llegar a la mía, cerré la puerta y me apoyé contra ella.
—Esto no debía pasar —me dije en voz baja, cubriéndome el rostro con las manos.
Cuando cayó la noche, seguía sin poder dormir. Daba vueltas de un lado al otro en la cama, hasta que, cansada de mi propio insomnio, me levanté. Abrí la puerta de mi habitación y caminé por el pasillo hasta quedar frente a la puerta de la habitación de Demetri.
Respiré hondo frente a la puerta. No sabía si estaba a punto de hacer algo completamente insensato o simplemente… muy mío. Pero el silencio del pasillo era tan incómodo y la habitación tan enorme y fría, que decidí dejar de pensar. Giré el picaporte y entré.
La luz tenue iluminaba la habitación de Demetri. Él estaba recostado, con los ojos medio cerrados, y apenas se incorporó un poco cuando escuchó mis pasos.
—¿Regina? —murmuró con voz adormecida.
—Sí… —dije en voz baja mientras me acercaba—. No me siento cómoda durmiendo sola en un espacio tan grande.
Él sonrió de esa manera tan tranquila que, no sé por qué, siempre me da confianza.
—Entonces ven aquí —me dijo con suavidad—. Duerme a mi lado.
Me acosté despacio, sintiendo el calor de su cuerpo a mi lado. En cuanto lo hice, me atrajo hacia él con un gesto tan natural que parecía haberlo hecho toda la vida.
—No te preocupes —susurró, abrazándome—. Duerme junto a mí, estás segura.
Me acurruqué entre sus brazos, apoyando la cabeza sobre su pecho.
—A tu lado me siento segura —le confesé, sin pensarlo demasiado.
Él soltó una pequeña risa, de esas que suenan más a ternura que a burla.
—Me gusta saber que te sientes así —me respondió con voz suave—, porque yo te protegeré siempre.
Entonces me giré para mirarlo. Y fue en ese instante, en ese cruce de miradas silenciosas, donde todo pareció detenerse. Sin mediar palabra, simplemente nos besamos. Un beso tranquilo, cálido… de esos que no se planean, solo suceden.
Inesperadamente, pasó otra vez por segunda vez. Otra vez estaba entre sus brazos, siendo llevada a la pasión y a la entrega.
Una vez más, podía sentir su cálida piel y su labios encastrarse en mi piel, una vez más, estaba envuelta en un momento de pasión, de esa pasión que en la que deseas que jamás acabe.
Cuando abrí los ojos, me encontré con los suyos justo frente a mí. Por un segundo, ninguno dijo nada. Solo el sonido de nuestras respiraciones mezclándose y esa incomodidad que flota cuando sabes que hiciste algo que no deberías… pero que disfrutaste demasiado como para arrepentirte.
—Esto no debe volver a pasar —dije finalmente, apartándome un poco—. Entre nosotros no existe nada. Además, ni siquiera somos del mismo círculo social.
Él sonrió de esa forma tan descarada suya, apoyando una mano detrás de su cabeza como si todo fuera un chiste.
—Lamento lo que acabas de decir, pero no lo que pasó anoche.
—¿Y por qué no lo lamentas? —pregunté, cruzándome de brazos, tratando de sonar indignada y no… curiosa.
—Porque fue una noche muy cálida para mí —respondió con una calma que me sacó de quicio.
—Pues no debe volver a pasar —repetí, intentando sonar firme aunque todavía me temblaban las rodillas.
Y justo cuando iba a lanzar otra frase de esas dramáticas que me encantan para cerrar con dignidad, la puerta se abrió de golpe.
—¡Demetri, es hora de levantarte! Hoy tenemos muchas cosas que—
Saiddy se quedó congelada en el marco de la puerta, con los ojos tan abiertos que pensé que se le iban a salir.
—Oh… lamento interrumpirlos —dijo rápidamente, y si hubiera tenido abanico, seguro se lo ponía frente al rostro.
Yo, con mi mejor sonrisa de “no ha pasado nada aquí”, respondí:
—No interrumpe nada.
Mentira descarada. Interrumpió todo.
—Los espero abajo para desayunar —dijo antes de cerrar la puerta, aunque creo que lo hizo para no soltar una carcajada en mi cara.
Me tapé hasta el cuello con la sábana, sintiendo que la vergüenza me subía hasta las orejas.
—Primero fueron mis padres quienes nos descubrieron… y ahora tu madre. Esto parece una maldición.
Demetri soltó una risa baja.
—No te preocupes, mi madre es muy discreta.
—No quiero salir de esta habitación —murmuré—. Alguien podría verme.
—Tranquila, yo vigilo. Te aviso cuando el pasillo esté despejado.
Me levanté lo más rápido que pude, me puse el pijama y esperé a que él abriera la puerta. Demetri asomó la cabeza, miró hacia ambos lados y susurró:
—Ya puedes irte, agente secreta.
Salí corriendo como si el piso quemara, con el corazón en la garganta y los pies descalzos golpeando el mármol. Llegué a mi habitación, cerré la puerta de un portazo y me apoyé contra ella, jadeando.
—Esto es una locura… —murmuré, hundiendo el rostro entre las manos.
Una completa, absurda, deliciosamente imprudente locura.
Después de un buen baño (y de haberme repetido mentalmente unas veinte veces que lo de anoche jamás, jamás volvería a pasar), bajé al comedor tratando de actuar como si todo estuviera perfectamente bajo control.
Entré casi al mismo tiempo que Lorena, y por supuesto, como si el universo disfrutara de verme sufrir, ella fue y se sentó justo al lado de Demetri. Yo, en un intento por no perder la dignidad, tomé asiento frente a ellos.
—Buenos días —saludé, sonriendo con ese tono que uso cuando quiero parecer amable, pero en realidad tengo ganas de lanzar una tostada a alguien.
—Buenos días —respondió Antonella con entusiasmo—. Hoy nos espera un día grandioso.
—Qué bueno —dije, sirviéndome café—. Lorena, ¿cómo estás después de tu caída?
Ella levantó una ceja, mirándome como si acabara de insultarla.
—Querrás decir, después de que me empujaras por las escaleras.
Solté una pequeña risa incrédula.
—Sabes bien que nunca hice eso, pero, sinceramente, no me importa lo que digas.
Demetri, que hasta ese momento había estado disfrutando de su jugo como si no estuviera presenciando una telenovela, sonrió divertido.
—Me hace feliz casarme con una mujer tan segura de sí misma.
—Y a mí me alegra casarme con un hombre que cree ciegamente en mí —repliqué, sosteniendo su mirada con la misma sonrisa encantadora que uso cuando estoy ganando una batalla.
Antonella nos miró y chasqueó la lengua.
—Basta de tanto amor, que están endulzando demasiado el desayuno.
Todos rieron, incluso Lorena, aunque su risa sonó más falsa que un billete de tres pesos.
Después del desayuno, fuimos hasta la sala. Antonella, siempre en modo directora de eventos, llegó con una carpeta en la mano y una energía tan organizada que asustaba.
—Ya tengo todo el itinerario del día —anunció con orgullo.
—Espero que no sea tan extenso —dijo Demetri, medio en broma—, porque a las cinco regresamos a la ciudad.
—Todo está estipulado para terminar antes de esa hora —respondió Antonella, sin perder el tono de ejecutiva.
—Mejor dinos qué tienes planeado —intervino Saiddy, cruzando los brazos con curiosidad.
Antonella asintió.
—Lo primero será una caminata a caballo.
—Demetri no puede montar a caballo —intervine automáticamente, con toda la seriedad del caso.
Antonella soltó una risita.
—Claro que puede. Es solo una caminata, no una carrera.
Demetri se acomodó con una sonrisa desafiante.
—Es cierto. La silla de ruedas no me limita siempre.
—Me alegra saber eso —dije, devolviéndole la sonrisa, aunque por dentro me sentía un poco tonta por haberlo subestimado.
—Después iremos a un balneario dentro de la propiedad —continuó Antonella—. Nos bañaremos un buen rato, almorzaremos tipo picnic y, para cerrar el día, haremos una barbacoa aquí en casa. A las cinco, partimos.
—Tienes todo bajo control —dijo Demetri divertido.
—Siempre lo he tenido —respondió Antonella con una sonrisa triunfal—. Ahora todos a cambiarse, y no olviden el traje de baño.
—Yo no traje traje de baño —confesé, medio apenada.
Antonella me tomó de la mano como si tuviera la solución a todos los problemas del universo.
—Eso tiene arreglo. Traje algunos nuevos que podrían quedarte perfectos.
Y sin darme tiempo a protestar, me llevó casi arrastrada hacia la habitación.
Una hora después, todos estábamos sobre un caballo, y debo admitir que me sentía como una mezcla entre princesa medieval y turista de rancho. Miré a Demetri, que iba un poco más adelante, tan tranquilo, como si montar fuera lo más natural del mundo.
—Si necesitas detenerte, me lo dices, ¿sí? —le advertí, tratando de sonar despreocupada, aunque mi tono sonó más maternal que otra cosa.
Él se rió, volviéndose hacia mí.
—Estoy bien, pero gracias por preocuparte.
Y vaya que se veía bien… el sol se filtraba entre los árboles y hacía brillar su cabello. Todo el paisaje era un sueño: los árboles altos, el olor a tierra húmeda, los rayos de sol que jugaban entre las ramas. Si alguien me hubiese dicho que en ese momento estaba viviendo una postal, le habría creído.
Saidy, que iba detrás de nosotros, habló con esa voz dulce que siempre tiene cuando planea algo.
—Deberían casarse aquí, en esta casa de campo. Tiene todo para ser una boda hermosa.
Demetri y yo nos miramos. Ninguno dijo nada… pero antes de que pudiera abrir la boca, Lorena, por supuesto, decidió intervenir.
—No creo que esa boda llegue a darse —dijo con esa sonrisa venenosa suya—. Digo, la novia pensaba que el novio no podía montar a caballo. Desde ya, lo tiene limitado mentalmente.
Yo respiré hondo y sonreí con toda la calma que pude reunir.
—Dije eso solo porque me preocupé, pero sé bien que para Demetri el cielo es el límite.
Lorena se quedó callada, y esa fue una de las victorias más sabrosas de mi vida.
Demetri volteó hacia su madre y dijo con orgullo:
—Ella tiene razón. Una boda aquí quedaría muy bonita.
Yo lo miré y sonriendo agregué:
—Pienso lo mismo.
Después de casi una hora de caminata, llegamos al balneario de la propiedad. Y debo decir… wow. Era impresionante. Una especie de lago rodeado de formaciones rocosas, con el agua tan clara que se veía el fondo, y un pequeño salto de agua que caía desde una piedra alta. Me quedé boquiabierta.
—Es momento de cambiarse —dijo Antonella, señalando una especie de cueva al lado derecho—. Ahí pueden hacerlo.
Entramos las dos, y al salir, me sentí un poco fuera de lugar. El traje de baño era precioso, pero… bueno, digamos que dejaba poco a la imaginación.
Demetri, que estaba esperándonos fuera, no pudo ocultar su expresión de asombro.
—Te queda hermoso —dijo con una sonrisa que trató de disimular, sin éxito.
Antonella se rió.
—Sabía que a mí no me iba a quedar tan bien como a Regina.
—Concuerdo —añadió Demetri, riendo, y yo tuve que contenerme para no lanzarle una piedra (pequeña, eso sí).
Antonella nos dejó solos, y yo, aún incómoda, le pregunté:
—¿Quieres que te ayude a cambiarte?
—No, gracias —respondió él amablemente—. Solo me quedaré aquí, viéndolas disfrutar del balneario.
—Qué lástima —dije con una sonrisa—, pero entiendo que podría ser un poco complicado para ti.
—Gracias por entender todo lo que digo —respondió, mirándome con ese tono que mezcla ternura y picardía.
Durante horas disfrutamos del balneario. El agua estaba fresca, el sol no quemaba demasiado y todo parecía en calma. Desde la orilla, Demetri sacó su móvil y empezó a tomar fotos. Me di cuenta de que casi todas eran de mí.
Así que, desde el agua, le sonreí… aunque por dentro, no estaba segura de si quería que siguiera tomándome fotos o que dejara de mirarme con esa mezcla de dulzura y deseo que empezaba, peligrosamente, a gustarme demasiado.