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4381 Words
Cuando abrí la puerta de su habitación, lo primero que vi fue su silueta, inmóvil frente a la ventana, con esa mirada perdida que me daba entre ganas de abrazarlo y de sacudirlo un poco. Ni siquiera se giró al oírme entrar. —¿Qué quieres, Regina? —preguntó con voz cansada, casi derrotada. Tragué saliva. Mi intención no era molestarlo, pero tampoco podía dejarlo hundirse en ese pozo de autocompasión que parecía haberse cavado solo. —Solo quería decirte que no te sientas mal —le dije con suavidad—. Eres un hombre maravilloso, Demetri. Él soltó una risa irónica que me hizo apretar los puños. —Eso no es cierto. Ninguna mujer se fijaría en mí… no estando así. —Eso no es verdad —le respondí, más firme de lo que esperaba—. Tú eres un hombre increíble, aunque no quieras creerlo. Él por fin se giró para mirarme, con esa expresión escéptica que tanto me desesperaba. —Por favor, Regina. Ni tú misma te fijarías en mí. Mi corazón me dio un vuelco, y por un segundo pensé en quedarme callada, fingir que no me afectaba… pero ya era tarde para eso. —Eso no es cierto —dije, armándome de todo el valor que me quedaba—. Yo sí sería capaz de fijarme en ti. Como hombre. El silencio que se hizo fue tan denso que juraría que hasta los cuadros dejaron de mirarnos. Demetri me observó con los ojos muy abiertos, como si hubiera escuchado una blasfemia. —Solo dices eso para hacerme sentir bien. Negué despacio. —No, Demetri. Lo digo porque tú tienes un lugar en mi corazón. Él frunció el ceño, sin poder creerlo. —Sigues mintiendo. No estamos delante de nadie, no hay cámaras, no hay público. No hace falta fingir. —No estoy fingiendo —le respondí con la voz quebrada—. Tú te ganaste mi corazón, aunque no quisieras. Sé que tú no sientes lo mismo, pero… con tantas mentiras y tanta cercanía, no pude evitar enamorarme de ti. Demetri me miró, sorprendido, como si acabara de decirle la cosa más absurda y maravillosa del mundo. —¿Hablas en serio? —susurró. Sentí las lágrimas resbalar por mis mejillas. —Sí. Todo lo que dije el día de nuestra boda fue de corazón, no fue una actuación. Lo dije porque lo sentía, aunque pensara que tú no lo hacías. Él se llevó una mano al rostro, completamente aturdido, y luego soltó un suspiro largo. —No puedo creer lo que estás diciendo… —murmuró, mirándome como si me viera por primera vez. —Créelo —le dije, sonriendo entre lágrimas—. No importa si tú no sientes lo mismo, solo quiero que sepas que cualquier mujer puede enamorarse de ti. Porque vales la pena. Demetri tomó mi mano con delicadeza, y su mirada se ablandó. —Regina… esa es la mejor confesión que he escuchado en mi vida —susurró—. Y te equivocas en una cosa. Yo sí siento lo mismo. Siento que te amo desde hace años. Siento que eres la persona indicada. Y lo que dije el día de nuestra boda también fue cierto… te amo. No sé en qué momento terminé sentándome en sus piernas, ni cuándo mis manos se aferraron a sus hombros, pero cuando lo hice, no quise soltarlo. Le llené el rostro de besitos entre risas y lágrimas. —Eso es lo mejor que he escuchado en mucho tiempo —le dije emocionada—. Y no me arrepiento de amarte, ni un poquito. Él sonrió, esa sonrisa que siempre me desarma, y me susurró: —No te arrepentirás jamás. Lo besé entonces, sin pensar, con toda la emoción y ternura que tenía acumulada. Fue un beso dulce, romántico, lleno de promesas silenciosas que ninguno de los dos se atrevía aún a decir en voz alta. Desperté con una sensación tan deliciosa que por un momento pensé que seguía soñando. Estaba acurrucada entre los brazos de Demetri, su respiración tranquila rozando mi cuello y su mano descansando sobre mi cintura, como si temiera que desapareciera si me movía. No pude evitar sonreír. —Definitivamente —susurré sin despegarme de él—, esta ha sido la mejor noche que he pasado en mucho tiempo. Él abrió los ojos lentamente, con esa sonrisa que últimamente me desarma, y respondió con voz grave y aún somnolienta: —Yo pienso lo mismo. Y que así será de ahora en adelante. —Se estiró un poco, apretándome contra su pecho—. Porque, por si no lo sabías, ya no dormiré en el sofá de ninguna manera. Solté una pequeña carcajada. —¿Ah, no? ¿Y si yo decido escaparme a la habitación del frente? —Tampoco —dijo con esa seriedad que solo usa cuando bromea—. Esta vez no te vas a ninguna parte, Regina. No pude evitar acercarme más y darle un beso tierno, casi perezoso, de esos que solo se dan cuando uno no tiene prisa por nada. —Está bien, me rindo —le dije riendo—. Porque eso es justamente lo que quiero… pasar mi vida a tu lado. Después de una hora (y un par de besos más, porque, claro, las despedidas de la cama son difíciles), bajamos a desayunar. El olor a café recién hecho llenaba el comedor, y ahí estaban Antonella y Saiddy conversando… pero, para mi sorpresa, también estaba Lorena. “Genial”, pensé. “Y yo que creí que hoy sería un día pacífico.” Tomé asiento con una sonrisa que no me creí ni yo, mientras Demetri se colocaba a mi lado. —¿Qué haces aquí, Lorena? —preguntó él con tono educado pero claramente incómodo. Ella, con esa sonrisa hipócrita que parece ensayada frente al espejo, contestó: —Saidy me permitió quedarme unos días mientras resuelvo unas cosas personales. Espero no causar molestias. Yo le sostuve la mirada y, sin perder la compostura, le dije: —No hay problema, siempre y cuando te mantengas lejos de mí… y de Demetri. —No te preocupes —dijo con falsa dulzura—. No tengo intención de interponerme entre ustedes. —Eso espero —respondí, mientras le daba un sorbo a mi jugo y mentalmente me repetía que no era socialmente aceptable lanzarle una tostada a la cabeza. Una hora después, ya estábamos en la oficina. Llegamos tomados de la mano: yo caminando, y Demetri en su silla, con una expresión que gritaba “feliz y orgulloso”. En cuanto entramos, las miradas de los empleados casi podrían haber llenado una telenovela entera. Él me dejó frente a mi escritorio antes de dirigirse al suyo, y yo aún sentía el calor de su mano en la mía. Fue entonces cuando Martina se acercó, con esa sonrisa cómplice que ya me conozco. —Vaya, se ven muy contentos después de lo de anoche —dijo, alzando una ceja con malicia. —Lo estamos —respondí sin poder ocultar mi sonrisa—. Demetri me dijo que me ama, y yo lo amo a él. Y ahora por fin seremos una pareja normal, sin mentiras de por medio. Martina dio un pequeño salto de alegría, casi derramando su café. —¡Ay, Regina, eso sí que es una buena noticia! Me alegra tanto saberlo. Y ahí estaba yo, con el corazón lleno y la sonrisa tan tonta que seguramente podría iluminar la oficina entera. Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía ir bien. Salimos de la oficina tomados de la mano, como si el mundo entero pudiera esperar, y Demetri me llevó hasta un restaurante donde la luz tenue y las velas creaban un ambiente perfecto. La cena fue tranquila, con risas suaves y miradas que decían más que cualquier palabra. —No sabes lo feliz que estoy —le confesé mientras miraba su rostro a la luz de la vela—, por saber que tú también sientes lo mismo que yo. Él sonrió y me tomó de la mano con firmeza: —Créeme, quien está más agradecido soy yo, por saber que tú también me correspondes. Terminamos la velada con un dulce silencio, disfrutando cada instante antes de regresar a la mansión. Al entrar, Antonella me esperaba con una sonrisa traviesa. —Justo te esperaba —dijo—. Necesito que me ayudes con algo. —Cuenta conmigo —respondí, feliz de estar allí para ella. Demetri se acercó, besándome suavemente. —Voy a tomar un baño —dijo—, te espero en la habitación. Asentí y lo vi desaparecer mientras me dirigía a sentarme con Antonella. Me contó que su madre, Saiddy, cumple años el fin de semana y quería preparar una cena. —Puedes contar conmigo para lo que sea —le dije. —¡Perfecto! —respondió, sonriendo. Me despedí y subí a la habitación con ganas de sorprender a Demetri. Me quité los zapatos y abrí la puerta del baño, pero en el espejo me llevé un shock: Lorena estaba sentada sobre él, besándolo. —¡¿Qué está pasando?! —grité, paralizada. Lorena se levantó de un salto, asustada, y salí del baño. Segundos después, Demetri apareció con una toalla alrededor de la cintura. —Lorena entró de repente —dijo—. Estaba tratando de apartarla. Lorena, aún empapada, salió del baño y me miró: —Lamento mucho que hayas visto esto. —¿Qué dices? —preguntó Demetri, incrédulo—. —Ya no podrán seguir ocultando que aún nos entendemos… que la pasión nos domina —dijo Lorena con descaro. —¡Eso no es cierto! —intervino Demetri, tenso. —¡Sal de mi habitación ahora mismo! —le exigí, avanzando hacia ella. —Es mejor que lo sepas —dijo Lorena—. Demetri y yo nos entendemos desde hace muchísimo tiempo. No pude contenerme: le di una bofetada y le agarré el brazo para sacarla de la habitación. Cuando la puerta se cerró, me giré hacia Demetri, con el corazón latiendo a mil por hora. —Eso no es cierto que ustedes se entiendan —dijo preocupado. —¿Antes lo hacían? —pregunté, controlando la rabia. —Sí, pero eso fue hace mucho tiempo —respondió él, serio. —Lorena dijo que aún se entienden —insistí. —No vayas a creerle —me dijo con firmeza—, eso no es cierto. —Mañana, a primera hora, quiero que la eches de la mansión —le dije, y sin esperar respuestas, me fui directo al baño, respirando hondo y tratando de calmar el torbellino que Lorena había dejado dentro de mí. A la mañana siguiente bajé sola al comedor. A decir verdad, no tenía muchas ganas de desayunar, pero Saiddy me había enseñado que los dramas familiares siempre lucen mejor con una taza de café en la mano. Así que allí estaba yo, sentada, mirando al vacío como si el mantel tuviera las respuestas a mis problemas. Unos segundos después, escuché el sonido de las ruedas rechinando sobre el suelo de mármol. Era Demetri. Entró con esa expresión de quien va directo a una ejecución. Apenas lo vi, aparté la mirada, fingiendo interés en la tostadora. —¿Y esas caras? —preguntó Saiddy, arqueando una ceja mientras dejaba la tetera sobre la mesa—. Parecen como si hubiesen visto un fantasma. Yo suspiré y, sin mirarlo, respondí: —Mejor que se lo explique Lorena. Antonella, que ya se había servido su tercer panecillo, se volvió hacia Lorena con los ojos entrecerrados. —¿Qué hiciste ahora? —preguntó con esa mezcla de curiosidad y juicio que solo ella sabía combinar. Lorena comenzó a temblar, literalmente. Soltó el cubierto, se llevó las manos al rostro y empezó a llorar. —Ya no podía seguir ocultándolo más —dijo con voz entrecortada—. Regina descubrió que Demetri y yo somos amantes desde hace mucho tiempo. El silencio fue tan pesado que hasta el reloj pareció detenerse. —¿Qué? —preguntó Saiddy, mirando a Demetri con los ojos como platos—. ¿Eso es cierto, Demetri? —Por supuesto que no —respondió él, alzando la voz—. ¡Eso es absurdo! Ahora mismo me iré de esta casa. —No, no, no —intervino Antonella, levantando la mano—. A ver, Lorena, eso que acabas de decir es gravísimo. No puedes inventar algo así, sobre todo después de que todos te tratamos con amabilidad. —Y se los agradezco —replicó Lorena, secándose las lágrimas con dramatismo—. Pero no puedo seguir mintiendo. Además… hay algo más. Yo no pude evitar soltar una risita sarcástica. —¿Ah, sí? ¿Qué más puede ser según tú? Lorena levantó el mentón con aire triunfal. —Estoy embarazada de Demetri. Y no pueden echarme de la casa. La cuchara de Antonella cayó sobre el plato. Saiddy se llevó la mano al pecho. Demetri, por su parte, abrió tanto los ojos que pensé que iba a necesitar asistencia médica. —Eso no es cierto —dijo él con firmeza. Pero Lorena, como buena actriz de telenovela, sacó de su cartera un papel y lo extendió sobre la mesa. —Aquí está el documento. Tengo dos meses de embarazo. Saidy, como buena abuela de potencial, tomó el papel y lo observó con detenimiento. —Dice aquí que estás embarazada —confirmó con voz seria. —Sí, puede estarlo —dijo Demetri con frustración—. Pero ese bebé no es mío. —¡Deja de mentir! —gritó Lorena, fingiendo indignación. Saidy lo miró con decepción. —Yo sabía que ustedes habían tenido algo antes, pero nunca imaginé que eso continuara. Y ahora que Lorena está embarazada… —No lo puedo creer —dijo Antonella, llevándose las manos a la cabeza—. Esto parece una mala telenovela. —No importa lo que diga Lorena —replicó Demetri, empujando las ruedas con fuerza—. Me iré de esta casa. —No —intervino Saiddy con tono autoritario—. Ella no se irá. Si lleva en su vientre a mi nieto, debe quedarse. —¡Ese niño no es mío! —repitió Demetri, visiblemente alterado. —Eso lo sabremos cuando se haga la prueba de paternidad —respondió Saiddy con firmeza—. Y si resulta que es tu hijo, le darás tu apellido y serás un padre presente. Yo ya no podía más. —Perfecto —dije levantándome de golpe—. Me avisan cuando terminen la función, que yo me retiro a mi habitación. Subí las escaleras con paso rápido, intentando no gritar. Apenas cerré la puerta detrás de mí, sentí la respiración agitada. ¿Cómo era posible tanto caos antes del desayuno? Pasaron unos segundos y escuché un golpecito en la puerta. Luego, la voz de Demetri. —Regina, por favor, déjame hablar contigo. Suspiré y abrí. Entró con expresión cansada. —Nada de lo que dijo Lorena es cierto —me aseguró—. Lo miré sin saber si reír o llorar. —Después de lo que vi anoche, no sé en quién creer. Se acercó, mirándome con esa mezcla de frustración y ternura que solo él sabía mostrar. —Si con alguien he sido sincero, es contigo. —No sé en qué creer —repetí con voz temblorosa—. Pero si tiene un hijo, eso significa que hace dos meses ustedes todavía… —No —interrumpió—. Hace muchos años que no toco a esa mujer. Me quedé mirándolo. No sé si fue la convicción en su voz o la forma en que sus ojos se clavaron en los míos, pero di un paso hacia él. —Perdóname por dudar de ti —le dije suavemente—. Porque tienes razón en algo: siempre has sido sincero conmigo. Lorena solo quiere separarnos… pero no lo va a lograr. Salimos de la habitación y al bajar a la sala nos encontramos con los demás. Lorena estaba allí, sollozando como si el mundo se le viniera encima porque, según ella, Demetri no quería a su hijo. Respiré hondo y, tomándola con calma, le dije: —Mira, puedes quedarte en la mansión hasta que se compruebe si el hijo que esperas es o no de Demetri. Porque yo confío en mi esposo, y si él dice que no tiene nada que ver contigo, le creo. Y si dice que sí es hijo tuyo, también le creeré. Ella me miró, entre lágrimas y desesperación, y replicó: —Haces muy mal en no creerme. Estoy diciendo la verdad. Jamás inventaría estar embarazada de alguien que no es el padre. Antonella intervino, con la paciencia de siempre: —Mientras eso se aclare, Lorena, deberás mantener tu distancia. Incluso conmigo. —Lo haré —susurró Lorena, secándose los ojos—. Lamento mucho quitarles la venda de los ojos respecto a Demetri. Él, con esa mirada fría que podía congelar el café recién servido, le dijo: —Si crees que vas a destruir mi vida y mi matrimonio, estás muy equivocada. Para mí no vales nada. Y para colmo, eres una mujer con muy pocos valores. —¡No tienes derecho a llamarme así! —respondió ella, con rabia contenida—. ¡Tú me embarazaste y ahora quieres desligarte de todo! Demetri suspiró y giró las ruedas hacia la puerta de salida, visiblemente cansado de la discusión: —Ya estoy harto de escuchar lo mismo. Mejor me voy al trabajo. No podía permitir que se fuera con esa tensión en el aire. Tomé su mano y la sujeté con firmeza. —Vamos —le dije, arrastrándolo conmigo—. Nos vamos de aquí. Y así, dejando a Lorena llorando y a todos con las palabras aún resonando en la sala, nos marchamos de la mansión, juntos y del mismo lado, como siempre debimos estar. Cuando llegamos a la oficina, me acerqué a Demetri mientras él giraba suavemente la silla y me sonreía con esa mezcla de cansancio y ternura que siempre me desarma. —Gracias por creer en mí —me dijo—. Te juro que no la he tocado. No pude evitar sonreír mientras le tomaba la mano. —Después de todo lo que ha pasado, Demetri, has sido muy sincero conmigo. Y eso, justamente eso, hizo que te ame. Él asintió y se dirigió a su oficina, dejándome con el corazón todavía latiendo rápido. No pasó mucho tiempo antes de que Martina se acercara, con esa mirada de curiosidad mezclada con preocupación. —Regina, ¿qué te pasa? —preguntó, notando mi expresión seria. Suspiré y le conté todo: —Una tal Lorena ahora dice que es amante de Demetri y que está embarazada de él. Martina arqueó una ceja y sonrió con ese humor suyo, medio socarrón: —Eso podría ser verdad… él es o era un don Juan. —Demetri me dijo que no la ha tocado —le respondí con firmeza—, y yo le creo. —Entonces tienes que hacer algo para que esa mujer fije la verdad —dijo, con ese aire de amiga sabia y un poquito insistente. Asentí, decidida. —Eso haré —le dije, y sentí como si una chispa de guerra justa se encendiera dentro de mí. Llegó la noche y, al entrar a la mansión, le indiqué a una de las empleadas que cerrara la habitación para nosotros. Demetri me dijo lo mismo antes de que nos dirigimos a nuestra habitación. Cenamos tranquilos, disfrutando de la paz que nos merecíamos, aunque fuera por unas horas. —Tengo que salir del país unos días por negocios —me dijo luego de que terminamos de cenar—. Fabricio irá conmigo. No pude evitar sonreír y bromear un poco mientras le tomaba la mano: —Hace mucho tiempo que no salías del país, ¿verdad? Él me miró, serio pero con esa ternura que solo él sabe transmitir: —He estado retrasando todos los viajes para no estar lejos de ti. Pero ahora ya no puedo hacerlo más. Le di un tierno beso en los labios y, casi susurrando, le dije: —Te deseo un buen viaje… y te esperaré con ansia. Me quedé mirándolo mientras se preparaba para partir, con la certeza de que, a pesar de todo, esto era solo el comienzo de nuestra historia juntos. La mañana siguiente desperté con el sol colándose por la ventana y con Demetri a mi lado, todavía medio adormilado. Bajamos juntos a la sala y encontramos a todos ahí, en la calma tensa que se había instalado desde lo de Lorena. —Tengo que salir de viaje unos días por negocios —dijo Demetri, con esa seriedad que siempre me hace querer abrazarlo y no soltarlo. Lorena, con los ojos todavía llorosos, no pudo evitar intervenir: —Seguramente solo está haciendo eso para no enfrentar la situación en la que me ha puesto. Él giró la silla hacia ella y la fulminó con la mirada: —No le dirijas palabra. Lo que haga o deje de hacer a ti no debe importarte. Saiddy, con esa ternura que siempre lo suaviza, le dijo: —Ve tranquilo, hijo, y que tengas un buen viaje. Antonella se sumó, con la sonrisa y energía de siempre: —Sí, que te vaya bien. No te preocupes, todo estará bien. Demetri asintió y me tomó de la mano: —Regina, acompáñame hasta fuera de la casa. El chofer me llevará al aeropuerto. Salimos al estacionamiento de la mansión, y no pude evitar sentarme en sus piernas mientras él me miraba con esa mezcla de ternura y orgullo que me derrite cada vez. —Te voy a extrañar muchísimo —le dije, abrazándolo fuerte. Él me acarició la mejilla y susurró: —Yo más que tú. Por favor, tómate unos días también. Dejé todo en orden en la empresa. —Gracias, así podré visitar a mis padres más a menudo en estos días —le dije, con una sonrisa emocionada. Él sacó una llave de su bolsillo y me la entregó: —Aquel auto n***o es tuyo. Ahora tendrás tu propio automóvil. Sentí un nudo en la garganta de la emoción y lo abracé: —Gracias, es un regalo hermoso. —Te daré todo lo mejor a mi esposa —me dijo con esa firmeza que me hace sentir segura. Le di un tierno beso en los labios, y luego lo vi subir al auto del chofer desde su silla de ruedas. Antes de que se cerrara la puerta, nos dijimos al unísono: —Te amo. —Yo te amo más. Cuando volví a entrar a la mansión, lo primero que vi fue a Lorena sentada en la sala, hojeando unas revistas como si no hubiera destruido medio ambiente familiar la noche anterior. Apenas me vio, se empezó a reír, con esa risita de villana de telenovela barata que me saca de mis casillas. —Disfruta mientras puedas, Regina —dijo con voz empalagosa—, porque muy pronto te voy a ganar la batalla. Con este bebé tu matrimonio no durará mucho. Cuando demuestre que es hijo de Demetri, todos se darán cuenta de que él solo te está viendo la cara. Me acerqué despacio, le quité la revista de las manos y le respondí con una sonrisa triunfante: —Disfruta tú mientras puedas, porque estoy segura de que la única que quedará en ridículo ante todos vas a ser tú. Lorena me miró con burla. —No, querida, no lo creo —dijo, y de pronto sacó su móvil y me lo puso frente a la cara. En la pantalla, un video de ella y Demetri besándose. Tuve que contener la risa. —Ay, por favor, Lorena. Eso a leguas se ve que es pasado. No creas que con tus videitos de archivo me vas a hacer cambiar de opinión. Ya no quería escuchar ni una palabra más de ella. Subí a mi habitación, tomé mi bolso y salí de la mansión con mi nuevo auto. Qué delicia decirlo: mi nuevo auto. Después de media hora de manejo, llegué a casa de mis padres. Toqué la puerta y enseguida escuché la voz de papá. —¡Regina! Qué bueno verte, hija, ya pensábamos que te habías olvidado de nosotros. —Lo siento, papá —le respondí sonriendo—, pero prometo que de ahora en adelante los visitaré más seguido. Mamá, emocionada como siempre, fue directo a la cocina. —Siéntate, que te voy a preparar algo rico —dijo Tomasa, que siempre tiene una olla lista por si acaso. Pasé una tarde preciosa con ellos, sin dramas, sin Lorena, sin videos, sin nadie intentando destruir mi matrimonio. Pero la tranquilidad, como siempre, me duró poco. Cuando cayó la noche, me despedí y salí hacia el auto. Justo estaba por abrir la puerta cuando escuché una voz detrás de mí. —Hola, Regina. Me giré y ahí estaba Yeison. ¿En serio? Si el universo quería jugarme una broma, lo estaba logrando. —¿Qué haces aquí? —le pregunté, cruzándome de brazos. —Solo quería verte —dijo, con esa cara de cordero arrepentido—. La última vez te fuiste con muchos golpes en la cara… —Que me los merecía por tonta —le interrumpí, rodando los ojos. —No, Regina. Quiero pedirte perdón por todo lo que hice y dije. Solo quiero quedar en paz contigo. Solté una risita sarcástica. —Sí, claro, qué conveniente. —Te juro que digo la verdad —dijo, tomando mi mano con suavidad. La retiré con firmeza. —Espero no volver a verte, Yeison. Estoy felizmente casada y no quiero nada del pasado. Él asintió, bajando la mirada. —Así será —dijo—, pero déjame darte un último abrazo, ¿sí? Suspiré con fastidio. —Está bien, pero solo uno. Me abrazó… y en cuestión de segundos, sentí que me tapaba la nariz con algo. Un olor dulce, penetrante, mareante. Intenté hablar, pero las palabras se me escapaban. Todo empezó a dar vueltas. Mis piernas se aflojaron y lo último que vi antes de caer fue su rostro desdibujándose frente a mí. Y después, oscuridad.
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