Marcus se apartó sutilmente, mientras sentía un escalofrío y desagrado, tenía que salir de allí como fuera.
—Eh... Claro, querida, pero antes de... consumar nuestro amor, hay algo muy importante que debo hacer —dijo lo primero que le vino a la mente.
—¿Más importante que hacerme tuya por fin? —gimoteó Miranda con un puchero.
—Sí, verás... Es una tradición familiar, antes de la noche de bodas, el novio debe... Debe dar tres vueltas a la casa saltando en un pie y cantando el himno nacional al revés. Ya sabes, para ahuyentar a los malos espíritus y asegurar un matrimonio próspero —inventó Marcus con cara seria.
Miranda abrió los ojos enormemente.
—¿En serio? Nunca había oído algo así…
—Oh, es una costumbre muy antigua de mi familia. Si no lo hago, nuestra unión sería maldita. No queremos eso, ¿verdad, amor? —Insistió Marcus, dirigiéndose ya hacia la puerta.
—Supongo que no... ¡Pero date prisa, tigre! Tu gatita te estará esperando ansiosa —ronroneó Miranda, dejándose caer en la cama en lo que ella consideraba una pose seductora.
Marcus le dirigió una sonrisa forzada antes de escapar de la habitación como alma que lleva el diablo. Una vez fuera, se recostó contra la pared, respirando aliviado.
—Dios mío, ¿En qué lío me he metido? Tengo que encontrar una forma de librarme de ella cuanto antes —se dijo a sí mismo, pasándose la mano por el rostro con agotamiento, antes de alejarse.
Mientras tanto, en la habitación, Miranda esperaba ansiosa el regreso de su flamante esposo. Se retocó el maquillaje frente al espejo, practicando miradas y gestos sensuales.
—Oh, Marcus... Esta noche te demostraré la fiera amante que puedo ser. Serás mío para siempre, ya lo verás...—susurró con una risita satisfecha, sin imaginar la verdadera razón de la ausencia de Marcus.
Por la madrugada, Marcus entró sigilosamente a la habitación nupcial, encontrando a una frustrada Miranda dormida.
Marcus había pasado la noche en vela, dentro de su despacho para evitar consumar el matrimonio. La idea de compartir la cama con su nueva esposa le provocaba un profundo rechazo.
Y no porque la chica fuera fea, al contrario, era muy bella, pero algo atolondrada y demasiado mimada, su carácter y actitud era lo que Marcus no soportaba.
Por la mañana salió muy temprano hacia el corporativo, lo hizo antes de que Miranda despertara, no tenía tiempo para reclamos, había algunas cosas que necesitaba dejar solucionadas en la oficina antes de salir hacia su luna de miel al día siguiente.
Pensó que tendría un respiro de la agobiante presencia de Miranda, pero estaba muy equivocado. Apenas unas horas después, ella entró en su despacho, agitando su teléfono con entusiasmo.
—¡Marcus, amor mío! Mira lo que acaba de llegar. ¡Estamos invitados a una cena en casa de mis padres! —chilló emocionada, aplaudiendo como una niña.
Marcus tuvo que contener un gemido de desesperación, lo último que quería era soportar otra velada rodeado de esa familia.
—Miranda, querida, no creo que sea buena idea. Tengo mucho trabajo pendiente y... —intentó excusarse, tenía que soportar si quería que la unión con De Luca se llevará a cabo.
Pero ella lo interrumpió haciendo un puchero, colgándose de su cuello.
—¡Oh, vamos, cariño! No puedes negarte, mis padres mueren por presumir a su nuevo yerno. Además, estrenaré un vestido divino de la última colección de Versace. ¡Seremos la pareja más glamorosa de la fiesta! Es una cena de despedida antes de nuestro viaje —insistió con ojos suplicantes.
Marcus suspiró con resignación, sabiendo que no tenía escapatoria, ya estaba casado con esa loca.
—Está bien, Miranda. Iremos a esa cena —accedió de mala gana.
Ella soltó un chillido de alegría y le plantó un beso en la mejilla, dejándole una marca de labial rojo.
Esa noche, la mansión De Luca lucía glamorosa, enormes lámparas de araña, mármoles importados, ostentosas obras de arte... Todo gritaba que deseaban impresionar.
Miranda se paseaba del brazo de Marcus, luciendo un ajustado vestido dorado con una abertura hasta el muslo y unos tacones altos, saludaba a los invitados con una enorme sonrisa, mientras presumía sobre cómo sería su exclusiva luna de miel en las Maldivas.
La cena fue extravagante, Langostas gigantes, caviar, champán francés de cosechas exclusivas... Todo pensado para deslumbrar y dejar claro el poderío de los De Luca.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, en Nueva York, Maya se encontraba sumida en una investigación exhaustiva sobre el pasado de Marcus. Decidida a llegar al fondo del asunto, contrató a un prestigioso investigador privado.
El detective se presentó con un abultado informe. Maya lo leyó ansiosamente, su corazón latía acelerado.
Descubrió que la madre de Marcus se hacía llamar Antonella Rossi, era una famosa soprano italiana conocida como "La Divina". Había ocultado su apellido real, Arched, que era el que llevaba su hijo.
El informe revelaba que Antonella había abandonado a Marcus cuando era apenas un niño, dejándolo a merced de su violento padre, el abuelo golpeaba al pequeño Marcus constantemente.
Marcus había escapado de casa muy joven, viviendo en las calles, luchando por sobrevivir. Fue llevado a un orfanato de gobierno, donde sufrió abusos constantes.
Allí conoció a Dan, otro chico desamparado al que tomó bajo su protección, defendiéndolo de los abusos de los más grandes. Marcus huyó, regresando tiempo después por Dan, los chicos vagaron por las calles, trabajando en lo que podían para subsistir y ahorrar para sus estudios.
Maya dejó caer el informe, conmocionada, todo empezaba a encajar. Las cicatrices en el alma de Marcus, su desconfianza, su sed de poder…
Pero si la madre de Marcus estaba viva, ¿Por qué él había mentido al respecto? Tal vez la odiaba por su abandono, según el informe no había contacto alguno entre ellos.
Maya se encontraba en su oficina, sumida en la escritura del libro sobre la vida de Marcus. La información que había obtenido del investigador privado era oro puro para su venganza.
En el libro no solo plasmaría los logros empresariales de Marcus, sino que también expondría su pasado oscuro y vulnerable.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras tecleaba frenéticamente en su computadora. Cada palabra sería una puñalada dirigida al corazón de Marcus, una forma de hacerle pagar por el dolor que le había causado.
El teléfono sonó, sobresaltándola, era su jefa, que la llamaba para revisar los avances del proyecto.
—Maya, ¿Cómo va todo con el libro de Marcus Arched?
Maya contestó con emoción evidente en su voz.
—Tengo material explosivo, este libro será un éxito rotundo. No solo hablaré de sus logros empresariales, sino que también revelaré detalles íntimos de su pasado. Su infancia en la pobreza, su madre ausente... Será una bomba mediática.
La mujer río con aprobación al otro lado de la línea.
—Excelente, Maya, eso es exactamente lo que necesitamos para catapultar las ventas. La vida de Marcus Arched ha sido un misterio absoluto, aunque claro, al ser tan importante siempre hay muchos rumores respecto a su vida.
—Oh, puedes apostar que quién lea este libro logrará conocerlo perfectamente. —respondió Maya con satisfacción— estoy poniendo todo mi empeño en este libro, quiero que sea mi obra maestra.
—Esa es la actitud, querida. Sigue así y pronto tendrás a toda la industria editorial a tus pies —la animó antes de colgar.
Maya se recostó en su silla, saboreando el dulce sabor de la venganza, Marcus había dañado a su familia, además había jugado con sus sentimientos, la había hecho sentir especial solo para luego desecharla como a un juguete roto. Ahora era su turno de hacerlo sufrir.
De pronto, su teléfono volvió a sonar, esta vez, el identificador de llamadas mostraba el número del centro de rehabilitación donde estaba internada su madre, Rita. Maya frunció el ceño, preguntándose qué podría haber pasado.
—¿Hola? —respondió con cautela.
—Señorita Maya, lamento molestarla —dijo la voz de la enfermera al otro lado de la línea— Es sobre su madre, Rita. Ha estado muy agitada y no deja de preguntar por usted. ¿Cree que podría venir a visitarla?
Maya suspiró con cansancio. Su relación con su madre siempre había sido complicada, Rita era una mujer narcisista y manipuladora que nunca había sido una figura materna amorosa.
—Está bien, iré a verla —accedió de mala gana— estaré allí en una hora.
Al llegar al centro de rehabilitación, Maya fue recibida por el personal médico. Le advirtieron que Rita estaba particularmente alterada y que debía tener paciencia con ella.
¿Paciencia? Eso era precisamente lo que había tenido durante toda su vida con ella, desde muy pequeña había tenido que soportar sus malos tratos, además de golpes, suspiró profundamente al darse cuenta de que era algo que tenía en común con Arched.
Maya entró a la habitación de su madre con el corazón encogido. Rita estaba sentada en su cama, con el cabello desaliñado y la mirada perdida. Al ver a su hija, sus ojos se encendieron con furia y resentimiento.
—Vaya, miren quién se dignó a aparecer —escupió Rita con veneno— mi querida hija, la que me encerró en este maldito lugar.