Visitante inesperado

1504 Words
Maya apretó los puños, tratando de mantener la calma, su madre sonreía burlonamente como siempre. —Madre, estás aquí para recibir ayuda, tus adicciones estaban fuera de control y... Pero Rita la cortó con una carcajada sarcástica. —¿Ayuda? ¡No necesito ayuda! Lo que necesito es salir de aquí y recuperar mi vida. Pero claro, tú no puedes soportar que tu madre sea más hermosa y exitosa que tú, ¿verdad? —Madre, por favor... —suplicó Maya, tratando de contener las lágrimas. —¡No me llames madre! —gritó Rita, parándose y acercándose a Maya amenazadoramente— tú no eres más que una envidiosa, siempre has querido ser como yo, pero nunca lo lograrás. ¡Nunca serás tan bella como yo! Maya retrocedió, el dolor de las palabras de su madre la lastimaban, a pesar de los años de terapia, los ataques de Rita seguían afectándola profundamente. —No puedo seguir con esto —murmuró Maya, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas— he tratado de ayudarte, de ser una buena hija, pero nunca es suficiente para ti. Nunca lo será. Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación, ignorando los gritos de Rita, corrió por los pasillos del lugar, desesperada por escapar, por huir del dolor que la consumía. Al llegar a su auto, se derrumbó en el asiento, sollozando desconsoladamente, si su padre aún estuviera con vida, todo sería tan diferente, de eso estaba segura. Pero en medio de su dolor, no dejaría que las palabras hirientes de Rita la detuvieran, tampoco dejaría que el rechazo de Marcus la quebrara. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, respirando profundamente para calmarse. Tenía un libro que escribir, una venganza que llevar a cabo, y nada ni nadie la detendría. Más tarde, Maya se encontraba concentrada en la escritura del libro sobre la vida de Marcus Arched, volcando en cada página su sed de venganza. Cada palabra era un dardo envenenado dirigido al corazón del hombre que había destrozado a su familia. Tecleaba sin descanso, plasmando los detalles más íntimos y dolorosos del pasado de Marcus. Su infancia de abusos y abandono, su lucha por sobrevivir en las calles, su implacable ascenso al poder... Todo quedaría expuesto sin piedad ante los ojos del mundo. Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Maya mientras escribía sobre las palizas que Marcus recibía de su abuelo. Maya sintió una lágrima deslizarse por su mejilla al imaginar el sufrimiento de ese niño indefenso, pero enseguida se obligó a endurecerse, no debía sentir lástima por Marcus. Él era el enemigo, el responsable de la desgracia de su familia. Lo que Maya no sabía era que, en ese mismo instante, al otro lado del mundo, Marcus se encontraba viviendo su propio infierno personal en su luna de miel con Miranda. En una lujosa suite de un resort en las Maldivas, Marcus contemplaba el atardecer desde el balcón, con una copa de whisky en la mano y el ceño fruncido. A sus espaldas, se oía el incesante parloteo de Miranda mientras se arreglaba para la cena. —¡Marcus, cariño! ¿Qué te parece este vestido? ¿Crees que resalta mi figura? —Miranda apareció a su lado, luciendo un ajustado vestido rojo con un escote que no dejaba nada a la imaginación. Marcus reprimió un suspiro y forzó una sonrisa. —Te ves... deslumbrante, querida. —¡Por supuesto que sí! —Miranda soltó una risilla y se aferró a su brazo— soy la mujer más hermosa de este resort, todas esas zorras se morirán de envidia al verme. —Miranda, por favor... —Marcus intentó calmarla, pero ella lo cortó con un gesto de desagrado. —No, Marcus. Esas mujeres deben entender que tú eres mío. ¡Solo mío! No permitiré que nadie ponga sus ojos en ti. Marcus apretó la mandíbula, sintiéndose irritado, la posesividad de Miranda rayaba en lo absurdo y comenzaba a asfixiarlo. La cena transcurrió como siempre, Miranda se adueñaba de la conversación, alardeando sobre su exclusivo vestido de diseñador y la ostentosa joya que lucía en su cuello, cortesía de Marcus. En un momento dado, una joven y tímida mesera se acercó a su mesa para servirles el vino, Miranda la fulminó con la mirada, lanzando un comentario hiriente. —Oye, niña. ¿Acaso estás ciega? ¿No ves que mi marido es demasiado atractivo para que lo mires así? ¡Limítate a servir el vino y desaparece! La pobre chica se sonrojó y murmuró una disculpa antes de retirarse a toda prisa. —Miranda, eso ha sido totalmente innecesario —la reprendió Marcus, avergonzado. —¿Innecesario? ¡Esa mocosa se te estaba insinuando descaradamente! Tengo que defender lo que es mío. —Por el amor de Dios, Miranda. Solo estaba haciendo su trabajo, no tienes que humillar a todo el mundo a tu alrededor. Pero Miranda no escuchaba, estaba demasiado ocupada buscando su próxima víctima. En la mesa contigua, una atractiva mujer rubia miraba disimuladamente hacia Marcus. —¿Y tú qué miras, zorra? —ladró Miranda, poniéndose de pie bruscamente— ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer que babear por mi marido? —¡Miranda, basta ya! —Marcus se levantó también, sujetando a su esposa del brazo— Estás montando una escena, vámonos de aquí. —Pero Marcus... Esa mujer… —He dicho que nos vamos. Ahora —ordenó molesto, arrastrándola fuera del restaurante. Una vez en la habitación, Miranda intentó seducirlo nuevamente, pero Marcus la rechazó con una excusa. —Lo siento, querida, pero creo que me sentó mal la cena, necesito descansar. —¿Otra vez? —Miranda hizo un puchero— desde que llegamos no has querido tocarme. ¿Acaso ya no te resulto atractiva? Marcus suspiró, pasándose una mano por el rostro. —No es eso, Miranda, es solo que... No me siento bien, dame un poco de espacio, ¿Quieres? Se encerró en el baño, dejando a una frustrada Miranda al otro lado de la puerta. Una vez a solas, se miró al espejo y dejó escapar un largo suspiro. ¿En qué momento su vida se había convertido en esa pesadilla? Mientras tanto, Maya continuaba escribiendo sin descanso, volcando toda su rabia y dolor en cada página. —Pronto, Marcus Arched —murmuró con satisfacción— pronto el mundo conocerá la verdad sobre ti. Y entonces, mi venganza estará completa. Cada noche, se dormía con una sonrisa en los labios, imaginando el momento en que Marcus tuviera el libro en sus manos y descubriera lo que había escrito sobre su pasado. Pero lo que Maya no sospechaba la verdadera razón por la que Marcus la había rechazado. En el balcón de su suite, Marcus contemplaba el océano, perdido en sus pensamientos. La brisa acariciaba su rostro, pero él no sentía nada. Solo un vacío inmenso en su interior. Pensó en Maya, en su sonrisa, en la forma en que lo desafiaba y lo hacía sentir vivo. La echaba tanto de menos que dolía. Pero Maya era parte de un pasado que debía dejar atrás. Un pasado que amenazaba con destruirlo si se aferraba a él. Ahora estaba casado con Miranda, para bien o para mal. Y debía seguir adelante, sin importar cuán alto fuera el precio a pagar. —¿Marcus? —La voz de Miranda lo sobresaltó— ¿Qué haces aquí afuera? Ven a la cama, cariño. Marcus se tensó, pero logró esbozar una sonrisa forzada. —Enseguida voy, querida, solo estaba tomando un poco de aire. Cuando se reunió con ella en la cama, Miranda se acurrucó contra él, reclamando su atención. Marcus cerró los ojos, deseando estar en cualquier otro lugar. Pero no tenía escapatoria, eso era lo que había elegido. Y ahora debía soportar, aunque cada día fuera una tortura. Al día siguiente, Maya se encontraba saliendo de su oficina, agotada después de otro día intenso de escritura. El libro sobre la vida de Marcus estaba tomando forma rápidamente, alimentado por su resentimiento y su deseo de venganza. Pero cuando levantó la vista, se quedó petrificada, allí, apoyado en su coche con aire despreocupado, estaba Dan, el inseparable amigo y mano derecha de Marcus. —¿Dan? —Maya parpadeó incrédula— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado? Dan esbozó una sonrisa torcida y se acercó a ella. —Hola, preciosa. ¿Sorprendida de verme? —Más bien en shock —Maya frunció el ceño— en serio, ¿Qué estás haciendo en Nueva York? —Digamos que me he escapado por un rato. Tenía ganas de ver a mi chica favorita —enseguida le guiñó un ojo con picardía. —¿Tu chica favorita? —Maya enarcó una ceja— por favor, Dan, tú y yo apenas nos conocemos. ¿Qué es lo que quieres realmente? —Oye, oye, tranquila —Dan levantó las manos— solo quería invitarte a cenar y charlar un rato, ya sabes, ponernos al día.
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