1. Un mismo tipo de dolor.
Lia.
El movimiento de la sencilla pulsera de plata moviéndose sobre la superficie se lleva toda mi atención.
Circulo.
Circulo.
Circulo.
Sigue rodando hasta que se detiene, vibrando en el movimiento, vibrando en el sonido… casi parece que tuviera vida.
Estiro mi mano y vuelvo a empezar el ciclo.
— ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
La pregunta de mi hermano es clara, pero más allá de formar una palabra para responderle, todo lo que hago es asentir.
Escucho el suspiro que él expulsa y, por el rabillo del ojo, veo cómo su esposa —y lo más cercano que yo he tenido a una hermana— deja suavemente su mano en su hombro, intentando darle apoyo o tal vez calmarlo.
Al ser más de una década mayor que yo, sé que Matt siempre se ha sentido sobreprotector conmigo. Nunca le he expresado cuánto me molesta… pero me molesta. Y los últimos dos años esa sobreprotección se ha llegado a sentir casi sofocante.
— Puedo acompañarla — Defne interviene.
Esta vez no asiento, esta vez niego, concentrada nuevamente en el movimiento de la pulsera.
¿Cuántos círculos da por segundo?
Deben ser muchos.
— Esa es una buena idea — pero las palabras de mi hermano suenan tensas. Me imagino que tener a Defne lejos es algo que él no quiere, sobretodo ahora —. Llevar las cenizas al rancho no debe tomar más de tres días.
— Lia puede quedarse el tiempo que ella quiera y necesite, Matt, no hay que presionarla.
— Pero…
— Tengo sólo tres meses — ella susurra con tacto y mucha suavidad, casi como si no quisiera que yo oyera las palabras.
Tres meses.
Dos meses.
Parpadeo, volviendo del recuerdo.
Aprieto la pulsera en mis dedos, deteniendo sus movimientos mientras escucho a mi hermano y a Defne hablar en susurros que ellos creen que no escucho.
Y ellos siguen:
— Estás embarazada.
— Sí, embarazada, no enferma, Matheo Slade.
— No puedes pretender que yo…
Me pongo de pie, el chirrido de la silla contra la elegante baldosa del piso nos ensordece a todos, pero también detiene su discusión.
Creo que, en los últimos dos años, en mi intento de volverme invisible, me volví incluso más visible. En mi intento de ser fuerte, de hecho, me volví más débil. Y la independencia de la que siempre me enorgullecí, se desvaneció hasta que me volví una marioneta manejada por todos.
¿Y si te quedas con Matt y Defne? Tienen espacio en su casa y te haría bien el cambio.
Renuncia a tu empleo, sabes que no necesitas el dinero.
Vuelve a casa de mamá y papá, te extrañamos.
Ahora vuelve con tu hermano, necesitas mantenerte en movimiento y no caer en monotonía, cariño.
Un corte de cabello te haría bien.
Sería de ayuda volver a trabajar, Lia, distraer tu mente es lo que necesitas.
Me han manejado como un trompo, llevada de aquí a allá como un fino trapo que empiezan a lanzarse para cuidar entre ellos. Y aunque sé muy bien que las acciones de mi familia nacen del amor, no significa que estén bien.
Por un tiempo, cuando levantarme y darme una ducha era el triunfo más grande de mi día, estaba bien.
Pero ya no.
Dios, ya no.
¿En qué momento me convertí en esto?
Miro fijamente los ojos de Defne, porque mirar su apenas visible pancita es demasiado para un día como hoy… y le sonrío.
— Iré sola — miro a mi hermano en la última palabra, deteniéndome en la mirada grisácea en la que me he refugiado ya demasiado para mi propio bien… y el suyo también.
Me hago a un lado y voy hacia mi habitación, tomo la mochila y mi maleta, entonces vuelvo a salir a la sala, en donde ellos siguen hablando en susurros.
Hasta que Matt me ve.
— ¿Qué diablos, Lia? — Su explosión era algo que esperaba.
— Te dije que me iba.
— ¡No hoy!
Encojo un solo hombro.
— Ya compré el vuelo.
— ¿Mis padres saben de esto?
Él parece olvidar que tengo veintiocho años, no ocho.
— Matt… — Defne intenta calmarlo.
— ¿Anticipaste a la aerolínea que llevas las cenizas? ¿Hiciste los procedimientos debidos? No es sólo tomar tus maletas y…
— Ya hice todo.
Eso detiene su diatriba.
Y confirmo lo que yo ya sabía.
Todos olvidaron que soy una persona funcional que puede hacer sus propias diligencias… y lo más grave, lo más doloroso de todo, es que ni siquiera puedo culparlos.
— No te puedes sólo ir, así como así, Lia.
— Soy adulta, Matt — le recuerdo con calma, me lo recuerdo también a mí.
— Pero…
Él sabe que nadie puede detenerme, nada puede hacerlo.
La última voluntad de Lucas, lo que dejó escrito en esa dolorosa carta, debe cumplirse. Y ya he tardado demasiado tiempo en hacerlo, demasiado tiempo en recomponerme, demasiado tiempo envuelta en el dolor… se siente casi toda una vida. No, otra vida. Porque esta vida simplemente se siente la de alguien más, alguien ajena a mí.
— ¿Cuánto tiempo te vas a quedar? — Defne pregunta, estirándose para sostener mi mano.
Me quedo en silencio, sin darle una respuesta.
¿Cuánto tiempo, Lia?
No lo sé.
Pero necesito hacer esto.
El silencio que se establece cae como un baldado de agua fría. Defne me mira con preocupación, mi hermano frunce el ceño, desconcertado. Y lo miro y le suplico con la mirada que me entienda, porque no puedo seguir hundiéndome en este pozo, porque seguiré cayendo tan hondo, tan profundo, que la luz de la salida se perderá de vista, hasta el punto en que incluso olvidaré que allí siempre estuvo; la salida.
Aprieto la maleta con más fuerza, les regalo un atisbo de sonrisa y me voy.
|…|
Aterrizo en Dallas a primeras horas de la tarde.
El rancho ganadero en el que Lucas creció queda a más de seis horas por carretera desde el aeropuerto de Dallas. Y ya que nunca fue posible contactar con Becket Callahan para avisar sobre mi llegada, todo lo que me queda por hacer es alquilar un coche e ir directo al rancho por mi propia cuenta. Es primavera en tierra texana, así que todo es verde y colorido.
Mi telefono no paró de vibrar con llamadas y mensajes —probablemente de mis padres y mi hermano—, así que lo apagué. Ahora mismo, mientras conduzco por la carretera desconocida, pero una carretera que posiblemente Lucas recorrió al menos una vez en su vida, sólo hay silencio. Un silencio tranquilo y solitario. Esta soledad se siente extraña. Y es que es esa clase de soledad que llevo anhelando desde hacía tiempo, pero también la clase de soledad a la que me asusta enfrentarme.
¿Cuándo fue la última vez que estuve sola, realmente sola?
Un largo tiempo, descubro con algo de sorpresa.
Debido al tránsito en la carretera por ser temporada alta, tardo más de las seis horas esperadas. Una vez arribo en la entrada del rancho, ya ha anochecido. Desde ya puedo decir que aquí todo es diferente a la ciudad. A pesar de que las estrellas brillan más de lo que las he visto nunca, sigue siendo un paisaje desolado y oscuro lo que hay a mi alrededor.
La basta soledad que me rodea es casi infinita.
El rancho está cercado en madera, extendiéndose a cada lado de un portón, como brazos que abrazan el terreno enorme al que no le veo un fin. El portón de hierro n***o tiene un desgastado y viejo letrero de madera que dice Callahan en letra grande y gruesa.
El rancho es enorme, más de seis mil acres, o eso decían los documentos notariados que recibí semanas después de que Lucas muriera, cuando se hizo la transferencia de propiedad. No sé cómo lo recuerdo si todo sobre esa época es muy borroso. Esos primeros meses se sienten casi como un vacío n***o del que no recuerdo mucho, pero allí está. Seis mil acres. Ahora soy dueña de la mitad de esta propiedad de la que no conozco absolutamente nada más que esa cifra.
Tan pronto apago el coche, los sonidos de los grillos se intensifican en mis oídos. Me bajo del auto y me acerco al portón para saber qué hacer.
A pesar de ser de noche, el calor es intenso. Siento una gota de sudor bajar por mi espina dorsal, así que me quito mi pequeño abrigo de tela y lo amarro en mis caderas.
Con la grava bajo mis pies, respirando hondo y con manos temblorosas, me estiro y empujo el portón. No cede, pero una vieja cadena cruje, perturbando el canto de los grillos que sigo escuchando.
No hay candado, sólo ésta larga y gruesa cadena de hierro que está floja y se termina de soltar con otro movimiento de mis manos.
Me siento como una intrusa cuando empujo de nuevo y abro el portón de par en par para darme paso.
Pero, de alguna forma, soy la dueña, ¿no?
Y estar aquí es lo que Lucas habría querido que hiciera.
Con eso en mente, vuelvo al auto y esta vez entro en lo que espero sea mi hogar, al menos por los próximos meses.
El camino de grava me lleva a través de más y más terreno cercado, creo ver ganado a la distancia, pero no estoy segura. La enorme casa al final del largo camino que recorro se lleva toda mi atención.
Lo que parece ser la casa principal tiene un porche ancho con las luces encendidas, lo que indica la presencia de gente. Una vez freno el auto, la arena y grava se levantan con el movimiento de las llantas. Salgo cuidadosamente, temerosa, ansiosa y muy vacía por dentro.
Necesitando, necesitándolo a él, me muevo hacia mi maleta, busco la urna del hombre por el cual estoy aquí y lo abrazo contra mi pecho.
Falsamente creía que eso me daría valor y fuerza, pero la verdad es que no.
Este no es Lucas, ya no.
Con una respiración temblorosa, subo los pocos escalones del porche y me sitúo frente a la entrada de puertas dobles —de madera gruesa y bonita—, que toco para anunciar mi llegada.
Cuando pasan los segundos y nadie atiende, hago lo mismo que hice con el portón y empujo. Cede, la puerta cede y se abre para darme entrada a una rural casa grande que es increíblemente acogedora.
Hay colores cálidos y desorden que sólo demuestran la presencia de gente, luciendo como debería lucir un hogar; vivo y familiar.
No tengo idea de si el hermano de Lucas tiene hijos y esposa, pero yo apostaría a que sí. La casa tiene la mano de una mujer en ella y huele a esos postres caseros que mi madre solía prepararme cuando intentaba subirme el ánimo en los días mas difíciles de mi infancia. El espacio es maternal y demasiado cálido para que Becket Callahan viva solo en él.
La zuela de mis tenis crujen bajo la alfombra oscura y no he terminado de dar un segundo paso dentro, cuando un fuerte movimiento me sobresalta, haciéndome agarrar mas duro la urna en mis brazos.
— ¿Quién demonios eres?
Por instinto, retrocedo un paso hasta que mi espalda se presiona contra la puerta cerrada.
Abrazo más fuerte a Lucas en mis brazos.
El hombre frente a mí es enorme y no es sólo su estatura lo que lo hace lucir así, es su presencia imponente y llena de fuerza. El ceño fruncido en su rostro intensifica la pequeña cicatriz en el lado derecho de su labio superior. Sus gruesas cejas enmarcan un par de ojos azul oscuro que me miran con ira y confusión.
Me asusta.
Trago saliva e intento sacar palabras de mi boca, pero sólo consigo expulsar el aire cuando él avanza otro amenazador paso hacia mí.
Su piel bronceada, bañada por el sol, se tensa con ese corto paso, causando que mi corazón brinque con incertidumbre. Un pequeño mechón de cabello oscuro que ya tiene un poco de plata cae en su frente, ensombreciendo más sus ojos y haciendo su desagrado más evidente.
— Dime quién demonios eres.
Aprieto más fuerte a Lucas en mis brazos.
— Estás en propiedad privada — él continúa con voz gruesa y grave —, te pregunto por última vez antes de llamar a la policía para que te saquen de mi rancho, ¿quién demonios eres?
Su rancho.
Becket, él es Becket Callahan.
El hermano mayor de mi esposo.
Mi cuñado.
— Lia — consigo decir, raspando mi uña en la urna en busca de algo de consuelo —. Soy Lia Callahan.
Su apellido en mi nombre lo hace parpadear y veo cómo poco a poco parece ir entendiendo quién soy.
Su ceño se va suavizando hasta que sus rasgos dejan de tensarse y abren paso a la confusión y anhelo en sus ojos.
— ¿Y Lucas?
Escuchar su nombre de sus labios es como un latigazo en mi espalda y el dolor en mi corazón podría ponerme de rodillas.
— ¿Qué? — Pregunto.
— ¿Viniste con Lucas?
Esta vez, soy yo quien frunce el ceño.
¿Qué?
Aprieto de nuevo la urna en mis brazos, confundida.
La forma en la que él mira por el enorme ventanal hacia mi auto, como si estuviera esperando a que alguien más se baje y nos acompañe, me dice que algo aquí está muy... muy mal.
¿Viniste con Lucas?
Repito su pregunta y yo sé, yo sé que él no se refiere a sus cenizas.
¿Es posible que él no sepa...?
Pero... han pasado dos años.
— Lucas — susurro, su nombre sale quebradizo en mi voz —, Lucas está aquí.
Tragando saliva, aprieto la urna en mis brazos una vez más y por fin, por fin su mirada azulada cae en lo que sostengo con todas mis fuerzas, con toda mi vida.
Veo cómo el mundo de este hombre se hace pedazos en ese segundo en que todo encaja en su cabeza.
Él no se mueve y nada sale de sus labios, pero sus ojos... Dios, sus ojos muestran un dolor tan crudo que sólo he visto antes en una sola persona... y es cuando me miro en el espejo.
— ¿Qué? — Pero esa simple pregunta parece ser más para sí mismo que para alguien más.
Dios.
No puedo.
No puedo revivir todo para aclararselo.
No puedo.
No soy tan fuerte.
— Lo siento — saco las palabras con voz quebradiza —. Yo... no puedo.
Llevo mi mano hacia atrás para agarrar el manubrio de la puerta y, dejando caer la primera lágrima, me giro y salgo corriendo de allí. Mis pies crujen bajo la grava mientras me muevo con rapidez hacia el asiento trasero. Busco mi maleta y guardo suavemente la urna para protegerla de cualquier cosa, y entonce doy la vuelta para correr hacia el asiento del conductor.
Necesito salir de aquí.
Antes de que pueda tan siquiera abrir la puerta, una tosca mano agarra mi antebrazo y soy acorralada contra la carrocería del coche.
Respiro agitadamente, mirando fijamente a ese par de ojos azules muy tormentosos.
— No te irás hasta que aclares eso — y señala hacia la urna en el asiento trasero.
Aparto la mirada hacia un lado para dejar de ver el dolor y la ira en sus ojos.
¿Cómo puede él no saberlo?
Dos años, han pasado dos años.
¿Por qué?
¿Por qué?
Jadeo cuando él agarra mi quijada entre su índice y pulgar, obligándome a mirarlo.
Pero no quiero, así que lucho contra el agarre.
Él me sujeta con más fuerza, empujando mi cintura contra el auto con su mano libre, el movimiento hace derramar más lágrimas de mis ojos.
— Dime, carajo — su voz es casi un susurro, un susurro que sólo escuchamos los dos.
Cierro los ojos, luchando por sacar las palabras que me persiguen cada día.
— Lucas está muerto.
Ahí está, la frase sale, y lo odio por hacerme decirla por primera vez en mi vida.
Lucas está muerto.
Muerto.
— No — él niega, aflojando su agarre en mi quijada, pero aún sin soltarme.
— Murió hace dos años — por fin abro los ojos y lo miro.
Quiero sentirme furiosa con él por hacerme pasar por esto, por nunca contestar las llamadas que los abogados le hicieron, por no responder la carta en donde se le notificaba sobre la herencia, por ni siquiera presentarse en su funeral, pero... no puedo.
No cuando luce... así.
— ¿Cómo puedes no saberlo? — Pregunto con el mismo susurro que él usa, con el mismo desconcierto que parece llevar él.
Becket por fin me suelta. Lentamente, primero suelta su mano de mi quijada, luego deja caer su mano de mi cintura, y retrocede un paso, mirándome con el horror bañando su rostro.
Y niega una última vez.
— No.
Mis pies me llevan esta vez hacia a él, ¿para qué? No tengo idea. Pero antes de que pueda hacer lo que sea que iba a hacer, él pasa una mano por su corta pero desordenada barba y se dirige como un trueno hacia la camioneta estacionada a un lado.
Observo agitada cómo él arranca a toda velocidad, levantando tierra y grava en el camino, dejándome con la misma opresión que sentí esa primera vez que mi mundo se vino abajo.
Becket Callahan acaba de perder a su hermano.