2. Heridas abiertas.

3968 Words
2. Heridas abiertas. Becket. Lucas está muerto. Las palabras se repiten una y otra vez, taladrando en mi cabeza, con fuerza, intentando meterse en mi mente para establecer la chocante y nueva realidad. Pero las rechazo. No. Murió hace dos años. Agarro el volante en mis manos, las llantas contra la tierra hacen un sonido estremecedor que me indican la alta velocidad a la que voy. ¿Cómo puedes no saberlo? Las palabras de la chica siguen reproduciéndose en cada pedazo de mi ser, casi cegándome de dolor. No. No. ¡Carajo, no! El frenazo que doy es ensordecedor, mi cuerpo se lanza hacia adelante y son sólo mis manos en el volante las que impiden que me estrelle contra el vidrio. Cierro los ojos. Lucas está muerto. Muerto. Un pitido inunda mis oídos y el latido de mi corazón se siente errático. Maldita sea, esto no puede ser cierto. Mis respiraciones son tan superficiales, tan salvajes e incluso animales, que es como si algo estuviera gruñendo desde lo profundo de mi pecho, a punto de escapar para destrozar todo lo que encuentre a su paso. No. — No — repito en voz alta. Y niego, y lo digo en mi mente y lo repito en voz alta y me lo digo de todas las malditas formas posibles. No. No. No. Mis nudillos empiezan a doler, los golpes se empiezan a escuchar, la vibración de los puños asustaría a cualquiera... y allí me encuentro yo, golpeando con fuerza el volante de mi camioneta, sin ni siquiera saber lo que estoy haciendo, sin saber lo que estoy sintiendo, sin saber qué es real o no. A la mierda. Me bajo del auto y le marco a Douglas. — ¿Lucas está muerto? — Mi pregunta es como si cayera en oídos sordos, él no me responde nada —. ¿Mi hermano está muerto, maldición? — Yo no... ¿qué? — Su esposa acaba de aparecer en el rancho, con sus cenizas en una puta urna y dijo que… dijo que él tiene dos años, Douglas, dos malditos años muerto. — Oh, joder. — ¡¿Qué diablos está pasando, carajo?! — Espera, déjame pensar. Paso la mano por mi cabello y me paseo como un animal enjaulado de un lado a otro. ¿Qué demonios está pasando? Me niego, joder, todo mi ser se resiste a la idea de mi hermano muerto. ¿Pero que hayan pasado dos años y yo ni siquiera me haya enterado? Carajo, ¿quién mierdas soy? ¿Quién mierdas soy? Sé que Lucas no quería saber nada de mí, nada sobre este rancho y esta vida. Y sí, perdimos contacto, pero es mi hermano... mi hermano menor, carajo. ¿Qué demonios está pasando? — Habla, maldito infierno, Douglas, que estoy a punto de… — Cálmate, estoy averiguando. Lo escucho teclear en un ordenador, mover papeles, maldecir aquí y allá mientras yo lucho por mantener la calma. — Becket, te enviaron una notificación con la noticia hace dos años, la carta fue recibida y firmada por… — Hijo de puta — maldigo entre dientes y es que ya sé el nombre que él me va a dar. — Loretta Carver. Aprieto el puente de mi nariz y trato de respirar con calma, pera la ira se me sube más y más a la cabeza. — ¿Sólo intentaron comunicarse por carta? — Te llamaron, pero… joder, Becket, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con Lucas? Niego, fue hace muchos, muchos años. — ¿Qué importa eso? — ¿Tenía él tu número de teléfono actualizado? Porque el número de contacto que utilizó su abogado es tu antiguo número, el mismo que no usas hace años. Jodida vida. — ¿Qué tan difícil puede ser llamarme, joder? — ¡Lo intentaron, ahí viene el motivo de la carta! La maldita carta que nunca llegó a mis manos. Sacudo la cabeza, apoyo una mano sobre el capó del auto y me quedo en silencio por largos, largos y largos segundos. Hasta que consigo decir, muy bajo —: Entonces, ¿es cierto? Aunque ya sé la respuesta, el impacto de sus palabras siguen teniendo la misma fuerza abrumadora que recibí cuando las escuché de la esposa de mi hermano. — Lucas está muerto. Cuelgo. Una risita oxidada y algo maniaca se escapa de mi boca, una risa que no tiene nada de alegría ni jubilo. Me asustaría si fuera un espectador de mi propio yo, pero la ira que empieza a crecer en mi interior es tan profunda y enceguecedora que no puedo ver nada más que rojo. Y a la maldita Loretta Carver. Vuelvo al auto y arranco a toda velocidad de allí. No me permito concentrarme en nada más que mi ira mientras conduzco hacia su casa que no está en otro lugar más que en mi propio terreno. Lo más irónico de todo, y lo que me llena de más furia, es que tengo viviendo bajo mi misma propiedad a esa mujer. Me siento burlado por mí mismo, porque sólo yo tengo la culpa de que todo esto esté pasando. Estaciono la camioneta bruscamente y salgo sin ni siquiera detenerme a cerrar la puerta. Quiero estrellar mis puños contra la madera con fuerza, pero no lo hago. Sólo hay una razón por la que Loretta sigue viviendo en el rancho y es esa misma razón la que me impide hacer un escándalo. Los ojos de Loretta se abren con sorpresa al ver que soy yo al otro lado de la puerta. Dios sabe cuándo fue la última vez que pisé esta casa. — ¿Cassidy? — Pregunto entre dientes. — Salió hace un momento para tu casa. Rose la llamó para cenar, hizo el brisket que tanto le gusta. Asiento, aprieto mis puños y me abro paso dentro de su casa. — Becket, ¿qué está mal? Voy directo a su habitación, sintiéndome como un animal, y empiezo a vaciar todos sus cajones. — Becket… — ¿Dónde está? — Pregunto, revisando su tocador. — ¿Qué? — ¡¿Dónde demonios está?! Mi grito la hace saltar y yo la miro directamente a los ojos cuando digo —: La carta. El absoluto horror que llena su rostro me dice suficiente. Hija de puta. Paso la mano por mi mandíbula y cierro los ojos, porque, joder, maldita sea, tengo esta urgente necesidad de echarla de una vez por todas y para siempre de mi vida. — Becket… — sus manos en mi pecho me asquean y yo retrocedo un paso, aún sin ser capaz de mirarla. — ¿Qué rayos está mal contigo? — Sólo quería… La enfrento con ira —: ¡Joder contigo, Loretta! Ella empieza a llorar, pero no me creo ni una sola de sus lágrimas. ¿En qué momento de mi vida permití que esta mujer me clavara sus garras? Han pasado años, más de una década, pero aún me asquea recordar que estuvimos juntos. — No quiero que vuelvas a poner un solo pie en mi casa… — Pero… — Búscate otro puto trabajo. No te echo de la propiedad sólo por Cassidy, sólo por ella, pero en mi casa no pones un pie nunca más en tu miserable vida, ni siquiera para limpiar. Y porque no soporto un segundo más en su presencia, salgo de su habitación sólo para toparme con Hank. Él mira de Loretta a mí con desconfianza, una desconfianza que me divierte por un corto segundo. Una risa incrédula se me escapa ante lo que imagino pasa por su cabeza. Y niego con asco. — Joder, ni muerto — le digo antes de seguir caminando. — ¿Qué rayos quieres que piense cuando los encuentro juntos en nuestra habitación? — Él viene detrás de mí. — Cualquier puta cosa, menos eso, yo no soy tú — le gruño —. Y si quieres saber qué pasa, pregúntale a ella a ver si de una vez por todas te dice por qué se empeña en arruinarme la puta vida cuando todos sabemos que el único agraviado de toda esta maldita situación, fui yo. — Becket… — ella también viene detrás de mí, pero la ignoro. Agarro la puerta de mi camioneta, sólo para tropezar cuando ella se agarra con sus dos manos a mi brazo. Joder con la maldita Loretta. — ¿Qué haces, Loretta? — Hank le pregunta. Miro hacia abajo mientras ella sigue aferrándose con todo y uñas a mi piel. — Sólo quería evitarte el dolor, lo hice pensando en tu bienestar. Tienes que creerme, Becket. Otra risa seca se me escapa. ¿Me cree tan estúpido? Sus acciones sólo nacieron del odio y del resentimiento, de la ira que alberga en su interior porque nunca fui el Becket estúpido que ella creó en su cabeza: un hombre enamorado que le perdonaría todo, que daría todo por ella. — No me toques, carajo — y es que sólo me produce repulsión. Los últimos años no sentí más que una fría indiferencia hacia ella, pero después de hoy, joder, después de hoy no creo que alguna vez pueda despreciar a alguien más de lo que la desprecio a ella. Hank la agarra de la cintura y la jala hacia atrás, alejándola de mí. Su rostro está tenso, tratando de esconder el dolor que estoy seguro él siente. ¿Cómo es posible que él ame a una mujer como ella? Me detengo allí, mirándolos por un corto segundo en donde no siento más que lástima. Son tan infelices como sólo ellos dos podrían serlo. — Mantente fuera de mi camino — le digo una última vez a la maldita mujer antes de salir de allí. |…| Ver el auto de la mujer de mi hermano estacionado fuera de la casa sólo hace que esta nueva realidad sea más y más discordante. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Sé que su presencia aquí significa algo, pero el dolor crudo que siento por Lucas ensombrece cualquier amenaza que ella pueda representar para el rancho. Me bajo del auto y me dirijo hacia la casa, dispuesto a lidiar con ella, pero entonces me percato de algo. ¿Cómo…? Entrecierro mis ojos hacia el auto, la poca luz de la noche no es de mucha ayuda, pero estoy seguro de que la esposa de mi hermano sigue dentro del coche. La frágil y pequeña sombra en el asiento del conductor no puede ser de nadie más que de ella. Cierro los ojos, tratando de recordar su nombre. Lia. Lia Callahan. Su suave voz se repite en mi cabeza. Es la esposa de mi hermano. No, la viuda de mi hermano. Maldito infierno, es una palabra fuerte para alguien tan joven. Cuando supe que Lucas se casaba, no me sorprendió. Siempre fue carismático y tenía una personalidad alegre que hacía sentir cómodo a cualquiera. Desde que se fue, supe que le esperaba una gran vida. Una vida exitosa, una hermosa esposa, quizás un par de hijos. Lo que nunca esperé fue… Cierro los ojos e inhalo profundamente antes de acercarme al auto y tocar suavemente la ventanilla. Un par de ojos verdes, grandes para su pequeño e inocente rostro, me miran a través del vidrio. Le pido con un movimiento de mi mano que baje la ventanilla para poder hablar, pero ella sólo continúa mirándome. — ¿Podemos hablar? — Pregunto, mi voz fuerte para que sea escuchada. Ella parpadea, pero sigue sin responderme. Joder. — No te puedes quedar aquí toda la noche — trato de hacerle entender. Otro parpadeo. Ninguna palabra de su boca. — Mira, sé que no empezamos bien, lamento si… fui demasiado brusco, me tomaste por sorpresa... pero creo que ahora es el momento ideal para que hablemos — ella sigue sin responderme nada y yo maldigo entre dientes. ¿Cómo demonios consigo que ella hable? Cierro los ojos por unos cortos segundos y lo intento una vez más. Lo intento con suavidad, una suavidad que se siente extraña en mí, pero susurro —: Por favor, Lia. Nos miramos fijamente por largos segundos en donde veo su desconfianza y temor, pero también veo una pizca de entendimiento, comprensión hacia mi situación y… click… el seguro de las puertas suena, indicándome que las desbloqueó. Frunzo el ceño, tratando de entender. ¿Quiere que entre ahí con ella? — Bien — asiento bruscamente. Me muevo hacia el asiento del pasajero. El auto es pequeño, en el rancho estamos acostumbrados a camionetas y autos más grandes, así que tardo unos cortos segundos en encontrar una posición cómoda. Suspiro, mirando por el vidrio hacia la noche oscura de estas tierras. ¿Qué puede estar haciendo ella aquí? La miro por el rabillo del ojo para encontrar que ella también está mirando al frente, su ceño un poco fruncido. No estoy seguro, pero parece ser una mujer tan suave y frágil… muy delicada. ¿Qué puede querer alguien como ella en un lugar como este? Aquí sólo hay tierra y trabajo duro. — No sabías — me sorprendo al ver que es ella quien empieza la conversación, y repite —: No sabías. — Mmm — murmuro evasivamente. — No sabías, sobre Lucas, tú no lo sabías. Como no es una pregunta, no le doy una respuesta. Aparto la mirada cuando es ella ahora quien me mira. Siento su mirada evaluadora sobre mi rostro y yo se lo permito. La dejo tener su momento de inspección en paz, así como yo lo tuve con ella. ¿Qué ve cuando me mira? ¿Ve lo mucho que estoy luchando por mantenerme completo en este preciso momento? Porque amaba a mi hermano. Estábamos alejados y respeté su decisión de irse y olvidar esta vida, olvidarme a mí y todo lo que yo le recordaba. Pero yo lo amaba... yo lo amaba. — Lucas nunca me habló de ti. Expulso el aire por la boca, sus palabras duelen más que un puñal. — No me sorprende. Aunque sí lo hace, sí me sorprende. ¿Acaso él murió odiándome? Sacudo la cabeza, negando. No, Lucas no me odiaba, él también me amaba. Sólo… la vida fue demasiado complicada para nosotros. — ¿Por qué? — Su pregunta es muy suave, su voz es este susurro tranquilo sin pretensiones, sólo lleno de genuina curiosidad. Sacudo la cabeza, sacudiéndome también la respuesta y me sorprendo al ver que ella no insiste. Nos quedamos en silencio por largos minutos. De alguna forma, el ambiente que se establece es reconfortante. El torbellino de emociones se calma un poco hasta que todo lo que siento es el recuerdo de Lucas entre nosotros. Pero no en una mala forma, sino de una forma tranquila, llena de paz. Aún así... — ¿Sufrió al morir? — Pregunto, la duda que me ha estado torturando desde que recibí la noticia. — No — es su simple respuesta, sin dar más explicación. Y no la quiero, no quiero saber la situación completa, no quiero recrear el escenario… aún no. La miro otra vez, evaluándola más minuciosamente que antes. Su piel es muy blanca y delicada, parece de porcelana. Y su largo cabello rubio le da este aspecto etéreo, haciéndola lucir impecable e irreal. Es tan joven, tan joven. No es que a los cuarenta y tres yo sea la persona más vieja del mundo, pero ella se ve casi de otro planeta aquí, al lado mío, en este rancho lleno de polvo, mierda de vaca y calles deshabitadas. Viéndola, entiendo aún más por qué Lucas quería tanto irse de aquí. Una mujer como ella no la podrías encontrar en Silver Ridge y, si la hay, sería una pequeña excepción difícil de hallar. Las mujeres de por aquí llevan un estilo de vida que les endurece la piel desde muy jóvenes. La misma Cassidy, a sus doce, ya sabe ordeñar vacas y despescuezar gallinas. Dudo que Lia Callahan alguna vez haya montado tan siquiera un caballo, no cuando parece que ni siquiera ha sido tocada por el sol. ¿Qué hace aquí? — ¿Quieres entrar en la casa? — Me atrevo a preguntar. Ella duda, pero no veo cómo puede haber otra opción. — Si viniste hasta aquí, es por algo — le recuerdo —. Entra, come algo y descansa. Mañana podemos hablar del motivo por el cuál estás aquí. Dios sabe que también necesito un respiro. Tarda, pero ella finalmente asiente. Y ambos nos bajamos del coche para ir por su maleta en el asiento trasero. Sin embargo, tanto ella como yo nos detenemos en el mismo segundo, mirando la maleta en la cual ambos sabemos está la urna de Lucas. Y poco a poco voy teniendo una idea del por qué ella está aquí, lo que sólo me confunde más. ¿Por qué mi hermano querría quedarse aquí, en el lugar que tanto odió? — Yo la llevo — me dice, dejando claro que no quiere mi ayuda con sus cosas. Me sorprende, pero asiento, dejándola manejar la pesada maleta. ¿Por qué su maleta es tan grande? ¿Acaso ella…? Sacudo la cabeza. Imposible. La veo lidiar sola con sus cosas, subiéndolas torpemente por los cortos escalones del porche, pero no intervengo. Ella me mira sonrojada, como si su torpe esfuerzo le diera vergüenza, también parece sorprendida de que no le insista con mi ayuda, pero tiene manos, ¿no? Si dijo que ella podía sola, es porque puede. Le abro la puerta justo para encontrarme con una enojada Rose. — Por fin entraste, muchacha — mi ama de llaves le dice a Lia, sus manos en sus caderas en una pose enfadada. — ¿Ya se conocen? — Pregunto. — Intenté hacerla entrar en casa, pero sólo le puso seguro al coche y se quedó allí, sin dar una explicación. — Ah — susurro, sin saber qué más decir. — ¿Quién es ella, tío Beck? — Cassidy sale de la cocina, comiéndose uno de esos bizcochos que tanto le gustan. — Ella es… Mierda, aquí nadie conoció a Lucas. La presencia maternal de Rose llegó a mi vida después de que Lucas se fuera, incluso Cassidy no lo alcanzó a conocer. Ya no podrá. — Es la esposa de mi hermano. — ¿El que se fue y no volvió? — Pregunta Cass con imprudencia. Arrugo el rostro por sus palabras. — Sí, él… Lucas. — Oh — ambas mujeres asienten con sorpresa. Lia se ve tan incómoda, parece que quisiera salirse de su piel, y me doy cuenta de que ella no ha dicho una sola palabra desde que entramos a casa. Frunzo mis cejas cuando veo que Lia se acerca un corto paso a mí. Su acercamiento es casi imperceptible, no todos lo notarían, pero allí, yo sí lo noté. Es como si buscara mi presencia, ¿por protección? ¿consuelo? ¿ayuda? No lo sé, ella misma tampoco parece percatarse de lo que hace. Sólo sé que parece un pequeño pajarito que quiere envolverse con sus rotas alas para protegerse de la lluvia, pero, al no poder hacerlo, busca abrigo bajo el árbol más grande. Jesús, Lucas, ¿con qué frágil criatura te casaste? Restriego una mano por mi rostro; este día va a quedar grabado en mi memoria para siempre. Sólo quiero cerrar los ojos y fingir que esto no es real, quiero vivir con la ilusión de que mi hermano está vivo, construyendo esa vida que tanto quiso, por la cual se fue de aquí sin mirar atrás. — Rose, instala a… — me detengo cuando los ojos de Lia se encuentran con los míos, asustadizos, así que corrijo —: Yo la llevaré a una de las habitaciones libres, mientras prepárale algo… — No tengo hambre — su suave voz por fin se escucha. — ¿Comiste algo en el auto? Su encogimiento de hombros no es una respuesta, pero no insisto, creo que ambos queremos exactamente lo mismo: acabar con este día. Bien, que así sea. — Cass, llama a tu padre para que te recoja, no te vayas sola a casa. — Sí, Becket — la niña me responde con un tono arrastrado y quejumbroso que conozco muy bien. Ignoro las miradas inquisitivas y curiosas de Rose. Sólo quiero que este puto día termine, carajo. Y Lia parece querer lo mismo. Así que, esta vez haciendo oídos sordos a sus protestas porque no quiero perder tiempo viéndola lidiar con la maleta, tomo sus cosas y subo hacia el ala este, en donde están las habitaciones de invitados. Me tiento a llevarla a la habitación de Lucas, pero no creo que sea el momento para que ella se familiarice con un lugar tan privado de mi hermano. — Esta casa es tan grande — ella susurra, pero siento que me erizo por sus palabras. Quizás, ¿hay algo más detrás de esta visita? ¿Intereses personales? ¿Intereses económicos? ¿Por qué rayos ella esperaría dos años para presentarse aquí? Me devano los sesos, tratando de recordar qué me dijo Douglas. ¿Puede ser posible que ahora estas tierras también sean de ella? Carajo, puede ser, pero ahora mismo me importa una mierda si ella es una pequeña buscadora de oro o no. Sólo quiero acabar con este puto día para poder llorar a mi hermano en paz. Abro la puerta de la primera habitación disponible y meto sus cosas dentro. Cuando voy a salir, me detengo y agarro el marco de la puerta, entonces me giro para mirarla. Ella está en medio de la habitación, mirando insegura alrededor. Tan joven, maldición. Tan pequeña. Tan frágil. ¿Qué demonios voy a hacer con ella aquí? — Lia — la llamo. — ¿Sí? — ¿Por qué no me buscaste antes? Mi pregunta la hace erizarse y es que, joder, tal vez sea mi dolor hablando, tal vez es que necesito buscar más culpables, pero... ¿Dos años? ¿Por qué no pudo venir antes con la noticia? ¿Por qué, si nunca contesté el teléfono, ella no buscó otra forma de decírmelo? Además de una puta e incierta carta, una carta que nunca leí, maldito infierno. Ella se queda callada, negándome sus palabras y, sospecho, que esa es su forma de pelear. Callándose. Mierda. — No leo mentes — digo, irritado. Más silencio. Maldición. Nos miramos fijamente en una batalla de miradas que habla de dolor, ira, rabia, una batalla en donde no me doblego, pero ella tampoco lo hace. Bien. Así serán las cosas. — Mañana hablarás — no quiero que suene a amenaza, pero suena un poco como tal. Doy media vuelta para dejarla allí, entonces ella dice —: ¿Y por qué tú nunca lo buscaste? Cierro los ojos, sintiendo la estocada de sus palabras directo en mi estómago, como una herida abierta que empieza a infectarse a infectarse y a infectarse, hasta que se vuelve casi imposible vivir así. Pero, ¿quién es ella para juzgarme? — No parece que hayas sido muy importante para mi hermano — le digo con frialdad —, no cuando nunca te confió nada sobre mí, sobre su pasado. Sé que he devuelto el golpe más duro, lo sé por su audible y temblorosa inhalación. Si ella cree que su aspecto suave y delicado me va a hacer tener consideración, está muy equivocada. Sé muy bien lo que se puede esconder tras una sonrisa gentil. No voy a permitir que su aspecto de ángel me engañe. Sobre mi hombro, la fulmino con la mirada y la dejo allí, sola y sintiendo las consecuencias de mis palabras, pero yo también me voy sintiendo las consecuencias de las suyas… ambos con la misma jodida herida, sangrando de la misma puta forma.
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